Algunas notas sobre el cine del Caribe y sus derroteros
Por: Flavia Acosta González y Gretel Alvisa Realín
Mi pasión por el cine de nuestra región comenzó desde la primera vez que entré a una sala y escuché salir de la pantalla el sonido del mar y una voz de acento criollo trinitario, que describía como sus dedos tocaban el agua. Fue una experiencia increíblemente sensorial y quedé prendada al instante. La vastísima producción caribeña no solo es rica en cuantía sino, y sobre todo, en temáticas y tipos de lenguajes estéticos. Asimismo, es de suma importancia resaltar que hablar de cine caribeño supone su comprensión como un fenómeno sujeto a múltiples condicionamientos y a la dinámica de los procesos histórico-sociales que han tenido lugar al interior de la región. Es por ello que, para lograr entender muchos de los códigos visuales y conceptuales del audiovisual caribeño se torna necesario, en primer lugar, repasar algunas nociones que definen el Caribe como espacio.
Al igual que otras prácticas socioculturales y artísticas del área, el cine ha sufrido un largo proceso de construcción y (re)definición como producto cultural. Entre los factores que han influido en esto, vale mencionar las desigualdades económicas de las zonas que componen el territorio, las problemáticas político-sociales al interior de cada país, el atraso tecnológico-industrial y “la falta de políticas de apoyo al cine nacional en la región lo que ha retraído la posibilidad del surgimiento y sostenibilidad de un cine propio”.[1]
Por otra parte, las cinematografías caribeñas han sido una zona preterida en el ámbito crítico e investigativo. Como dijera el crítico y periodista de cine Juan Antonio García Borrero, “ese Caribe más profundo, que nos supera, que nos rebasa, sigue siendo borroso (…) y eso, en buena medida, se debe a que el crítico todavía no se ha preocupado por averiguar que es el cine caribeño”.[2] Ello es consecuencia de que muchas de estas producciones se encuentran fragmentadas y dispersas -con la salvedad del cine cubano que cuenta con una industria que lo respalda desde 1959, el Instituto de Arte e Industria Cinematográficos, y una consolidada tradición en este ámbito-como resultado de la ausencia de una infraestructura que estabilice esa producción.
No obstante estas particularidades del cine en la región, podemos mencionar títulos significativos como Rue Cases- Négres (Martinica, 1982) de Euzhan Palcy y Ava y Gabriel, una historia de amor (Curazao, 1989) de Félix de Rooy, que dan testimonio de una tradición que se fue sedimentando en el ámbito del cine regional, desechando estrategias y discursos manidos en la cinematografía y exponiendo nuevas ideas desde el punto de vista conceptual y estético.[3] Otros ejemplos que se pueden mencionar son el cine del haitiano Arnold Antonin y la obra cinematográfica de Jacobo Morales, de Puerto Pico.[4] Ambos resultan ilustrativos de cómo florece un cine impregnado de genuinas inquietudes acerca de conflictos que, al margen de las particularidades de cada isla, reflejan una preocupación por problematizar la condición caribeña.
Resulta lógico aventurarse a afirmar que, en efecto, la problematización de la identidad, de cómo se construyen las relaciones de tipo socio-cultural entre los diferentes territorios de la región y en relación con las metrópolis -destinos utópicos de innumerables caribeños- han sido temas explorados desde diversas perspectivas y dentro de las disímiles cinematografías caribeñas.
La pluralidad de las propuestas fílmicas caribeñas abarca un amplio espectro de intereses y desvelos entre los que pudiéramos mencionar, en primer lugar, las problemáticas relacionadas con el éxodo masivo que tiene lugar no solo hacia las tierras de los colonizadores sino también el movimiento del campo a la ciudad. Otro de los tópicos más socorridos ha sido el tratamiento de la violencia social y miseria provocadas por condiciones de vida precarias; así como las enfermedades de transmisión sexual -situación que aqueja particularmente a países como Haití-, el tráfico de drogas y los conflictos raciales. No faltan tampoco la música, “tanto en su protagónica utilización como recurso cinematográfico fuertemente expresivo, como en el homenaje a disímiles géneros y músicos del área”[5], ni las tradiciones, fábulas y leyendas inspiradas en la literatura caribeña.[6]
Las temáticas exploradas por las diferentes cinematografías caribeñas, aunque no se agotan en las mencionadas anteriormente, en su mayoría apuntan hacia cuestiones identitarias, de construcción de aquello que somos y que solo es reconocible desde la diferencia. Ello se hace palpable porque existe un cierto auto-reconocimiento por parte de algunos realizadores, que remonta sus orígenes en los años setenta, sobre todo con la película jamaicana The Harder they come (1972) de Perry Henzel, filme que marcaría el inicio de un corpus caribeño en el plano fílmico, al decir de Juan A. García Borrero.[7] Esta película fue significativa pues abrió un camino que después explorarían con mayor persistencia Euzhan Palcy, Raoul Peck y Félix de Rooy, tres de los realizadores más importantes de área.
Es un hecho que el relato de la historia caribeña, al menos en sus inicios, fue narrado por hombres ajenos a nuestro contexto, siendo los primeros cronistas los conquistadores españoles. El cine del Caribe en su génesis fue envuelto por un halo de exotismo folklorista impuesto por la visión euro-norteamericana acerca de la región, al que sucumbieron hasta sus cinematografías más fuertes como la mexicana o la cubana pre-revolucionaria. Bajo estas influencias, las mismas se inundaron de localismos machistas, grotescos erotismos y misticismo ramplón que se extendieron en el tiempo hasta la eclosión creativa que significó la fundación del ICAIC y posteriormente el Festival y la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, al igual que la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
La búsqueda de una identidad genuina condujo al cine caribeño por el camino de la resistencia ante los avatares naturales y sociales que han impactado al espacio Caribe. Del cine de charros, corridos, rumberas y guateques, se evolucionó a la revalorización de lo caribeño, una relectura crítica de nuestra historia; la denuncia contra la injusticia social ejercida por las oligarquías locales; el conservadurismo y la discriminación en sus diferentes formas; así como la situación de neo-colonialidad en que las antiguas metrópolis y la naciente proyección hegemónica norteamericana habían sumido a los pueblos doloridos del Caribe.
Cuatro audiovisuales de excelente calidad recomiendo para iniciarse en este fascinante universo: dos documentales y dos filmes de ficción. La clasificación en cuanto a géneros cinematográficos la tomé de la Muestra Itinerante de Cine del Caribe -el proyecto que aúna la mayor cantidad de filmes de la región-. Tal vez se percaten que las propuestas audiovisuales tienen los géneros poco claros: en el cine caribeño, a veces, los límites entre lo ficcional y lo real se desdibujan.
“Dreams in transit” (2016), o “Sueños en tránsito” en su traducción al español, es de la autoría de Karen Martínez y tiene una duración de 29 min. La película es un documental poético y con estilo de ensayo que trata el tema de la identidad y el sentido de pertenencia en los migrantes contemporáneos. La narradora, una trinitaria residente en Londres, regresa al Caribe para explorar el significado de “hogar” y el concepto de ese espacio que tanto los migrantes como los no migrantes pueden decir que pertenecen. La directora, K. Martínez, originaria de Trinidad y Tobago, ha producido y dirigido varios documentales para Channel 4, The Arts Council, The Trinidad Film Company y otros.
“El viaje más largo” (1987) es un documental en el que se discursa sobre el fenómeno de la inmigración China en Cuba y su presencia como elemento integrante del mestizaje nacional. Aborda el proceso de traslado y posterior asentamiento de la población China en el país, específicamente en La Habana y, por otra parte, la constitución de ese Barrio Chino que se ha mantenido hasta nuestros días. Su autor es uno de los más destacados cineastas del país: Rigoberto López, quien ha legado a Cuba una vasta obra de alto valor cinematográfico y artístico-cultural. Fue el género documental su predilección, produciendo una exitosa obra con títulos como Granada: despegue de un sueño (1983), El viaje más largo (1987) y Yo soy, del son a la salsa (1996). Representando al cine y la cultura caribeños ha participado en múltiples eventos internacionales. Es el fundador de la Muestra Itinerante de Cine del Caribe y fue su director hasta su fallecimiento en el 2019.
“What my mother told me” (1995), o “Lo que me dijo mi madre”, es un filme de Frances-Anne Solomon. Originaria de Barbados, Frances es una directora británico-canadiense, quien también escribe, produce y distribuye. El largometraje referido, con una duración de 55 min, es un dramático viaje al descubrimiento propio. De un exquisito trabajo técnico y profundamente conmovedor, la historia se centra en Jesse, una joven inglesa oriunda de Trinidad que regresa a su lugar de origen para llevar a cabo el entierro de su padre. Su madre, a quien dejó de ver desde muy pequeña, la contacta cuando escucha la noticia del regreso de su hija. Jesse, bajo la presión que ejerce la misma, accede al re-encuentro. Ahí es donde la protagonista se ve obligada a encarar la verdad de su pasado.
El film evoca los complejos vínculos entre la historia, el recuerdo, la violencia y la identidad cultural de una persona que realmente no conoce su pasado ni sabe a dónde pertenece. La autora, Frances Anne es una importante cineasta y activista. En 2001, fundó Caribbean Tales, una organización caritativa que produce, exhibe y distribuye proyectos educativos multimedia basados en historias del patrimonio del Caribe.
“Nueva Yol III‐ Bajo la nueva ley” (1997) es una comedia que narra la historia de Orodoto Balbuena, un carismático inmigrante dominicano, quien trabaja en la ciudad de Nueva York con la esperanza de obtener su residencia. La apremiante entrada en vigor de una nueva Ley Anti‐Inmigrante, que amenaza a estos con la deportación, lleva a Balbuena ‐como a muchos otros latinos‐ a “arreglar” su matrimonio con una residente local, para así burlar el asedio de los oficiales de la “migra” –como los personajes denominan a Inmigración en el filme-. Su director, Ángel Muñiz, es un cineasta y productor dominicano quien, a mediados de la década del 80, perteneció a un grupo de jóvenes comediantes denominados “Nueva Generación del Humor”, que ofreció un humor fresco y dinámico en la televisión dominicana.
Íconos como el mar, la tierra mojada por la humedad; el sol radiante coronando un cielo intensamente azul, la incesante lluvia; los carnavales, las máscaras y la solemnidad de una plegaria comulgan en estas emblemáticas producciones para ser utilizados como referencias visuales de la naturaleza multicultural propia de nuestro territorio. El Caribe, aún inexplorado en muchas de sus expresiones, es entendido por el cine como eso: un espacio indefinible, lleno de contradicciones, al que solo se le puede dibujar su silueta mediante la recolección de muchos pedazos, pero que a la vez, es generador de una inexplicable necesidad de revelar todas sus formas.
[1] Luis Alberto Notario: “Producción y circulación del cine nacional en el caribe insular: realidades y perspectivas”, en Luis Alberto Notario y Bruce Paddington (compiladores): Explorando el cine caribeño. La Habana, Ediciones ICAIC, 2011, p. 43
[2] Cfr. “Mesa Redonda “El cine en el Caribe. Una mirada al Caribe Fílmico”, en Armando Pérez
Padrón (compilador): Una mirada al cine del Caribe. Camagüey, Editorial Ácana, 2012, p. 83
[3] Para más información al respecto de estos títulos representativos o “películas imprescindibles”, al decir de Rufo Caballero y Mayra Pastrana, consúltese el texto de los autores: “Cine Caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada”, en Armando Pérez Padrón (compilador): Una mirada al cine del Caribe. Camagüey, Editorial Ácana, 2012.
[4] Cfr. Rufo Caballero y Mayra Pastrana: “Cine Caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada”, en Armando Pérez Padrón (compilador): Una mirada al cine del Caribe. Camagüey, Editorial Ácana, 2012, p. 80
[5] Mayra Pastrana y Rufo Caballero: “Cine caribeño, una utopía tan paradójica como inspirada”, en Armando Pérez Padrón (compilador): Una mirada al cine del Caribe. Camagüey, Editorial Ácana, 2012, p. 34
[6] Para mayor información al respecto ver Anexos 1.0 y 2.1
[7]“Mesa Redonda “El cine en el Caribe. Una mirada al Caribe Fílmico”. Op. cit, p.74
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