Eutanasia

La Jeringa
4 min readDec 25, 2020

--

La nostalgia de tener las horas contadas…

Por: Dagoberto Cobas

Ilustra: Emilio Cruañas Pérez

Háblame de amor, amor

y guarda para ti todos los sueños y promesas

Calla todos los planes y compromisos

Háblame de amor, amor,

solo háblame de ti

Tener las horas contadas para decapitar de un tajo la felicidad… Ese es mi recuerdo de aquellos días. Ahora acostado en la cama teniendo la humedad del techo por constelación mientras escribo en esto pienso. Y es que eso fuimos, al menos yo me sentí así. Bajo a la cocina, qué lindo está mi perro en estos días — Sí, yo también la extraño, y para mayor castigo hoy le escribo- le digo mientras le acaricio. Prendo la cafetera cuando trato de recuperar tu imagen a fuerza de recordar nuestra historia. La nostalgia es la felicidad de estar triste, es cierto. Paciente terminal me sentí. ¿Es grave doctor? Ella debe marcharse ¿Cuánto tiempo me queda, sea sincero? Dos días, sólo 48 horas con sus 2879 minutos y sus 59 segundos. Mucho tiempo para hacer un millón de cosas, pero muy poco para amar, cuando a veces para encontrar solamente a quién darlo, una vida no basta. En ese instante descubrí lo que había ignorado en todo un mes. Cuatro semanas atropelladas en un minuto, te amaba, eureka, debía contarte.

Recuerdo que quedamos en vernos. Blusa negra, pantalón limón, sencillamente bella, tus ojos no tanto. Quedamos en Galería, pero la idea de caminar por el malecón no me satisfacía, el mar se llevaría con sus olas todas mis lágrimas, madre que llama madres. No era justo. Despedirnos donde nos besamos por primera vez sería cerrar círculos, dar por sentado terminarlo todo; aún me quedaban 46 horas, eran mías, mi derecho. Cambié de planes, como de costumbre. Fuimos al lugar donde me prometí que nunca llevaría a nadie, porque significaría que estaría perdidamente atado a esa persona. Y allí estábamos, para decirnos adiós. Irónico. Nunca fue más bella esta ciudad que cuando dijiste, te amo.

Vierto el café en el pomo de cristal. En el mismo envase donde bebiste mi desagradable té la segunda noche en la que nos acostamos, tuvimos sexo. Tu cuerpo desnudo, también algo tenso por la novedad y más deseos de beber en nuestras fuentes que los sijs de tu tierra. Una mística mujer en mis vulgares ganas de arrastrar todo su ser hasta que el placer diga basta. Las sonámbulas mañanas tampoco las olvido.

Dos cucharadas de azúcar se disuelven en el negro líquido. Oscuridad que se tragaba la luz de tus labios cuando aquella tarde en la galería de una amiga nos besamos. Confieso que la idea de tener ese espacio solo para nosotros me atrapó y sentí el deseo de tener sexo allí. Rodeados de todo aquello, arte que provoca arte. Pero ese ya soy yo con mis ideas.

Dios, mierda. Me he quemado la lengua, siempre me olvido de soplar. Deliciosa la brisa en la playa aquella noche. La arena juguetona que se tropezaba en nuestras caricias o se escondía en tu bañador. Las carnes libres, la vergüenza exiliada, el pequeño instante de libertad en que tu verdugo quedó afuera. Yo creo que ese día cambió todo. Algo se rompió dentro y empezó a latir de una manera distinta. Regresar a casa y extrañarlo todo, ese día definitivamente cambió todo.

Abro la puerta, el sol baña mi rostro, los pájaros cantan. Recuerdas, tantos silencios disfrutados juntos. Era la primera vez que mis amigas no se molestaban con mis historias. Era la primera chica que me pedían que cuidara. Ellas me aman, pero entendían que no te merecía. Fui un ladrón vulgar en aquellos días. Me sentí tan culpable como el que hurtó el diamante del Capitolio. ¿Afortunado? Tal vez.

Algo amargo el café. Esa noche en que tuve un día más a tu lado. Doce horas más a mis dos días de felicidad despedida. La espera fría con la incertidumbre de poder encontrarte, la pelea en el hotel, el solidario bartender. Móvil sin batería, la carrera dada, el frío que congelaba mis costillas, tus ojos, tu llanto. Al abrazarte supe que deseaba protegerte siempre. En esas simples horas en las que no te mostraste tan poderosa, fuiste la mujer más bella que he conocido. Te amaría siempre. Pensé y esta idea me espantó. Estaba a solo 8 horas de desconectar las máquinas que me mantenían vivo. Esa noche quise hacerte el amor por última vez. Egoísmo de un convaleciente.

Subo las escaleras. ¿Quién podría adivinar que terminaríamos así? Solo Enrique lo supo siempre. Cuando yo quise mandarlo todo a la mierda porque tú me evitabas o temías, él pasaba las madrugadas esperando en la acera mientras otros cuerpos se besaban. Él siempre pudo ver lo que nosotros no pudimos. Lo ignorábamos, aún lo hacemos.

Sentado estoy frente al móvil. El Word abierto. Imágenes vagas pululan mi mente. No doctor, no lo desconecte todavía, deseo luchar por la vida. No importa, aunque no funcione, quiero intentarlo. Mejor empezar por el principio. Otro sorbo de café. Hola soy Ana, tengo 20 años ¿y tú?

Y así fue como me quedé toda una vida, esperando enmendarle el alma…

a la mujer que amo

--

--

Responses (1)