Ahmel Echevarría y su corazón de caballo desbocado

La Jeringa
6 min readApr 18, 2024

--

Por: Grechent Ledesma Torres

Una frase muy cursi sobre la lectura que circula por estos días en las redes sociales dice que cuando cierras un buen libro a menudo te quedas dentro de él. Tal fue mi experiencia –y pudiera ser también la tuya– al concluir Caballo con arzones, el ultimo libro publicado por el poeta, cuentista, novelista, editor web y fotógrafo habanero Ahmel Echevarría Peré, con el que obtuvo el Premio Alejo Carpentier de Novela 2017 y el de la Crítica al año siguiente. Quedé con muchas preguntas y una frustrante sensación de extrañamiento que me obligó a releer para buscar respuestas, pero claro, nada se compara con la magia de la duda y hoy en día es ingenuo pensar que un libro te lo dirá todo y que todos sus espacios deben ser develados. Esta es una novela que sobrepasa las formalidades tradicionales del género de muy buena gana, que no permite una tranquila lectura convencional y que es, asimismo, incapaz de dejar indiferente a un buen lector.

¿De qué va pues? Más que una singularísima historia de amor entre un hombre –joven, negro, miope–, que en realidad es una mujer de cuarenta y pocos años que juega a ocultarse tras este otro personaje y a contar una historia desde ese punto de vista para tratar de explicarse el mundo que habita, y una mujer –valga la redundancia–, que también es ella misma, y que, según nos cuenta este joven, conoció su padre; más allá de esto, el libro reflexiona en torno a la vida y la muerte y a las máscaras que el individuo se coloca para encajar en la sociedad. Este(a) narrador(a) versátil comienza dirigiéndose al lector –recurso este muy postmoderno–, a un “usted”, luego confiesa llevar un disfraz; hay una especie de matrioshka a nivel de narrador, “una doble ilusión”:[1] “Un hombre de rostro anodino o una mujer que piensa. Que piensa una máscara. Un hombre de rostro anodino, dreadlocks y gafas de aumento es simplemente la máscara”.[2]

Este yo narrador-personaje masculino constituye una extensión ficticia del propio Ahmel y a su vez se desdobla en otros tres con los que guarda cierta similitud: un sujeto que le dobla en edad con el que tiene cierto parecido físico –la historia sugiere que es su propio padre–, ese ladrón alado que irrumpe un día en su apartamento, que tiene piojos en los dreadlocks, y el padre, por supuesto, un militar y recientemente fallecido y cuya vida el personaje principal hojea, como si fuera la suya, a través de unos diarios que encuentra en el apartamento de este. Así conoce de esa mujer blanca, de pelo largo y negro, madre de dos hijos, que vive en un pueblo alejado del centro de la ciudad (Guanabo) y en cuyas mejillas está la huella de un lejano acné, a quien el padre únicamente llama la Percanta.[3] A partir de entonces ella se convertirá en una constante para él, la busca en sueños y la encuentra: “Sueño a una mujer. Ella duerme y a la vez me sueña (…)”.[4]

Hay toda una galería de personajes femeninos: amantes ocasionales, virtuales, una expareja, paseantes y otras tantas. También la madre y la abuela materna del personaje, vecinas; son sin dudas numerosos e importantísimos dentro de la historia. También tienen un notable papel los vecinos suicidas, “cadáveres lozanos”, y más todavía su sabio Robespierre, un cerdo asado que visita al protagonista para comer trufas y entrar en debates filosóficos muy socráticos en los que se tienen dudas de todo y certezas de casi nada. El temperamento que se respira en este libro es el de un melancólico que tiende al pensamiento por encima de la acción y cuya única certeza pudiera ser, más allá del amor y la muerte, “(…) la certeza de la falta de sentido en casi todo de lo que sucede en este espacio llamado Realidad (…)”.[5]

Realidad, sería bueno detenerse en este punto, porque no es precisamente esta una categoría muy “respetada” en este libro. ¿Fantasía, sueño, absurdo? Un tanto de cada uno, incluso cuando el personaje vigilia suceden cosas extraordinarias que no lo sorprenden: vecinos zombies, un cerdo sabio y parlante, una piedra que flota, un perro de cuerda, un ladrón alado y un recital poético acompañado por un performance tan sangriento como artístico. El personaje sueña un “Cadáver exquisito”[6] y a esta mujer que ama; hay una contaminación entre las categorías de lo real y lo onírico, un deslinde significativo, ¿quién es la Percanta? ¿Una mujer que existió para el padre del autor/narrador/personaje y no para este?

Esta es una historia muy personal, aunque el protagonista no se aísle sino más bien todo lo contrario, contada desde el “yo”, muy volcada hacia dentro, hacia el mundo interior del ser humano y por eso la noción del tiempo es más psicológica que cronológica. En cambio, los límites espaciales sí que aparecen muy bien definidos: esa Habana calurosa y agónica, húmeda y contaminada, tan llena de gente.

Posee una estructura narrativa cíclica y fragmentaria compuesta por cincuenta y dos capítulos enumerados y titulados, de los cuales cuatro corresponden a conversaciones con Robespierre –sobre la noción del mundo, la pertinencia de la reflexión y las palabras justas– y otros cinco están dedicados a la Percanta; hay, además ocho “Dudas” (flagelos de la historia que plantean preguntas sobre cuestiones universales que siempre han preocupado al ser humano: el dolor, la ilusión, la muerte, la vejez, el desamor, los hijos). Es muy escasa la secuencialidad entre estos, por momentos invisible, cada uno es casi una burbuja pero que no deja de funcionar, por paradójico que parezca, como pieza de un rompecabezas.

En cuanto al manejo del lenguaje podemos hablar de una hibridez estilística, que mezcla cultismos con coloquialismos y vulgarismos, donde la cabeza es la testa, unos palos son maderos, una cara mediocre es anodina, la periferia no es sino el extrarradio, etcétera; su escritura es autoconsciente, domina todos los registros del lenguaje, es abudante y verbosa, rayando en la poesía, y experimenta con las formas tipográficas al punto de contener menudos poemas de estructura escalonada. El estilo, en ocasiones, se torna repetitivo en función de enmarcar una imagen o escena, hay una elevada carga visual. “Primero fue la luz o la imagen, luego el verbo”,[7] una imagen y no la palabra genésica que funda, Ahmel tiene ojo fotográfico.

Hay, de igual manera, un amplio uso de la intertextualidad, que transita por referencias a la obra de Casal, Martí, Borges, Piñera y Lezama, Nietzsche y Camus. Son nombradas, y en variadas ocasiones, las esquirlas que tan importantes son en el segundo libro publicado por el autor, de igual nombre, y que constituye una de sus obras más importantes. Las referencias, como ocurre en la obra de tantos autores contemporáneos, trascienden el ámbito textual y toman elementos de la cultura en general.

Reflexión del individuo frente a la historia (tanto nacional como universal), crítica y cuestionamiento del pasado y de la noción de lo cubano; el cuerpo: sus fluidos, flatulencias, el sexo; la familia y su historia, que puede moldear al individuo; el inconsciente colectivo; la condición insular, el amor, la muerte, la crisis de Cuba como algo glocal, no solo nuestro, son algunos de los conflictos que atraviesan este relato mixto, polifónico, denso y deliciosamente abarcador, y que ha devenido, junto a Esquirlas, una de las entregas más notables de su prolífico autor.

[1] Nombre del primer capítulo de la novela.

[2] Echevarría, Ahmel, “13. Breve conversación con Robespierre (diálogo donde el cerdo habla sobre la noción del mundo)”, en Caballo con arzones, p. 48.

[3]En el lunfardo argentino, una jerga empleada originalmente por la clase baja de Buenos Aires, la voz percanta, ya en desuso, significa mujer, amante. La letra del primer tango conocido, “Mi noche triste”, dice lo siguiente: “Percanta que me amuraste/en lo mejor de mi vida”. Entiéndase por amurar dejar plantado a alguien.

[4] Echeverría, Ahmel: “31. La Percanta –cuando viene a visitarme–”, Ob. Cit. p. 108.

[5] Echeverría, Ahmel: “38. Ruidos en el respiradero”, Ob. Cit. p. 135.

[6] Nombre del capítulo catorce.

[7] Echeverría, Ahmel: “1. Una doble ilusión”, Ob Cit. p. 11.

--

--

No responses yet