¿Existió el daVinci cubano?

La Jeringa
9 min readJun 16, 2023

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Por: Juglar habanero

<<Conocí a Servando en 1949 (…) Era una persona exquisitamente comedida, amable, socialmente solícito y buen conversador>>. Así presentó Raúl Martínez — o Publio, para quienes gustaban de llamarlo por su nombre de pila de ciudadano de Roma — al hombre medio desvanecido en la amalgama de nalgas y vientres distorsionados, experimento o licencia de su temprana asimilación del manierismo del Parmigianino, motivo recurrente en su <<ciclo erótico>>, una etapa en la que creó sin dejar de validar por un instante su máxima de que <<sin amor no puede concebirse>>; Servando Cabrera, <<un artista del Renacimiento>>, <<de sensualidad, de pincelada libre, de excelentes transparencias>>, un <<precursor de lo que hoy llamamos arte gay>>, a ritmo lento, pero seguro, vuelve a ocupar el lugar que hace cincuenta años le arrebató la censura del Quinquenio Gris (1971–1976), la etapa más oscura para la cultura cubana. La labor de desagravio promovida por diferentes instituciones — estatales y privadas — en favor de su nombre, a través de exposiciones como la acaecida la pasada semana en el Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, y que llevó por título <<La memoria de los borrados>>, dignifica el quehacer artístico de Servando y celebra el erotismo que antaño le costase no solo la excomunión de la entidades artísticas del país, sino su inhabilitación como profesor de la Escuela Nacional de Arte — siendo la enseñanza una de sus pasiones.

He decidido tributar mi primer escrito en este espacio, dedicado a la historia de Cuba y su gente, a la vida de esta <<figura aislada, paseante solitario de la plástica cubana>>, como lo definiera la Dra. Graziella Pogolotti. Servando Cabrera Moreno nació en la calle Obispo 105, de La Habana, el 28 de mayo de 1923.Su madre, Margarita Moreno Alcázar, era mecanógrafa y consta que este oficio le abrió las puertas de varios bancos de la ciudad; su padre, Servando Cabrera Sánchez, era comerciante; por tanto, se puede asumir que la situación económica de la familia si bien no era pujante, sí desahogada, lo que permitió al niño Servando una educación en el María Corominas — colegio de pago, con postura antirreligiosa — , donde cursó la enseñanza primaria. Acaso fue en este centro donde se incentivó su habilidad nata para el dibujo, evidente, por ejemplo, en los trabajos de su álbum escolar de Geografía — pertenecientes a la colección del MBSCM — , su uso de grises y negros en las capas de un cumulonimbos o su forma ¡tan certera! de tratar las sombras en las fases de la Luna, denotan la eclosión de la semilla de su futura destreza como pintor, una vocación a la que decidió entregar su vida con toda seguridad desde una edad muy temprana, <<He tenido suerte — expresó una vez, en 1959 — . Desde que tenía diez años sabía que quería ser una sola cosa: pintor>>.

Recibe la bendición de su familia para emprender su carrera de pintor, y en 1936, con trece años, comienza sus estudios en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, un período lleno de descubrimientos por su acercamiento a la obra de los maestros de la historia del arte como Rembrandt, Goya, El Greco…, y no menos importante fue su fascinación por los trabajos de Picasso, de quién, según sus palabras, adquiere la conciencia de la silueta, a quién imitó, copió y asimiló. Expuso a los diecisiete años en la edición XXII del Salón del Círculo de Bellas Artes, con su Niña negra, <<…una “cabecita” de mucha vida>> según el periódico Avance. Cabe destacar que durante esta etapa también recibió estudios en la escuela de Filosofía y Letras — cuyos primeros tres cursos culminó — , la de Pedagogía y la de Arquitectura, tal grado de formación lo dotó de una visión más amplia y culta del mundo que, años más tarde, volcaría en sus pinturas más conocidas. Se gradúa en 1942 como el primero de su promoción y con una suma, para nada desdeñable, de 12 premios alcanzados en diferentes asignaturas de la carrera como Colorido, Grabado y Paisaje; Leopoldo Romañach, uno de los pintores más legendarios de nuestra historia, diría de él: <<El joven Servando Cabrera Moreno ha sido de los alumnos de más talento que han pasado por mi clase […] se ha hecho acreedor a mi mayor estimación, augurándole un brillante porvenir dentro del campo del arte pictórico>>. Su incursión posterior en exposiciones organizadas por gremios y sociedades patrocinadoras del arte — Lyceum, Vedado Tennis Club, Asociación de Repórters — , amén de las convocatorias del Salón del Círculo de Bellas Artes en las que siguió participando, lo sometió a la crítica especializada, que, de cierta manera, se volvió incapaz de <<catalogarlo>> en un estilo específico, lo que habla de su singularidad como artista, aprendió a <<camuflarse entre una y otra “escuelas”; un artista que es clásico y moderno, tropical y vanguardista…y, por encima de todo, él mismo>>.

Su primer viaje fuera de Cuba lo llevaría a ser alumno del Art Student League de Nueva York, donde redescubre la pintura de Picasso y toma de sus etapas — rosa, azul y clásica — la inspiración para su propio arte. Es precisamente cuando retorna a Cuba, que comienza a notarse el empleo que hace en sus pinturas de los temas que por el resto de su vida se volverán su sello, como los guajiros y los desnudos, alejados del arte académico y mucho más a tono con el arte que se estaba desarrollando en Europa, una transición que no le perdonaría la crítica de entonces, que lo había considerado el futuro de la pintura académica cubana.

Esta ruptura se refuerza con el viaje que hace finales del año 1949 a Europa, concretamente a la Grande Chaumière de París, una academia de arte que impugnaba los preceptos del arte academicista y abogaba por el <<Art Indépendant>>, que lo acogió como alumno. Durante esta etapa recorre España, Holanda, Inglaterra, Suiza, y se siente tan empequeñecido en comparación con las obras de arte que encontró en sus recorridos por los museos que llegó a decir que <<…era tanto y tan bueno lo que ya se había pintado que él no tenía nada que hacer>>. En esta etapa — finales de los 40 y la década del 50 — , toma distancia de la figura humana y se centra más en la abstracción, a la manera de Miró. Las obras de este período fueron muy alabadas por la crítica internacional y recibieron, incluso, un apartado en el The New York Herald Tribune, <<Moreno enlaza sus armónicas áreas — reza el artículo — con firmeza, construyendo formas no figurativas y líneas apenas definibles que parecen emerger del fondo de la pintura>>. Con la llegada de la Revolución cubana en 1959, luego de un muy productivo período experimentando con la pintura de corte social — la abstracción había dejado de interesarle por parecerle en extremo mercantilizada — , un Servando de 36 años se deja llevar por el fervor y la esperanza de mejoría social que promete el proceso, y, como en Cuba, hubo en su obra una transformación completa en pos de lograr capturar la esencia del momento histórico que estaba viviendo. Nació la etapa <<épica>> de Servando, representada por lienzos como Milicias Campesinas (1961), Playa Girón (1961) — una auténtica explosión de moles antropomorfas, de incertidumbre, y la sensación de que en cualquier momento el cuadro desbordará toda la sangre derramada en el suceso — o Bombardeo del 15 de abril (1961), tomado como una especie de Guernica cubano. La Revolución fue el tema central de su obra durante cuatro años, hasta 1964, y un año más tarde empezaría a padecer las primeras fases del ostracismo al que sería condenado — acaso su forma de concebir el mundo entraba en disputa con la nueva ideología, lo que en su momento llamaron <<debilidades políticas y morales>> — cuando fue separado de la enseñanza en la Escuela Nacional de Arte, una medida con la que se <<previó>> que su homosexualidad no influyera en la formación de las nuevas generaciones de artistas.

En 1967 sufre un infarto cardíaco que lo obliga a tener más cuidado con su salud y a recluirse en su estudio, donde no cesó de dibujar, y en 1969 participa, por consejo de su amiga Margarita Ruiz, en el Premio Internacional de Dibujo Joan Miró, con la obra erótica Flor de carne, que lo consagra como un maestro del dibujo y lo convierte en el primer cubano reconocido por el prestigioso certamen. Sus alumnos — <<los pollitos de Servando>>, según Publio — , nunca dejaron de visitarlo, aún a sabiendas de que era riesgoso para el futuro de ellos y de todos los bulos que circulaban acerca de supuestas orgías y depravaciones que tenían lugar en su casa. <<Muchachos, yo sé que están arriesgando mucho al visitarme — diría Servando una vez a estos jóvenes — . De esta casa se dice que aquí se hacen orgías, se fuma marihuana…>> La contesta de uno de ellos evidenciaría — además de un sentido del humor bastante ocurrente — otra de las pasiones de Servando: el coleccionismo: <<Pero Servando, cómo se van a hacer orgías aquí, si entre tanto objeto y tanta cosa apenas se puede caminar>>.

En la década del 70 inicia Servando su <<ciclo erótico>>; esta fue, sin dudas, la etapa artística más intensa de su vida, que parecía dispuesta a sumirlo en una montaña rusa cuyo tortuoso trazado lo colmaría de las emociones de cinco vidas ¡bien vividas!, valga la redundancia, en compensación por la muerte prematura que pronto lo arrancaría de nuestro mundo. Series de pinturas como las que dedicó a Sevilla — ciudad española por la que sentía especial devoción — , que pretendía continuar ¡hasta el 2014!, o La cordillera (1972), una de mis preferidas, abordaron por primera vez en la pintura cubana el tema del erotismo masculino, el amor homosexual, tan contrario a las ideas imperantes en la sociedad de entonces que una exposición preparada por el propio Servando en el Museo Nacional de Bellas Artes, en 1971, relativa a su producción erótica, fue desmontada y prohibida, acusada de pervertida, de obscena. Este incidente no cortó, al menos no de raíz, sus alas, y continuó con su labor creativa sin dejar de ser fiel a sí mismo y a su arte. Persistieron sus guajiros, sus guerreros con machetes, y sus <<habaneras>> — acusadas de llanas, decorativas, incluso de ser símbolos fálicos ocultos — se colgaron en los despachos de muchos de sus amigos y conocidos. Colaboraría con el cartel para el reconocido filme Retrato de Teresa (1979), de Pastor Vega, y trabaja en el diseño de unas cenefas de pintura mural que aparecen en la película de Humberto Solás, Cecilia (1982).

<<Murió un día al levantarse, cuando se estaba abrochando los zapatos. Así de simple. ¡Oh, dioses, si ustedes me depararan una muerte tan simple, tan inesperada, tan benevolente…!>> Empecé este escrito con una frase de Raúl Martínez, y creo correcto cerrarlo con otra de su autoría concerniente, esta vez, a la muerte de Servando, ocurrida en la mañana del 30 de septiembre de 1981, a causa de un segundo infarto. Su sepelio, al que asistieron importantes miembros de la comunidad artística del país, además de familiares y amigos, aconteció en la Necrópolis de Colón. La protección de las piezas de Servando — protegidas por Margarita Cabrera Moreno, su hermana y heredera directa — quedó a cargo de la Dirección Nacional de Patrimonio, que garantizó su seguridad y conservación hasta la compra por parte del Estado de la colección en 1994, luego de la muerte de Margarita. Hoy, la antigua residencia Villa Lita, ubicada en la calle Paseo, antaño propiedad del matrimonio Peninno, es la sede del Museo Biblioteca Servando Cabrera, inaugurado en 2007 y que obra como el mayor templo con que esta isla cuenta para venerar el arte y la humanidad — siempre aderezada con la divinidad que concede el talento — de uno de los mayores genios de la pintura cubana.

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