El trasiego en la desesperanza: Ningen Shikkaku (Buraiha I)

La Jeringa
15 min readSep 12, 2023

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Por: Alejandro Castro Cabrera

La Segunda Guerra Mundial supuso un punto crítico muy claro para Japón y su cultura. Uno de los muchísimos ejemplos de ello fue la escuela buraiha. Aunque no constituyeron una escuela literaria formalmente, sí existió un grupo de escritores con enfoques comunes acerca de la falta de propósito y la crisis de identidad japonesa luego de la guerra. Las similitudes estéticas y la recurrencia de temas entre los autores los convirtieron a posteriori en lo que hoy se conoce como escuela buraiha. El término burai significa ‘poco confiable’ y se refiere a una persona cuyo comportamiento va en contra de convenciones sociales establecidas. Fue acuñado a este grupo de autores por críticos conservadores debido a los temas y estilos “decadentes e irresponsables” que atravesaban sus obras. Aunque suelen añadirse más escritores a la lista, es un consenso que los máximos exponentes de la escuela son Osamu Dazai, Ango Sakaguchi y Sakunosuke Oda.

Osamu Dazai se convirtió en uno de los escritores más apreciados del siglo XX en Japón y su obra Indigno de ser humano (Ningen Shikkaku) es una de las novelas más vendidas en la historia de este país y una de las más célebres de la literatura contemporánea japonesa. Publicada por primera vez en 1948, Indigno de ser humano, narra en primera persona la vida de Yozo, un joven estudiante de provincia. En el prólogo, Dazai se limita a describir tres fotografías del protagonista de la historia, donde cada una representará un capítulo del libro. Cada imagen y la forma en que Dazai las enfrenta son un adelanto de la etapa de la vida de Yozo, y quién era en ese momento.

La primera presenta a un niño de diez años rodeado de mujeres con una aparente sonrisa que el autor en primer lugar describe como “desagradable”, pero luego, incluso se cuestiona si es una risa en absoluto:

“Desde luego, cuanto más mirase el rostro sonriente del niño, más producía una indescriptible impresión siniestra. En realidad no era un rostro sonriente. (…) Nadie puede sonreír con los puños cerrados con fuerza.”

El primer cuaderno de notas narra la infancia de Yozo y nos presenta algo que será clave durante toda la novela, que es lo que el mismo protagonista llama su “tendencia a complacer”. Se trata de una carencia, reconocida por el propio Yozo, que le impide relacionarse de manera “normal” con otras personas y cuya causa principal es una incomprensión por su parte de lo que representa el alma humana. Él es capaz de entender los mecanismos de relación establecidos, las normas, los comportamientos y las tradiciones; pero no el propósito de las personas con estos. No se trata de un cuestionamiento cliché acerca de por qué las cosas son como son, sino más bien del reconocimiento de una ausencia en el ser de las cosas.

“La verdad es que no tengo la más remota idea de lo que es vivir como un ser humano. Como nací en provincias, en Tohoku, la primera vez que vi un tren ya era bastante mayor. Me dediqué a subir y bajar, una y otra vez, el puente elevado de la estación, sin que se me ocurriera que lo habían construido para cruzar las vías; me parecía que su función era dotar a la estación de un lugar de diversión de tipo occidental. (…) Cuando me enteré de que no era más que un medio para que los viajeros cruzaran al otro lado, mi interés se desvaneció.”

Hay una alusión constante a cierta ausencia en la razón de ser de todo, que luego se transporta hacia los humanos y es algo que está presente en toda la obra. Sin embargo, la ausencia no es fundada en un nihilismo intransigente, sino en una profunda y sincera incomprensión. Esta distinción es importante, principalmente, por las reflexiones a donde nos lleva el autor y las implicaciones sociales y políticas de cada vertiente. En definitiva, no hay un rechazo plano al estado de las cosas, hay un desentendimiento consciente, lo que da espacio a la reflexión y la razón, por tanto hay un espacio para la crítica. Aunque estilísticamente persistan el descuido, el desprecio, la burla y la simplificación en toda la novela, Dazai procura llenar cada espacio posible con un regalo muy preciado para los lectores, que es el estímulo a una reflexión particular. El autor nos invita sin previo aviso a seguir los hilos de pensamiento que puede comenzar Yozo, o simplemente sugerirlos. En su conjunto estos hilos llevan la fuerza narrativa de la novela. Este recurso es la base técnica que permite el despliegue de la crítica en toda la obra.

“Todos comían con la mayor seriedad. Llegué a pensar que era una especie de ceremonia familiar, celebrada tres veces al día: a la hora determinada (…).

Suele decirse que si no se come, se muere; pero a mis oídos esto suena como una intimidación maligna. Esta superstición — hasta ahora no he dejado de pensar que de eso se trate — siempre me produce inquietud y temor. Si las personas no comen, mueren; y por lo tanto están obligadas a trabajar para comer. Para mí, no había nada que sonase más difícil de entender y más amenazador que esas palabras.

(…)

Quizás los sufrimientos de tipo práctico, que puedan mitigarse con una comida, tiene solución y por eso mismo sean los menos dolorosos.”

En definitiva, lo que produce en Yozo esa incomprensión es un tipo muy específico de comportamiento que lo vuelve muy complaciente y que desde niño lo comenzó a deformar hacia una persona muy ensimismada y reprimida que nunca lograba expresar cómo se sentía realmente. Es la necesidad de inserción social la que lo obliga a construirse una vía forzosa y fingida hacia las relaciones con otras personas. En concreto, halló un espacio como una especie de bufón o persona extremadamente divertida en apariencia y devota por completo a hacer reír y satisfacer a los otros. Esta característica es un rasgo fundamental de la personalidad de Yozo y viabiliza cada ruptura posterior y el propio decursar de su vida. Cabe añadir que hasta este momento el libro deja ver muchas similitudes técnicas con El extranjero, de Albert Camus, y aunque desconocemos las influencias reales del autor, no es algo que se pueda descartar. Sin embargo, Dazai se separa muy fuertemente de Camus en el transcurso de la novela y supera el paradigma planteado por la obra francesa publicada seis años antes.

“Pese a que temía tanto a la gente, al parecer era incapaz de renunciar a ella. (…) Mientras que en la superficie mostraba siempre un rostro sonriente, por dentro mantenía una lucha desesperada…”

Yozo es perfectamente consciente de lo que hace, entiende que su personalidad ficticia es ajena a sus verdaderos intereses y sentimientos, y solo es una vía de entrada a la sociedad que se le presenta. Esta consciencia y su experiencia temprana de vida (burlas, miedos, abusos, etc.) comienzan a generar un sentimiento de desconfianza profunda en el ser humano. El protagonista empieza a verse en los demás, y se aterroriza con lo normalizada que está la farsa y la mentira en la sociedad que lo rodea, donde la gente rara vez dice y expresa lo que siente, donde las relaciones existen sobre la base de garantizar una convivencia de fundaciones abstractas.

« “¿Eh, no tienes fe en el ser humano? Por cierto, ¿cuándo te hiciste cristiano?”, quizá alguien me pregunte burlándose. Pero no creo que la desconfianza en el ser humano tenga que surgir por motivos religiosos. ¿No es cierto que estas personas, incluidas las que se burlan de mí, viven tan tranquilas en la mutua desconfianza, sin que la existencia de Dios se les pase por la cabeza?»

Lo que puede distinguir estas ideas de un nihilismo y renuncia al ser humano y la sociedad, es que Yozo no es un espectador. Aunque constantemente se sienta y esté indefenso, y la mayoría de las veces sea incapaz de transformar siquiera su vida, sigue siendo un sujeto activo. El simple hecho de pensar y conscientizar su incomprensión y desconfianza, lo lleva a una búsqueda de respuestas, un propósito forzoso. Es forzoso porque surge de la necesidad que siente de sobrevivir en un medio que solo se le presenta cada vez más hostil, y no es un propósito que tenga signos de esperanza o llene el alma del protagonista. En definitiva, solo lo lleva a adentrarse más en la tristeza, la ausencia y la desesperanza.

En la segunda fotografía ya Yozo era un estudiante muy apuesto. No tenía una sonrisa arrugada y confusa esta vez, sino claramente una sonrisa inteligente pero Dazai insiste en que era diferente a la de un ser humano.

“¿Cómo decirlo? Le faltaba el peso de la sangre, la aspereza de la vida. (…) Era una simple hoja de papel blaco con una sonrisa por completo artificial.”

Yozo matricula en una escuela de pintura y en este punto comienzan a aparecer varios elementos interesantes que no forman parte de las ideas centrales que conforman el texto, pero que sería injusto pasar por alto. Uno de ellos son sus vínculos personales: empieza a relacionarse con mujeres y tiene sus primeras amistades. El tema de la mujer es recurrente en la obra, y se maneja de una forma muy curiosa. Por una parte, hay un menosprecio y a veces un desprecio muy claro por la mujer, se le relega a roles completamente sumisos y es algo que no forma parte de la crítica de Dazai de manera explícita. Sin embargo, la mujer es también sujeto de admiración en la obra, signo de los cuidados, la sinceridad, la lealtad y el cariño; para Yozo, la mujer por momentos se presenta como un elemento ajeno a esa sociedad hostil a la que se remite todo el tiempo.

“Al poco tiempo de estudiar pintura, uno de mis compañeros me hizo conocer el alcohol, el tabaco, las prostitutas, las casas de empeño y el pensamiento de izquierda. Parece una combinación un poco rara, pero así aconteció en realidad.”

La otra digresión que me permitiré tiene que ver con el acercamiento, para mí sorpresivo, de Yozo al comunismo y la izquierda japonesa. Aquí hay, otra vez, elementos controversiales sobre el tratamiento que le da Dazai en la novela. El protagonista comienza a relacionarse con el partido comunista clandestino japonés y a participar de sus actividades pero nuevamente trata esta situación como el resto en su vida, con gran simplificación, desdén y burla. En caso de una crítica de Dazai al movimiento izquierdista real japonés, por momentos se puede tornar muy fuerte y satírica, pero esa sería una lectura superficial e incompleta.

“Me presentaron a los compañeros y me obligaron a comprar un panfleto y después escuché la conferencia que dio un hombre joven, horriblemente feo, sobre economía marxista. Me dio la impresión de que todo lo que dijo era obvio; pero, incluso estando de acuerdo, supe que algo más incomprensible y horrible se escondía en el alma humana. No se trataba sólo de ambición ni de vanidad, ni tampoco de una mezcla de deseo sexual y avaricia; no lo entendía ni yo mismo; pero sentía que la sociedad humana no era sólo economía, sino que en el fondo acechaba algo misterioso. Esto me atemorizaba, pero aprobaba el materialismo con la misma naturalidad que el agua se nivela. Aunque este no me podía librar de mi temor por el ser humano y no me producía la esperanzada alegría de una persona ante la vista de las hojas que acababan de brotar.”

Yozo es muy activo en su vínculo con el partido, forma parte de las actividades y lo hace por interés como no había hecho otras cosas anteriormente. Y es que ese interés es confeso y proviene de un motivo muy interesante, para Yozo los miembros del partido y sus actividades desbordaban una “irracionalidad” cautivadora. Más que la teoría marxista o un objetivo político concreto, para Yozo el ambiente era lo verdaderamente placentero y acogedor, y también confiaba en la simplicidad de sus compañeros (que, según él, no lo eran). Gozaba de mucha comodidad participando en esto y veía que pasar la vida en el clandestinaje cumpliendo con estas tareas era un vida mucho más llevadera que sumirse en el infierno de la “sociedad de los hombres”, incluso a pesar del riesgo de ir a cárcel o algo peor.

“El seguir las normas establecidas me parecía mucho más temible -me parecía que había en eso algo tremendamente poderoso-, era un mecanismo incomprensible; no podía continuar sentado en esa habitación fría y sin ventanas. Fuera se extendía el océano de la irracionalidad, y lanzarme a nadar en sus aguas hasta morir se me hacía más placentero.”

Sin especular sobre las intenciones del autor, en el contexto de la novela, todo el tratamiento que le da a la irracionalidad puede llevarse a muchos debates relevantes en la historia de la política y la filosofía sobre la razón. Notemos que para Yozo la irracionalidad es un escape de la realidad que vive, una realidad que ha señalado ya en muchas ocasiones como carente de algo que no puede explicar del todo, es una realidad ajena al alma humana y que a su vez la excluye. También es importante entender que la irracionalidad solo puede existir si existe un paradigma de racionalidad establecido y claro, nada es irracional por sí mismo. Este impulso de Yozo, de optar por el “océano irracional”, es un tema ampliamente explorado en la historia de la humanidad desde el avance acelerado de la modernidad y siempre ha partido de la misma pregunta: ¿qué es entonces lo racional? Sin más pretensiones y terminando la digresión, hay que añadir que la respuesta a esa pregunta pasa por establecer las bases de la sociedad que se quiera construir, solo así se puede determinar qué tipo de racionalidad se produce y si es realmente beneficiosa para los seres humanos.

Finalmente, en este segundo cuaderno, Dazai introduce tres temas relevantes para el resto de la novela: el alcohol, el romance y el suicidio. No pienso ahondar en ninguno de forma particular para seguir induciendo a la lectura de esta novela y considero que la digresión no consentida ha sido suficiente.

En la última foto Yozo no sonreía ni tenía expresión alguna. En este cuaderno de notas aún tenemos a un joven Yozo tratando de salir adelante en su vida e intentando desesperadamente todo lo que esté a su alcance y lo que no. Hay una condensación de todos los temas hasta ahora tratados y a su vez se presentan varios eventos puntuales que marcarán la vida del protagonista.

En este cuaderno Dazai nos regala los estímulos más valiosos de toda la novela, que, por supuesto, no hubieran podido existir de no ser por los cuadernos anteriores. Cada pausa reflexiva llena de sentido lo que hemos hablado hasta ahora y eleva el nivel de pensamiento al punto de que nos hace sospechar sobre lo leído anteriormente. Aquí cobra un papel muy importante, ya no solamente sus pensamientos ensimismados, sino el intento de entendimiento con el exterior hostil.

“Delito. ¿Cuál es el antónimo? Esta es difícil, ¿eh? — pregunté, aparentando calma.

— La ley — repuso tan tranquilo.

Miré de nuevo el rostro de Horiki. Estaba iluminado de rojo por el neón parpadeante de un edificio cercano y tenía la siniestra dignidad de un policía diabólico que me fulminó.

— No es cierto.

¡A quién se le ocurría decir que la ley era el antónimo del delito! Pero las personas pensaban de una forma así de simple, por eso podían seguir viviendo. Dicen que los delitos pululan donde no hay policías.

— Entonces, ¿qué es? ¿Dios? Si ya me parecía que olías a curilla cristiano. ¡Qué desagradable!

— No te salgas por la tangente. Busquémoslo entre los dos. ¿No te parece un tema interesante? Me da la impresión de que se puede conocer a alguien sólo por la respuesta que dé.

— No creo… El antónimo de delito es bondad. Digamos que un ciudadano bondadoso como yo.

— ¡Déjate de bromas! Pero bondad es el antónimo de maldad, no el de delito.

— ¿Son diferentes maldad y delito?

(…)

No son delitos sólo las acciones castigadas con la cárcel — murmuré como para mí mismo — . Encontrar el antónimo de delito, creo que podría ayudar a conocer su esencia. Dios… salvación… amor… luz… El antónimo de Dios es Satanás; el de salvación podría ser agonía; el de amor, odio; el de luz, oscuridad; el de bondad, maldad. Delito y oración, delito y arrepentimiento, delito y confesión, delito y… ¡Aaah…! Todos son sinónimos. ¿Cuál será el antónimo de delito?”

Dazai le da voz al protagonista y este comienza a exteriorizar sus sentimientos e ideas. Es fácil ver que todos los esfuerzos reflexivos de Yozo están orientados a su propósito forzoso, a encontrar las ausencias que ha sentido en su vida y al entendimiento de ese medio hostil que llama sociedad. A pesar de ello, la imagen del mundo para Yozo sigue siendo incompleta.

« “Debes parar de divertirte con mujeres; la sociedad no te lo va a permitir…”, me aconsejó. ¿Y qué diablos era esta “sociedad”? ¿Acaso el plural de “seres humanos”? ¿Cuál era la esencia de eso llamado “sociedad”? Había vivido en esta sociedad a la que siempre había tenido por poderosa, severa, temible… Pero al escuchar las palabras de Horiki tuve en la punta de la lengua la pregunta: “¿Con lo de ‘sociedad’, te estás refiriendo a ti mismo?”.

(…)

La sociedad no te lo va a permitir. Pero no es la sociedad, ¿acaso no serás tú? Si te comportas así, la sociedad te va a castigar. Mas no será la sociedad, serás tú, ¿verdad? La sociedad te enterrará en el olvido. No la sociedad, tú lo harás»

Y finalmente Dazai comienza a dar respuestas a Yozo:

“A partir de entonces me convencí de que la llamada sociedad es el individuo.”

Yozo ahora completa su esquema inconcluso y comienza a entender mejor el mundo en que vive y aquello a lo que ha llamado sociedad.

“La sociedad. Para entonces hasta yo estaba empezando a tener una ligera idea de qué se trataba. O sea, una lucha entre individuos. Y una lucha que el ganarla lo supone todo.

(…)

A pesar de que colocan a sus esfuerzos etiquetas con nombres grandilocuentes, al final su objetivo es exclusivamente individual y, una vez logrado, de nuevo sólo queda el individuo. La incomprensibilidad de la sociedad es la del individuo.”

Es un movimiento reflexivo minúsculo y a la vez tan drástico que hace que casi sea un giro en la trama de la obra. La crítica social de Dazai se complejiza y conecta con los elementos anteriores de la novela. La ausencia que Yozo siente es la que produce una sociedad profundamente pragmática, hiperracional, secularizada y abstracta: es una sociedad ajena al humano, que no responde a sus intereses y bienestar. Sin embargo, la culminación del rompecabezas reflexivo de Yozo no lo hace feliz, al ser un propósito forzoso, inevitable e innegociable, cumplirlo no le marcó el camino que debía o quería recorrer. El protagonista perdió el miedo a la sociedad como uno le pierde el miedo a lo desconocido, pero el camino de lucha de su vida no le permitió plantearse la posibilidad de una transformación. Su decisión de vivir la vida sin remordimientos ni miedos a nada, ni siquiera a la muerte, lleva implícita la idea de que, para él, había intentado todo lo que se podía intentar. Yozo nunca albergó una esperanza de cambio, y aún así, seguía caminando como si alguna entidad superior no le permitiera renunciar a la vida y, por tanto, a su lucha.

Por su parte, Tsushima Shuji, más conocido por su pseudónimo Osamu Dazai, nació en Tokio en 1909. Fue el décimo hijo de una familia acomodada del norte de Japón y estudió literatura francesa en la universidad de Tokio, aunque se jactaba de no haber asistido jamás a una clase. En la década de los treinta, y tras abandonar la universidad, militó en el incipiente movimiento comunista clandestino, motivo por el cual fue encarcelado y torturado por el régimen militar. Como genio de las letras japonesas fue candidato al Premio Akutagawa en 1935 y 1936. Desheredado por su padre a causa de una relación con una geisha de bajo rango y acuciado por su adicción a la morfina y el alcohol, Dazai intentó suicidarse en cuatro ocasiones. Autor de varios libros de relatos y dos novelas, el reconocimiento no le llegaría hasta la publicación, tras la Segunda Guerra Mundial, de Indigno de ser humano y El ocaso. En 1948, pocos meses después de la publicación de la primera de ellas y una semana antes de cumplir cuarenta años, se suicidó con su amante en Tokio, arrojándose a un canal del río Tama.

Yozo confiesa y asegura durante toda la novela que no sabe ser un humano y no merece vivir con los demás haciendo lo que hace. Pero al ver ahora la sociedad de Yozo, ¿realmente es nuestro protagonista el descalificado de ser humano? Si fuéramos capaces de preguntarle a Yozo cuál es el antónimo de humano, seguramente diría que es el humano mismo. Aunque es probable que sea una decisión incorrecta, sería demasiado inconsecuente con lo expuesto, y con la novela, concluir este escrito con una serie de alientos y palabras esperanzadoras. Yozo y Dazai nos muestran una vida que no es nada fácil vivir y en la obra sobran los elementos para vincular a nuestro protagonista con el título de la novela. Sin embargo, ¿es realmente esa una lectura completa y coherente? ¿Son las personas que describe Yozo más dignas que él? ¿Lo es la sociedad que describe? Quizás Yozo y Dazai no llegaron a tener todas las respuestas y los caminos que recorrieron no les permitieron ver o producir transformaciones en aquello que más temían y más los afectaba; pero la sensibilidad con la que sintieron en cuerpo y alma la urgencia de encontrar alternativas los llevaron más lejos de lo que ambos creían.

Este no es un relato de victoria, ni siquiera uno de nunca rendirse, es una historia de crisis y conflicto profundo, donde Yozo y Dazai deciden aventurarse fuera de la habitación fría, sin ventanas, solo por lo insoportable que suponía su existencia dentro de ella. Y finalmente, si me atreviera a especular un poco sobre Dazai y sus intenciones, creo que si algo nos quiere dejar claro es que mientras vivamos en la sociedad de Yozo, todos seguiremos siendo indignos de ser humanos.

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