El barbero también tiene familia

La Jeringa
4 min readJul 14, 2022

--

Por: Adrián Pernas

Fotografía: María Lucía Expósito

Una maraña de pelo y polvo en el recogedor. Mechones por todo el suelo. El barbero los barre y los junta.

— ¿Cuánto te debo? — dices.

— Treinta — responde el barbero.

Le das un billete azul y uno carmelita. Guardas la billetera.

Te miras una última vez en el espejo. Sonríes.

Te pasas la mano por la cabeza.

Cientos de cabellos cortos en tu palma. Los sacudes. Todavía quedan algunos. Te limpias en el pulóver.

Alzas la reja del portal. Corres el pestillo. Sales.

En la acera, repites la operación a la inversa.

Te despides del barbero.

— Andaaaaaaa… — dice Ella — , pelaíto nuevo. Tas redi pa partir la pista. A cuadrar jevitas.

— Hay una sola que es la que yo quiero cuadrar — contestas.

— Ah, ¿sí? No me digas. ¿Y se puede saber quién es?

Te sientas. Te descubres ya sin cortes en el espejo.

— ¿Qué te vajacer?

— Échame machimbra.

El barbero te envuelve el cuello con una sábana. La sujeta con un palito de tender.

Se coloca entre tú y tu reflejo.

— ¿Como siempre?

Asientes.

Busca una cuchilla de número uno para la máquina.

La enciende.

Se para detrás de ti. Sientes la cuchilla en tu nuca. Sube lento por tu cuello. El sonido del motor te relaja.

— Oe, ven acá, ¿la pieza con la que te vi el otro día es tu jeva?

— Dime que es mentira, por favor — le ruegas.

— No. Es verdá.

Llenas tus pulmones con todo el aire de la habitación.

Ella te mira apenas un segundo. Sus ojos buscan el suelo.

Te llevas las manos a la cabeza.

Tan solo sudor en tus palmas.

Los labios de Ella tiemblan. Unos puntitos de agua se asoman en sus pupilas.

— Aquí el que debería estar llorando soy yo.

— Oe, el barbero también tiene familia. Dale de comer — te dice una vecina.

— Es que hace días que no lo veo — respondes — . Y yo sí no me pelo con otra gente.

Llegas a la facultad. Es temprano. Aún no hay nadie más de tu aula.

Enciendes un cigarro.

Aspiras. El humo juega en tu garganta.

— ¿Me das uno? — escuchas.

Espiras. Los labios te tiemblan. El estómago te da un salto.

Sacas la cajetilla.

Ella toma un cigarro.

Le das fuego.

Una calada tuya.

— ¿Te vas a dejar el pelo así largo?

La miras. Aspira. Sus labios apuntan al cielo.

— Me gusta como te queda.

Humo. Puro humo.

— ¿Viste quién se fue? — le dice una vecina a tu mamá.

— Ay, sí, mija, ni me digas nada, que el niño ya tiene el pelo por los hombros.

Fotografía: María Lucía Expósito

La entrada de la facultad está prácticamente vacía. Solo tú en un banco. Dos muchachas en otro. Un gato durmiendo en un rincón.

Llega Ella.

Te saluda con un beso en la mejilla.

Se sienta junto a ti en el banco.

Busca su celular.

Abre Whatsapp. Tres notificaciones de un chat fijado.

Desvías la mirada hacia fuera de la facultad.

— ¿Cómo estás?

Un carro detenido en medio de la calle. El capó levantado.

— Ahí.

La escuchas reír.

Te volteas hacia Ella.

Ve estados.

Contemplas su cuello. Sus hombros. Sus lunares.

Ella te mira de reojo. Sonríe. Con malicia.

— Este no lo entendí — te dice y te muestra el celular.

Contienes la risa. Tu nariz suena como un motor de arranque.

— La cosa de este meme es que cuando te están pelando a veces el codo choca con los huevos del barbero.

— Ah, ya, como cuando vas en la guagua y…

Oyes una explosión. Volteas a ver.

El tubo de escape del carro.

Arranca. Se pierde por la calle.

En el aire flota una bocanada de humo.

— Oe, chama — escuchas.

Volteas a ver.

De la acera del frente un hombre cruza la calle.

— No me vaja decir que no te acuerdas de mí — dice.

— Cojone, no joda.

— ¿Y ese pelo? Horita te llega por la cintura.

— Asere, que desde que te fuiste me dejaste embarcao.

— Na, mentira que desde entonces tú no te pelas.

— Umjú.

— Coñó. ¿Y no te molesta?

— Sí, pero… magínate tú.

— Bueno, ven. Vamo conmigo pallá al frente.

Cruzan.

El barbero alza la reja. Corre el pestillo. Abre y entran. En el portal, repite la operación a la inversa.

— Mima — grita.

Fotografía: María Lucía Expósito

Pasa al interior de la casa.

Regresa con una silla. La pone frente a la ventana.

— Dime, ¿qué pasó? — pregunta una señora de pelo blanco.

— Búscame ahí el espejo y la máquina. Y tráeme café y una cerveza pal chama.

— ¿Tú ves? Ahora sí. Ya pareces persona.

Te miras en el espejo. La cara te ha cambiado por completo.

— Ya estás redi pa ir a matar jevitas.

— Sí, ¿eh? — dices riendo.

— Oe, y la pieza aquella, ¿qué?

Te llevas la cerveza a los labios.

— Na, ya ni me acuerdo de ella.

— Ah, bueno — dice y entra a la casa.

Te pasas la mano por la cabeza.

Tan solo sudor en tu palma.

Frunces el ceño.

El barbero viene con un recogedor y una escoba.

Mechones por todo el suelo. Los barre y los junta. Una maraña de pelo y polvo.

--

--

No responses yet