Breve acercamiento a “Niñas en la casa vieja” de Dazra Novak
Por: Grechent Ledesma
Galardonada con el Premio de la Crítica Literaria 2022 que otorgan el Instituto Cubano del Libro y el Centro Cultural Dulce María Loynaz, finalista en el concurso de novela Alejo Carpentier en el año 2018, presentada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en fecha relativamente reciente, agotada en librerías nacionales, la antepenúltima entrega de la escritora cubana Dazra Novak, en la que ocho mujeres rotas por este mundo machista que habitamos se unen y fundan su nueva familia en el interior de una vieja casa del Vedado, sigue dando mucho de qué hablar.[1] En sus páginas, más allá de los andares cotidianos del cubano, su identidad marcada más ya por la crisis que por símbolos de cubanía que hoy han pasado a un segundo plano, de la habaneridad, de lo popular –siempre de la mano de lo culto, proyectando una maravillosa simbiosis de universalidad–, junto a la risa y lo carnavalesco, subyace el deseo de visibilizar, desmontando estereotipos, la condición de ser mujer –sobre todo de ser mujer homosexual– y el anhelo feminista de devolver a esta su justo lugar en la sociedad. Es por eso que, como bien dice Rogelio Riverón, el editor, Niñas… es, ante todo, una novela sobre la condición femenina.[2]
La historia es narrada por Camila Comas, una locutora de radio mestiza de raíces burguesas y pelo ensortijado, quien es también la propietaria de la casa. Ella es quien va rescatando de su dolor y su soledad a cada una de estas mujeres renegadas por su familia o por sus amantes, y se ocupará de sustituirles la familia, el amor y el hogar perdidos por un equivalente unisexual y democrático, donde cada una puede ser quien es con el solo límite de respetar a su prójimo.[3] Así comienza el desfile de este grupo de amigas, sí, porque estas mujeres, aunque entre algunas de ellas surgen atracciones sexuales, son, en primera instancia, amigas. Primero la dulce Ana Manso, pinareña emigrada, huérfana, abandonada por un amor que a su vez emigró fuera del país, que gusta de los boleros, los animales, el pan y el gimnasio y constituye una versión femenina de Superman con tintes más específicos que nos hacen quererla más, amén de la ternura de su sencillez y su buen corazón; su solo nombre dice mucho sobre ella. Ana Manso conduce una motocicleta pero también sabe usar vestidos sensuales y tacones altos, es la protectora de estas mujeres solas, mujeres sin hombre, cuando la situación se pone tensa fuera del espacio seguro de la casa.
La altanera, preciosa y orgullosa Rosita Aparicio es la segunda en llegar a la casona, con su obsesión por los olores agradables y su retraimiento hacia las relaciones amorosas. Rechazada por sus padres, había sabido labrarse su propio camino de manera exitosa gracias a su buena estrella y su amor por el dinero. Luego está la adolescente rebelde y andrógina, artista del papier maché, que es Lina Linet, quien carga un conflicto similar al de Rosita Aparicio, puesto que sus padres la echaron de casa debido a su condición de lesbiana. Lina tiende a la depresión y al consumo de drogas, pero posee una mentalidad visionaria, a ella Novak otorga el discurso más intransigente del feminismo lésbico. “¿Hasta cuándo seguiremos pidiendo permiso para existir?”[4] grita Lina en la voz narrativa de Camila Comas. Su dolor es, acaso, el más grande de todos, el abandono de los padres no es comparable a la muerte de estos, matar a un hijo en vida, enterrarlo vivo, es un asunto mucho más feroz:
(…) Con Lina Linet aprendí que el rechazo de los padres es peor que la ausencia física de los mismos. Ana Manso, por ejemplo, ya nunca sabría qué pensaría su madre, si estuviera viva, de su vida sexual, y por eso estaba en paz con su memoria. En cambio Lina Linet los había perdido a ambos en otro tipo de muerte mucho más trágica, aunque no lo parezca. Al muerto real se le idealiza, se le conceden los mejores recuerdos, termina perdonándosele todo. Al muerto voluntario le aflora lo feo, lo triste, lo trágico, no se va nunca. Todavía no se le entierra. Se queda estorbando como un fantasma que nos persigue y basta que alguien saque el tema, es decir, lo resucite, para revolverlo todo y una empiece a llorar otra vez.[5]
Le sigue Rosario Farrás, la mujer-don Juan, que en el fondo no es más que una romántica insegura carente de afecto, frustrada por una conquista irrealizada. Rosario protagoniza una escena simbólica muy interesante alegórica [U1] a la liberación femenina frente a la opresión del mundo machista cuando sale a la calle con el torso desnudo y los brazos abiertos demostrando así ser la única dueña y señora de su cuerpo y despertando la admiración de todas las otras mujeres que espectan la escena; pero esta liberación no llega a completarse, Rosario rompe a llorar cuando un sujeto masculino le dice, “con todo respeto”, que lo que ella necesita es un hombre.
Después Zulema Restrejo, catalana, emigrante invertida, enviada por su padre a vivir su vida a un país del tercer mundo con dinero de por medio. Habiendo gastado todo el efectivo se invita por sí misma a vivir en la casona. Trae consigo los aires de superioridad del colonizador. Zulema Restrejo causa el primer conflicto importante dentro de la casa por sus juicios injustos, su poco respeto por las costumbres cubanas –cosa que las otras muchachas, sobre todo Rosita, defienden a capa y espada– y la imposición de las suyas por creerlas mejores. Lo maravilloso es que termina haciendo los negocios más turbios y egoístas, como el más pillo cubano.
Vera Borrás, por su parte, es una joven seductora, segurísima de sí y de sus atributos, fotógrafa talentosa y autodidacta, que roba el corazón de Camila sin devolverlo nunca más y se convierte en el centro de atención de toda la casa cuando queda encinta de alguno de sus tantísimos amantes, esos que entraban y salían de su habitación para, supuestamente, ser fotografiados desnudos. La promesa de un hijo, que trágicamente se les escapa de las manos, se convierte en el lazo más fuerte que puede unir a estas mujeres en conflicto constante y a la misma vez, en la tijera que lo corta, cuando el niño muere antes de que Vera dé a luz. David es la esperanza, el futuro, la realización del deseo insatisfecho de estas mujeres de brindar afecto y recibirlo, de educar bien, y sobre todo, del deseo de ser madres, que por su naturaleza homosexual les es negado: “no sabremos lo que es ser mujer casa, mujer cuna, mujer cuchara para comer”.[6] Un niño es lo que desean, no una niña que padezca en este mundo de hombres, un niño heterosexual, para que tampoco sufra lo que ellas han sufrido, eso quieren, y no lo consiguen, la frustración es tan grande para todas que la separación es irreversible y Camila, hacia el final de la novela, queda sola en la casona.
El relato de la vida de Camila Comas y su familia es un perfecto resumen de la historia de Cuba más reciente. Pudiera decirse que la propia Camila es un muy buen resumen de la esencia de esta isla[U2] : hija de un marxista convencido avergonzado de sus raíces burguesas y de una hermosa mulata practicante de alguna religión afrocubana, nieta de españoles emigrados y enriquecidos en este Nuevo Mundo, nacida con un gajo de albahaca a un costado y la oración de San Luis Beltrán del otro, viene a ser una síntesis de la mulatez, del color cubano. Es un gusto regodear ese capítulo donde narra y reflexiona sobre sí misma, ya no de sus compañeras, y asistimos el esplendor burgués y a su caída definitiva, vemos emerger la figura del Ché[U3] y los barbudos, hasta llegar al Vedado corrompido por el tiempo y las crisis, que conocemos hoy. Camila es una y muchas a la vez, el estudio psicológico que propone Novak de este personaje puede que lo convierta, quizás, en una de sus creaciones más memorables.
Y por último, la gitana, que sin desligarse de su casa de la calle Monte y su gato amarillo, forma una parte indispensable de esta novela y de sus personajes. Es quien le otorga la carga mística mayor a la diégesis, que ya de por sí, es real y maravillosa, sin perseguir demasiado la verosimilitud e incorporando en su interior todo una intensa amalgama de alusiones a la cultura popular cubana como la charada y la jerga más vulgar, boleros y canciones más contemporáneas, combinándolas con diversas referencias al ámbito internacional, el cine y el audiovisual en general, la web, etcétera, algo muy característico de la generación de Dazra Novak, si bien ella misma no se sienta parte de dicho grupo ni de ningún otro.[7] La gitana es una especie de guía espiritual para estas mujeres –menos para Rosita Aparicio, materialista por excelencia– y también una de las figuras más sensuales de la trama, con sus ojos negrísimos, su busto enorme y el vaivén de sus caderas al caminar, amén del misterio de su sabiduría espiritual.
Novak establece un diálogo muy ameno con variados discursos literarios, pero el mayor de todos gira en torno a la obra loynaciana. Se trata de una visión diacrónica de la obra de nuestra Premio Cervantes, que va más allá de la mera referencialidad: se menciona la antigua casa que inspiró Jardín, su muy aclamada novela de los años 30, que hoy es un edificio multifamiliar, un solar cuya fachada se nos muestra eclipsada por matas de plátano o tendederas de ropa improvisadas; pero va más allá de eso. El espacio en el que estas mujeres conviven, esa casa-país, el encierro simbólico y el refugio en esa casa-jaula[8] recuerdan el espacio en que vivió y se aisló voluntariamente la Loynaz hasta el final de su vida, y establece un paralelismo entre la soledad de la casa y la de la isla de Cuba en el mapa, que constituye un tópico viejo en la literatura cubana y ahora también viene de la mano de las circunstancias políticas e históricas de la Cuba de hoy: Cuba está doblemente aislada. [U4] En este punto también habría que referirse a la noción loynaciana de la casa-cuerpo, piénsese en ese largo y hermoso poema que es “Últimos días de una casa” y esto de hablar de ser mujer casa refiriéndose con ello a la maternidad; véase el gusto por la nocturnidad; la noción del artista como un ente inspirado, piénsese por ejemplo, en el comienzo de los Poemas sin nombre cuando el sujeto lírico se dirige a Dios y le dice que las criaturas que envió ya están revoloteando sobre su cabeza y en el pasaje de José haciendo sus muebles, cuando la niña Camila comprende, finalmente, que cuando su abuelo estaba en el taller en realidad estaba hablando con Dios; incluso en la limpieza del estilo de Novak puede sentirse la influencia de Dulce María Loynaz, si para ella el adjetivo era hojarasca para Dazra Novak pudiera decirse que también.[9]
Niñas en la casa vieja anuncia, probablemente, el período de madurez de su autora, que ha transitado desde la supuesta autoficción de sus dos primeros libros, Cuerpo reservado y Cuerpo público, la experimentación en materia genérica de su no-novela que es Making off y los arrebatos eróticos de sus minicuentos hacia una literatura más densa por el número tan grande de referentes de la cultura que incorpora, cuya lista alargaría demasiado esta breve reseña, el manejo diestro del lenguaje, el retrato acertadísimo de nuestra sociedad en todos sus honores y horrores, la representación casi real de nuestra cubana manera de hablar, nuestras supersticiones, el ritmo y el erotismo que acompañan a nuestra identidad caribeña, el gusto por la magia, por lo maravilloso, la solución cubana a toda crisis que es reír de las propias desgracias, o como bien resume la autora, de llorarreír, todo esto unido a, como siempre, la ciudad de La Habana, el no lugar, la ciudad derrotada, caótica, y resignada. La conciencia de lo univesal desde el ámbito local, sobre todo a través del uso de la intertextualidad, la hibridez en la estructura interna del relato y en la conformación de los personajes, el juzgar con ojo crítico cada pedazo de la realidad, la desacralización de los espacios y de la vieja noción de lo cubano, el espacio urbano habanero desnaturalizado y algo distópico que la crisis de los noventa nos dejó, lo que va quedando de la crisis que seguimos viviendo hoy, todo eso y más hay en esta exquisita novela. Mi único reproche es un detalle, que achaco al editor, que es quien debe ocuparse de estas cosas mejor que el propio autor y es que no es posible la comparación de la madre de Camila Comas con Cecilia Valdés si se le describe como una mulata que tenía la tez del color del azúcar parda y los ojos verdes cuando la Cecilia de Villaverde, hija de Rosario, mulata clara y Cándido Gamboa, blanco y español, era blanca a la vista y tenía los ojos oscuros. Es un detalle difícil de perdonar, pero que poco peso tiene en comparación con los soberanos aciertos del libro. [U5] Se trata de una novela destinada a todo público adulto que quiera asomarse al universo femenino, a la mujer de verdad, lejos de los clichés que se han normalizado con respecto a la homosexualidad femenina y la construcción social de lo que debe ser una mujer y el rol que debe cumplir en la sociedad. Es una narración muy íntima, que involucra de manera muy efectiva al lector, no solo por el lenguaje ameno y la narración en primera persona [U6] sino por el tono tan sincero y sentido que hay en cada palabra. Niñas en la casa vieja es una apuesta necesaria, sí, una respuesta amorosa a la laceraciones del machismo y la homofobia, es la redención, la irrupción del discurso femenino en el verdadero lugar que le corresponde, es el derecho de decir, para que se sepa, lo que durante siglos muchas mujeres han sufrido en soledad, es, más todavía, un canto de consuelo de mujer a mujer, de hermana de lucha a hermana de lucha, un homenaje, un poema, un regalo pedido desde la inconsciencia de tantas.
Notas
[1] La casa existe realmente. Está situada en J y 19, y a día de hoy luce restaurada, ya no gris y enmohecida como la retrata la autora. Sin embargo, la descripción que hace Novak de los espaciosutora, pero la manera en que describe los espacios interiores es puro fruto de su imaginación, ya que no entró nunca.
[2] Riverón Rogelio. Nota de contracubierta. Niñas en la casa vieja. Editorial Letras cubanas. La Habana, 2019.
[3] Todas las mujeres que vivieron en esta casa llegaron (…) atormentadas por las limitaciones y las renuncias. Resignadas a que la vida que habían soñado y hasta la que habían vivido hasta un punto, se hubiera esfumado como por arte de magia. Como si Dios se hubiera olvidado de inscribirlas en el gran registro civil de la existensia humana y por eso carecían de todos los derechos –civiles, familiares, conyugales, humanos– (…)
[Novak, Dazra: “Rosita Aparicio”, en Niñas en la casa vieja, p. 23]
[4] Novak, Dazra: “Lina Linet”, en Niñas en las casa vieja, p. 44.
[5] Ibídem, pp 44–45.
[6] Novak, Dazra: “La tregua”, en Niñas en la casa vieja, p. 165.
[7] Ver entrevista ofrecida a María Matienzo en 2014.
[8] “(…) nuestras precarias vidas tan encerradas en nuestra isla, en nuestra casa, en nuestra condición sáfica” [Novak, Dazra: “Zulema Restrejo”, en lema Restrejo”, Niñas en la casa vieja, p. 76].
[9] Ver ensayo “Mi poesía: autocrítica” de Dulce María Loynaz.