Encuentros armstrongianos

La Jeringa
4 min readAug 14, 2020

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Por: Mirian Delgado Díaz

In memorian L. A., R. M.

Dibujo por Stephanie Rivero

Envuelto en humo Ronald largaba disco tras disco casi sin molestarse en averiguar las preferencias ajenas, y de cuando en cuando Babs se levantaba del suelo y se ponía también a hurgar en las pilas de viejos discos de 78, elegía cinco o seis y los dejaba sobre la mesa al alcance de Ronald que se echaba hacia adelante y acariciaba a Babs que se retorcía riendo y se sentaba en sus rodillas, apenas un momento porque Ronald quería estar tranquilo para escuchar Don´t you play me cheap.

Satchmo cantaba

Don´t you play me cheap

Because I look so meek

y Babs se retorcía en las rodillas de Ronald, excitada por la manera de cantar de Satchmo, (…) ¨

Así comienza el capítulo trece de Rayuela. A Babs no pude culparla, en cambio compartí el sentirme excitada ante tal interpretación. Fue inevitable sentir cada una de las descripciones cortazarianas. Poco a poco, cada palabra concatenada -en justo equilibrio con el tempo- guiada por la trompeta de Satchmo[1] fue adentrándose, doblegándome, cada vez que salía de su voz rasgada, para mí inusual y atractiva. Quedé desconcertada: me sentí desnuda aunque llevaba ropa.

En otro momento de búsqueda jazzística, encontré un disco en formato digital de Louis Armstrong y Ella Fitzgerald: A Fine Romance. Ambas voces, magnéticas. Sin embargo, fue Louis quien con su inconfundible voz casi me deja sin aliento. Caía la tarde cerca de la mar y desde mi reproductor de música repetí, durante un buen rato, Autumn In New York, Summertime y Love Is Here To Stay ¿Cómo no volver a ellas? Si como si fuera un hechizo, encanta con el sonido que arroja al viento tras sus manos tocar la trompeta…

Satchmo, había conquistado una gran parte de mí. Pero no fue hasta que descubrí su realización, en 1930, de una versión de El manisero[2], que me convirtió en su cómplice para siempre.

Ante este descubrimiento, me asaltó una interrogante: ¿Cómo Louis conoció esta creación cubana? Repasando los hechos encuentro que Antonio Machín[3], llega a inicios de los años treinta a Nueva York, e integra la orquesta de su coterráneo, Don Azpiazú[4], llamada Orquesta Habana Casino. Logra un importante reconocimiento en los escenarios latinos de esa urbe y populariza El manisero[5] . Tal vez ahí se encuentre la pista que nos haga conectar la raíz del vínculo entre Armstrong y esta canción.

Cierro los ojos y lo imagino con su trompeta invitándome a bailar, en uno de esos clubes de jazz en la cosmopolita Nueva York. La historia va sucediendo con cierta parsimonia, y me transporta, a la Isla donde universos paralelos -Nueva York y La Habana- coinciden. La banda llega hasta el acogedor club de jazz La Zorra y el Cuervo, en la Calle 23 entre N y O, en el barrio El Vedado. Louis viste un traje blanco en perfecto contraste con su color de ébano, su pelo crespo acomodado, sus cejas bien marcadas, sus ojos despiertos y alegres; su nariz ancha; su sonrisa luminosa tras sus labios carnosos; en esta ocasión no porta sus espejuelos: ha sustituido la máquina de escribir por la trompeta. Su inconfundible carisma contagia a todos los presentes.

No repara en la foto suya del árbol jazzístico, situado al bajar la escalera de la entrada al club, a la derecha, en la pared paralela al pasillo que nos dirige hacia el espacio reservado a los intérpretes de la noche. No lo acompaña tal vanidad. Se siente de alguna manera, como en casa. Están Bobby Carcassés[6], Chucho Valdés[7], Machín y Rita: músicos de primera línea. Como si fueran amigos de toda la vida, conversan en una de las mesas más cercanas al escenario.

Mientras los otros instrumentistas de la banda realizan pruebas de sonido, él pide un Cuba Libre. Lo observo desde lejos, mas no me atrevo a acercarme. Luego de degustar el trago, nos da la bienvenida precisamente con El manisero. Al escuchar esta obra es imposible no distinguir el estribillo tan pegajoso, como tampoco la base jazzística. Louis nos cuenta esta historia muy vinculada a los pregoneros, vendedores ambulantes -con un timbre generalmente lo bastante potente para ser escuchados a grandes distancias- quienes con pocas palabras nos hacen saber qué traen de nuevo.

Esa noche, no quedan asientos vacíos, muchos van a verlo –finalmente salda la deuda de su ausencia física en Cuba- y los que no alcanzan a sentarse, se ubican en la barra, en el pasillo, en las esquinas, en cada huequito. Las luces matizadas y tenues desde el rojo, el violeta y el amarillo, nos introducen en un juego sensorial junto a un aire curativo y a la melodía del bendito trompetista que nos acompaña, para hacer de este encuentro, imborrable en nuestra memoria.

Han pasado no pocos días desde mi primera cita con Armstrong y recurro una y otra vez al encuentro entre raíces del panorama musical de Nueva Orleáns y Cuba, como quien vuelve a los amigos queridos, a los amantes inevitables. Porque Louis es para mí uno de esos amantes inevitables.

Quizás alguien tropiece como yo, con aquellas palabras iniciales de aquel capítulo trece. Y emprenda, un camino de complicidad junto a Satchmo.

*Esta versión de El manisero por Louis Armstrong, está disponible en el canal de La Jeringa en Telegram.

[1] Sobrenombre que ha permanecido en identificación del gran jazzista norteamericano Louis Armstrong

[2] Canción compuesta por el cubano Moisés Simons y popularizada por el pianista, compositor y cantante Bola de Nieve y la actriz y cantante Rita Montaner.

[3] Cantante cubano.

[4] Justo Ángel Azpiazú, director de orquesta.

[5] Es importante mencionar que Rita Montaner, quien ya había estado años antes en Nueva York, vuelve a la ciudad.

[6] Cantante y compositor nacido en Jamaica quien adoptó luego la ciudadanía cubana.

[7] Pianista cubano.

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