El cineasta maldito

La Jeringa
3 min readDec 2, 2022

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Por: Carlos Javier Valle

Nicolás Guillén Landrián (1938-2003) tuvo una obra tan intensa como su vida. Al adentrarse en la misma, no se queda menos que sorprendido por una genialidad tan alta, a la cual, después de tanto tiempo, se descubre nuevamente. La realización de este texto homenajeando su figura me toma por sorpresa, constituyendo un reto lograr resaltar una estética tan sincera y sensible en tan pocas líneas. ¿Qué fue Landrián más allá de un creador? El tiempo fue capaz de demostrar que la sencillez dentro de su obra era la base para la formación de una cubanía superior dentro del espectro artístico.

Incomprendido en su tiempo, en esa época de decisiones más impulsivas que erróneas, la obra de Nicolasito (como le llamaban sus colegas más allegados) desapareció del radar nacional. Él no era quien más perdía, sino la cultura y el país. Se hace necesario analizar cada paso de acción de este hombre, quizás, el talento artístico más grande jamás nacido en Cuba. Su obra cinematográfica, toda documental, pero no por ello menos atrapante, es la conjunción perfecta de armonía entre las expresiones culturales antológicas, las historias dramáticas visibles del país y el proceso de formación de la nacionalidad cubana.
Al adentrarse en su filmografía el espectador puede notar este sentimiento genuino que desprende Landrián. La Revolución fue para él faro de autorrealización personal y artístico. Trabajar con Solás y Santiago Álvarez también constituyó una escuela, sin embargo, los toques más particulares del momento resaltan de su estela. La música y la cultura como actores de reparto en sus realizaciones, así como el retrato de la evolución de una sociedad nueva, encuentran en el director el principal impulsor de sus emociones. Su obra es hermosa porque es real.
La transformación que pretende hacer notar es cruda y singular. Landrián es consciente del contexto social en el que vive, para ello recorre un país entero, en búsqueda de historias para relatar. La poesía y el romanticismo van de acompañantes, pero no son la esencia. Hace falta ilustrar cómo un país se crea. Para ello, Nicolás se convierte en el más capaz de darle potencia a esta muestra. Coffea Arábiga y Los del baile (el más incomprendido, quizás por cierta similitud con PM) son la cumbre de su quehacer fílmico, siempre certero.

El hecho de transitar entre las artes plásticas y la cinematografía hacen de Landrián el principal autor capaz de exponer sus ideas espontáneamente, sin perder mayor grado de autenticidad. Es injusto para la cultura cubana el hecho de no haber podido disfrutar de él más allá de su exilio. Su vida fue, lastimosamente, un drama, la censura, el mayor castigo, del cual nunca pudo recuperarse. Quizás hizo falta alguna disculpa, alguna señal de respeto y amor por su trabajo. Quizás no se sintió lo suficientemente valorado como para aceptarlo. Ha sido un privilegio para este redactor haber tratado de concebir el legado de, a mi punto de vista, el documentalista más importante del país y uno de los cineastas más representativos.

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