Concierto Clásicos de Hollywood. Los Ángeles en La Vieja Habana
Por: Edu O’Bourke
Los contrastes de La Habana, justo en las áreas aledañas al Teatro Martí, hacen del trayecto hasta llegar ahí una experiencia inmersiva. Los parques y el oro en el Capitolio entretienen la vista y, en cierto modo, suelen resultar abrumadores entre las personas que van y vienen desde y hacia todas las direcciones casi de manera frenética. Contrastes en todas partes, obvias dinámicas entre lo hermoso, lo cotidianamente natural, que no por eso debería ser normal.
El desbastado Hotel Saratoga se mantiene de pies y rodeado de barreras. Las personas se agolpaban a un costado del esquelético edificio en ruinas. A penas, a unos metros se alza sencillamente hermoso el Teatro Martí. Sobre las 4:00 p.m. circulaban y permanecían grupos de gentes diversas. Unas, vestidas con trajes de ocasión, otros más desenfadados y frescos; pero era un entorno de caras conocidas, eran visibles: Carlos y Ele del grupo Síntesis, X Alfonso y su familia, el profe Calviño, Alejandro Falcón y otros muchos.
El entusiasmo de las conversaciones y los cuchicheos respecto a lo que pasaría en minutos daban pistas de que un tremendo evento estaba a punto de suceder. Un concierto de bandas sonoras de Hollywood no es algo que pase todos los días en La Habana. El interés popular en esta iniciativa era palpable. La situación atrajo un público distinto al del ambiente que rodea la música clásica y de cámara en la capital de Cuba; personas de todas las edades, nacionalidades y estratos sociales comenzaron a tomar sus asientos alrededor de las 5:00 p.m. Por 60 CUP (equivalentes a unos 0.30 USD) adquirieron las entradas (al menos las personas en plateas). Al decir de un trabajador del centro: “se vendió el teatro completo y pudieron entrar unas 130 personas más”. Al respecto, el director del teatro publicó en su cuenta de Facebook imágenes que muestran las sillas extras en los pasillos.
Mientras todos se acomodaban, el escenario iluminado con luz intensamente roja envolvía un rostro proyectado en una pantalla detrás de los instrumentos de la orquesta. El inconfundible “Padrino” que interpretó Marlon Brando con una mancha roja en los ojos que, a primera vista, parecían gafas futuristas y que realmente era la figura de un violín superpuesto en la imagen. Así, con el diseño gráfico de Kalia León y Aldo Cruces, se exhibía ante el público el primer bocado de un festín para los sentidos de los presentes.
La Orquesta de Cámara de La Habana, e invitados, estaban a minutos de dar inicio al concierto “Clásicos de Hollywood”, con la participación del Coro Entrevoces dirigido por la maestra Digna Guerra, todo con la dirección musical de Pepe Gavilondo y bajo la dirección general de Daiana García. Las campanadas sonaron, se apagaron las luces y seguidamente la voz pregrabada que alerta al respecto de las normas de comportamiento típicas en estos eventos (no hacer fotos, no grabar, poner el celular en silencio, etc) se hizo sentir en español e inglés.
Fue entonces que entraron los músicos. Todos fueron a sus lugares vestidos uniformemente de negro. Cuando comenzaron a verificar la afinación de la orquesta intenté afilar bien mis oídos. Una buena amiga (con oído absoluto) me dijo que si escuchas con detenimiento ese justo momento podrás hacerte una buena idea de lo que sucederá durante el resto de la presentación. Sonó bien, esa escena me hizo pensar en los engranajes de un reloj.
Daiana García entró al escenario y los aplausos no se hicieron esperar. Ella se puso de espaldas al público, tomó la batuta, levantó las manos en gesto amenazante, la pantalla mostró las siguientes palabras “Jaws/ John Williams” y con la primera imagen, el primer sonido de las orquesta. En efecto, fragmentos de la película “Tiburón” de Spielberg acompañaban con precisión tremenda lo que las manos de Daiana indicaban a los ejecutantes de la icónica obra musical de aquel filme. Sorprendió el final del momento, intenso, ansioso, agitado y sensacional. La explosión al final del metraje proyectado ennegreció la pantalla con el acorde concluyente. ¡Bam!
El teatro aplaudió enérgicamente. Debo decir que mi compañera de aventura aplaudía tan alto que me dolió en algún momento. Las primeras palabras de la directora fueron de agradecimiento a personas claves para el evento: Robert Kraft, Neil Birnbaum, X Alfonso, Rena Kraunt y Liliam Barthelemy. Daiana expresó: “este es un concierto que demanda de condiciones especiales” y el apoyo evidentemente fue imprescindible para dar forma y concretar esta idea. Se refirió también de forma claramente afectuosa a Pepe Gavilondo como “mi hermano, geniecito”. Al terminar su discurso las luces volvieron a opacarse.
Se podía leer en pantalla: Inception “Time”, Hans Zimmer. Hubo quien exclamó al leer en eso. Justo me di cuenta que había sido necesario para Daiana hablar; porque Olivia Rodríguez, una de los contrabajos a la derecha del escenario, estaba ya en el lado opuesto de proscenio, lista para tocar un bajo eléctrico. La música de este film es épica, por decir lo menos, tremenda y dinámica. La coherencia entre la música y la narrativa de la edición del metraje logró sumergirnos en la conmoción del filme. Acabaron nuevamente, el video y la música, con la precisión de un lanzamiento de misión espacial.
Entre las palmas del público Daiana vuelve a tomar el micrófono y se dirige a los presentes. Comenta que el concierto cuenta con un elemento sorpresa muy valioso. Unos días antes ella avisó de que las puertas estarían abiertas al público para el ensayo general que tuvo lugar durante la tarde del día anterior. Los presentes tuvieron la posibilidad de ver el show con excepción de este plus. Gracias a Robert Kraft, algunos de los compositores más importantes de la industria hollywoodense enviaron videos cortos haciendo llegar mensajes a quienes asistían al evento y al equipo de producción del mismo.
Dicho esto, apareció en pantalla Alex Desplat; cálidamente saludó desde París con lo que bien podrían ser discos de vinilo y cuadernos de partituras de música cubana. Hizo saber que disfruta de escuchar clásicos nacionales y que espera viajar aquí pronto. Seguidamente, la orquesta hizo sonar las notas de la banda sonora del filme “The incredible case of Benjamin Button”, obra del propio Desplat.
Este momento dejó un particular silencio, conmovedor. Este breve instante de transición fue seguido de una ovación y del saludo de John Williams en la pantalla. Nuevamente hubo aplausos mientras el maestro agradecía por incluir su música en este concierto. Con una sonrisa envió a todos el deseo de que pasaran los allí reunidos una hermosa velada.
Ante la mirada sorprendida de todos y los vítores se proyectaron los textos “Star Wars, Imperial March, John Williams”. Gloriosa, tersa y envolvente se movían las ondas del sonido por todo el espacio. Nuevamente las imágenes narraban ágilmente una historia junto a la ejecución de la obra.
Un niño lloró entre el ruido del momento, la energía de Darth Vader permanecía latente. Daiana bromeó con ello: “hay un niño llorando… parece que no le gustó la Guerra de las Galaxias”. Había tomado la palabra para presentar a su primera invitada solista de la noche (la violinista Yilian Concepción) y aprovechó para agradecer el trabajo de Lilmara Cruz (encargada de la proyección de los videos de la noche y editora del material).
La invitada tomó su puesto con el violín entre las manos y una sonrisa. Difícilmente hubiera adivinado que el segmento a continuación me sacaría las lágrimas. Aún mis emociones tenían el velo de lo épico de “la fuerza” de los caballeros Jedi (Yédai). “La lista de Schindler”, cuya banda sonora fue compuesta por el maestro John Williams, se mostró ante todos. Excelente interpretación, delicadeza y sensibilidad. El abrigo rojo y el movimiento lánguido carente de colores me removieron el piso.
Entendemos que es difícil llegar a la excelsitud de un instrumento Stradivarius tocado magistralmente por Itzhak Perlman. La vara fue altísima y sencillamente no es posible equiparar, ni mucho menos comparar. Tuvimos la oportunidad de asistir a un instante único, irrepetible y particular. La pasión y la forma de expresión fueron cubanas. “¡Bravo!” –exclamó alguien emocionado- y el teatro retumbó entre aplausos.
Daiana tomó una gorra rosada, que poco o nada tenía que ver con la elegancia de su vestido negro, y se la puso explicando que sería el estreno de la prenda que le habría regalado Kraft. Justamente esa imagen de desenvoltura, soltura y libertad creativa se adueñó del entorno. Se proyecta en pantalla la imagen de Monica Mancini (hija de Henry Mancini) que saluda amablemente. Expresó que tiene en planes ofrecer un concierto homenaje a su padre el próximo enero en el Jazz Plaza, “nos vemos en La Habana” –dijo al despedirse-.
Entonces, comenzó a sonar la inconfundible música de La Pantera Rosa, composición de Henry Mancini. Al concluir, una versión de Rodrigo García de la obra “Over the Rainbow”, original de Harold Areen, con letra de Yip Harburg, tuvo lugar. Casi el terminar, Diana Gutiérrez, también violinista de la orquesta, cantó el un fragmento de la canción, dando voz a la imagen de la actriz Judy Garland en el papel de Dorothy en el filme “El mago de Oz”.
Apareció Michael Giacchino en pantalla luciendo una gorra con el texto “Cuba” claramente legible. Saludó y agradeció por ser parte de alguna forma del momento en La Habana. Lo que pareciera un atuendo para el saludo resultó un objeto de uso cotidiano del compositor. Confesó que le gusta Cuba y que esa gorra es su favorita.
“Up, Married live, Michael Giacchino”. Me rompió en mil pedazos. Algunos suelen recordar el filme del viejito que se va volando en su casa con miles de globos inflados con helio. La historia del matrimonio y el amor que lo lleva a hacer el fantástico viaje se hizo música. Se vivió un tristemente esperanzador y agudo soplo de tiempo. Nuevamente, a mi alrededor hubo pañuelos y lágrimas.
Con la ovación nos hicieron saber que habría un intermedio de 15 minutos. Yo hubiera estado muchísimo más tiempo sentado allí. Afuera, entre cigarros y algún trago, los personajes en el público comentaban. La crítica artística no se hace esperar y sinceramente entiendo que en general había un consenso al respecto de que la labor y la profesionalidad detrás de este show merecen respeto y reconocimiento.
Sonaron las campanadas y entramos al teatro. Daiana presentó al Coro Entrevoces dirigido por la maestra Digna Guerra. La entrada de los integrantes del coro detrás de la orquesta creó una expectativa sin precedentes en el evento. “The Avengers, Portals (Main theme), del autor Alan Silvestri” fue un momento grandilocuente y potente. Toda la fortaleza de los músicos desbordó el escenario. El coro fue capaz de engrosar la locuacidad de la dinámica discursiva. Hubo una conversación entre las cuerdas de metales, las cuerdas y las voces potentes en armonía. Yo no cabía en la butaca y la tensión emotiva del momento era complementada por imágenes de la batalla de los superhéroes contra Thanos. ¡Qué momento! El cierre fue uno de los aplausos más largos de la noche.
Daiana tomó el micrófono nuevamente para invitar a Sofía Pedrera como solista del laúd cubano. Una decisión creativa muy acertada la de emplear estos recursos tímbricos para la música que vendría a continuación. Pepe Gavilondo tomó entre sus manos una melódica y ya era claro que algo diametralmente distinto a lo visto hasta esa hora estaba por suceder. “El padrino, Medley (popurrí), del autor Nino Rota”. Esta ocasión la delicadeza y el buen gusto del arreglo acabaron por lograr una atmósfera inmensa. Enternecedor al inicio, pulcro, claro y creciente. El laúd y la melódica imprimieron el sonido suficiente para arrastrar la energía a las intrigas y la fortaleza narrativa de la indiscutible obra fílmica.
Para seguir con la lógica “Casablanca, As times goes by, del autor Herman Lupfel”. Entre mis notas solo atiné a poner la palabra “fino”. Este fue un segmento muy cuidadoso y magistralmente logrado, elegante y directo. Justo como merecen estos autores y sus obras, como las películas en sí mismas.
A continuación Frank Ernesto Fernández Neira en el Oboe fue presentado por Daiana García “parece que le escribieron a él la canción”. Con esto dicho las expectativas eran claras. Nada menos que “The mission, (con la obra) Gabriel´s Oboe del compositor Ennio Morricone”. Una travesía de emociones fuertes. La belleza y suavidad del oboe condujo desde el sosiego y la contemplación hasta la más áspera muerte.
Se anunció seguidamente “Breaveheart, Medley (popurrí), del compositor James Horner”. Tanta dinámica al inicio fue coronada con la aparición de Juan Carlos Prado a la izquierda del escenario, en un balcón, que portaba una gaita que hizo sonar. Este sonido peculiar abarcó el teatro y otorgó un velo de peculiaridad a la situación. Ya a estas alturas podría suceder casi cualquier cosa.
Claro que ya nos ubicamos en este ambiente nórdico, frío y agreste, pues decidieron rematar el momento con una obra que versiona fragmentos de la banda sonora de “El Señor de los anillos, de Howard Shore”. La voz de Mariana Núñez (también chelista de la orquesta) fue sinceramente una hermosísima aportación al concierto. Toda esta dinámica de los fragmentos de las películas siendo proyectados y la música ya había tenido momentos importantes durante la velada, pero este fue memorable. Mariana, al terminar la pieza se emocionó en escena y recibió un abrazo sentido de su directora entre los aplausos del público (fue una de las veces en las que me dolieron los oídos a causa de los aplausos de mi acompañante).
Para hacer más intenso todo Hans Zimmer apareció en pantalla y tras saludar y agradecer por tomar en cuenta su obra, dijo jocosamente que la función haría mucho ruido esa noche. “Cuba, I love you” –dijo y se despidió-.
Entre aplausos Daiana intentó recordar a todas las personas que hicieron posible aquel concierto, “me martilla más que una nota mal, el no agradecer a todos quienes lo merecen”. Ya se veía venir el final del evento. Ciertamente, para ese instante, habíamos escuchado casi dos horas de bandas sonoras de Hollywood, descontando los 15 minutos de intermedio. El tiempo se pasó muy rápido.
Algunas claves para entender este concierto estuvieron en las palabras de Daiana. En primer lugar mencionó que ella piensa en el Teatro Martí como “el teatro del sí”. El equipo del lugar, según decía, es suficientemente temerario para afrontar las inquietudes creativas de estos creadores; primero aceptan y luego se dedican a gestionar soluciones para los imprevistos o situaciones que van surgiendo. Evidentemente esta característica es destacable. En palabras de un trabajador del Martí: “esto es lo más grande que hemos tenido en este teatro de calidad y de tamaño y no se pueden hacer más entre otras cosas por el coste de este evento”.
Luego hizo un paréntesis para definir las características de las obras que se interpretaron. Pepe Gavilondo trabajó en sacar a oído alrededor de 10 de las piezas e hizo los arreglos para la orquesta. El apoyo de amigos e investigaciones vía internet logaron algún éxito de cara a obtener las partituras; pero en general, fue un trabajo que puso en valor el talento y el trabajo duro de los implicados. En el caso de “La Pantera Rosa” fue asumido por Alejandro (Coqui) Calzadilla en la orquestación y la interpretación del saxofón. Colaboraron también Aldo López-Gavilán, Rodrigo García y Arianna Ortega, cada uno con una reorquestacion o versión incluida en el concierto.
Una reinterpretación de momentos de la banda sonora del filme El Rey León fue el material escogido para dar cierre al concierto. Hans Zimmer definitivamente es un grande de la composición para cine y así quedó demostrado. Sin embargo, ya este cierre lo disfruté con mucho más respeto por los protagonistas asistentes al momento. Nuevamente tuvimos un momento cargado de matices, dinámicas y cuidado. El coro cantaba casi al cierre “en el ciclo, el ciclo sin fin”. Me transportó a mi infancia. Verdaderamente veía a estos profesionales de cierto modo como infantes haciendo algo hermoso. No por ingenuos o inexpertos, sino por la obvia pasión por la música necesaria para lograr algo tan exuberante y florido.
El aplauso final con las luces encendidas y las manos de Daiana indicando a donde mirar y a quien aplaudir dirigieron al público por un rato. Alguien de la producción empezaba a gritar “¡Otra, otra!”. Pensé en que sí habría algo más. No parecía suficiente… Algunos de los presentes se contagiaron con aquel pedido y las caras de ciertos músicos daban fe de que habría otra. Daiana volvía a tomar el control.
Pude leer “Cinema Paradiso, Ennio Morricone”. A penas se escuchaba la primera nota y ya las lágrimas de muchos saltaron. La sensibilidad de esta música traspasó las paredes, anegó el piso de agitación. Imágenes de besos y más besos, amor y pasión según representaciones típicas de mediados del siglo XX. La palabra “Fine” se colocó en mayúsculas en la pantalla y anunció la culminación del viaje.
Fue una necesaria y contundente vivencia. Es una lástima que haya sido una función única y que relativamente pocas personas hayan podido llegar hasta allá y participar del momento. El Teatro Martí no es el más grande, ni el mejor ubicado; pero definitivamente propició las condiciones exactas para que sucediera tan necesario evento.
Los asistentes vivieron el esfuerzo de cientos de personas y el auténtico talento de personas que han decidido hacer un trabajo verdaderamente loable. Al decir de Daiana García en el texto del programa de mano que se entregó, el concierto “(…) tuvo sus antecedentes en 2017 y 2019 en Fábrica de Arte Cubano, con la idea original, curaduría y versiones o reorquestaciones de Pepe Gavilondo”.
Me despierta la curiosidad el hecho de que existe contacto con los compositores de estas obras y cierto vínculo jovial entre la producción del concierto y Hollywood. Sin embargo, el evento estaba siendo filmado en colaboración con Kraftbox Enterteinment, Cuba Rythm and Views, i4Films y el Equipo MG Caribe y tantísimo esfuerzo debe ser contrastado en términos de derechos de autor con las legislaciones internacionales. Será muy interesante saber de qué maneras se va a socializar el material. Daiana García pidió durante el concierto que los videos no se hicieran públicos en redes sociales por respeto a los derechos de los autores.
Este fue un concierto cubano, de músicos cubanos, en un teatro cubano, con público (mayormente) cubano, que trajo un poco de la cultura popular hollywoodense (ya universal) a Cuba. Siento regocijo, al visualizar en perspectiva, los resultados posibles del atrevimiento y la voluntad. La perseverancia y la entrega trajeron a Hollywood a La Habana.