Fundir, moldear y forjar (Parte II)
Entrevista que se le realizara a Eduardo Heras León (10 de mayo 2016)
Por: Agustín Enrique Ortiz Montalvo*
A tantos años de haber sido publicado, ¿cuál es su percepción de un libro como Acero?
El mundo de la fábrica es el contexto de este libro. De cierta manera es un homenaje a estos trabajadores. En el libro hay unas viñetas, unos pequeños cuentecitos: una se llama Fundir, otra Moldear y otra Forjar. La idea de esas tres viñetas era que yo fundía el pasado, moldeaba el presente y forjaba el futuro. Y un día yo agarro la viñeta Moldear y veo que hay un grupo de moldeadores que acabaron de almorzar y les digo: — Oigan esto que les escribí — ; y entonces les leo la viñeta. Se quedaron así, y me dicen: “Coño, chino, si moldear fuera una cosa tan linda como la que tú pintas ahí…pero moldear es del carajo, da dolor en la espalda, en los brazos. Entonces yo les digo: — Moldear es eso que ustedes sienten, pero es también lo que yo les digo. O sea, hay cosas que ustedes hacen en el moldeo que no se dan cuenta pero que yo sí me doy cuenta: cuando ustedes moldean una pieza con una espátula, con la arena, un dientecito a mano, ustedes son como artistas en este caso, están esculpiendo una obra — .
El cuento Urbano en la muerte lo leí en un taller que dio Julio Cortázar en La Habana en el año 1978 y a él le gustó. Como digo, esa es siempre mi defensa contra los que acusan al libro de ser realismo socialista, porque Cortázar lo elogió muchísimo, no solamente el cuento que yo leí, sino el libro, porque se lo leyó y me dijo que el libro le parecía muy bueno. Aunque el tema no tenía nada que ver con él, porque él evitaba esos temas, sobre todo porque sonaban a realismo socialista, era un escritor muy fantástico. Me dijo que el libro era muy honesto, con una gran economía de recursos.
¿Qué lecturas nutrieron los procesos creativos de sus libros y a qué escritores considera como sus mayores influencias?
Hemingway para mí siempre fue muy importante, como cuentista, sobre todo. Vargas Llosa para nosotros fue muy importante, muy importante. Primero en una época se leía bien sin mucho problema, a partir del 68 y de las famosas cartas y demás, se leía escondido, se sacó de la biblioteca, pero de alguna manera nosotros nos hacíamos siempre de las novelas de Vargas Llosa cada vez que salía una. Él fue simpatizante de la Revolución, perteneció al Consejo de Redacción de la Revista Casa. Se publicó aquí Los cachorros, una maravilla, era la época técnica de Vargas Llosa, la época en que se convirtió en el técnico más grande de la lengua. Un escritor que para mí era fundamental, era un escritor realista, él no era del realismo mágico ni nada de eso. Y en el libro La orgía perpetua, él dice: “Yo soy realista, lo quiere decir que, si tengo que escoger entre una novelita de Corín Tellado y una novela de ciencia y ficción me quedo con la de Corín Tellado, porque es más cercana a la realidad que la de ciencia y ficción”. Es una jodedera, pero es así, en el sentido de que él es un escritor realista y no se sale de sus cánones. Pero ya él escribió lo que tenía que escribir, acabo de leerme su última novela, se llama Cinco esquinas, y ya son novelitas. Son novelas hechas a base de oficio, ya no es el técnico de la lengua que era. La verdad de las mentiras, y tengo ahí Conversación en la catedral, La Fiesta del Chivo, que es una novela extraordinaria, de las últimas novelas de él, de las mejores, y entonces me envió Conversación en la catedral, que me la dedicó: “Para Eduardo Heras de su amigo y víctima, Mario Vargas Llosa”. No solo a mí, él es uno que ha influenciado a muchos escritores de mi generación.
Y hay un escritor que para nosotros, para mi promoción, es muy importante: Abelardo Castillo. Medio desconocido, es un cuentista y novelista argentino. Ya es un hombre mayor, tiene más de ochenta años, pero Abelardo Castillo es un cuentista fabuloso. Él ganó en el año 62 una mención en el Casa de las Américas con un libro que se llama Las otras puertas, que para nosotros era una Biblia, porque eran cuentos utilizando una técnica extraordinaria y siempre lo consideramos un maestro. Yo, en las clases que doy en el curso, hablo sobre la técnica del dato escondido, él es el gran maestro de esa técnica, y yo doy un cuento de él, hago un análisis técnico de ese cuento para demostrar los datos escondidos, cómo él maneja esa técnica, y eso generó un intercambio de correos electrónicos: yo lo mandaba para allá y él me mandaba para acá. Y a él le gustó tanto que siempre me agradece y me dice: — Me has convencido de que es un buen cuento, es mejor de lo que yo pensaba. Gracias por tus análisis — .
Más para acá, como cuentista, Julio Cortázar, a pesar de que era un escritor fantástico. Pero para mí es uno de los grandes maestros al que yo le rendía pleitesía realmente. Cubanos, no es que me hayan influenciado, pero sí te voy a mencionar para mí los más importantes: por supuesto, Alejo Carpentier, Lino Novás Calvo, tiene uno de los grandes cuentos de la literatura cubana, yo creo que está entre los tres mejores cuentos de la literatura cubana, La noche de Ramón Yendía, que es un cuento prodigioso de la época del Machadato, un cuento extraordinario. Lino Novás Calvo es un cuentista fuera de serie, con ese cuento entró para siempre en la historia de la literatura cubana.
Ahora, que me gusten, que me hayan estremecido: Dostoievski, de él me lo leí todo desde que era un muchacho. No tanto Wiliam Faulkner, porque yo entre Hemingway y Faulkner me quedo con Hemingway. Algún que otro escritor ruso, Tolstoi, aunque me gusta más Dostoievski, porque habla de lo que sucede en la mente del hombre, y a pesar de que Tolstoi es un escritor más grande. Tolstoi es un creador de espacio, un creador de personajes. La guerra y la paz es una de las grandes novelas que se haya escrito jamás, solo comparable con El Quijote. Pero Dostoievski con Crimen y castigo, Los hermanos Karamasov, esa fue la literatura que me formó a mí realmente. También leí mucho a Sartre en mi época y me gustaba.
¿De qué manera directa afectó el Quinquenio gris a la cultura cubana, en particular a la literatura?
Yo podría escribir un libro sobre eso. Podríamos estar toda la tarde hablando sobre eso.
En el texto Historia de la literatura cubana Tomo III, elaborado por el Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo”, usted es incluido dentro del movimiento de “los nuevos cuentistas”, poniendo un límite temporal no del todo preciso, incluye esta clasificación a escritores nacidos en la década de 1940 a 1950. Por citar solo un grupo, en el texto además de usted figuran: Humberto Arenal, Antonio Benítez Rojo, Jesús Díaz, Rafael Soler, Mirta Yáñez, Miguel Mejides, Senel Paz y Abel Prieto. Salvando las diferencias estilísticas, ¿cuáles serían para usted los principales ejes temáticos que identifican a este grupo de escritores?
Una generación se produce más o menos cada quince años. Otros dicen que cada diez, pero en general cada quince años es que va surgiendo. Por ejemplo, la llamada promoción del 50, que es a donde pertenece Cabrera Infante, y de ese mismo grupo son Humberto Arenal, Calvert Casey, Lisandro Otero, son gente nacida alrededor de los años treinta.
Ahora, Benítez Rojo es un poquito posterior. Él viene a salir a la literatura en el año 67, a pesar de que era un hombre que había nacido alrededor del 30 o del 31, o sea, debía pertenecer a esta promoción, no a esta nueva que tú pones ahí. Que a esta sí pertenecemos: Jesús Díaz, Norberto Fuentes, Sergio Chaple, yo, Hugo Chinea, más o menos ese grupo.
Qué sucede, es un poco confuso la clasificación en generaciones. Se supone que una generación puede tener más de una promoción y es lo que me parece que pasa en la generación nuestra.
Cuando nosotros empezamos a escribir la llamada generación de la violencia, es decir la narrativa de la violencia, empieza Jesús Díaz con su libro Los años duros, después sigo yo con La guerra tuvo seis nombres, Norberto Fuentes con Condenados del condado, en el 68, yo con Los pasos en la hierba en el 70… Hay esa promoción.
Luego, hay un impasse que es el Quinquenio gris, donde prácticamente no pudimos publicar, es decir, la generación en ese sentido se frustró. Y entonces, alrededor del año 75, 76, empiezan a salir un grupo de escritores nuevos. Ese grupo de escritores nuevos, para mí, forman una nueva promoción. Son la misma generación, pero una promoción más nueva. De ahí sale: Rafael Soler, que para mí es la bisagra, está en el medio de la primera promoción, la promoción nuestra, la de la narrativa de la violencia y la otra promoción, la que viene detrás que es: Abel Prieto, Senel Paz, Mejides, Francisco López Sacha, Leonardo Padura. Ese grupo es una segunda promoción de la generación nuestra.
Y si tú analizas por el contenido de las obras de cada uno de estos grupos te vas a dar cuenta que son completamente distintas, la narrativa nuestra, la mía, la de Norberto Fuentes, la de Jesús Díaz que es en Playa Girón, el Escambray, es decir, en acontecimientos violentos, bueno, por eso se llamó la narrativa de la violencia. Cuando tú vas a la narrativa de Senel, Abel y este nuevo grupo, te das cuenta que ya no hay violencia. Sacha le llama los escritores del deslumbramiento, es decir, son jóvenes que surgen a la vida, son adolescentes prácticamente cuando triunfa la Revolución, y sus experiencias no son las mismas que las experiencias nuestras. Hay un libro de Rafael Soler que se llama Campo de artillería, fíjate que por el título tú dices es en una milicia igual que esta gente. Sí, pero es una milicia de adolescentes. Es un jovencito que se va para una milicia, pero no vive los acontecimientos dramáticos que vivimos nosotros, incluso hay un cuento de Rafael Soler de ese libro que se llama El hijo que se va, que es la despedida porque va para la milicia. Este muchachito no puede tener más de quince años. Y es la despedida con la madre y el padre.
Entonces las experiencias vitales de esta nueva promoción no son los acontecimientos violentos sino la Campaña de Alfabetización, casi todos participan en la Campaña de Alfabetización y alfabetizaron; las becas, tema esencial para esta promoción. Todo el mundo tenía su cuento de becado, les pasó lo mismo que a nosotros con el Escambray, la lucha contra bandidos, es decir, cuando nosotros empezamos a escribir casi era obligatorio tener tu cuento de bandidos. Entonces, yo siempre hago un chiste: se escribieron tantos cuentos de bandidos en aquella época que podías darle un cuento a cada bandido alzado y todavía te sobraban cuentos, porque todo el mundo escribía sobre bandidos. Este grupo de Abel, Senel, etc., escribía cuentos de becados. De becas, escuela al campo. Tú coges el libro de Senel, el primero, El niño aquel, son las experiencias de un muchachito, un niño prácticamente. Noche de sábado o Los bitongos y los guapos, el libro de Abel Prieto, igual, son muchachitos de melena larga que oyen a Los Beatles. Son las experiencias vitales de ellos, las nuestras fueron distintas. Las nuestras fueron de violencia. Por eso es que fueron dos promociones diferentes, no se pueden juntar porque las temáticas son totalmente diferentes.
En su obra, las aproximaciones a la realidad no son acríticas –de haberlo sido lo hubieran acercado al realismo socialista-, sino que van a sentimientos universales y a situaciones límite, donde los personajes, como seres humanos de carne y hueso, son capaces de lo mejor y lo peor. En este sentido, ¿cuál considera que debe ser el papel del intelectual dentro de la sociedad — socialista en nuestro caso?
Ese es un tema que ha sido tan discutido en la literatura, sobre todo en las décadas primeras de la Revolución, donde el intelectual siempre tuvo un papel un poco incierto. El maestro se sabe cuál es su función: dar clases. Usted da clases en una escuela, un Preuniversitario, la Universidad, tiene un objetivo en la vida. Usted es arquitecto, usted hace casas. Es ingeniero, usted puede hacer un puente. Cada cual tiene un derrotero marcado, un objetivo marcado en su existencia. ¿Cuál es el del escritor? Difícil. Difícil de definir. Siempre se dijo, o había una teoría de que el escritor es la conciencia crítica de la sociedad. Ese concepto, que generalmente los comunistas decían que era un concepto burgués, porque sería crear una especie de élite donde el escritor es el criticón de la sociedad, estás por encima del bien y del mal y, por lo tanto, eres intocable. Entonces, decíamos no, tú no eres la conciencia crítica de la sociedad, tú eres en todo caso una conciencia participante: las tareas de la construcción del socialismo de cualquier trabajador, pero además escribir.
Ese era un criterio, criterio un poco extremista porque le quita la sal y el agua al escritor. Tú participas en la construcción del socialismo y por tanto tú eres partícipe de los errores que se cometen igual. Tú no estás por encima de nadie. Eso se manejó durante mucho tiempo. Yo creo que con los años, con la madurez de muchos dirigentes nuestros, y de nosotros como escritores, se han ido estableciendo determinados parámetros en la labor de un escritor. Yo creo que un escritor tiene que ver mucho con el alimento espiritual de un país, de los seres humanos, sin convertirse en una especie de aristocracia del intelecto. No se trata de ser un criticón de los defectos de la sociedad, pero que sí alerta sobre los problemas que presenta la sociedad y apuesta por mejorarlo. Decía Saramago que un ser humano tiene una doble función, como ciudadano de este país, y como ciudadano tienes las mismas obligaciones que todos; pero además de ser ciudadano de este país, eres un escritor, y como escritor cumples otras funciones: la función de educar, la función de alertar, la función de mostrar los procesos que se están viviendo. Tienes que tener esa doble función, no puedes ser un crítico de la sociedad sin participar, no, tú participas como ser humano. Además, tienes la labor de creación que alimenta el espíritu humano, lo hace capaz de soportar momentos difíciles en la vida. Un cuento, particularmente, te ayuda a mejorarte como ser humano, te ayuda a abrirte los horizontes, y eso lo hace un intelectual, lo hace un escritor.
Había que retrotraerse a los procesos antes de la Revolución, es decir, cuando se está luchando en la Sierra Maestra, cuando se lucha en contra de Batista. Recuerda que casi no hay ningún intelectual combatiendo en la Sierra Maestra. Eso trajo como consecuencia una cierta prevención contra los intelectuales. Te lo demuestra El Che en El socialismo y el hombre en Cuba, cuando dice que los intelectuales no son auténticamente revolucionarios. Yo no estoy de acuerdo con ese criterio. Retamar le dijo al Che, en una ocasión, que él no estaba de acuerdo con eso, que eso era un prejuicio de los intelectuales. El intelectual es tan revolucionario como cualquiera. No me quiero poner yo de ejemplo, pero muchos como yo participaron en Girón, en el Escambray, defendiendo la Revolución, se fueron como internacionalistas. Demostraron que son tan revolucionarios como él. ¿Cómo que no somos revolucionarios entonces? ¿Por qué vamos a tener el pecado original? En ese caso no estoy de acuerdo con él. Yo creo que sí, que hay escritores e intelectuales auténticamente revolucionarios y lo han demostrado a lo largo de toda su vida, pero en la dirigencia de la Revolución había una cierta prevención contra los intelectuales porque no hubo apenas intelectuales en la lucha. Que yo recuerde, uno de los pocos que subió a la Sierra fue Carlos Rafael, que subió como en julio de 58, terminándose ya la ofensiva y comenzando la contraofensiva. Carlos Franqui, aunque Carlos Franqui no era exactamente un creador. Carlos Franqui era un periodista, un revolucionario amigo de toda esta gente, pero él no escribía cuentos ni novelas. Era un periodista, más bien un ideólogo, era de cierta manera como fue Alfredo Guevara. Lo que pasa que Alfredo más o menos participó en algunas películas, pero no era un creador. No era Titón. Alfredo era más bien un ideólogo. Escritores, intelectuales de peso prácticamente no había.
Muchos dirigentes consideraban a los escritores compañeros de viaje. Ustedes apoyan a la Revolución, y mientras apoyen a la Revolución no hay ningún problema. Cuando empiezan a aparecer los primeros síntomas de desconcierto, de desacuerdo entre los intelectuales y la Revolución, es que se produce la reunión en la Biblioteca Nacional, se hacen Palabras a los intelectuales, ese discurso de Fidel, un discurso que hay que estudiar. Ese discurso habría que leerlo de otra manera porque nada más se lee la única frasecita: dentro de la Revolución todo; contra la Revolución nada. Una frase que se toma como base pero que no es suficiente, porque no se sabe quién dice qué es dentro y qué es contra. A lo mejor tú lees un texto y me dices: “Esto es contrarrevolucionario”; y yo lo leo y te digo: “¿Quién te dijo eso?” Pero si tú tienes el poder tú me dices: “Es contrarrevolucionario”. Ese es el problema. Entonces, no era suficiente para aclarar porque dependía de quién estuviera en el poder. Y hubo lucha por el poder: gente del antiguo PSP, el grupo de Carlos Franqui en el periódico Revolución, o sea, había como facciones, grupos. Estuvo el grupo de Orígenes, aunque Orígenes ya se había terminado en el 58, la gente de Ciclón con Rodríguez Feo, y luego el famoso Lunes de Revolución con Cabrera Infante a la cabeza. De toda esa amalgama hubo una lucha por el poder cultural. Eso lo explica muy bien Graziella Pogolloti en su libro Polémicas culturales de los años 60, un libro excelente con mucha documentación. Está la famosa bronca entre Blas Roca y Alfredo Guevara, que fueron respuestas y contrarrespuestas. Hasta que al final Alfredo Guevara le dice: “Yo de quién único recibo instrucciones es de Fidel Castro, así que se acabó”.
La gente del PSP con sus criterios un poco del realismo socialista no aceptaron a la vanguardia, a la gente que tenía otra visión del mundo. Hoy en día apenas se habla del papel del intelectual en la Revolución porque después de cincuenta años el intelectual que está aquí ya se sabe que es revolucionario, que defiende la Revolución, que la ha defendido de diferentes formas y en determinado momento. Antiguamente, cuando había algún problema te pedían tu firma, que tú firmaras, hasta que dijimos: “¿Hasta cuándo nos van a pedir firmas? ¿Qué más que estamos aquí?” Como decía el otro día Abel de una cosa que decía Armando Hart cuando estaba bien claro, que estaban buscando el milagro para hacer santo a Félix Varela y faltaba un milagro, y Hart decía: — Qué más milagro que nosotros, poder vivir y vivir en este país es un milagro, y eso se lo indilgamos a Félix Varela y resolvemos, lo hacemos santo de cualquier manera.
*El cuestionario de la entrevista fue elaborado por Miguel Rey y Agustín Enrique Ortiz Montalvo.