Como para no separarse

Aproximación al filme iraní La separación, de Asghar Farhadi

La Jeringa
6 min readJul 24, 2022

Por: Flavia Barrio Alvariño

Etimológicamente, separación indica la desproximidad o puesta fuera de contacto de un elemento respecto a otro. Irónico resulta que el director de cine iraní Asghar Farhadi apueste, en el año 2011, por tal locución como título de su multipremiada cinta. Precisamente, “separación” es lo que no propone este cineasta durante las casi dos horas de duración del largometraje. El vocablo solo funge como ese detonante, situación pretexto para emprender todo un “acercamiento” al drama humano y al hábitat en que este se engendra y desarrolla. Con una vocación cuasi postestructuralista, disecciona antípodas sobre las que se viene cimentado la praxis vital y los códigos ético y legislativo.

La separación presenta la vorágine de una pareja de cónyuges (Nader y Simín) en el seno de la sociedad iraní contemporánea. Para esta, la vida matrimonial se ha tornado insostenible, por lo tanto, toma la decisión de divorciarse. Sin embargo, aún no se consensua acerca de quién asumirá la custodia de su única descendiente (Termé). Durante este proceso de separación de cuerpos, ambos implicados afrontan un conjunto de vicisitudes que ponen en tela de juicio principios aparentemente tan universales e inmutables como el matrimonio, la verdad, la mentira, la justicia, el asesinato, la muerte accidental, el momento en que se origina la existencia humana. También aquí se expone la alteración de los ritmos de vida de estos personajes con la llegada de una cuidadora (Razié) y los eventos en que se involucra. Sin más, los protagonistas son incapaces de llegar a un acuerdo sobre la patria potestad, por lo que recae en la voluntad de su hija tamaña determinación.

La obra se decanta por un tópico que delata su afán de examinar a ese “otro” periférico desde la propia periferia. No obstante, esto no se queda en la exposición de un localismo, sino que los conflictos trabajados exceden las particularidades del contexto. Tras esto subyace una universalidad, nunca reductible al cosmopolitismo, que subraya las problemáticas, devaneos, incertidumbres inherentes al género humano. De tal modo, el espectador, más allá de sus especificidades culturales, se siente proclive, inmerso en esa serie de cuestionamientos, dudas que comparte con el elenco.

A partir de unas circunstancias límites y una trama permeada de instantes dramáticos, el material polemiza y deconstruye conceptos y nociones travestidos en el día a día como principios “naturales e inevitables”. Entonces, las luchas entre tradición y modernidad, fundamentalismo religioso y laicismo, mentira y verdad, víctima y culpable se antojan constructos hilvanados a raíz de procesos histórico-culturales y de acumulaciones metafóricas.

La separación no da cabida a personajes llanos o maniqueos. Si bien estos no integran una lista amplia, proveen a la obra de un trasunto humano y una complejidad emocional magistrales. Ponen de relieve la turbiedad de las relaciones interpersonales y la inoperatividad y los excesos de la razón instrumental, expresada en el aparato jurídico-legislativo, a la hora de solucionar las demandas de la sensibilidad humana y de una realidad que preexiste a la ley.

El conflicto generado entre Nader y Razié deviene punto neurálgico de la historia y, a su vez, fuente inagotable de cuestionamientos e incertidumbres existenciales en el público. ¿Qué es la vida?, ¿Qué derechos amparan a los individuos para determinar su cauce o juzgar a otros?, ¿Cuáles son los límites entre la intencionalidad y la accidentalidad?, ¿El fin justifica los medios?, ¿La mentira es lo opuesto a la verdad o, simplemente, su inadaptabilidad a un escenario práctico?

Otro de los temas meridianos del filme lo constituye el papel desempeñado por las cosmogonías y religiones en la vida de los ciudadanos comunes. Aquí se abordan las consecuencias de la adopción de un islamismo sistémico: más allá de instituir la doctrina musulmana como paradigma del comportamiento moral, esto se traslada al ámbito cívico y se inserta en el sistema estatal como si se tratase de los asuntos cotidianos. Una mujer (Razié) que realiza llamadas a un número de consultoría en el que se orienta sobre lo que es o no admisible de acuerdo con los preceptos del islam no solo resulta un claro indicador de ello, sino uno de los grados sumos del fanatismo religioso. La fe y la ética no pasan ya por la interpretación personal del creyente; en su lugar, se transforman en objeto de normalización y regulación.

Aunque no constituye su nodo principal, la cinta tampoco deja de lado uno de los tópicos más socorridos en la filmografía del mundo islámico: el rol de la figura femenina en ese tipo de sociedades. Así, mientras Nader beneficia a su hija con ciertas “concesiones”; Hoyyat reproduce la típica conducta represiva, manipuladora y patriarcal hacia su esposa.

Uno de los momentos más axiomáticos del largometraje, además de la causa fundamental de la separación de los protagonistas, descansa en esa aparentemente perenne necesidad de los individuos de regiones periféricas de salirse de las demarcaciones nacionales en aras de alcanzar un “pleno” crecimiento profesional, económico e, incluso, espiritual. Simín insiste en abandonar el país. Nader se debate en el recurrente dilema que implica “vivir más lejos”: la incertidumbre del exilio, el distanciamiento de los seres más próximos, de los logros cosechados durante decenios de trabajo.

Al finalmente decidir Nader permanecer en el país, su cónyuge inicia los trámites del divorcio. Esto hace replantearse al espectador la razón última del matrimonio. En este caso, parece favorecer a la construcción de un proyecto común frente al estrechamiento de lazos amparados en el amor, el apoyo y la comprensión. Simín no se halla más consternada por la ruptura que por la negativa de su esposo de mudarse al extranjero.

Otro de las problemáticas manejadas estriba en la posición adoptada por los hijos cuando los padres cesan de ser proveedores materiales y espirituales y son devueltos a la condición endeble y deficitaria que tuvieron los descendientes durante sus primeros años de vida. Este proceso, cíclico y natural, se advierte en las relaciones de Nader con su progenitor, a quien lo aqueja el Alzheimer. Entonces, se discursa acerca de si los hijos deben asumir (¿o no?) el rol de tutor de su ascendencia, puesto que, padres o no, “todos somos hijos”. Se acentúa la difícil decisión entre consagrarse al cuidado de los seres que proporcionaron la vida, de cierto modo impuesta, pues “nadie pide nacer”, o priorizar el autodesarrollo y la atención a las responsabilidades conscientemente contraídas (esposo, padre, trabajador). Como exhibe el material, en términos generales, estas alternativas encarnan caminos opuestos, cuando no contradictorios.

Aquí también se les da espacio de visibilización a flagelos como el oportunismo, el desempleo, el endeudamiento, personificados en la figura de Hoyyat, y las consecuencias que estos traen para el accionar en comunidad. Asimismo, estados como la indeterminación, la indecisión, la inestabilidad y el devaneo entre posturas diferentes vienen de la mano de la profesora de Termé.

Indudablemente, esta constituye una obra de excelente factura que presenta la nuda vida en toda su complejidad y hondura psicológicas. En definitiva, una cinta para no separarse, ni de la pantalla ni de la invitación reflexiva que supone.

Bibliografía

Adrianzén Rodríguez, Jaro. «Recordemos Una separación, primer y único filme iraní que se ha llevado el Oscar a la mejor película extranjera.» Encinta utero.pe. 24 de agosto de 2016. http://encinta.utero.pe (último acceso: 17 de junio de 2021).

Ramírez, Gabriel. «Nader y Simín, una separación: lo importante es no juzgar.» El correo. 16 de octubre de 2016. https://elcorreoweb.es (último acceso: 17 de junio de 2021).

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