Destello Verde
Por: Antonio Romero Magadan
Era sábado, salí temprano del Policlínico y quise dar una vuelta por el malecón para tomar un poco de aire y despejarme. Estando allí, sentado en el muro, el viento desarreglaba mi camisa y las olas liberaban un aroma de frescura y tranquilidad. La cotidianidad de los transeúntes y los autos por la avenida provocaban nostalgia en mi mirar. El atardecer deslumbraba y un destello verde predecía la caída del Sol, anunciando que se acercaba la noche. Pensaba en lo que haría al llegar a mi apartamento; coger esa taza sin fregar y verter en ella el café sobrante de la mañana, escuchar los gritos de los vecinos, contemplar el entristecido cuadro de trajes blancos que ahora mostraba el cristal roto; pasar y ver de reojo el polvo en los muebles, que se sentía más a gusto con cada día que pasaba. Pero sobre todo mi soledad, en lo vacío de la casa, que pasado un tiempo parecía abandonada, sin vida.
Navegaba en mis pensamientos cuando de repente se me acercó una muchacha de unos veinte años, el pelo rubio, los ojos verdes y los labios rojo natural, los más rojos que había visto hasta ahora. Primero me miró de arriba abajo, luego se acercó más, dibujando una sonrisa en los labios y sin avisar me robó un beso de la boca.
No sabía que decir, mis ojos exaltados reflejaban el desconcierto que había provocado tal sorpresa. Cuando me recuperé un poco para hablarle, rápidamente me interrumpió colocando un dedo en mi boca y suavemente expresó:- ¿Diego, dónde estabas metido? Por un momento creí que no ibas a venir, llevo casi media hora buscándote. Me inundó totalmente el asombro, y cuando quise decirle que no era la persona que ella creía; nuevamente no me dejó hablar, comenzó a darme besos y abrazar mi cuello como si de enredadera se tratara, no supe cómo decirle que yo no era su Diego, que mi nombre es Armando.
Su cuerpo era delicado, frágil, suave, muy suave, con un fuerte olor a violetas, estaba llena de vida. Y allí delante de todos parecía que nuestros labios estaban a punto de desgastarse, una y otra vez y muchas más; ella definitivamente sabía lo que hacía. Puedo asegurar que me sentía feliz, estaba enamorado, aquella muchacha me hechizaba con sus hermosos ojos verdes.
Minutos después me invitó a su casa y yo colmado de aventura acepté con los ojos cerrados. La casa estaba cerca del malecón, era un vecindario pintoresco y los vecinos ni se hacían notar. Al entrar percibí todo conocido, el jardín un poco descuidado, el polvo del piso, las paredes. Dentro de la casa flotaba una neblina verde-azulada como en las películas de terror, y noté una atmósfera densa que se apoderaba, al parecer, de toda la casa. Me descubrí al instante solo en la sala, pues mi compañera había ido a la cocina, la tenue iluminación fue descendiendo y todo de forma misteriosa se fue oscureciendo poco a poco, quedé bajo una luz que no sé de dónde provenía. Comenzaba a inquietarme, a sentirme solo en ese lugar, imaginaba que las figuritas de yeso de una mesa que estaban justo en frente comenzaban a mirarme directamente, como queriendo descubrir algo. Las marionetas que adornaban una escalera dando paso a las habitaciones del hogar, se mostraban con la pintura un poco caída, como si alguien al subir tropezara con ellas y las golpeara por alguna razón.
Sin previo aviso, como relámpago, sentí un retumbar de botellas en un segundo piso y aseguro que tuve miedo, pegué un salto incontrolable en el sillón, me atacó esa sensación extraña en el estómago, recorriendo todo mi cuerpo, penetrándome hasta los huesos. Ella se apareció al momento justo, traía una bandeja con comida, la cual rechacé con la justificante de que no tenía hambre. Estaba aliviado con tan solo verla acomodándose en el butacón, porque ya me incomodaba lo desconocido del lugar. Me miró fijo a los ojos, me tomó las manos que se encontraban sudadas como manantiales y dijo: — no tengas miedo, nada malo va a pasar, aquí estamos solos tú y yo. Le pregunté si no vivía nadie más en la casa y me respondió que vivían ella y su hermano, pero que él casi nunca estaba. Para mi sorpresa sacó una botella con su sello Habana Club y comenzamos a beberla.
Después de algunos tragos y una charla muy picante pensó que había llegado el momento de enseñarme su cuarto. La presión de su mano en la mía me transmitía una sentimiento inigualable, ella ardía y aquello me gustaba, me daba confianza. Al final de la escalera, se abría un pasillo acotejado bruscamente y cuatro puertas cerraban igual cantidad de habitaciones.- Si adivinas cuál es mi cuarto te daré una recompensa, tienes tres oportunidades, verás que fácil. Aquello me tomó desprevenido, pero no obstante, me envolvía y comenzaba a gustarme su juego misterioso. –El dos, le dije; -frío, frío; me respondió. -El uno; volví a intentar, -estás helado, creo que no te daré el premio. Me quedé pensando, en silencio, su risa se mezclaba con algo mágico. Sentí como una brisa en mi oído se transformaba en una voz que me decía, es el cuatro, el cuatro. -Creo que ya sé cuál es; dije, -el número de tu habitación es el cuatro. En ese momento su risa fue mayor. -Caliente, caliente que te quemas…. Te has llevado el premio mayor. En medio de besos y caricias entramos en su cuarto. Ella cerró la puerta y me pidió que me acostara sobre la cama, prendió inciensos y comenzó a encender velas por cuanto espacio se podía observar. -¿Qué haces?, le dije. Se llevó el dedo índice a los labios indicando que hiciera silencio.
El cuarto quedó iluminado completamente y parecía que en él flotaban mil soles. Se encontraba levemente descuidado, en una esquina colgaban sonajeros con forma de ángeles, que a intervalos vibraban sin explicación adornando el cuarto con su cálida sinfonía, las cortinas eran numerosas, estaban levemente rasgadas y tenían algunas manchas. Intuitivamente cambié la vista hacia ella, con un delicado movimiento retiró el vestido de color claro; pude apreciar la belleza inigualable de su cuerpo, el cuerpo más hermoso que había visto; la blancura de su piel, su fragancia, el detalle de las curvas, su actitud desafiante portando rizos caídos hasta la mitad de la espalda. Realmente todo daba ocasión a un acto mágico, irreal. –Esta noche será la más sublime de tu vida; me dijo, -estoy segura que nunca me olvidarás, lo nuestro Diego, no tendrá comparación. Eso fue para mí algo fenomenal, con lo que nunca había soñado, las ansias me volvían inquieto. Aunque me seguía nombrando Diego ya era algo que no me molestaba, el deseo poco a poco se apoderaba de mí. Me hizo un gesto con los labios y se volteó de espaldas, como incitándome a que la tocara.
Yo no podía más, me levanté de un tirón de la cama y despacio caminé hasta ella. Mi mente se nublaba mientras más cerca estaba. Al tiempo exacto, rocé con mis dedos su espalda, volteó hacia mí. Desde ese momento nada sería como antes, vi cómo su cuerpo empezaba a transformarse. Poco a poco su cara de rosa virginal se fue llenando de quemaduras y sus carnes se fueron tornando de un color verde rostizado, me espanté mucho más cuando su espalda prosiguió a jorobarse con matices de horror.-Quiéreme…Tócame Diego, soy tuya. Tan solo pude dejar escapar un pequeño grito y la arrojé a la cama e intenté salir de la habitación, pero la puerta ahora estaba cerrada. En fracciones de segundo pude ver el cuarto que ahora parecía muy diferente, los ángeles del sonajero habían cobrado vida y se peleaban entre ellos, estaban oxidados y al contacto liberaban pura corrosión y esta vez el ruido era de murmullos demoníacos. La luz de las velas se había tornado al rojo vivo y la cera, que se derramaba cual palpitar, formaba en el suelo un charco abundante de sangre. Era espantoso estar ahí, daba terror tan solo respirar en aquel lugar tan siniestro. Cuando estuvo recuperada, con mezcla de enfado y lágrimas gritó,-Diego, por qué hiciste eso, yo soy bonita, soy muy bonita…mírame. Su cara era completamente diferente, las lágrimas de sus ojos eran negras, yo estaba muy asustado. Caminaba lentamente donde yo estaba, me producía claustrofobia el solo hecho de tenerla tan cerca. Buscando liberarme de su inminente presencia pude ver a una de las esquinas una puerta, que conservaba vestigios de que alguien hubiera intentado sellarla. Me deslicé lo más rápido que mi cuerpo aguantaba y de una patada pude abrirla para encontrarme en un cuarto contiguo. Por los cuadros en la pared, efectivamente lo ocupaban quienes parecían ser sus padres, las figuras tenebrosamente cobraban vida y al percatarse de mi presencia comenzaron a observar cada movimiento que daba. Había un armario de maderas rígidas, tenía grabadas lo que antes fueron iniciales y ahora se percibían toscamente tachadas, parecía un acto de odio. Me di cuenta que estaba vacío porque la cama quedaba tendida de una manera magistral, aunque encima descansaba un animal que por lo que alcanzaba a ver mostraba en sus tejidos poco tiempo de pudrición, convirtiéndose en hábitat para los gusanos que celebraban un suculento banquete. Enseguida pude notar la puerta de salida ya que por debajo se podía observar un destello de luz entre tanta penumbra que me rodeaba.
Volví un paso atrás intentando localizar la abominación que me perseguía, pero reinaba el silencio y no se escuchaban ni siquiera sus pasos. Mi cuerpo se armaba de histeria, lo único que deseaba era salir de allí; respiré hondo y me dirigí a la salida en mi afán de lograr calmar esa desorientación producida por tal situación extrema. Al intentar abrir la puerta se abrió de par en par el armario y salió ella pegando un grito, las figuras de los cuadros volviéndose neuróticas intentaban ocultarse en alguna esquina del marco hasta que los cristales salieron disparados por todas partes. Caí de rodillas, un trozo de vidrio había terminado en mi brazo derecho provocándome una herida poco profunda. Enfoqué otra vez la mirada en el cuerpo siniestro que se aproximaba y saqué de un tajo el vidrio, huyendo al corredor de las habitaciones. Quedé al frente de un cuarto muy oscuro, donde no alcanzaba divisar absolutamente nada, de allí salían despavoridas cucarachas y roedores como queriendo escapar de algo. Se podían escuchar llantos pausados que me helaban la piel y ponían mis pelos de punta. Lo único que anhelaba era estar lejos de todo lo que sentía. El cuarto número uno ahora estaba abierto y habían botellas desperdigadas por el piso, estas desprendían un líquido burbujeante que se apoderaba del pasillo; olía desagradable, asqueroso. Tuve cuidado de no resbalar con ninguna bajando las escaleras. Sentía pasos imponentes en mi búsqueda esbozando sollozos y rompiendo botellas a su paso, más razón para seguir huyendo. En la sala no podía ver casi nada, excepto por las marionetas que ahora tenían los ojos verdes e intentaban liberarse de las cuerdas que las aprisionaban al pasamanos, como queriendo atraparme. Entre la oscuridad intentaba deslumbrar la puerta de salida. La sala era distinta, los muebles estaban rotos, maltratados, las paredes descascaradas; la comida que antes me había brindado, se encontraba podrida, en descomposición. Cuando pude ver la puerta que estaba buscando, estrepitosamente caí al suelo.
Todo me daba vueltas, había tropezado con las alfombras y al percatarme de su textura, eran como de piel humana. Al intentar levantarme unas manos escamosas sujetaron mis hombros con una fuerza sobrenatural, dejando gran parte de mi cuerpo inmóvil.-No entiendo por qué te quieres ir, no me dejes Diego; decía entre llantos ahogados, su voz sonaba extrañamente pausada, cálida. Un extraño escalofrío se apoderó de mí ser, pero no podía caer en su juego de confusión. Miró desorientada a su alrededor unos segundos, hasta que eufórica, nuevamente se dirigió a mí.-Já, lo ves, dijo sonriendo,- Vamos a estar juntos para siempre, seguro empezó en mi cuarto, descuidamos las velas jajajaja; comencé a sentir mucho calor, todo empezaba a quemarse.-Ya nunca tendremos que vivir separados, vamos a estar juntos por siempre amor mío. Estaba aterrorizado, su cara se había vuelto frenética como nunca, con aquella idea. La sala se iluminaba a cada segundo, las figuritas de yeso ardían por el fuego, me encerraban en varias sensaciones al mismo tiempo. No podía ser mi fin, no de esa manera. Exploré ambos lados y mientras ella le sonreía al caos alcancé a un costado ese búcaro viejo que estaba roto en el piso y se lo lancé a la cara, pude echarla apenas a un lado para salir lo más rápido posible de la casa. Detrás de mí, podía sentir sollozos y gritos diabólicos. Corrí lo más rápido que mis piernas soportaban para estar lejos de aquel terrorífico lugar. Pasó en mi mente volver, por sí el incendio era demasiado grave, pero estaba en realidad asustado como para hacer algo así, las manos me temblaban y el bombeo enérgico del corazón evidenciaba lo que experimentaba la totalidad de mi cuerpo.
Ya daban las dos con cuarenta de la madrugada y las calles estaban desoladas. A unas cuadras de allí, me senté en un parque, todavía agitado por el susto y el corretaje. En un momento de valor me juré a mí mismo que al próximo día, regresaría a la casa para descubrir los misterios que ocultaba.
Llegado el momento, adelanté un papeleo atrasado que tenía en el policlínico y salí en busca de la casa. Un susto terrible inundó mis pensamientos, al observar que se caía en pedazos por un extinto incendio que a la vista, era de hace bastante tiempo. Las paredes se percibían de un color negro a través del tizne y se podían notar aún los muebles desgarrados a causa del fatídico suceso. En lo que antes era un jardín ahora se veían escombros y pedazos de paredes caídas; me dejaba atónito, desconcertado. Todavía las rejas calcinadas que antes ocupaban su parte encima de las ventanas, se acumulaban por algunos espacios del suelo.
Estuve por un tiempo intentando digerir aquello, la forma en que resultó todo, el miedo, el olor; me revolvía el estómago tan solo recordarlo. Alcancé a percatarme de una presencia que se arrimaba, era un señor que iba por la calle y decidí preguntarle sobre la casa en ruinas. Luego de una breve pausa, me dijo que hacía dos o tres años vivía en esa casa una pareja de hermanos, casi siempre estaban solos porque sus padres trabajaban en el extranjero. El muchacho era muy despreocupado, siempre se presentaba mugriento, pero lo peor; era un alcohólico y casi todos los días se emborrachaba hasta el punto del colapso. La muchacha, más joven que él como de unos veinte años, estaba un poco mal de la cabeza, la pobre había estado sola casi toda su vida y se comportaba bastante posesiva con su novio. Un día regresó con él después de dar un paseo y ella lo invitó a pasar la noche en su casa, bebieron y bebieron a la luz de las velas. Al rato una discusión, algo común en la casa. Entre gritos y furia no se dieron cuenta que todo estaba en llamas, era muy tarde como para hacer algo. Ese trágico día resultó inusual en el barrio, la gente salía a la calle para presenciar la catástrofe, se escuchaban murmullos por todas las esquinas, era impresionante.
A horas de lo ocurrido la gente quiso preguntarle a las autoridades de qué forma había pasado cosa tan horrible. Explicaron que todo surgió cuando se quemaron las cortinas del cuarto de la muchacha debido al calor de las velas. La casa se encontraba irreconocible; pero los acontecimientos se tornaron más impactantes al encontrar dos cadáveres calcinados y ver que uno de ellos abrazaba a otro, fuertemente. No supe qué responder, tan solo me limité a extenderle la mano en señal de agradecimiento. Y mi sorpresa fue que al descender la mirada quedé completamente petrificado, en ese instante pude darme cuenta de una nueva cicatriz que tenía en el brazo. El señor continuó su camino, pero yo no podía, naufragaba en un bucle de recuerdos. Sentí que alguien me miraba, al principio no hice caso pero al rato ya pesaba la vista sobre mí. Extendí la mirada y me llené de escalofríos, al descubrir que entre las ruinas de la casa, unos ojos verdes, se giraban hacia mí.