Bola de Nieve al piano
Por: Rubén Núñez Acosta
“Bola de Nieve nos pone a todos de acuerdo, evidentemente. Pero ha tenido, por encima de eso, el talento necesario para ponerse de acuerdo con todos los pueblos del mundo”.
Alejo Carpentier
Un frac, un piano y una inamovible sonrisa en la oscuridad de la redonda cara. Bola de Nieve es el legendario personaje que creó Ignacio Jacinto Villa Fernández; él, el hombre, nació el 11 de septiembre de 1911 en Guanabacoa, entre las historias de doña Inés y el sonar de los tambores. Estudió solfeo y piano, su primer trabajo consistió en ponerle música a las películas silentes del cine Carral. Su vida, hasta entonces dividida entre el acompañamiento a varios intérpretes y el estudio en la Escuela Normal, alcanza el clímax cuando Rita Montaner le pide sumársele a su gira por México. En una de las presentaciones, la cantante cubana pide que pongan en cartel: Rita Montaner y Bola de Nieve. “Un negrito gordo de sonrisa reluciente solo puede llamarse Bola de Nieve”, expresó la cantante cuando le preguntaron.
Luego del éxito de la gira por Hispanoamérica y Estados Unidos, Bola comenzó a realizar presentaciones como solista. Fue bien recibido en los más diversos escenarios del mundo. No solo interpretaba canciones de Adolfo Guzmán, Chabuca Granda o Emilio Grenet, también componía. Era dueño de una voz única. Narraba sus canciones y la música, ejecutada con oficio, tomaba un segundo plano. Poseía, en escena, un dominio teatral sobre sus gestos y palabras.
“Nadie canta La vie en rose como el Bola”, dijo Edith Piaf al escucharlo. Canciones tan populares como La flor de la canela o No puedo ser feliz, eran llevadas a un plano íntimo, a un lugar cerrado. Allí, el autor las estudiaba y, si estaba lo suficientemente convencido, las hacía suyas. “Yo soy la canción que canto; sea cual sea el intérprete”.
“Soy color café, soy carmelita, como el hábito de la Virgen del Carmen, hasta cosa sagrada tengo en mi color”, comentó, en 1958, a un programa radial peruano. Detrás de la gran risa habitaba un dolor auténtico, centenario, llegado en barcos negreros. No podía existir mejor persona que él para interpretar los Motivos del son, obra escrita por su amigo, el poeta Nicolás Guillén.
No era un tenor ni un barítono, era Bola. Con aquella voz de “vendedor de ciruelas, de melocotones”, provocaba que los más prominentes críticos de arte se rindieran ante la magia milenaria, inexplicable, de su cantar. Cuando Ignacio Jacinto Villa Fernández, el hombre, abandonó el mundo en la madrugada del 2 de octubre de 1971, Bola de Nieve quedó resguardado en lo eterno; marcado por la palabra más grande a la que puede aspirar un creador: universal.
“Y cuando cierran El Monseñor, dicen que pasa algo raro. Por las paredes se oye una voz, y tocan solas las teclas del piano”
Carlos Varela
Referencias bibliográficas
Imparable Bola de Nieve. (2017, septiembre 21). Juventud Rebelde. Recuperado en septiembre 5, 2020, de http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2011-02-21/imparable-bola-de-nieve
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