(Benedetti)

La Jeringa
11 min readSep 14, 2020

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Por: Michel E. Torres Corona

Dibujo por Stephanie Rivero

1

Sonó el teléfono y yo tenía quince años. Murió Benedetti, me dijo ella. Fue hace ya mucho tiempo, pero todavía puedo recordarlo.

-Y ahora… ¿quién me va a escribir el prólogo?

Hace un siglo su paréntesis abrió, en Paso de los Toros, Uruguay. El poeta recuerda su infancia errabunda y a veces precaria con entrañable nostalgia: “viví durante años/ allá en colón/ en un casi tugurio/ de latas/ fue una época/

más bien miserable/ pero nunca después/ me sentí tan a salvo/ tan al abrigo/ como cuando empezaba/ a dormirme/ bajo la colcha de retazos/ y la lluvia poderosa/ cantaba/ sobre el techo/ de zinc”[1].

El éxito no llegaría pronto, pero llegaría. Inexorable, para toda la vida. Benedetti le cantaría al Montevideo cotidiano, “verde y con tranvías”, a sus ciudadanos comunes, a los funcionarios grises, a los hombres y mujeres que nada extraordinario hacían, que nada extraordinario se proponían. La vida mundanamente normal, a ratos asfixiante, de la “Suiza de América”. “Poemas de oficina” y el libro de cuentos “Montevideanos” lo colocarían en el mapa de la literatura nacional.

Pero nadie empieza leyendo al Benedetti cronista, al Benedetti que escribió ese cuento espectacular, “El presupuesto”, sobre la angustia perenne de un maltrecho grupo de burócratas que esperan buenas nuevas sobre un aumento salarial; esa angustia que se parece tanto a la esperanza. Todos empezamos a leer al Benedetti que hablaba sobre el amor; el poeta capaz de la sencilla genialidad que es llamar al insomnio “noche de ojos abiertos”; el de las frases tan célebres que casi parecen verbo de Dios: “mi estrategia es/ que un día cualquiera/ no sé cómo ni sé/ con qué pretexto/ por fin me necesites[2]; “si vos/ mengana dulce/ osada/ eterna/ si vos/ sos mi utopía[3]; “y si beso la osadía/ y el misterio de tus labios/ no habrá dudas ni resabios/ te querré más todavía[4]

A ella le leía esos poemas, ella me leía algunos, o escribía los suyos. Teníamos quince años, tiempo de enamorarse y esas sabrosas boberías. Por aquella época, incluso antes, empecé a leer también las novelas: “La tregua” y la cruel piedad del azar, “La borra del café” y su paralelismo entre la vida real y esa vida que nos inventamos en el misticismo. Benedetti se leía y se disfrutaba, cosa poco común, por desgracia, entre los autores que merecen la trascendencia.

2

Con el autor y su obra me sentí más conectado aún cuando fui descubriendo su posicionamiento político. Para Benedetti, la Revolución cubana fue un parte aguas, no solo en lo social, sino también en la esfera literaria. Para él, la Revolución propició que la literatura latinoamericana rompiera con “los viejos moldes, con la vieja retórica, con la vieja rutina”, que los intelectuales se lanzaran “con entusiasmo a experimentar”[5]. El uruguayo afirmaba que novelas tan aplaudidas por la crítica como “Rayuela” de Cortázar y “Cien años de soledad” de García Márquez eran resultado lógico de una intelectualidad latinoamericana, que había dejado de mirar con admiración religiosa a la vieja Europa, y comenzaba, al fragor de la Revolución cubana, a mirarse a sí misma y a su circunstancia.

Benedetti fue un vehemente defensor de la Revolución, pero no solo fue un “izquierdista de gradas”: se hizo parte de un proceso vertiginoso y a veces caótico, pero siempre pletórico de dulces asombros. Su relación con Cuba fue cada vez más estrecha gracias, en buena medida, a la gestión de Haydee Santamaría y Casa de las Américas[6]. En esa institución se le brindó apoyo y espacio para fundar el Centro de Investigaciones Literarias, del cual fue su primer director.

De su trabajo en el CIL, además de un importante número de colecciones de libros y discos, trabajos editoriales sobre el panorama literario latinoamericano y hasta un diccionario de escritores; sobrevive con especial brillo un “Archivo de la Palabra”, un registro de grabaciones de autores que leen sus propios textos. A Benedetti da gusto escucharlo leer: no hay asomo de falsa dicción ni pose rimbombante. Se oye a un hombre que conversa con uno, a través de esas caprichosas dimensiones llamadas espacio y tiempo.

Esa primera etapa de vínculo laboral comenzaría en 1968 y culminaría en 1971, con su regreso a Uruguay. Sin embargo, en 1973 se produce un golpe militar en la patria del escritor, y luego de hacer estancia en Argentina y Perú, regresa a Cuba; esta vez como exiliado.[7]

3

Han pasado muchos años desde aquella llamada. Éramos entonces adolescentes y yo hablaba mucho con ella sobre el Che, sobre el comunismo. Tenía más dudas que respuestas, pero me gustaba divagar con ella. Hoy, que nos acercamos peligrosamente a la tercera década de fugaz existencia en este convulso planeta nuestro, ya no pensamos igual. Yo sigo hablando del Che y del comunismo, con algo más de compromiso; ella no sabe si votar por Biden o por Trump.

Al Che lo mataron en 1967. Creo recordar que Marx afirmó alguna vez que la vergüenza era un sentimiento revolucionario; Benedetti lo confirma: “Así estamos/ consternados/ rabiosos/ aunque esta muerte sea/ uno de los absurdos previsibles/ da vergüenza mirar/ los cuadros/ los sillones/ las alfombras/ sacar una botella del refrigerador/ teclear las tres letras mundiales de tu nombre/ (…) vergüenza tener frío/ y arrimarse a la estufa como siempre/ tener hambre y comer/ (…) da vergüenza el confort/ y el asma da vergüenza/ cuando tú comandante estás cayendo/ ametrallado/ fabuloso/ nítido/ eres nuestra conciencia acribillada[8].

Al Che volverá siempre, no solo en la poesía sino también en sus ensayos. Cuando discursa sobre la relación entre intelectuales y hombres de acción, siempre habla del Che como ese ejemplo insólito de fusión de ambas características. Del intelectual diría Benedetti, en un primer momento, que su “misión natural” dentro de la revolución era “ser algo así como su conciencia vigilante, su imaginativo intérprete, su crítico proveedor”. [9]

Cita al Che cuando decía: “No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial”, sin establecer contradicción alguna con la famosa frase de Fidel: “Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”. A su juicio: “La indocilidad del intelectual cabe perfectamente dentro de la revolución: más aún, la enriquece, la hace más viva, más sensible, más creadora”.[10]

Pero explotó la bomba del “caso Padilla” y 62 intelectuales de renombre, encabezados nada más y nada menos que por Jean Paul Sartre; criticaron y rompieron con la Revolución cubana. Benedetti revisita entonces su dictamen: “El escritor revolucionario puede ser indudablemente la conciencia vigilante de la revolución, pero no como escritor, sino como revolucionario. En realidad, todo revolucionario (desde el campesino hasta el dirigente político, desde el intelectual hasta el obrero) debe ejercer esa conciencia vigilante.”[11]

Yendo de Gramsci a Fanon (y viceversa), Benedetti aboga por la reproducción sistémica del “buen sentido”, destruir el sentido común que dibujaba al intelectual como un “buitre subversivo”, que no podría jamás aliarse a una causa política, que no podría ocupar una trinchera. La descolonización y la soberanía de los pueblos pasaban también por hacer de la ciudadanía una cantera inagotable de intelectuales orgánicos del socialismo, de la nueva Latinoamérica.

A los 62 les dedica líneas de una claridad tremenda: “Para el intelectual europeo, o para el latinoamericano que secretamente aspira a serlo, las revoluciones frustradas tienen la ventaja innegable de que no originan los desagradables, incómodos, trabajosos problemas que enfrenta una revolución en el poder.” Luego remata con brillante sorna: “Lástima que, por lo común, las revoluciones no se emprendan por motivos estéticos sino por razones de justicia social”.[12]

Es muy interesante (y hasta divertido) leer las algunas consideraciones de Benedetti cuando enfrenta las acusaciones de los 62 a la Revolución cubana. Ante el apelativo de “estalinista”, que otorgan esos intelectuales europeos al discurso de Fidel por esos años, remarca: “(…) los de Europa saben su Stalin de memoria, pero de Martí no conocen ni las tapas”. Las sentencias lapidarias que se le atribuían (y aún se le atribuyen) a la influencia del socialismo real, no provienen de la Unión Soviética, sino que son expresión coherente del pensamiento radical cubano. “(…) no jeringuen más con el estalinismo habanero”, sentencia entonces Benedetti, y luego:

“Admitimos que la revolución conlleva errores, desajustes, desvíos, esquematismos. Pero la asumimos con su haz y con su envés, con su luz y con su sombra, con sus victorias y con sus derrotas, con su limitación y con su amplitud. Porque, aun con todos sus malogros, con todas sus carencias, la revolución sigue siendo para nosotros la única posibilidad que tiene el ser humano de recuperar su dignidad y realizarse a sí mismo: la única posibilidad (mediata o inmediata, según los casos) de rescatarse de la alienación en que diariamente lo sume el orden capitalista, la presión colonial. Y esa prioridad es decisiva no para juzgar estilos, estructuras, escuelas, ni por supuesto para medir talentos. Esa prioridad es simplemente decisiva para saber quién está con nosotros, y quién con el enemigo.”[13]

4

La última vez que hablé con ella sobre Benedetti, volvimos a coincidir en su mérito literario. Su pensamiento político, en cambio, nos separaba. Yo lo seguía admirando como un intelectual comprometido, coherente, valiente, honesto; ella se compadecía de su ingenuidad: otra voz secuestrada por la “dictadura” que “lavaba cerebros”.

Benedetti polemizó con los intelectuales de su época, incluso con verdaderos clásicos. Escribió sobre Borges que tenía asegurados dos lugares de excepción: “uno en la más exigente de las antologías literarias, y otro en la historia universal de la infamia. Siempre haré lo posible por que la segunda consideración no invalide la primera; pero también aportaré mi esfuerzo para que la primera no disculpe la segunda.”[14]

Cuando Octavio Paz catalogó la labor de los intelectuales latinoamericanos como “catastrófica” (luego del derrumbe del campo socialista), Benedetti respondió en un poema que las causas estaban claras: “(…) defendemos las revoluciones que a él no le gustan/ somos la catástrofe asimismo/ porque hemos sido derrotados/ pero ¿no es raro que octavio ignore/ que la verdad no siempre está/ del lado de los victoriosos?[15] El honor victis de los que solo desean una victoria que “no nos cubra de vergüenza histórica”.

Pero nunca brilló más como polemista que cuando cruzó espadas con su tocayo Vargas Llosa, en una serie de artículos que lo mostraron al mundo como el brillante ensayista y el intelectual revolucionario de calibre que era. Vargas Llosa había tildado a los escritores que defendían las revoluciones de Cuba y Nicaragua como “intelectuales condicionados”; que temían ser “triturados” por un mecanismo de “satanización y difamación” supuestamente poseído por la izquierda. Entre los “intelectuales condicionados más ilustres”, Vargas Llosa nombró tres: García Márquez, Benedetti y Cortázar.

Sintiéndose aludido, el escritor uruguayo respondió: “(…) el propio Vargas Llosa no es aceptable prueba de su teoría, ya que desde hace años se viene despachando a gusto sobre algunas de nuestras más firmes convicciones, y sin embargo no parece haber sido muy triturado: (…) ha sido promocionado, elogiado, editado, premiado y traducido como pocos escritores de este mundo. Tal vez su caso podría ser ejemplo del extraordinario apoyo que puede lograr un escritor cuando, además de producir excelentes obras, ataca las posiciones y actitudes de izquierda”. [16]

Le exige a Vargas Llosa, a su vez, “un mínimo de seriedad en los planteos políticos”, respeto a tantos intelectuales que, en aquella época, habían muerto a manos de las dictaduras militares (que no eran nada izquierdistas). Y concluye, con maestría: “Hace tiempo que nos hemos resignado a que no esté con nosotros en nuestra trinchera, sino con ellos, en la de enfrente, pero en cambio no podemos resignarnos a que, por diferencias ideológicas o amparado quizá en las dispensas de la fama, recurre al golpe bajo, al juego ilícito, para reforzar sus respetables argumentos. Afortunadamente, la obra de Vargas Llosa está netamente situada a la izquierda de su autor, y seguirá siendo leída con fruición por los zombis, los robots y los perros de Pavlov”.

Amén de las polémicas, Benedetti fue, a decir de Galeano: “el más generoso de todos los escritores que conocí. Los triunfos de los demás escritores no le provocaban un ataque al hígado, y en cambio le daban alegría. Increíble. Paradójicamente, sus colegas nunca le perdonaron el éxito”. Y es que, además de su meridiana y radical postura política, Benedetti gozó en vida de una popularidad que causó admiración, pero también envidia. Aún hoy, muchos literatos de alcurnia miran con desdén la obra del poeta, como miran con desdén todo lo que tenga tufo a “popular”. Benedetti fue el mejor ejemplo de lo que debiera ser una práctica habitual: popularizar lo bueno y nunca darle jerarquía a lo mediocre.

5

Recuerdo nos quedamos en silencio un rato largo. Lloramos. Bueno, quiero pensar que lloramos; yo solo podía imaginar sus lágrimas al otro lado del teléfono. A Benedetti lo conocí en vida solo a través de sus textos. Hoy, muchos años después de su muerte, lo voy conociendo cada día más, volviendo a él una y otra vez.

La soledad, el exilio, la muerte, fueron temas recurrentes en su obra. En uno de sus últimos poemas, enviado especialmente para un número de la revista Casa de las Américas (con la cual siempre mantendría relaciones[17]) diría: “es ahora mi muerte meridiana/ la que en silencio está diciendo ven/ pero yo me hago el sordo”.

No logró sobrevivir por mucho tiempo el poeta a su mujer de toda la vida, Luz, a quien dedicara gran parte de su trabajo y fuera compañera en la literatura y en la lucha cotidiana; muchas veces contra la terrible persecución de los sicarios y otras contra la no menos terrible virulencia de algunos de sus colegas. En Cuba halló Benedetti una “patria suplente”, La Habana descolocó su “brújula de nostalgia”, desordenó su patriotismo. Pero la muerte lo fue a buscar a Uruguay, su país de siempre. Esa era su noción de patria, “esta urgencia de decir Nosotros”.

Uno de sus poemas se titula “La vida ese paréntesis”. El poeta nos habla de ese paréntesis que es la existencia humana: uno no es hasta el momento que nace, y vuelve al “no ser” cuando muere. Y no hay regreso. El arroyo no vuelve: sueña su destino, va y se mete en el río, y luego al mar.

Y así una noche llegaré en silencio/ al borde de mi último destino”. Fue así. Sin embargo, su voz reverbera aún, como un eco. Está instalada para siempre en la nostalgia de sus lectores.

-Y ahora… ¿quién me va a escribir el prólogo?, le dije a ella.

Yo era muy pretencioso y soñador. Estábamos los dos muy tristes. Hace años que no la veo. Tuvo un hijo, vive lejos. En un punto caprichoso de nuestras vidas, nos cruzamos. Luego ya nos hemos ido distanciando, cada vez más. Estuvo años apareciéndome en la borra del café, en esos dibujos curiosos que a veces quedan en el fondo de una taza. Pero yo sabía leer esos trazos, porque había leído a Benedetti.

Y lo seguiré leyendo hasta que se cierre mi paréntesis.

Breve bibliografía comentada:

En este artículo no puse citas con páginas y tal porque me parecían anticlimáticas. De todas formas, al lector interesado le recomiendo, para la obra poética, la antología publicada por Casa de las Américas, así como la recopilación de textos, entrevistas, ensayos y valoraciones, que hiciera esta institución sobre Mario Benedetti, en 2015. Ambos son libros que se disfrutan mucho.

También pueden resultar de interés una antología de poesía y prosa que publicara la Editorial Arte y Literatura en 2018, y la edición cubana de “Cuentos completos” que publicara hace ya varios años (y que tuve la suerte de conseguir por solo diez pesos en una tienda de libros usados). En esas obras encontrará todo lo que ha sido citado en este escrito, excepto por el poema a Luz, titulado “Epílogo”, que forma parte del libro “Cantares del que no canta”, y que no ha sido publicado (aún) en nuestro país.

También está Internet. A piratear sin remilgos.

[1] Poema “Abrigo”

[2] Poema “Táctica y estrategia”

[3] Poema “Utopías”

[4] Poema “Todavía”

[5] Ensayo “El escritor latinoamericano y la revolución posible”

[6] Fue también parte de su Consejo de Dirección.

[7] En 1980 viajaría a España para su último exilio, antes de regresar permanentemente a Uruguay, con la democracia y el fin de la dictadura militar.

[8] Poema “Consternados, rabiosos”

[9] Ensayo “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual”

[10] Ibídem.

[11] Ensayo “Las prioridades del escritor”

[12] Ibídem

[13] Ibídem

[14] Ensayo “Situación del escritor en la América Latina”

[15] Poema “Somos la catástrofe”

[16] Artículo “Ni corruptos ni contentos”

[17] La correspondencia en verso con quien fuera por muchos años Presidente de esta Institución, Roberto Fernández Retamar, y los versos y artículos que dedicara a Haydee, son lecturas sencillamente deliciosas y profundamente conmovedoras.

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