Diez preguntas con… Fernando Fernández Tito
Por: Emmanuel Montes Álvarez
Lo he escuchado hablar. Hemos coincidido en repetidos lugares (galerías, sobre todo), y siempre, de una forma u otra, cada vez que tiene la oportunidad, Fernando Fernández Tito ha dirigido la conversación hacia su trabajo, hacia lo que está haciendo en ese momento. Le gusta hablar, cuando hay confianza, pese a su marcada introspección. Como no han sido los momentos más adecuados para intercambiar y conocerlo a fondo, porque siempre han influido otros factores: el bullicio en las galerías, el precio elevadísimo de un café para sentarse a hablar, le pedí su WhatsApp, desde entonces, aparte de chatear con frecuencia, no paro de ver sus estados.
A Fernando Fernández Tito le gusta el color negro y las fotos monocromáticas; tiene un piercing en la ceja, además escucha a Canserbero. Suele postear fragmentos de canciones en sus estados de WhatsApp, y quizá esto último hace que simpatice más con él. A cada rato, igual, escucho a Canserbero. Por fin, para conocer bien a fondo lo que hace, decidí entrevistarlo. Quiero que me diga en qué emplea su tiempo, en qué se enfoca, quiero que me diga quién es, alejado un poco del ruido característico de Galería-Taller Gorría, donde recientemente participó en la colectiva Vértigo, para cerrar el 2022 de buena manera.
Háblanos de tus inicios en el arte
Respecto a eso, mis inicios fueron por puro entretenimiento. De niño disfrutaba mucho los dibujos animados, las ilustraciones en los libros y en especial las historietas. Pasé la mayor parte de mi infancia en Luyanó, Diez de Octubre, y realmente mi contacto con el arte era bastante introspectivo por aquel entonces. Siempre dibujaba personajes animados, lo mismo superhéroes que personajes del anime tiempo después. Comencé supongo que como empieza cualquier otro niño, poniéndole pausa a las películas para dibujar al protagonista, coleccionando posters, cartas de Yugioh, de Pokemon, haciendo caricaturas, decorando papalote, años más tarde, vendiendo dibujos y cartas tecnológicas para mis compañeros de clase.
De mi familia, el primer acercamiento lo tuve con una de mis primas mayores cuando comenzó a estudiar Historia del Arte en la universidad. Inolvidable su delirio por el trabajo de Picasso, su cuarto estaba lleno de libros, obras de todos los estilos y me encantaba pasar tiempo ahí. De alguna forma, siempre me despertó curiosidad cómo alguien podía abarcar tanto conocimiento en tan poco tiempo. Mis primos por parte de madre también eran pintores empíricos, no tuve un roce constante con ninguno de ellos, pero de cierta forma ver su trabajo fue algo que en su momento también quise imitar. Como mismo el graffiti y los murales en las calles me sirvieron de inspiración técnica para muchas de las cosas que hacía en esos momentos.
Sinceramente, nunca pensé en estudiar artes de manera profesional hasta que llegué a la secundaria básica, ya en ese entonces la idea era recurrente y también recibía clases de dibujo en la Casa de la Cultura. La mayoría del tiempo dibujaba por encargos y mi único objetivo era, como mucho, dominar la técnica. De no haber logrado entrar en la academia de San Alejandro, creo que hoy por hoy hubiera cursado el preuniversitario en pura mentalidad de rebaño.
Si tuviera que definir mi trayectoria en etapas, comenzaría desde el más inocente entretenimiento diario, enfocado simplemente en la diversión y la libertad de crear; luego en cuatro años de estudios académicos en San Alejandro, donde realmente el cambio fue lo suficientemente considerable para abrirme los caminos en todos los sentidos; y por último, una tercera etapa que sería en la que me encuentro ahora, marcada por una constante búsqueda de superación. La vida laboral en función o en cercanía con las artes y la responsabilidad constante de mantener viva la evolución de mi trabajo.
¿Te consideras un artista provocador? ¿Quisieras que tu arte fuese etiquetado de esa forma y a la postre ser reconocido como tal?
No me considero un artista provocador. Creo que la provocación existe según el contexto o la persona que interprete la obra. Mi trabajo no persigue esa intención en lo absoluto, pero a la vez entiendo que cualquiera de mis obras pueda servir como bandera para la provocación. Aun así, si en un escenario determinado se usara esa etiqueta para definir mi trabajo, creo que simplemente las obras existen, que en ocasiones hasta nos superan a nosotros mismos como creadores, llegando a tener vida propia dentro de la memoria colectiva. De buscar algún tipo de provocación o reconocimiento con mi trabajo sería en función de la reflexión de quien lo aprecie.
¿Te ves a ti mismo como un artista convencional de lienzo, caballete y óleos, o te ves como un creador que transgrede constantemente los formatos en busca de superación?
Realmente me veo como un artista que no descarta ninguna posibilidad. Creo que la técnica y el formato también son una declaración de propósitos ante un público determinado. Considero más esencial en mi obra estar en constante autocuestionamiento técnico y conceptual según mis intenciones.
¿Qué es lo primero que concibes a la hora de crear: idea, concepto, pieza?
Cuesta mucho definir qué sale primero. Trato siempre de que ese proceso esté implícito en mi rutina. Por eso no me enfoco mucho a la hora de empezar, pero sí a la hora de terminar. Hasta cierto punto se ha vuelto un proceso bastante personal. Es importante para mí poder recordar mis días pasados, conversaciones con amigos, comentarios completamente randoms. Lo mismo una idea surge a raíz de una acotación, un suceso, o un relato; o puede que simplemente parta de una visualidad que me hace ver cosas que no conocía antes. Puede que muchas veces la idea no coordine en absoluto con la forma, o viceversa. En este proceso, la música me ha servido mucho para ordenar mis ideas y de hecho, a veces, una simple canción me ha proporcionado la forma y el tema a tratar.
¿Cuándo sabes que una obra está acabada?
Es una pregunta que me he hecho también en varias ocasiones. De hecho, sirvió de motivación estética a la hora de crear una de mis series de dibujos titulada “Factura y terminación”. Que además de su evidente iconografía religiosa, maneja ese código en función de glorificar cierta despreocupación y ambigüedad en un hecho.
Me parece que es un tema más que interesante, ya que la terminación de una obra puede estar sujeta a una idea y por consiguiente ser una herramienta más a tener en cuenta. Trato de ir con mi trabajo al punto en el que yo mismo me sienta feliz con él; no tengo compromiso en función de un gusto estético determinado. A veces uno actúa simplemente como un mediador y el tiempo, o un suceso específico es quien se encarga de terminar la obra. Tal puede ser el caso de la Venus de Milo, La última cena, e incluso hasta la Gioconda. Soy de los que opina que una obra de arte nunca está terminada del todo. Terminar algo siguiendo ciertos estándares puede que incluso prive a la obra de su elegancia. Todo está sujeto a un proceso de evolución inevitable.
¿Te consideras un artista meticuloso o no? ¿Un preciosista? ¿Desde un principio te planteas cómo debe acabar tu trabajo, o das margen al azar y que vaya cogiendo forma por sí solo?
Sí, soy demasiado meticuloso, al menos en lo que a mi proceso corresponde. Es una característica que no evito, cada cosa merece un tiempo, a veces más, a veces menos, pero es una constante, en especial a la hora de ordenar mis ideas. Por ejemplo, en series como “Cabeza hueca” me dediqué a deshojar una Biblia y a leerla conforme arrancaba sus páginas. El proceso puede derivar en otra pieza que precise todavía más la idea inicial. Sin embargo, no me considero preciosista, el cómo pueda acabar es algo que se lo dejo al azar completamente. A veces la llamada “imperfección” me sorprende e incluso hasta la utilizo a mi favor.
¿Por qué nutrir tu creación con temáticas religiosas? ¿Cuál es el vínculo entre tu obra y lo religioso? ¿Qué te atrae de todo ello?
El tema religioso fue la conclusión de una serie de inquietudes que fueron tomando parte a nivel personal. Si hay algo que admiro del arte, de verdad, es la capacidad que tiene para hacernos pensar sobre nuestra propia existencia, para haberla cuestionado en algún momento. A todos, más de una ocasión, nos toma hasta por sorpresa ser conscientes de ciertas condiciones a las cuales estamos sometidos desde el momento en el que comenzamos a vivir. Saber de nuestra fragilidad diaria, pensar en todo el odio que se derrama en el mundo a cada rato; esas son cuestiones que se han radicalizado tanto a lo largo de la Historia que hemos llegado a exterminar, odiar, discriminar en nombre de algo que nos supera en todos los sentidos, algo que no elegimos, pero que intuimos que es lo correcto y simplemente nos controla.
No diría que el objetivo de mi trabajo gira en torno a una religión específica; diría más que trabajo con las ideologías que nos manejan a conveniencia, que trabajo con el fanatismo, con la mentalidad de rebaño, con los estereotipos y con los extremismos, a través de lo religioso. Al mismo tiempo, me resulta llamativo cómo la religión siempre ha servido como un vehículo al que todo el mundo recurre cuando no saben qué hacer, o cómo solucionar sus problemas, o cómo obtener beneficios. Eso es algo a lo cual no logro quedar indiferente, a eso y a muchas de sus prácticas dentro de la sociedad.
¿Has pensado alguna vez explorar otros campos más allá del religioso para crear o te sientes cómodo ahí?
A cada rato, sí. En más de una ocasión he pensado en redirigir la estética de mi obra hacia otros mundillos, pero igual creo que mantendría algunos motivos. Definir algún camino en especial sería ir a ciegas con incongruencias, pero me interesan temas como el amor, el sexo y los recuerdos. Ya la forma de cómo trabajarlos, es una incógnita para mí.
¿No crees que utilizar de materia creativa lo que forma parte del corpus religioso de una persona puede resultar ofensivo? ¿Qué se siente trabajar con aquello que las personas ofrendan a sus deidades? ¿Te han mirado mal alguna vez? ¿Te rechazan? ¿Hay morbo? ¿Hasta dónde has notado que pueden llegar los tabúes y los mitos de las religiones afrocubanas?
Cuando se trata de ofrendas religiosas, brujerías o adimu, resulta bastante polémico dentro de la sociedad cubana, dado que es una de nuestras raíces más fuertes. Lo afrocubano goza de un imaginario colectivo bastante acendrado y, a veces, de solo contar que me dedico a recoger sus ofrendas, genera cierto rechazo. Hacerlo requiere valor e incorporarlo en la rutina puede que dé hasta un poco de miedo.
Esa es una pieza que pasó por varias fases. En un principio, empezó por la fotografía y fue evolucionando hasta llegar al contacto directo. Por supuesto que, en ese proceso, he tenido muchas reacciones al respecto y eso, a su vez, me ha motivado a continuar cuestionándome la construcción ideológica que existe alrededor de esas ofrendas; al punto de haber sido testigo de cómo unos trabajadores de Comunales se negaban a recoger una de ellas en pleno horario de trabajo, y de ver cómo esas ofrendas pueden pasar días enteros ahí hasta llegar a la descomposición total. Tengo fotos procesuales de esto que, conforme ha avanzado el trabajo, han devenido en mis obras.
En un inicio, hasta yo tuve que ir rompiendo esa concepción ideológica dado que, cuando las empezaba a recoger, acto seguido la sensación era un poco extraña, incluso no practicando ninguna religión. En más de una ocasión dudé de lo que hacía, pero más allá de eso, alcancé un grado de compromiso bastante fuerte con esa obra y pienso que todavía tiene mucho más para ofrecer. Importante mencionar que también conversé con babalawos y a partir de ahí, comencé a ver mi pieza como otro acto de fe.
Para algunos resulta una ofensa total que, de alguna manera, puede repercutir negativamente sobre mí; para otros, debo hacer yo otra ofrenda para evitar las consecuencias y seguir adelante con mi proyecto; y para otros simplemente recojo impurezas que no alcanzarán su objetivo por mucho que las maniobrara.
Ya en el plano social, todo es más chocante. El simple acto de fotografiar una ofrenda, generaba mala impresión, miradas raras, y preguntas de para qué yo hacía eso. Evidentemente, todo esto se multiplicó cuando las comencé a recoger y el morbo simplemente se disparó. Al menos así lo sentía yo, e imagino que todo el que me veía. Con el paso del tiempo ya no tengo tanto reparo, simplemente tengo un compromiso con mi idea y mucha fe en mi trabajo. Como mencioné antes, cada pieza enseña mucho durante su proceso. Con este trabajo, aprendí de tabúes, de fanatismos extremos, hasta de una ignorancia bien calada en la mente de muchas personas. Cabe mencionar que algunos de los que realizan las ofrendas hoy día ni siquiera conocen el significado original de sus propios actos, con lo cual afirman que esa práctica es incuestionable.
¿Cuáles son tus planes a mediano y largo plazo?
Para los próximos años, me gustaría brindar mi primera muestra personal. Es un proyecto que todavía hoy continúa creciendo. Originalmente lo había previsto a corto plazo, después de los estudios en la academia, pero conforme avanzaba en el trabajo, siempre quedó inconcluso. En estos momentos, me encuentro en pleno proceso creativo y puede que muy pronto concluya en una muestra que recoja mis obras desde el 2018. De igual manera, me encuentro disponible a proyectos colectivos, intercambios con otros artistas y a futuras colaboraciones con otras manifestaciones del arte. Tengo especial interés con el diseño gráfico, la música y el tatuaje; habilidades que he podido apreciar en primera persona y de las cuales considero que pueden salir experiencias agradables.