Bardo: Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades
Por: Ana Laura Rodríguez Glez
“Entre más personal eres (en tu obra), más universal te conviertes [1]”: palabras usadas por el director mexicano Alejandro Gónzalez Iñárritu (galardonado con premios Oscar, BAFTA, Globo de Oro, etc), y que expresan muy bien el punto de partida para su más reciente filme “Bardo: Falsa Crónica de unas Cuantas Verdades” (2022), que hace parte, coincidentemente, del mismo género que “The Fabelmans” (2022): la autobiografía, pero muy lejos de la obra nostálgica y “auto-dedicada” que hiciera Spielberg, y más cercana a una experiencia onírica e inmersiva donde la realidad se rompe.
“No me interesaban los hechos, el cómo fue, qué paso… usualmente nuestros recuerdos son recuerdos de recuerdos y al final solo queda la emoción, eso era lo que quería capturar… La emoción que queda, esa es la verdad. La universalidad de esa emoción. Dije: necesito usar la ficción para mostrar esto, de manera que no me concentro en cómo fue, sino que uso la ficción para resaltar lo que la realidad esconde. La ficción demanda honestidad, para ser una mentira veraz, por así decirlo, y por eso le puse falsa crónica… es la manera en que nos contamos nuestra propia vida, somos buenos mentirosos.” [2]
Y es que esta película referencia la vida de su autor, encarado en el protagonista Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), cuyo apellido era el del propio padre de Alejandro, a un punto en que generó disgusto entre la crítica por la pretensión y la grandilocuencia con que el mexicano parece pensar de sí mismo. Se presenta como un famoso documentalista, lleno de lauros internacionales, que retorna a su país latinoamericano natal, y es rechazado por sus viejos amigos y compatriotas, a la vez que en la intimidad enfrenta la pérdida de un hijo nonato y de su propio sentido de identidad; y en este camino llega a hablar con el propio Hernán Cortez, a estar en una línea de metro inundada llena de ajolotes, a retratar una caravana de migrantes en el desierto y a escuchar “déjala, siempre hacen lo mismo, desaparecen pero ahí están jodiendo a todo el mundo, ni vuelven ni se mueren”, en la boca de dos hombres transeúntes, mientras un cura observa, luego de que una mujer se desmayase frente a sí, en una ingeniosa metáfora sobre los feminicidios y la violencia que vive el país mexicano. Es válido decir que varios de estos temas ya habían sido explorados antes: el artista atormentado en “Birdman o La inesperada virtud de la ignorancia” (2015) (premios Oscar y Globo de Oro a mejor película), de la mano de Michael Keaton, y el aborto involuntario en “Babel” (2006) (premio Globo de Oro a la mejor película), en la pareja interpretada por Brad Pitt y Cate Blanchett (además de haber dedicado “Amores Perros” en los créditos finales a este hijo fallecido).
En palabras del propio Alejandro: “una película es lo que es, y no lo que una persona dice que es, solamente el director sabe sus motivaciones y lo que es su película, y esa película, o ese libro, o esa música: es. La opinión de la gente, que es muy válida, o la crítica (…): la racionalización de una obra no hace a la obra, la obra es intacta sin eso… El tiempo transforma, la obra es la misma, pero las opiniones, los pensamientos cambian… La obra está viva, lo importante es estar seguro que la película es fiel a lo que querías hacer, eso solidifica, lo demás es viento, huracán, tormenta, pero si el árbol está bien plantado, no afecta que esté mojado, nublado, con luz… No importa que llueva ahorita, lo importante es estar contento con el árbol y en este caso lo estoy.”[3] Con este parlamento se podría deducir que Iñárritu es consciente de lo que se ha dicho sobre él y lo acepta y, por tanto, se podría hasta llegar a considerar que la pretensión es intencional, a veces. O imposible de escapar, cuando quieres ejemplificar lo absurdo del medio cinematográfico y del espectáculo y eliges hacerlo parando a tu protagonista en un anfiteatro con sus pies clavados, y mudo, queriendo escapar de los aplausos de objetividad cuestionable.
Pero más allá de este arquetipo (el artista incomprendido), el filme está lleno de motivos mexicanos: los ajolotes, animal adaptativo (¿o que no pertenece a ningún sitio?), el xoloitzcuinlte, perro que guía en el camino entre la vida y la muerte, el mito de los niños héroes, entre otros. Y de problemáticas atemporales a este punto, como son el clasismo, el racismo y la migración (que también había explorado antes en “Biutiful” (2011) y en “Carne y Arena” (2017) (premio Óscar). Esta última trae su propia polémica pues el director habla desde un privilegio: “vengo de una familia de clase media, llegué aquí (a Estados Unidos) y triunfé en 21 años, cosa que no sé cómo pasó y que no debía pasar… Pero hablé con muchos inmigrantes para hacer esto y sé que la mayoría se sintió identificada y estoy satisfecho con eso.”[4]
En cuanto al aspecto técnico, Iñárritu tiene su marca hace ya mucho tiempo, esta vez trabaja con Darius Khondji (“Seven” 1995, “Uncut Gems” 2019) y no con Emmanuel Lubeski, con quien ya había hecho The Revenant (Oscar a mejor película en 2018) y Babel; pero sigue entregando largos planos secuencias (rasgo más prominente en Birdman), travellings, con el uso de dollys, y cámara en mano para momentos de mayor dinamismo, y lentes angulares, componiendo un lenguaje cinematográfico complejo (y en esta ocasión compuso algunos temas para la música). Algo que ha expresado en múltiples entrevistas es su descontento con la estética actual de algunas producciones, alegando la fuerte influencia televisiva y que le quita la esencia al séptimo arte. En cuánto a las actuaciones, Daniel Giménez Cacho es natural, honesto, baja a tierra de manera muy diferente a Michael Keaton, por ejemplo, sin necesidad de explosiones emocionales para transmitir la apatía y la confusión, lleva al espectador de la mano en cada momento, deteniéndose en silencio a veces para que pueda ser envuelto por la atmósfera psicodélica también. Sin dejar de lado a Griselda Siciliani, Ximena Lamadrid e Iker Solano, en los papeles de la esposa y los hijos, respectivamente, quienes crean una sinfonía familiar perfecta en medio de sus contradicciones, imágenes hogareñas realistas y sensoriales.
Pues, si hay dos ideas que este director quería llevar a cabo con esta obra eran que: debía ser un filme introspectivo y sensorial, y que los logros profesionales nunca hacen desaparecer el sufrimiento o el vacío propio de la vida. Sin importar cuánto se abarque, la pena y la desesperanza son parte de la experiencia vital.
“Abrí mi subconsciente voluntariamente, y es un productor inagotable de recuerdos involuntarios, y muchas de las decisiones que tomamos se basan en nuestros miedos y traumas… hice este proyecto con mis ojos cerrados, todo el trabajo venía de adentro… Y parte de este proceso fue no huir del dolor insoportable de convivir con mis propios traumas.”[5]
Para los jóvenes ha dicho que no tiene sentido hacer algo que deba ser aprobado por la mayoría, pues eso le quita vida y lo mágico del cine es que “yo como un mexicano de 60 años me pueda identificar con alguien de 21 años de no sé qué país, y pueda decir oye, no estoy solo… que puedan hacer algo único, que solo ellos podrían hacer”[6]. Iñárritu ha hecho este filme para mostrar su mundo interno, sus contradicciones y sus dolores, la relación con sus padres, con sus hijos, con su país, etc, en un intento de reconciliarse con todo eso y descansar al fin, para entrar a una nueva etapa, y con tal carga del inconsciente no halló otra manera que recurriendo a escenas surrealistas e imposibles. No halló otra forma que expresando su verdad con ciertas mentiras.
[1] Still Watching Netflix. In Conversation/ Alejandro González Iñárritu on Bardo with Chloe Zhao/ Nteflix (2022, 19 de diciembre) YouTube (Traducción propia)
[2] Obi. Cit.
[3] Fuera de Foco. ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU: Qué quería decir con Bardo? / ENTREVISTA (2022, 16 de diciembre) YouTube
[4] Ibidem
[5] Ibidem.
[6] Ibidem.