En la guarida de la matriarca

La Jeringa
6 min readFeb 12, 2023

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Notas sobre aguas, luces y sombras

Olivia Busto Legrá

El pasado domingo 5 de enero del 2023 asistí a la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba para presenciar una nueva versión de la última obra legada por Federico García Lorca a la literatura universal, con dirección del dramaturgo español Carlos Aguilar: estoy hablando de «La casa de Bernarda Alba». Es conocido que, a lo largo de los años, han sido muchísimas las modificaciones aplicadas al célebre drama. Aunque algunos creadores prefieren ser lo más fieles posible al original, varios otros deciden arriesgarse y caminar a su propio ritmo por la senda de la experimentación artística.

Aguilar es de esos dramaturgos que, sin olvidar la esencia primera de la obra, no coarta la libertad que debería tener todo artista para impregnarla de su propia visión. En enero del 2022 ya presentaba dicho clásico en el Teatro Martí, corazón de La Habana Vieja. El Bertolt Bretch también fue testigo de dicha puesta en escena, la cual resultó un éxito que pudo contentar a la mayor parte de los espectadores. Meses después, en junio, la Fábrica de Arte Cubano acogió a «Bernarda 2.0», variante hecha con estilo performático, debido a las posibilidades que brindaba el espacio.

Ahora, a inicios del 2023, la Compañía Teatral Clau -dirigida por Aguilar- ofrece al público cubano una versión definitiva: «La casa de Bernada Alba, danza de sombras», cuya novedad más evidente y atractiva es la incorporación de Danza Contemporánea de Cuba y, además, la aparición de Ulises González en el papel protagónico -el cual, he de adelantar, defiende perfectamente-. Se suman varias caras conocidas: Ariana Álvarez -Martirio, una de las hijas de Bernarda-, Ana Gloria Buduén -María Josefa, madre de Bernarda-, entre otras.

Si bien las veces anteriores el elenco era casi exclusivamente femenino -con excepciones tales como el propio director encarnando a Lorca durante su asesinato en algunas de las presentaciones-, ahora se suman Ulises -aunque, claro está, interpreta a una mujer- y algunos bailarines que componen el conjunto de sombras, la masa pueblerina iracunda o representan -con movimientos sensuales sobre la mesa del comedor, cerca del agua del pozo, etc- el deseo sexual experimentado por las hermanas al pensar, sobre todo, en Pepe el Romano, único personaje masculino que aparece en la versión original, aunque más bien solo se le mencione y se asemeje a un ente inalcanzable, tal como sucede con el patriarca de la familia, quien fallece justo antes del inicio de la obra y del cual apenas queda el recuerdo. A pesar de lo explicado, poco importa realmente el género de actores o personajes cuando cumplen magistralmente con el papel que se les asigna. Ya en 1899 la actriz más famosa del siglo XIX, Sarah Bernhardt, interpretaba a Hamlet, príncipe shakespeariano.

Los bailarines, perfectamente sintonizados, hipnotizan con sus fluidos movimientos; tan fluidos que son, en alguna ocasión, las olas del mar al que la vieja María Josefa quiere llegar -lástima que se encuentre atrapada en un pueblo sin siquiera río, en el que la gente debe beber del agua estancada de un pozo y tragar el veneno de las envidias, los celos y las crueldades-. Danzan también las sombras de las hijas, los reflejos oscuros de cada una de ellas, esos que no las abandonan nunca, al no ser que se confundan con el resto de la oscuridad; simbolizan los miedos, los deseos reprimidos, las «angustias» y los «martirios».

Coreografiados están, además, los pueblerinos cegados de ira y prejuicios que castigan a una pobre pecadora en la escena final del segundo acto, acompañando el grito de «¡matadla!», promovido por Bernarda. La inclusión de la danza es, sin dudas, un acierto.

Quienes pisan las tablas no son solo actores y bailarines, sino también la cantante lírica, con hechizante voz de sirena, y los responsables de generar toda una banda sonora en vivo. Se incluyen los temas «Nana del caballo grande», «Gymnopedie», «La Tarara», etc, siempre estrechamente relacionados con lo acontecido dentro de la historia que se representa. Varias manifestaciones artísticas trabajan unidas para crear el espectáculo.

El escenario es, como les escuché decir a algunos espectadores, «muy estético»: armonioso, sencillo y no por ello simple. Vuelven a optar por el minimalismo, colocando solo los objetos imprescindibles: la silla que funciona como trono de la déspota gobernante del hogar; el pozo al que se asoman las hermanas para refrescarse, observar su reflejo o maldecir su vida de mujer; los trozos de imágenes que simulan los gruesos muros que aíslan el interior de la casa; la larguísima mesa de comedor que entra y sale rodando; esa especie de hojas secas que se desparraman por el suelo y los bailarines remueven con naturalidad a su paso por el escenario -son los desechos, las cosas que mueren-. Recordemos que la obra comienza con una muerte -la del patriarca- y termina con otra -la de la hija más pequeña, quien encuentra en el suicidio la única acción voluntaria que puede llevar a cabo para terminar con el sufrimiento causado por una vida repleta de restricciones-. La más joven le quita la potestad a su familia y a Dios de decidir sobre su cuerpo, mediante un acto de rebeldía sumamente trágico, pero tan bien planteado que pone a pensar dos veces al que desee darle un giro de ciento ochenta grados al final del clásico.

A todos los elementos escénicos anteriores los complementa un juego de luces que van desde los tonos amarillentos y cálidos al principio de la obra, pasando por otros más fríos -morados y azules- hasta llegar a la total oscuridad del desenlace. Por supuesto que este proceso podría simbolizar el transcurso del tiempo, el cambio de horario, desde que el sol está en su cénit hasta que se esconde; pero es también la pérdida de la alegría, de la pureza, de la esperanza. Se va apagando la vida.

Hablando de colores, necesario anotar que el vestuario sigue siendo casi completamente negro -se incluye ahora la ropa de los bailarines, las sombras -, como símbolo del luto eterno. Solo lo camisones de dormir de las hermanas son blancos, aunque la pureza de más de una de estas podría cuestionarse... Y está, claro, el vestido amarillo de la benjamina. En el original lorquiano el atuendo es verde, pero Aguilar y su equipo desde el principio decidieron seleccionar uno amarillo que transmitiese esa alegría, esa energía desprendida por Adela, la cual contrasta con el pesimismo propio de sus hermanas mayores, ya más cansadas y resignadas a su destino.

A pesar de lo tétrica que resulta la obra -con esos maquillajes blancos que destacan las ojeras de algunos personajes, el juego con las luces que van apagándose, la melodía triste de los cantos y el rumor de las hojas secas, el luto prologando, la violencia y la muerte- también debo mencionar los momentos humorísticos, bastante más acentuados en esta versión; se nota en las reacciones estruendosas del público, sobre todo de los más jóvenes.

Merece el primer puesto la demente anciana; no solo las características básicas del personaje escritas sobre papel, sino también la maestría de Ana Gloria para darle vida consiguen que esta loca se convierta en una de las favoritas de los espectadores, quienes no pueden contener las carcajadas cuando insulta a sus propias nietas, afirma que quiere casarse a la orilla del mar o acuna a una almohada como si fuese su bebé de pelo blanco. Las burlas de unas hermanas hacia otras, las expresiones más exageradas de lo normal, los juegos a los que se suman ahora las sombras, la desesperación sexual que invade a las mujeres encerradas, nos llevan del sollozo a la risa y hacen que las lágrimas de tristeza se confundan con las de alegría. La obra llega a acercarse, como comenta su director, a la farsa.

Lector, te resumo todos los datos importantes con el objetivo de que no te pierdas el evento, pues todavía quedan varias noches para visitar la guarida de la matriarca: La Compañía Teatral Clau, junto a Danza Contemporánea de Cuba -con dirección de Carlos Aguilar- estarán presentando «La casa de Bernarda Alba, danza de sombras», hasta el 19 de febrero del 2023 en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, los viernes y sábados a las 8:00pm, domingos a las 5:00pm -con excepción del día 10, que no habrá función-. Prepárate para adentrarte en este hipnótico laberinto de luces y sombras, bañado por el agua tóxica de la represión, la cólera y el pánico.

«Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!»
Bernarda, escena final

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