Estudio sobre la censura cinematográfica
Por: Victor Lefebre
La censura hacia cualquier tipo de obra tiene la capacidad de hundir la creatividad de un artista en formación, incluso sus deseos de comunicar a través del arte. Por más desatinado que pueda parecer, tarde o temprano, elimina las primeras ideas o propósitos del autor, destruye comienzos prometedores y hunde proyectos meritorios. Muchas trayectorias personales terminan en claudicación o fracaso y, aunque parece inexplicable desde fuera, cobra sentido una vez conocida la política de una de las partes que lo recibe.
Si suponemos que una obra es censurada, nos abrimos paso a dos alternativas. En primer lugar, el autor se verá obligado a retirar su trabajo de los medios de difusión, al no considerarse apto o apropiado para el consumo del público. La obra pierde funcionalidad y objetivo para los cuales fue concebida: mostrar las inquietudes o sentimientos del artista.
La otra vertiente son los ajustes hechos al trabajo final para así adaptarlo conforme a lo “supuestamente” adecuado para los espectadores. El artista se vería obligado a reajustar sus propias ideas, estilo y métodos de trabajo para complacer a los “especialistas”. Aunque el resultado final sea similar al comienzo, este sería tan solo una adaptación de la idea que una vez tuvo. No estaría transmitiendo completamente lo que piensa, o al menos, no como lo recibe y lo quiere transmitir.
El artista expresa en la obra su manera de ver y sentir el mundo, de acuerdo a su creatividad; si se ve privado de pronunciar alguna de sus ideas, se ataca una parte esencial de su labor. Esto es teniendo en cuenta el quehacer de un artista ya formado, pero en el caso de los estudiantes, la privación de su libertad creativa puede ser aún más dañina, pues resultan dogmatizados a seguir con un estándar prestablecido para complacer a un público que no ha llegado a conocer.
Para evitar confundir los conceptos respecto a esto último, debemos conocer la diferencia entre la censura y la crítica constructiva. La crítica, en un proceso creativo, tiene como fin aprovechar los recursos de la obra y las habilidades del artista para conducirlo hacia la perfección de su trabajo y mejorar la comunicación con los espectadores y sus experiencias. Por supuesto, se logra basándose en la metodología y el estudio de la manifestación artística.
La censura, en cambio, está dirigida a evitar que la obra llegue a ser consumida por el público, tal y como la pensó el autor, escudada en argumentos tales como “el contenido de la obra” o “la forma de expresión del artista” no son apropiados. En sí, un crítico de arte o una persona aventajada en estas materias no contribuiría al sabotaje de una obra, sino en el proceso de criticarla constructivamente. Mientras, la censura la lleva a cabo un funcionario ajeno al proceso y su objetivo es seguir normas establecidas, sin tener conocimiento de los medios artísticos.
Pensemos en cuántas obras no han sido eliminadas debido al no poder entender su verdadero valor artístico. Lamentablemente, el arte nunca llegará a estar en su totalidad democratizado. Queda en manos de los expertos infundir la comprensión para evitar ofuscaciones hacia textos que puedan parecer difíciles de absorber u obras sobre temas no tratados con mucha naturalidad.
Desde su creación como forma de entretenimiento, antes siquiera de considerarse un arte, en el cine los órganos de censura han jugado papel de juez y verdugo. La primera película de los estudios Edison titulada El Beso, fue diana del rechazo de los grupos elitistas, que la tildaban de obscena e inconveniente como para ser mostrada ante el público. Escandalizó a la sociedad puritana, aunque su proyección fuese una experiencia privada. El filme, con una duración de unos segundos, mostraba un plano fijo de una pareja besándose. Hoy en día es considerado trivial e incluso inevitable en el cine, pero en los comienzos fue visto como un acto inapropiado.
Esta es solo una más de las embestidas que han entorpecido el crecimiento de la industria, al caer en una inacabable batalla entre los funcionarios censores y las compañías de producción. De hecho, el cine ha tenido que evolucionar paralelamente a la reprobación sometida para poder ganarse un lugar más allá del entretenimiento. El medio representaba una amenaza para los valores tradicionales en la sociedad de principios del siglo XX.
Como es habitual a la hora de condenar las inmoralidades, los círculos religiosos, que dominaban la mayoría de los estados de opinión en Norteamérica, pusieron en tela de juicio la naciente industria de películas e iniciaron toda una campaña para legislar y controlar su proyección en cualquier lugar donde pudiese causar estragos. Lograron establecer una ordenanza con la cual la exhibición de películas sería inspeccionada por los departamentos de policía, los cuales tendrían la capacidad de tomar decisiones irrevocables.
Tengamos en cuenta, que estos censores no tenían conocimiento artístico y solo se limitaban a juzgar basándose en lo que creían inadecuado para niños, mujeres o mentes “fáciles”. Todo quedaba a juicio del censor de la policía con resultados ilógicos y cuestionables. Además, la censura no estaba destinada solamente a los filmes, pues se extendía a las proyecciones, lo cual significaba que podían eliminar una película sin haber sido vista con anterioridad. De esta forma, el cine era atacado de una forma más absoluta que el resto de los espectáculos.
Aunque las empresas productoras aún luchaban por demostrar su legitimidad, la sindicalización fue difícil de conseguir. No quedó más remedio que la colaboración entre los círculos interesados en el nacimiento de una nueva industria. Vieron en el cine nuevas oportunidades, pues debido a su amplia distribución se aseguraba tener a un público extenso de la mano.
Las películas, a diferencia del resto de las manifestaciones artísticas, basan sus recursos en la imitación y representación de la realidad. Esta verosimilitud les dota una la capacidad de influenciar en sus espectadores a través de un mensaje fácil de recibir y, en algunos casos, puede pasar desapercibido. Fue precisamente esta característica la que enfundaba el miedo de estar en presencia del crecimiento de un posible medio de manipulación.
Aquí entran, además, temas de alta doble moral, ya que se criticaba el manejo del público, a la vez que se alentaba. Esto dependía de los intereses de cada sociedad, teniendo en cuenta la facilidad para cambiar. Por ejemplo, del mismo modo que se rechazaba la exposición de imágenes de desnudos o sexo explícito, se promovían películas con escenas de violencia; o viceversa. El valor ético de la censura reside en la moral de quien la practica.
Uno de los catalizadores más frecuentes son las diferencias políticas e ideológicas. Estas suelen venir acompañadas de otros temas aparentemente sensibles o tabú; todo depende desde dónde se ejerza la reprensión. Una película puede ser censurada simplemente por hacer mención a ideas puras del pensamiento humano, pero no consideradas aptas para el crecimiento de la sociedad, tales como la sugerencia a la crueldad o al erotismo incivilizado.
Ahora, la forma en que se regulan los temas abordados en una obra depende de los preceptos de cada cual, buscando eliminar los argumentos que vayan en contra de las ideas que sí se quieren transmitir. En dependencia del interés, se podrá boicotear una imagen, pues impide el desarrollo de otra en la mente de los espectadores. Básicamente, la censura lucha la manipulación con manipulación.
Aunque esta idea no ha sido ignorada por los cineastas, muchos han aprovechado la promoción que ofrece la censura. Cuando una obra es sometida al corte o la eliminación, surgen los sentimientos de confabulación hacia las ideas que se han intentado proteger. Los artistas del séptimo arte la han empleado para ganar fama o un lugar entre las esferas influyentes, por medio del abuso de los recursos por lo general, anulados.
Existe un sinnúmero de obras que, quizás, nunca hubiesen salido a la luz de no ser por el rechazo sufrido en su publicación. Como consecuencia, de no haber sufrido ninguna traba, la idea transmitida no hubiese ganado tanta fuerza. De esta manera, los autores llegaron a ganarse un nombre, aunque más como activistas, que como artistas.
El arte cinematográfico ha logrado explorar sentimientos más allá de los que nosotros vivimos. El público ha llegado a sentir verdadera empatía por las pasiones del autor a un nivel que a veces no comprendemos, pues, al contar con tantos recursos, el cine es lo más cercano a explorar otras realidades.
Eliminar películas solo porque no sean compatibles con lo que debemos sentir o pensar es destruir una experiencia enriquecedora para los seres humanos. El daño causado por la censura en los espectadores es equivalente a obstaculizar sus capacidades para comprender las vivencias de otros. Solamente tenemos juicio sobre lo que nos permiten experimentar y no lo que podemos aprender a sentir.
Referencias Bibliográficas:
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