El perreo como mantra o la doctrina playera de San Benito

La Jeringa
6 min readJun 4, 2022

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Por: Senén Alonso Alum

Ilustra Joan Labrada

Bad Bunny no es un guilty pleasure. Su pincha no va a contaminar irremediablemente tu currículum de melómano destacado y/o musicólogo en ciernes, diestro en el artificio auditivo que demandan el blues, el grunge o el indie, en cualquiera de sus variantes. Puedes, incluso, regresar enriquecido (sí, ENRIQUECIDO) a tu est(r)ado de oyente supremo después de descargarle toda la noche a Benito, a su lírica post-millenial. No te preocupes, el Conejo va a seguir ahí, ensayando el próximo sermón para su catecismo generacional.

La cultura de la cancelación suele venir acompañada de otras prácticas nocivas como la (hiper)crítica prejuiciada, el argumento maquinal, irreflexivo y el consumo de información (deliberadamente) arbitraria. Este sesgo confirmatorio contribuye a favorecer y recordar aquellos datos que corroboran nuestra opinión en detrimento de cualquier otro criterio, por muy acertado que parezca. De esta forma, las etiquetas de “reguetonero”, “frívolo” y “vulgar” (merecidas o no), han recaído con saña sobre Bad Bunny y su obra. Aun así, la vertiginosa inventiva del boricua, en correspondencia con la renovación concienzuda y periódica de su imagen, ha motivado una (r)evolución al interior de su propio estilo.

Desde la efervescencia hormonal del veinteañero, pasando por la típica estampa gangsteril del artista urbano, hasta desembocar en esa pinta cuasi-hippie que luce en sus más recientes videos, Bad Bunny ha desandado varias “etapas” estéticas, seduciendo al gran público y congregando a su alrededor a grupos sociales diametralmente “opuestos”. Benito se concibe a sí mismo como un producto cultural en stock, susceptible de ser comercializado y proclive a la exportación internacional. Cada una de sus fases creativas ha sido antecedida por un look excéntrico y festivo que nos permitía intuir el tono, la directriz de su nuevo proyecto. Así, la extravagancia de sus peinados y vestidos deviene catalizador idóneo para su performance musical, artística.

Un verano sin ti (Rimas, 2022) fue lanzado el 6 de mayo de este mismo año, exactamente a las 12:00 AM, inaugurando una jornada que sería memorable para los anales del streaming global. Esta pieza, sexto álbum de estudio y quinto en solitario para el Conejo, ha redondeado cifras extraordinarias desde su estreno en plataformas como Spotify y Apple Music, termómetros de la asimilación musical contemporánea. Habiendo superado las expectativas de entusiastas y especialistas, este fonograma ha resultado la prolongación perfeccionada de YHLQMDLG (Rimas, 2020) y El Último Tour Del Mundo (Rimas, 2020), dupla discográfica que sugería, desde aquel entonces, la inconformidad estilística de Bad Bunny respecto a los fundamentos del género urbano.

El arte de la portada alude inequívocamente a una dimensión espacio-temporal de connotaciones veraniegas, compuesta por figuras y colores tipificados dentro del imaginario pictórico estival. La “ingenuidad” intencionada de las siluetas y trazos, así como el contraste cromático que revelan las tonalidades presentes en el cielo, el mar y la arena, conforman una visualidad ensoñada, profundamente naíf. Esta ficción tropical(izada) y quimérica, sostenida por la aparente sencillez de su factura, persigue el montaje de nuevos símbolos pop (¿semiótica del consumo?) a través de un corazón antropomórfico y minimalista que se fija en el centro de la portada.

El disco puede resultar un poco extenso durante su primera escucha. Si no se administra con mesura, existe la posibilidad de que una hora y veintiún minutos (repartidos en 23 tracks) agoten al oyente, lo saturen. En su defensa, cabe señalar que Un Verano Sin Ti fue concebido como un álbum doble, integrado por dos sides bien sustanciosos que difieren en cuanto a su despliegue (sub)genérico, la proyección nostálgica (o no) de sus letras y el propósito festivo de su sonoridad.

El side a es puro vacilón, alegría, jolgorio. Hay aquí una suerte de regodeo en la juerga que funciona en sus propios términos, insinuando la persistencia del perreo y la gozadera bajo la cadencia del merengue dominicano, el reguetón fundacional de los 2000s o la bossa nova brasileña. Aun así, algunos temas se perciben repetitivos e insulsos, ralentizando la dinámica interna del fonograma[i]. El side b, por su parte, se sustenta en la “baja intensidad” de sus postulados temáticos (desamor, añoranza, resignación), en el ritmo sosegado de sus acordes y en la colaboración de artistas (un tanto) ajenos al ámbito mainstream[ii]. Dicho contraste de motivos ha sido declarado sin rodeos por el propio Benito, quien ha señalado en este antagonismo desparpajo-intimidad una oposición no excluyente, antes bien complementaria.

Como ya sabemos, Un Verano Sin Ti hace gala de una tracklist prolífica y variada, favorecida por una buena cantidad de influencias estético-sonoras. Siendo así, considero que sería un despropósito (en este espacio) dedicarme a la exégesis individualizada de cada una de las piezas, por lo que he decidido sintetizar las virtudes musicales del álbum bajo seis canciones-bandera, canciones-manual. Al igual que (casi) cualquier otro “canon”, este trae aparejados (o al menos eso intenta) el disfrute sensorial de su autor y la relevancia técnico-argumental de la obra, a partes iguales.

Después de la playa comienza con una base rítmica de trap bastante común. En medio de un ritual erótico-verbal que remeda/recibe/reclama la nocturnidad, el registro urbano le va cediendo su lugar a un merengue salseado y gozoso, de inspiración veraniega. Así, las trompetas y la percusión toman la batuta melódica después del primer minuto, suscitando el baile, la agitación.

Tití me preguntó, por su parte, alude a una celebrada promiscuidad (¿poliamor, Conejo?) que se empeña en evadir el compromiso matrimonial. Una voz sampleada y femenina (acaso la propia “Tití”) enjuicia la lujuria de Benito, al tiempo que un flow bien inquieto se metamorfosea, poco a poco, en un perreo menos atlético y más sensual, acompasado.

Bad Bunny presume de su madurez creativa en Yo no soy celoso, una bossa nova con todo y silbido que se sirve de la ironía para hilvanar su propia plataforma expresiva. Esta cadencia carioca es asumida con lucidez por el boricua, desplegando ante el gran público la amplitud de sus gustos omnívoros: ningún contexto lo limita, asimila influencias llegadas de cualquier ámbito.

Otro atardecer resulta, quizás, la pista más “sofisticada”[iii] del disco y, además, mi favorita: la he quemado. Aquí, Benito hace alarde de su destreza recitativa, acomodando su lirismo urbano al indie-pop aterciopelado y percutivo del dúo The Marías[iv]. Un tono cuasi-nocturno (¿crepuscular?) atraviesa la canción y advierte, alentado por un virtuoso arreglo de guitarra, sobre las posibilidades sonoras de un artista comprometido con la inconformidad.

Ya en las postrimerías del fonograma, Andrea denuncia la impunidad heteropatriarcal que sobrevive en nuestra cultura y, en clave feminista, reivindica el libre albedrío de la mujer contemporánea. Tomando como referencia el asesinato de Andrea Ruiz Costa, esta pieza cuenta con la acertada participación de Buscabulla, dupla puertorriqueña integrada por Raquel Berrios y Luis Alfredo del Valle. Al igual que sucede en El apagón, Andrea visibiliza los conflictos que sacuden a la realidad boricua y (re)descubre a un Bad Bunny implicado en la conformación (política, social) de su país.

Finalmente, Me fui de vacaciones concluye este recorrido, instituyéndose como la pista más nostálgica de todo el álbum. Este reggae risueño da pie a la remembranza, a la evocación satisfecha de una infancia atesorada y formativa. Muy semejante a lo que ocurre en Dos Mil 16, el Conejo rememora lugares, sucesos y sensaciones que protagonizaron su época pre-estrellato, mixturando los compases del bajo y el órgano con la calidez de sus mejores recuerdos.

Un Verano Sin Ti es el epítome de la(s) posibilidad(es), un testigo perfecto que avala la futilidad de las etiquetas. Los géneros se contaminan y los artistas, en el mejor de los casos, se enriquecen con cada trabajo. Benito Antonio Martínez Ocasio ha sabido adecuarse a las exigencias del mercado internacional. Asimismo, ha tenido el acierto e impacto necesarios como para evolucionar dentro (y más allá) de sus propios límites, fundando una marca estética muy personal que le ha permitido existir creativamente. Viendo y escuchando lo que hace Bad Bunny, me ha dado por pensar que el reguetón no es un arte “unánime” porque, sin ir más lejos, a los reguetoneros no les da la gana.

[i] Un ratito y Party (ft. Rauw Alejandro), por ejemplo.

[ii] Bomba Estéreo, The Marías y Buscabulla.

[iii] En términos de realización y empaque, la noto muy semejante a Ojitos lindos (ft. Bomba Estéreo), otra de mi top.

[iv] Conformado por la cantante puertorriqueña María Zardoya y el baterista Josh Conway, natural de Los Ángeles.

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