Ena Lucía Portela. ¿La botella se ha de caer?

La Jeringa
5 min readApr 21, 2021

--

Por: Jeiner Martínez Oliva

Diseño por: Yanaisy Puentes Cruz.

De los escritores que iniciaron su andar literario a finales de los años 90, Ena Lucía Portela es, sin lugar a dudas, una de las figuras cimeras. Autora de cuentos como “Una extraña entre las piedras” y de novelas como La sombra del caminante, ha devenido en referente insoslayable para quienes decidan abordar la producción literaria cubana en el campo de la narrativa. La liberación de numerosas ediciones digitales llevada a cabo por grandes distribuidores de libros a nivel mundial a consecuencia del confinamiento, unida a la compartición vía chat con un grupo de amigos, hicieron que llegara a mis manos la novela Cien botellas en una pared (2002), obra con que la autora ganaría uno de los premios literarios más prestigiosos de España y la difusión internacional de la que hoy goza. A pesar de las lluvias caídas, el libro continúa sorprendiendo a sus lectores y dialogando con nuestra época, más aún dadas las circunstancias actuales: de ahí que amerite un breve análisis dirigido, tanto a quienes no se hayan adentrado en la obra de la prolífica escritora, como a los que sí conocen de su producción y buscan, quizás, una nueva mirada.

La novela tiene como narradora y protagonista a Zeta, una muchacha dotada de cuatro rasgos que influyen en la potencia del relato: deslenguada, reflexiva, “ingenua” y a veces bohemia. Su vida se desarrolla entre El Vedado y Centro Habana, lugares en los que se relaciona con el más variopinto de los círculos pensables: delincuentes, jineteras, balseros, escritoras, mecánicos, etc. De ahí la peculiaridad de sus visiones y críticas. A través de la “inocencia” de Zeta, Portela nos ofrece una Cuba que se desenvuelve en un escenario interno que no puede ser más caótico y abigarrado (es el fin de la década de 1990); sin embargo, el lector no se adentrará en la manida crítica depresiva y existencialista que marcó la línea de su generación. Muy por el contrario; sus ataques se hallarán signados por una perplejidad cotidiana que favorece la mordacidad y el sarcasmo. La corrupción, las deficiencias urbanísticas y la estulticia institucional (sobre todo en el plano del arte) son analizadas desde un ángulo fragmentado, indirecto y resignado. El extrañamiento de Zeta es, en resumen, el de cualquier persona ajena a la realidad descrita y a su insolente perdurabilidad.

Asimismo, la autora se esfuerza en llevar la velocidad desaforada de la vida habanera a lo lingüístico, para lo cual se sirve de recursos como la elisión voluntaria de signos de puntuación en las seguidillas de improperios vulgares, numerosas a lo largo de la obra. También por medio de larguísimos comentarios insertados en medio de oraciones breves, de manera que la narración suele quedar interrumpida por el flujo de conciencia.

La protagonista, egresada de la Facultad de Artes y Letras, cultiva una profunda amistad con su compañera de estudios, Linda Rot: una suerte de femme fatale que siembra el caos en todo lugar o relación que abandona. Si bien es abordada desde la óptica de Zeta, Linda será uno de los personajes que mantendrá en la novela la tensión y el debate artístico-social. Judía, lesbiana, feminista, misándrica e independiente, encarna una rebeldía que, en su búsqueda de la reivindicación y la ilación de un relato interior, acaba siendo destructiva para quienes la rodean. Además, su astucia sibilina y calculadora la lleva siempre a acorralar incluso a aquellos que gozan del privilegio de ser sus amigos.

Linda será otro recurso de Portela en favor del cuestionamiento social. Por medio de ella, critica la superficialidad reinante en los círculos académicos internacionales que difunden los estudios de género. En opinión de la muchacha, quienes allí asistían se embarcaban en análisis remisos y fútiles que solo favorecían las posturas gremiales. Nada importaban las deficiencias de las tesis y ensayos mostrados en congresos y charlas, dado que los honorarios de las congresistas estaban seguros. Curiosamente, Linda se muestra más que irracional y maniquea en su visión de la subalternidad y los pueblos segregados. Ya he hablado de cómo su odio hacia la sociedad patriarcal la conduce a la misandria. No bastando con ello, aplica la condena histórica sufrida por los judíos (entre los que incluye a sus familiares y a ella misma, claro) para justificar los numerosos desastres voluntarios que provoca en la vida de los demás.

Esos extremismos tendrán incalculables consecuencias; sin embargo, como la novela ha decidido salirse de esquemas didácticos y gastados, la peripecia no caerá sobre Linda, sino en la figura más odiada por ella en toda la historia. Se trata de Moisés, el singular amante de Zeta. Misterioso, imponente, violento, misántropo, paciente psiquiátrico, paranoico y de una cultura inmensa: o sea, una versión salvaje y satánica de la propia Linda. Sin embargo, la muchacha sustenta su odio en las evidencias de las crudelísimas golpizas que el orangután (como siempre lo llama) propina a su amiga, la cual, no obstante, experimenta un morboso goce en la violencia sexual a que la somete. Ambos antagonistas no llegarán a verse, por lo que Linda ignora las peligrosas similitudes compartidas con su archienemigo.

Pero Moisés va más allá que la joven, porque su odio se extiende a toda la especie humana. De ahí que Zeta llegue a la conclusión de que no la maltrata por una aversión hacia ella, sino porque es el objeto más cercano en el que puede canalizar su animadversión hacia un enemigo kafkiano al que él se refiere, simplemente, como “Ellos”. Si bien algunas de sus ideas críticas y conspiranoicas se hallan cargadas de sentido, es su posición extrema e irracional lo que le conduce a su trágico y abrupto fin. Como dije, el castigo no recae sobre Linda, pero lo sucedido a Moisés es la suerte que pudiera correr tanto ella como cualquiera que la asuma como modelo.

Quien decida realizar un viaje cultural desde la Cuba de los años 30 hasta la del nuevo milenio, ha de saber que esta es la obra idónea, por la amenidad satírica con que se ofrece la información. A través de la historia de su edificio (palacete burgués devenido en solar) Zeta narra la historia cultural y barriotera de La Habana, amenizada con un amplísimo arsenal de referencias culturales de todas las manifestaciones artísticas. Pero, más allá de las incuestionables virtudes literarias, la novela amerita un enfoque social.

En una circunstancia como la que hoy vivimos, marcada por el auge de la llamada “cultura de la cancelación” y una polarización radical y beligerante que crece por minutos, juzgo provechosa la lectura de una obra como la analizada, dada su evidente censura hacia las posturas extremas. Es más que necesario replantear algunos diseños históricos y epistémicos defendidos hasta hoy; sin embargo, se hace imprescindible no traspasar la línea del maniqueísmo y la intolerancia recíproca; cruzarla nos conduciría a una estigmatización que ya se vive en el campo de los estudios de subalternidad y de género. Así pues, sigamos la postura de Zeta a lo largo de la novela y despertemos antes de que caiga la última botella.

--

--

No responses yet