Casas con piscina
Por: Kevin Soto Perdomo
-¿Por qué estoy aquí? Que yo sepa no he hecho nada. Tengo todos los papeles en regla, no he alterado los precios…
-¿Usted no ha hecho nada? Entonces explíqueme, ¿cómo es que están bajo su propiedad un carro, una moto, una casa con piscina y doscientos mil plutóvares (el plutóvar es la moneda de Plutovia, donde se encuentra pueblo Baraja)?
A pesar de todo lo que puedan significar esos bienes propios de las antiguas clases burguesas, el acusado en realidad no ha cometido ningún delito; más bien ha sido víctima de las circunstancias.
Armando es otro vendedor de hortalizas de pueblo Baraja, pero, a diferencia de los demás vendedores, es honesto y honrado; el único en su especie. Este buen ciudadano sabe satisfacer a su clientela: con precios módicos y siempre surtido con mercancía de la mejor. Por eso, su puestecito era el más concurrido.
Sin embargo, sus colegas se enriquecían, aunque fueran menos sus clientes. Todos vivían muy tranquilos en sus casas con piscina, succionando el dinero de los barajeños, rompiendo con los estándares de ausencia de clases sociales de Plutovia, arrobados por el tacto de los billetes y sin conciencia sobre los perjuicios que le estaban ocasionando a la estabilidad y prosperidad económica, tan difícilmente alcanzadas. Armando no podía entender por qué sus colegas sentían ese deseo insaciable por ostentar.
Un día, el virus de la oscoritis invadió Plutovia, lo cual despertó un aire solidario en toda la nación y de recrudecimiento en las luchas contra las ilegalidades, y como tener más que cualquiera es ilegal, pues se desató una cacería de “ricos arcaicos”.
La policía en conjunto con la prensa, ambas defensoras del pueblo y el gobierno, intensificaron la búsqueda de malhechores. Todos los días trasmitían a través de los medios periodísticos la “explosión” de algún pillo, quienes al parecer eran muy ahorrativos y no podían estar malgastando sus riquezas en algo tan banal como un televisor o un periódico. En fin, el pueblo estaba feliz y sentía el peso protector de la justicia al ver con satisfacción los premios de caza.
De esta forma, cayeron todos los vendedores de hortalizas, menos el bueno de Armando, por lo que se volvió aún más concurrido su puestecito. Además, tenía más productos que nunca, pues era el único cliente que le quedaba a los proveedores, y seguía sin alterar los precios.
Parecía ser la distancia (para los vecinos más apartados) el único contra del puesto de Armando. Imagínense, productos inagotables, precios de regalo, una maravilla.
Sin embargo, las leyes de la oferta-demanda le jugaron una mala pasada al honesto vendedor. Todos se veían obligados a comprarle sus productos al ser la única fuente de alimentos, razón por la cual, a pesar de los dóciles precios, Armando sin querer se volvió rico.
Sin lograr encontrar la libertad para Armando, esta historia se le contó a la policía barajeña. Por ende, pueblo Baraja se quedó sin vendedores de hortalizas. Entonces, las personas ya no tenían sed de justicia, ahora tenían hambre, literalmente. El Gobierno se vio obligado a controlar el pánico y evitar el amenazante caos. Se molían el cerebro pensando en alternativas, hasta que a un iluminado se le alumbró el bombillo.
Teniendo en cuenta que los únicos delitos acaecidos en pueblo Baraja eran los intentos de enriquecimiento, decidieron ubicar a los policías, quienes ya estaban ociosos, en los puestos a vender hortalizas. Además, como eran conocedores de la ley y conscientes de la importancia de evitar el surgimiento de clases sociales para proteger la prosperidad y la estabilidad económica, no intentarían aprovecharse de los pueblerinos. Era el fin de la delincuencia.
Hoy día, en pueblo Baraja las personas son felices, se informan, viven en paz, nunca faltan los alimentos. Y los ex policías, todos los fines de semana, invitan a sus familiares y amigos a placenteras reuniones en sus casas, donde un chapuzón en la piscina nunca está de más.