Breve descarga de jazz para el cine cubano
Por: Erian Peña Pupo
Ausente de la producción cinematográfica cubana de la primera mitad del siglo XX, el jazz –entonces género de culto de una minoría, con escasa proyección en los medios y un limitado poder de conexión con el gusto popular– irrumpió con la fuerza renovadora de su sonoridad a partir de la creación del Icaic en 1959 y el quehacer, en torno a la figura de Alfredo Guevara, de un grupo de jóvenes con mayor o menor experiencia cinematográfica –algunos habían estudiado en Cinecittá en Roma, otros venían de la televisión o casi de cero–, pero con una cultura creciente y deseos de hacer cine.
Antes el cine cubano, con sus comedias y dramas, algunos destacables, compartía los cánones empleados por Hollywood en sus bandas sonoras o utilizaban la música como parte del discurso visual; por norma se usaba la llamada música culta y en los filmes musicales, fueron muy comunes los temas populares cubanos. Estos eran, escribió entonces el narrador Lino Novás Calvo, un “ejemplo de indigencia creativa y de codicia empresarial”, que basó sus éxitos “en la infalible fórmula de la Triple C: cómicos, cantantes y cabareteras (estas últimas, en su modalidad criolla más espectacular, la rumbera)”.
El cine cubano se reconstruía y con él, su música. Los jóvenes realizadores perseguían, entre tanteos y múltiples influencias, entre búsquedas y esfuerzos titánicos, un cine propio, que bebió del neorrealismo italiano, la Nueva Ola francesa, el cine independiente norteamericano, los clásicos soviéticos… hasta asimilar críticamente sus hallazgos para “insertarlos en la corriente de vanguardia de la cultura cubana”, escribió Alfredo.
La siguiente selección sirve como una especie de bojeo o breve aproximación al jazz en el cine cubano de las últimas décadas y no se propone ser concluyente ni absoluta, sino todo lo contrario. Más bien resulta una recomendación para el jazzista cinéfilo o el cinéfilo jazzista (que no es lo mismo, pero es casi igual). Varios de estos materiales están incluidos por sus bandas sonoras, en las que encontramos a importantes exponentes del género, y otros por estar dedicados a maestros o agrupaciones del jazz. La mayoría son documentales, si bien encontramos ficción. Quede la relación como una sugerencia para revisitarlos o conocer estos filmes.
- Cuba’58 (Jorge Fraga y José Miguel García Ascot, 1960). Este parece ser el primer ejemplo de la relación entre el jazz y el cine cubano, y el único trabajo realizado directamente por el gran Bebo Valdés para nuestra filmografía. Aquí Bebo comparte créditos con el compositor Félix Guerrero, como autores de la música para el cuento “Un día de trabajo”, dirigido por García Ascot. Bebo tendría, más de medio siglo después, una presencia significativa en varios reconocidos filmes españoles, dirigidos por su amigo y promotor Fernando Trueba.
- En el corto Un festival (1963), el gran documentalista Nicolás Guillén Landrián, como parte del equipo del Noticiero ICAIC Latinoamericano, incluye fragmentos de varias improvisaciones sobre un standard de jazz, donde intervienen el saxo alto, el drums, el contrabajo y el piano, como elementos dialogantes, no como mera apoyatura al discurso fílmico. Guillén Landrián se atrevió a incorporarlo explícitamente a su producción cinematográfica en fecha tan temprana como 1963.
- Rogelio París realizó en 1964 Nosotros, la música, su ópera prima, un documental de 66 minutos que resulta un fresco del panorama sonoro cubano. Redescubierto a finales de la pasada década, no solo por su valor testimonial sino por la fotografía y la realización cinematográfica, ha devenido un verdadero clásico del cine documental y musical cubano. Para la historia del jazz en Cuba, es un testimonio único donde encontramos una descarga del Quinteto Instrumental de Música Moderna con Frank Emilio Flynn al piano y Tata Güines en las tumbadoras; “Gandinga, Mondongo y Sandunga”, del propio Frank Emilio; Papito Hernández, en el contrabajo; y Guillermo Barreto, en las pailas.
- La reiterada presencia del maestro Chucho Valdés y su música dentro de las producciones del Icaic inician en 1967. Ese año la necesaria realizadora Sara Gómez filmaba al Quinteto Cubano de Música Moderna, llamado entonces Jesús Valdés y su Combo, para su imprescindible documental Y tenemos sabor. Estas son las primeras imágenes en movimiento del gran Chucho que han llegado a nuestros días; y quizás las únicas de un nombre que significó un fenómeno inigualable en la escena jazzística cubana: Guapachá. Pero lo más relevante es el papel que la cineasta le concedía a la creación musical del muy joven Chucho Valdés y de Guapachá, dentro de la largas y ricas corrientes sonoras que nos identificaba en las postrimerías de la década de los 60 del siglo pasado.
- Sara Gómez volvió a recurrir a Chucho Valdés para su documental Una Isla para Miguel (1968), en el cual podemos apreciar la sonoridad del entonces Jesús Valdés y su Combo, con su óptima personal, según las míticas grabaciones realizadas en 1967 y editadas en discos LP bajo el nombre de Descargas №1 y 2.
- En ¿Latin Jazz o Música Cubana? (1986), a propósito de uno de los festivales Jazz Plaza, el realizador Bernabé Hernández lanza esta interrogante a músicos de generaciones diferentes, como Armando Romeu, Gonzalo Rubalcaba, Oriente López, entre otros. Testimonia, además, parte de la escena jazzística cubana en aquel momento, y noveles e importantes figuras como Ernán López-Nussa, Fernand “Teo” Calveiro, Pablo Menéndez, Lucía Huergo y Oscarito Valdés, entre varios.
- Aunque en el aspecto temático los personajes de la escena del jazz cubano han ejercido poca atracción en nuestros cineastas –sobre todo en la ficción–, encontramos el documental biográfico Buscando a Chano Pozo, realizado en 1987 por Rebeca Chávez. Aquí Rebeca recorre con el lente los orígenes, la evolución y la impronta de uno de los más grandes percusionistas de Cuba. En 1987 aún vivían muchos coetáneos de Chano, lo que nos permite ver y escuchar a Niño Rivera, Tata Güines, entre otros, cuyos testimonios constituyen referentes invaluables para aproximarnos a la vida del músico y autor de “Manteca”.
- En 2004, Gloria Rolando se acerca a la génesis y la vida de Los Bailadores de Jazz de Santa Amalia en su documental Nosotros y el jazz. Gloria enfatiza aquí la íntima relación que existió entre Los Bailadores y los filmes norteamericanos que en la década del 50 llegan a los cines habaneros y por donde desfilaron muchos de los ídolos del jazz, convertidos en grandes paradigmas de estos habaneros.
- Esteban Insausti dedica en 2002 su laureado documental Las Manos y El Ángel a un ícono del jazz de todos los tiempos, Emiliano Salvador; mediante un recorrido fílmico por su vida, pero, sobre todo, por su obra y su importante legado.
- Para Casa Vieja (2010), Léster Hamlet acudió al excelente pianista y compositor Aldo López-Gavilán, a cuyo cargo está una buena parte de la banda original del filme.
- Rigoberto López en su documental Yo soy del son a la salsa, de 1996, realizado para Ralph Mercado y su productora RMM, de Estados Unidos, hurga en los orígenes del latin jazz, y sus confluencias con el fenómeno “salsa” en este país norteño y Puerto Rico, al abordar las figuras de Mario Bauzá, Chano Pozo y Machito.
- Rolando Almirante realiza en 2004 el documental Jazz de Cuba, por encargo de su productora ejecutiva Sandra Carter; mientras Ileana Rodríguez Pelegrín y Neris González Bello retomaron la historia del mítico tumbador en Chano Pozo, la leyenda negra, de 2006, producido por Disconforme Producciones, de Barcelona.
- En Manteca, Mondongo y Bacalao con Pan, Pavel Giroud filma para la serie “Historias de la Música Cubana”, concebida y dirigida en 2009 por el cineasta español Manuel Gutiérrez Aragón para la Televisión Española, un recorrido audiovisual por el que desfilan Bobby Carcassés, Chucho Valdés, Leonardo Acosta, Gonzalo Rubalcaba, Orlando Valle “Maraca” y varios nombres de nuestro jazz, protagonistas de momentos importantes de la historia del género en Cuba.
- Brouwer, el origen de la sombra (Katherine T. Gavilán y Lisandra López Fabé, 2019) resulta un poético viaje por las obsesiones de uno de los grandes creadores cubanos, no solo de la guitarra clásica, sino de la música de todos los tiempos.
- Esteban (2016), ópera prima de Jonal Cosculluela, cuenta con la banda de uno de los pianistas más influyentes del jazz afrocubano, Chuco Valdés, para entregarnos la historia de un niño de nueve años y su pasión por la música. “Yo sabía que con Chucho y un piano no hacía falta una orquesta ni nada más”, dijo Jonal. (Antes, en 2006, Jorge Luis Sánchez encargó a Chucho uno de los temas de la banda sonora original de El Benny, interpretado parcialmente por el pianista).
- Club de Jazz (2018) es el tercer largometraje de ficción de Esteban Insausti. Tiene como subtexto un club de jazz y aborda sentimientos humanos como la envidia en tres cuentos: “Saxo tenor”, “Contrabajo con arco” y “Piano solo”, ambientados, respectivamente, a fines de los años 50, en la década del 90 y hoy día. La música es de Juan Manuel Ceruto y la banda sonora de Osmany Olivare, y el filme, ha dicho Insausti, es un homenaje a tres figuras revolucionarias dentro del jazz: Charlie Parker, Jaco Pastorius y Emiliano Salvador.
Con información de Rosa Marquetti y Leonardo Acosta.