Del lente a la portada. Un viaje de ida y vuelta en la fotografía de Omar Sanz
Por: Camila Zorrilla
Si damos una breve mirada al recorrido histórico del arte vamos a notar, en todas sus manifestaciones, un desarrollo progresivo de lo diferente como elemento de evolución y ruptura. Algunos artistas se encargan de implementar recursos novedosos en sus obras con el fin de hallar la anhelada distinción. Mas no todos corren con igual suerte, pues la diferencia parte del propio ser para trasmutar a cada una de sus acciones. No significa que una obra de arte aumente o disminuya su valor por el nivel de singularidad; se necesita mucho más que “un salirse de los contornos” cuando se quiere hacer un trabajo artístico de calidad. El talento, la sensibilidad y preparación son claves en el manejo de dicha diferencia.
Transitar por los caminos de la innovación se vuelve mucho más placentero cuando se va acompañado de un amplio dominio de la técnica y los conceptos básicos. Ello lo podemos encontrar en la obra más reciente del fotógrafo cubano Omar Sanz. Se trata de una variación constante del sentido y la forma, con resultados estéticos muy cautivadores. Hablamos de otro tipo de fotografía, diseñada en la mente, ejecutada a través de la simplicidad abstracta.
Omar ha tenido el privilegio de conocer y aprender de grandes artistas e intelectuales del país. Ha sabido aprovechar las oportunidades que su amor por el buen arte le ha facilitado, haciéndolas valer con una obra fotográfica merecedora de respeto y admiración. Su juventud no le ha impedido contar con los fundamentos necesarios para concretar un quehacer basado en la sinceridad, primero consigo mismo y luego con el público.
Después de haberlo conocido, y conversado con él en esta grata entrevista que presentamos a continuación, me atrevo a decir que Omar Sanz es más que un fotógrafo, por llevar dentro de sí aquello diferente que solo tienen los verdaderos artistas.
¿Cuándo se produce tu primer acercamiento a la fotografía?
Cuando yo tenía alrededor de 15 años, José Miguel Carassou (Cheo), actor del Grupo de Teatro Escambray y buen amigo, me regaló una cámara. Luego tuve la oportunidad de conocer a Chinolope, quien me enseñó mucho y fue una pieza clave en mi forma de entender la fotografía. Al mismo tiempo, solía estudiar a profundidad las obras de los clásicos de la fotografía cubana de los sesenta.
Aunque me considero un fotógrafo versátil, no es menos cierto que en mi trabajo pueden hallarse dos grandes grupos de interés: el retrato y la abstracción. Del primero, me interesa captar un momento en la vida de quienes son importantes para mí, o para el contexto cultural cubano; del segundo, me atrae la capacidad expresiva de la imagen abstracta, los juegos de colores, de texturas, el trabajo con la luz…
¿Hay en tus fotografías una influencia plástica?
En la fotografía abstracta encontré una forma de libertad distinta a la que podía ofrecerme la fotografía realista, la documental, etc. Lo que comenzó con un descubrimiento del potencial semántico de las telas, las rugosidades de las paredes, los detalles de las plantas, acabó con mi intervención completa en la escena a captar con el lente. De ese modo, comencé a intervenir las superficies de mi interés de diversos modos: tiznar con papel quemado, rociar agua, etc. Todo sobre la base de lo que quisiera expresar conceptualmente. Mi mayor influencia en ese sentido está en el Grupo Los Once, concretamente en los trabajos de Hugo Consuegra, los cuales estudié y fueron inspiración en muchas ocasiones.
También leía mucho y la lectura me brindó la oportunidad de ilustrar libros. Cuando digo que tuve la oportunidad de ilustrar libros me refiero a la satisfacción de que una foto mía conformase la cubierta. Es decir, poder crear e intervenir una imagen para que esta se convirtiese en parte y complemento del libro.
¿Creas estas imágenes luego de haber leído o viceversa?
Por lo general me leo antes el libro y después hago las fotos.
¿Entonces la literatura es una de tus mayores influencias al momento de crear?
Totalmente, siempre que leo surgen imágenes en mi cabeza, al igual que si veo un espacio-objeto interesante, aparecen posibles imágenes en mi mente.
¿En qué momento surge la idea de vincular tu fotografía con los textos literarios?
La vinculación de mi trabajo a la literatura surge casi que por azar. En el año 2014, Antón Arrufat obtuvo el premio Nicolás Guillén de Poesía con el cuaderno «Vías de extinción» y me ofreció ilustrarlo. Fue una tremenda responsabilidad y al mismo tiempo un trabajo que disfruté enormemente. A partir de ahí, el mismo Antón, así como otros escritores y editores comenzaron a pedir obras mías. Si bien hubo algunos abusos por parte de algunos diseñadores, en sentido general estoy satisfecho con la mayoría de los libros que he ilustrado.
¿Cómo fue el trabajo con Antón?
Antón Arrufat, además de un gran amigo, es el escritor con quien más he tenido la oportunidad de trabajar. He procurado, en la medida en que los diseñadores lo permiten, mantener una conexión estilística entre las ediciones de sus libros ilustradas por mí. Los títulos donde más claramente se aprecia es en «La caja está cerrada» y «El convidado del juicio». Por otro lado, he tenido la experiencia de trabajar con él estrechamente para el libro «La ciudad que heredamos», el cual me permitió una participación muy activa, pues cuenta con 45 ilustraciones originales, las cuales son fruto de un diálogo constante y un entendimiento de la esencia de la novela.
¿Cuáles son las particularidades que tiene hacer este tipo de trabajos?
Es duro y te digo esto porque para mí no existe nada superior al hecho de que una foto mía sea la cubierta de un libro. Si bien hacer una exposición me da mucha alegría, ilustrar un libro alcanza igual valor.
Cuando yo comienzo a hacer este tipo de trabajos me propongo romper con los convencionalismos de la fotografía. No puedo concebir una imagen tal y como es en sus orígenes, necesito que haya un rompimiento. Eso se puede ver en libros como “La caja está cerrada”, “El viaje circular”, “Cantos de concentración”, y otros.
¿Te gustaría trabajar con otros escritores?
Por supuesto. Uno de mis grandes sueños es crear una imagen de cubierta para un libro de Delfín Prats. También quisiera hacerlo con obras de Soleida Ríos, Reina María Rodríguez y Leonardo Padura, José Luis Serrano, Alberto Garrandés, Legna Rodríguez Iglesias, entre otros.
¿Consideras que la imagen es rival o complemento de la palabra?
Complemento, para nada rival. Yo pienso en el libro como un objeto de arte, lo aprecio desde su ilustración, su tipografía, su diseño.
Además del trabajo que haces con los libros, quienes seguimos tu obra hemos podido apreciar que te interesa y manejas una temática muy particular dentro de la fotografía. Tu acercamiento a grandes figuras conocedoras del universo religioso, así como la serie de fotografías dedicadas a buena parte del panteón yoruba, nos llevan por otros caminos.
¿Te gustaría que hablásemos un poco del lugar que ocupa la religión en tu obra artística?
Claro. En mí comenzó a despertar mucho interés la fuerza con la cual algunos artistas trabajaban el tema, la manera en que unían su arte a la religión, en especial la yoruba. Considero que aportan una riqueza visual increíble. Disfruto mucho la obra de Belkis Ayón, Mendive, Lam y Olazábal. A partir de entonces, comencé a buscar maneras de crear, partiendo de esta temática. Para ello me ayudó mucho mi condición de jimagua. Mediante la literatura descubrí un mundo bellísimo con los ibeyis, que tienen un lugar significativo dentro de la religión afrocubana. Entonces me empecé a vincular y me atreví a tocar este tema.
¿Te ha ayudado en este sentido tu relación con Santiago Rodríguez Olazábal?
Cuando yo me acerco a la obra de Olazábal parto, primeramente, del respeto y luego del disfrute máximo de cada experiencia y oportunidad. Me ha enseñado muchísimo sobre religión, sobre todo en los momentos donde yo intento crear a partir del universo de los ibeyis. Santiago es un hombre que tiene unos fundamentos muy grandes de la religión, lo cual le aporta a su obra una riqueza increíble. Además, es consciente de lo que hace y cómo lo hace.
En igual sentido, ¿cuánto ha aportado a tu obra el mantener un diálogo con la Dra. Lazara Menéndez?
La Dra. Lazara Menéndez me reta a cuestionar mis fotografías todo el tiempo, aunque lo haga de manera indirecta. Ella, indudablemente, es una escuela y ha sido un referente para muchísimas personas. Y me atrevo a decir con toda sinceridad, que no tuve la oportunidad de conocer a Lydia Cabrera, tampoco tuve la oportunidad de conocer a Fernando Ortiz, pero sí he tenido la oportunidad de conocer a Lazara Menéndez.
¿Qué te inquieta como artista?
Ahora algo que me inquieta, y que además deseo lograr, es poder trabajar a cuatro manos con otros artistas cubanos.
¿Algo más que quieras compartir?
Sí, quiero compartir que para mí es de gran importancia que los libros en Cuba tengan calidad visual, que sean bellos, que estén bien acompañados.