Argentina 1985 «Señores jueces, nunca más»

La Jeringa
6 min readDec 1, 2022

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Por: Olivia Busto Legrá

Sin rodeos, aquí va algo que necesitas saber: “Argentina, 1985" es un thriller político basado en hechos reales, dirigido por Santiago Mitre y estrenado en septiembre del 2022. Después de pasar por las salas de Venecia o San Sebastián, la obra -seleccionada para representar a la nación rioplatense en los Oscar- se estrena en La Habana; el público cubano podrá disfrutarla por primera vez «a lo grande» durante el transcurso del Festival de Cine Latinoamericano.

Pongamos su argumento sobre la mesa. El fiscal Julio Strassera, acompañado de un jovencísimo equipo, tendrá la importante y peligrosa tarea de juzgar a los altos cargos de la dictadura militar argentina, a contrarreloj y bajo amenaza. Si esto no resulta suficiente para interesar a algunos lectores, quizás les venga bien un poco de contexto histórico.

El llamado Juicio a las Juntas que ordenó el presidente Raúl Alfonsín, cuando la democracia aún era recién nacida, buscaba desmantelar las reiteradas y graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). ¿Te suena el apellido Videla? Seguramente sí. A su lado estaban otros como Agosti, Massera, Lambruschini, etc. Ellos constituyeron el primer grupo de dictadores de la historia universal en comparecer ante un tribunal civil para ser juzgados por sus compatriotas. Este proceso era impensable en otras naciones de Latinoamérica por aquel entonces.
Dicho acontecimiento hizo surgir el informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, titulado Nunca más. Pero para llegar a este el camino fue largo, empinado y sinuoso. La cinta de Mitre intenta recorrerlo durante poco más de dos horas, lo cual tiene bastante mérito. Así es la magia del cine, cuando está bien hecha.

Nos encontramos en los años ochenta. La pantalla refleja escenas de tonos verduzcos y amarillentos que inspiran a los amantes de lo vintage. Algunos personajes llevan espejuelos de dimensiones exageradas, otros lucen alocadas melenas cardadas. Fumar en cualquier sitio está permitido. Miles de familias se reúnen en la noche frente al televisor para enterarse de las noticias. Se escucha el ring ring de un teléfono empotrado en la pared interrumpiendo la conversación. Más en lo profundo, debajo de este mar en aparente calma, un volcán lleno de rencores, miedos y anhelos comienza a erupcionar.

Strassera -interpretado por un Darín que nunca decepciona- sabe que no tiene otra opción: debe acusar al antiguo régimen y devolverle la voz al pueblo. Le preocupa la seguridad de sus seres queridos. No es un cobarde, pero su valor parece pequeño en comparación con el de la esposa, quien ahora lo admira más que nunca; también con el de la primogénita adolescente, que no soporta sus paranoias; y, sobre todo, el fiscal luce como un novato al ser puesto junto a su hijo, ese que se roba la atención con cada frase rápida -y sorprendentemente madura- que pronuncia en acento de niño argentino.

La admiración del espectador puede dirigirse además hacia los entusiastas ayudantes de Strassera, la mayoría apenas graduados de la facultad de Derecho. Tienen ganas de trabajar duro y viajar por el país, pero sobre todo poseen un desarrollado sentido de justicia, lo cual les permite entrevistar a más de ochocientos testigos e informar sobre setecientos casos. El bando contrario en cierta ocasión se burla de la juventud del equipo; es ahí cuando -con mucho respeto- el fiscal sugiere que se le preste más atención a la contundencia de la prueba.

¿Quiénes son las víctimas? Hombres y mujeres de todas las edades y regiones de la Argentina que deciden relatar el trauma; algunos lo hacen en oficinas, sentados en un buró, bajo la mirada atenta de abogados y periodistas; otros incluso llegan a la corte, hablan frente al juez, al jurado y las cámaras que transmiten para que todos los ciudadanos, sin importar su ideología, sean conscientes del horror. Salen a la luz encarcelamientos, torturas, humillaciones, violaciones. A veces se hace difícil contener las lágrimas.

Recuerdo especialmente cuando la señora Adriana Calvo es llamada al estrado y cuenta cómo fue el nacimiento de su hija. Adriana parió a la «beba» en un auto, atada, con los ojos vendados, soportando los insultos de los guardias, luego de haber sido apresada con seis meses de embarazo. No contentos con eso, la obligaron a limpiar el piso y las mesas de un local, poco después de haber terminado el parto.

Los momentos de tensión dejan una huella profunda en el espectador, pero no son los únicos ratos memorables. Tanta tristeza demanda ciertas dosis de alegría. Las pinceladas de humor en el filme permiten respirar y recordar que la vida es, a pesar de todo, una interesante tragicomedia. Es por eso que el fiscal puede hacerles gestos obscenos a los de la Fuerza Aérea, que el niño se refiere a los jueces como «el petiso», «el gordo», «el bigotudo» y que la palabra «facho» adquiere tanta carga simbólica. Algunos han querido ver en dichos detalles una falta de respeto al proceso, un intento ridículo de copiar las estrategias hollywoodenses. A ellos les pregunto: ¿Acaso no es necesaria y verídica la risa, la esperanza en medio de la postdictadura? ¿El fiscal y sus ayudantes no lo arriesgan todo precisamente por y para eso?

No creo que se pueda acusar a la película de herir sensibilidades, pero sí se puede felicitar a sus creadores por haberlas hecho aflorar, incluso en quienes ni siquiera vivimos la época. La prioridad -aunque no protagonismo- que se les da a los testigos con la ausencia de banda sonora durante sus discursos; la aparición de las Madres de Plaza de Mayo, que se vieron obligadas a quitarse los pañuelos para permanecer en el juicio que tanto esperaron; la escena muda del aplauso final que involucra al público presente en la salas de cine, permitiendo el reemplazo del sonido de celebración del filme por el de sus propias palmadas. Estas son muestras de dedicación y respeto.

Posible espectador, no te dejes llevar por la oscuridad de algunas escenas o las características del género, no te engañes: esta película no es otro aburrido thriller político - judicial. Son varias -pero cautivadoras- las escenas en la corte y necesarios algunos diálogos o monólogos explicativos. Los personajes -la mayoría ni blancos ni negros, sino en distintos tonos de gris- con sus angustias y deseos, se encargan de mantener nuestros ojos y oídos bien atentos, para no perdernos ni un detalle de lo que tienen que decir.

Como comentaba en líneas anteriores, la banda sonora aparece cuando es más oportuna y se diluye cuando debe reinar el silencio. Los seres humanos en ocasiones decimos más al callar. No obstante, la nación rioplatense sabía que, ante el terrorismo de Estado, no se quedaría muda nunca más.

“Argentina, 1985" promete emocionar a los presentes en los cines habaneros con una anécdota digna de volver a contar. Ahora podemos sumarla al conjunto sagrado de piezas audiovisuales que intentan rescatar -de forma amena, pero siempre seria- fragmentos de la memoria humana que no deben perderse en el vacío de la ignorancia indiferente. Porque, como diría aquella frase atribuida a tantas figuras célebres a lo largo de las décadas, un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

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