¿Incorrecta?
Por: Martín H. Bertone
Empiezo con la mano izquierda. Se cumple un nuevo aniversario desde que un puñado de personas zurdas empezó a festejar su –nuestro– día en 1992. En la actualidad, reivindicar la zurdera carece de riesgos, pero como muchos saben, en el Medioevo fuimos carne de hoguera y hasta hace algunas décadas se nos forzaba a usar la mano mayoritaria. Todavía quedan batallas por ganar. Una es erradicar la connotación negativa de nuestra mejor mitad; la otra, hacer valer nuestro derecho a la comodidad.
Recuerdo que, en algún momento de mi infancia, mi papá me dijo:
— El mundo está hecho para diestros — y me puso la tijera en mi mano secundaria.
También me instó a usar el reloj y a agarrar los cubiertos como un diestro. Hoy se lo agradezco, porque me simplificó las cosas. En mi núcleo familiar de origen, soy el único que escribe con la izquierda. Un día le pregunté a mi mamá por qué, si ella, mi papá, mi hermano y mi hermana eran diestros.
— Dos de mis hermanas son “yecontra” zurdas — me dijo arrastrando su hermosa erre puntana.
La explicación me conformó a medias. Tiempo después, casi por casualidad, me enteré por mi abuela paterna que mi viejo es un zurdo contrariado. Me contó que, de chico, le ataban la mano izquierda a la espalda. La imagen me impactó por su violencia. En mi aula de primer grado, en plena primavera alfonsinista, todavía quedaban pupitres como los que él usó en la primera presidencia de Perón. Entendí de adulto para qué servía ese hueco cilíndrico que yo usaba de portalápices: era el vestigio de un tintero normalizador. A mi papá, como a tantos otros, lo corrigieron. Mejor dicho: lo adiestraron.
Yo nací tres décadas más tarde, pero la huella histórica sigue fresca en el lenguaje: siniestro, hacer las cosas por izquierda, empezar con el pie izquierdo. ¿Sabían que, en francés, izquierda y torpe se funden en el vocablo “gauche”? Si se acuñaron expresiones políticamente correctas para casi todo lo potencialmente ofensivo, ¿por qué no piensan una para nosotros? Somos personas con lateralidad diferente, una minoría silenciosa.
El sustantivo “siniestro” podría reemplazarse por “hecho dañoso” y el adjetivo por la palabra “aterrador”. A la carrera de Derecho habría que rebautizarla “Elementos para la paz social”, y para los derechos que ejercemos (o no) alcanzaría con recurrir a un sinónimo: potestades. Los mal llamados ambidiestros deberían archivarse bajo “personas con lateralidad indistinta”. Por suerte, nuestro idioma es riquísimo, así que no hay excusas.
Es frecuente que un compañero lateral, al ser “descubierto” escribiendo a mano por un ciudadano estándar, escuche la siguiente confesión, con un dejo simpático:
— No sabía que eras zurdo.
Cada vez que me pasó, de mi boca salió un aséptico: “Sí”. ¿Qué otra respuesta elegante podemos dar a semejante obviedad?
Los zurdos silvestres suelen padecer con sacacorchos, abrelatas, tijeras, pelapapas, cuadernos anillados, lapiceras pluma o guitarras porque los objetos fueron concebidos para los diestros imperantes. Pero existe una infinidad de otras molestias, imperceptibles para la inmensa mayoría: las camisas con un solo bolsillo lo tienen donde le conviene a la extremidad menos original, mientras que el botón de la cámara de fotos, el lector de la tarjeta SUBE en el molinete del subte, los cierres relámpago, el mouse o las manecillas de un reloj pulsera están siempre del mismo lado. No hace falta explicitar cuál. Las personas zurdas nos resignamos a convivir con estas dificultades cotidianas.
Algún pícaro me podrá responder que existen objetos para zurdos, pero me consta que no están en todos lados. ¿Es normal que así sea porque somos menos? Los gobiernos escasos de recursos podrían argumentar lo mismo con las rampas que mejoran la accesibilidad de escaleras o cordones de los discapacitados, que son tres veces menos que nosotros. Es una forma muy sencilla de ahorrar dinero.
Corren muchos rumores sobre los de nuestra orientación: los más conocidos son que somos más inteligentes, más creativos o mejores deportistas. Aunque me encantaría suscribir esas afirmaciones, porque serían un principio de reparación histórica, mi obligación es con la verdad: son mitos. Lo único que puede respaldarse con estadísticas es que somos una décima parte de la población mundial y que las personas diestras suelen tener su mano secundaria como miembro decorativo, presente para asegurar la simetría.
Casualidad o no, me casé con una mujer “yecontra” zurda. Nuestro primer hijo heredó nuestra condición; la nena, en cambio, es diestra. Es tan independiente que probablemente lo hizo para llevarnos la contra, pero nunca se me ocurrió cambiarle de mano el crayón.
En este nuevo aniversario, podría pedirles a los diestros que abandonen por un instante su confort hegemónico y nos estrechen la mano izquierda con su equivalente, pero no sería cómodo para ellos ni para nosotros, porque desde chicos nos acostumbran a dar la derecha. Vaya entonces, para los zurdos ignorados y los diestros indiferentes, un sincero abrazo. Es la mejor muestra de bilateralidad que conozco.