A los idos que nos queden: notas de poesía en Manuel D´ la Cruz
Los purismos poéticos son una entelequia en la Cuba que corre, y ya representar la grandilocuencia, el barroquismo, lo cadencioso, lo melifluo, no es más que otra vejación estructural de la realidad a la que pertenecemos, más en un medio ávido de coloquio y transformaciones. Es prudente preguntarse qué tipo de poesía exigen estos tiempos. Quizás la respuesta más acertada es una variable de lo que subyace en la permanencia lírica de La Isla, potenciada por los cientos de años en que nuestra única disyuntiva es yugo o estrella. Así, es peculiar cómo arrastramos los dolores que nos atañan y que marcan lo más visceral de nuestra idiosincrasia, siendo generalmente la poesía faro de este desdoblamiento. Por eso una constante hace gala en nuestra lírica: el destierro, la huida, la necesidad de partir y dejar el suelo o la vida, la resignación, el abandono y lo caótico de lo propio, así como el fervor por salvarlo. Escribió Gastón Baquero:
“Cae el poeta, al abrir sus ojos, en un extraño círculo insuperable: va hacia la poesía pero todo lo que sea ya la poesía — y es hacia este pasado hacia donde cae — es lo que él precisa negar y destruir para salvar su existencia.”
¿Cuánto de aplicable extienden estas líneas? Nuestros poetas negaron estilos y sobrevivieron, negaron matices y sobrevivieron, negaron la retórica lírica y sobrevivieron; pero para sobrevivir, no pudieron negar su etapa. Por eso desde Heredia, Milanés y Zénea, desde Martí, Casal y Borrero, desde Villena, Loynaz, Lezama, Vitier, Fina, Eliseo y Piñera, desde Rivero, Novás y Escobar, o más recientemente desde García Prieto, nuestros poetas tratan de huir, de ser desterrados de su realidad o de sí, de perdonarse la suerte, de solventar su poética; siempre al filo del escape, sin malabares de un éxodo o ardores del exilio, sino al ánimo de redefinir.
La poesía de los últimos años va permeada del hastío generacional y gran parte de nuestras voces cobran el tono gris del entorno, en un efecto camaleónico que alberga la alevosía del tiempo al maltratar esta Isla. No existe otro producto poético sino el que impacta en la realidad, ya lo dijo López Lemus: “la poesía es la vida”, por eso el canto que ama este tiempo es el canto de lo eterno en la poesía, que desde la nomenclatura origenista es “la fragua de la nación”. Es época de remolde, y junto a nuestra estructura deben concretar los poetas, enfilando el disenso rumbo a la exquisitez, así va la suerte por las nociones de un regenerador “algo más”; y donde la abulia manda, duele el pecho siempre que le mutilan un verso.
Tiene Manuel D´ la Cruz varias líneas que empañan la mirada tras la insinuación de una lágrima. Este poeta sabe de exilios internos, del escape a su órbita estigmatizada, de la sabiduría en el quehacer que agoniza en sombras en tanto resopla o intenta asirse a su lírica. Ha logrado escaparle al verdugo más de una vez, y aunque no la he visto, sé que una cicatriz le provoca arritmias en el pálpito, mientras le pide a Yemayá que lo vista de amores.
El ahora Iyawó, halla poético lo decadente y se sustrae de sí para darse al ensimismamiento de las ilusiones. Él, ella o elle sueña y explora un país de altura, por eso sabe del barrio y de su alcurnia, y de cómo hacer brotar de un empeño frustrado la sustancia de salvación. Quizás un día escuché cómo tras unos barrotes separó en estrofas un discurso — no sé si esos barrotes eran el subproducto de la represión o simplemente un efluvio en su crear –, y aunque nunca reparé en su contenido, solo pude asentir a la idea de que Manuel D´ la Cruz es poeta, uno versado, no en estética o amoldes esnobistas de un contexto, sino un poeta de verdad, de los que le cantan a la vida. La poesía es una exégesis pervertida de lo que nos inunda, por eso nos trasciende y nos seduce, ya que nunca sabremos colocarnos a su altura para poder mirar. Así Manuel suscita a la fiebre de la irreverencia; y si llevamos a cuestas el oprobio, él optó por la resistencia.
Quise encerrar en apuntes la esencia de un poeta. ¡Vaya si soy atrevido! Los retazos de cultura se me quedan cortos ante la sinceridad del verso. Mas sé no hacen falta más palabras, ya todo está matizado en garabatos sobre papel por allá por el Cotorro y en dos volúmenes de versos que llevan su firma en amalgama de pasión y ruptura. La estadía de Manuel en la lírica seguirá siendo dolorosa o, simplemente, no será.
El tiempo de abonar recién comienza: hay un vaho alrededor velando por lo superfluo, y un ánima tenebrosa, pero están los poetas. A Manuel algunos lo recordarán por periodista, otros por activista cuir, otros por su quehacer político, otros por su soltura y su canto. Yo prefiero recordarlo como poeta, porque desde el verso es que se construye la identidad del alma, y así, en medio de tanto destierro, aprenderemos a dar un último abrazo a los idos que nos queden.
A los idos que nos queden…
Hay quien muerto,
le duele aún el hueso corroído,
y ama también hasta al gusano traidor
que le acompaña en la soledad de un sepulcro.
Hay quien muerto,
piensa aún en las flores que merece
y le asfixia la caja en que un dios le entregó.
Hay quien muerto,
aún protesta, aún no duerme.
Hay muertos que planean todavía nuevos viajes,
visitas en la noche a tierras donde no fueron,
y en la mala vida que ahora se les sirve,
agradecen al cielo la lluvia y el epitafio.
Hay muertos, ¿quién los viera?
idos, pero aún nuestros,
muertos de llanto o de fuego,
que sonríen y blasfeman, y alcoholizan los años
que entre nosotros les quedan,
pues no saben si mañana
habrán de morir de nuevo.