Caignet, el derecho de brillar

La Jeringa
7 min readAug 18, 2023

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Por: Juglar Habanero

<<De una conversación con Félix B. Caignet se sabía el comienzo, no su conclusión; mucho menos los caminos por donde se enrumbaría>> Esto dijo el Premio Nacional de Literatura Reynaldo González, autor de uno de los estudios más completos acerca del que fuese llamado <<el más humano de los autores>>, un apelativo que bien hace justicia a su talento — tan remarcable como inaudito — para ponerse en la piel de los que, en opinión de la burguesía cubana de su tiempo, solo vivían porque alguien tenía que servirlos.

Caignet, <<el rey de las lágrimas>>, <<el padre del melodrama>>, el cuentero, el poeta, el compositor, ¡el ventrílocuo!; su obra más conocida es, sin duda, ese fenómeno radial que sacudió Latinoamérica a mediados del siglo pasado y que todavía hoy sigue dando de qué hablar: El derecho de nacer. Pero ya habrá tiempo para hablar de eso, hoy deseo ahondar un poco en los inicios de Caignet, su infancia, su juventud y cómo su entorno — sobre todo desde su edad más temprana — lo nutrió al grado de volverlo uno de los escritores más prolíficos de la historia de la radio en Cuba, probablemente del mundo.

Félix Benjamín Caignet Salomón nació en marzo de 1892, en la finca Burenes, ubicada en el municipio de San Luis, Santiago de Cuba. Su madre, Ana Salomón, era una criolla mestiza, y su padre, Benjamín Caignet, un cafetalero francés que había migrado de Haití. Por cómo hablaba de su infancia, puede suponerse que fue una época feliz, pintoresca, de novela si se quiere; no es muy difícil evocar una escena costumbrista, similar a las que pintaba en sus escritos Cirilo Villaverde, cuando memoraba los días en el cafetal de su padre: <<Era un cafetal muy lindo, con su casa muy cómoda, muy amplia (…). Me acuerdo de la institutriz de mis hermanas (…). Era de la nobleza francesa arruinada (…). Tocaba el piano, el arpa, pintaba, hablaba tres idiomas. Y en mi casa no se hablaba más que francés>>. Sin embargo, durante el fragor de la Guerra Necesaria, su pequeño e idílico mundo se volvió un puñado de cenizas en la tea incendiaria llevada a cabo por las tropas mambisas con vistas a romper el principal sustento económico de España en la isla: el azúcar. Se percibe cierto resentimiento en Caignet cuando habla de aquel hecho, que arruinó por completo a su familia y la obligó a abandonar el campo en 1897 para asentarse en la ciudad de Santiago: <<Lo quemaron [el cafetal] los propios insurrectos cubanos. Porque la casa era magnífica y podía servir de fortín para el enemigo — diría — . Y mi padre había contribuido económicamente mucho. Íntimo amigo y compañero de logia de Antonio y José Maceo (…), al enterarse en Santiago que habían quemado su cafetal, la casa, la descascaradora de café, pues le dio una embolia y quedó paralítico, y murió ya de sesenta y cuatro años. Se le rompió el alma. El esfuerzo de toda una vida>>.

Con seis años y refugiado en una ciudad extraña — nunca había conocido lugar fuera de su finca — excoriada por el hambre y la desesperanza nacidas de la guerra, Caignet vivió en una pequeña renta que mantuvieron sus hermanas empleadas como maestras rurales; con el salario obtenido costearon los estudios de los hermanos mayores, mas Caignet, al ser el pequeño, no tuvo la posibilidad de alcanzar estudios superiores. Tiene poca predilección por la escuela, muchas veces ni asiste a clases, pero sus maestros intuyen en él aptitudes para las letras, aunque, como dijera en varias ocasiones, su <<formación literaria>> no pasara de los típicos folletines con tintes dickensianos sobre niños huérfanos y amores imposibles.

A sus dieciséis años ya trabajaba como escribiente en el Poder Judicial de la Audiencia santiaguera y no tarda en ascender hasta alcanzar el puesto de oficial de sala; las redacciones de las actas en los juicios y todos aquellos documentos relacionados con los hechos delictivos de los acusados están entre sus tareas. Durante esos años y a merced de su gusto por las publicaciones que llegaban de Hollywood, con sus películas silentes y fiestas despampanantes en trianones enanos, empieza a colaborar con revistas habaneras dedicadas al mundo del espectáculo. Precisamente como cronista teatral de la revista El Sol comete el atrevimiento de enviar una acuarela suya al famosísimo tenor italiano Enrico Caruso a cambio de que este, en agradecimiento, le obsequiara un autorretrato — era bien conocida su habilidad como caricaturista. Será de esperar para algunos, incluso para Caignet en su momento, que la misiva no fuese siquiera recibida por Caruso, ¡menos leída!, sin embargo, la recibió, ¡y no queda ahí el cuento! Cuando se confirma la gira por Cuba del tenor durante la temporada operística de 1920, Caignet recibió a vuelta de correo un abono para ocho funciones y un giro postal por valor de doscientos pesos para cubrir los gastos de su traslado desde Santiago de Cuba hasta La Habana, esto después de que le escribiera una carta en la que lamentaba no poder asistir a sus funciones por no contar con dinero suficiente para ello — recordemos que Caruso llegó a cobrar en La Habana diez mil dólares por función, el contrato más jugoso de su carrera. Podemos decir, y seguramente él mismo lo habría afirmado, que Caignet conoció La Habana gracias a Caruso.

Sus andanzas por la ciudad lo ponen en contacto con varios intelectuales que hallan en el arte una vía escape a las penurias originadas por el final de la Danza de los Millones (1919–1920). Uno de ellos fue Hilarión Cabrisas — <<un alma, un talento, un cerebro, una calidad de amigo de muchísimos quilates>> — , un poeta cuyas rimas serán en Caignet el germen que lo hará aficionado a tratar el dolor y el desamor en sus obras posteriores. Descubre en esta etapa su faceta de poeta, que coincide con el boom de la trova en su natal Santiago, y entre acordes de guitarra y voces romantizando los sinsabores del amor, a finales de los años veinte da a conocer dos de sus piezas más conocidas y celebradas: Te odio — que llegó a ser interpretada por Bing Crosby como I hate you — y Frutas del Caney — que el Trío Matamoros volvió un fenómeno mundial.

Como colaborador en el programa de la estación santiaguera CMKC Buenas tardes, muchachitos, dedicado al público infantil, Caignet imita a los viejos cuenteros que pulularon en el cafetal de su padre cuando era pequeño y, encarnando simultáneamente varios personajes en este espacio, aprecia su notable capacidad como ventrílocuo. Por esos años, en 1932 para ser exactos, nació una canción que todos los niños latinoamericanos conocemos y cuya autoría es de Caignet: El ratoncito Miguel; pero como ha sucedido con otras canciones infantiles, la nuestra en principio no iba dirigida a los niños, sino al dictador cubano Gerardo Machado, una especie de canción protesta en la que el llamado entonces por la prensa <<Mussolini tropical>> era representado como el gato Micifuz, al que había que <<arrancar el corazón>>. La canción, estrenada en el teatro Rialto de la ciudad de Santiago, le costó a Caignet ser apresado en el cuartel Moncada; pero las reiteradas y enérgicas protestas de parte no ya solamente de su público adulto, sino el infantil, procuraron que se revocara su encarcelamiento en tan solo tres días.

A la caída de Machado en 1933, Caignet concibe para la emisora CMKD la serie detectivesca Chan Li Po, la primera de su tipo en la radio cubana. Sus entregas serializadas, unidas al suspenso con que terminaba cada capítulo, descubrieron formas nuevas y muy rentables de pensar los shows radiofónicos, el cine — La serpiente roja (1937), primer largometraje sonoro en Cuba, se inspiró en la serie de Caignet — , ¡hasta los patrocinios!, pues el personaje de Chan Li Po fue la cara de varios jabones y cremas de marcas radicadas en la isla.

Con las aventuras del detective Chan Li Po, el ya no tan jovencito Félix Caignet — de 44 años — se despide de su provincia natal el 19 de mayo de 1936 decidido a conquistar con ellas La Habana; ahora más que nunca está convencido de que tiene lo necesario para poner a sus pies a esa ciudad provinciana con ínfulas de capital europea. ¿Lo conseguirá? Honrando el gusto de Caignet por las series, he decidido guardármelo para una segunda parte. ¡Espérenla bien pronto!

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