Judy: “El ocaso de otra estrella”

La Jeringa
6 min readAug 22, 2022

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Por: Thalia Guerra Carmenate

“If happy little bluebirds fly

Beyond the rainbow

Why, oh, why can’t I?”

Judy Garland (Over the Rainbow)

En la última década de este siglo hemos asistido a un verdadero revival de la vida y obra de antiguas estrellas de la música y el cine, e incluso de sagas o series de televisión icónicas; ya sea a través de biopics, reencuentros del cast, reboots, remakes, precuelas, secuelas o spin-offs. ¿Estrategias “seguras” para vender? ¿Añoranza? ¿Falta de ideas nuevas? No lo sé. Sea cual sea el motivo para tanta vuelta al pasado, es cierto que muchos fans –yo incluida- no solemos reparar en las posibles razones de las compañías productoras y nos dejamos llevar por la nostalgia (siempre la nostalgia…).

En el año 2019 tuvimos un bombardeo de películas biográficas. Vieron la luz títulos como Tolkien (Dome Karukoski), A Beautiful Day in the Neighborhood (Marielle Heller) y The Irishman (Martin Scorsese). No obstante, los biopics sobre personalidades del cine y de la música suelen ser los más esperados. Rocketman (Dexter Fletcher), Bohemian Rhapsody (Bryan Singer y Dexter Fletcher) y Judy fueron los más sonados en ese año, llegando incluso a estar nominados en más de una categoría en los premios de la Academia.

Judy es el biopic de la legendaria Judy Garland. Dirigido por el inglés Rupert Goold avezado como director teatral, pero novicio en el cine. El guion, de Tom Edge (The Crown, 2016-act.), es una adaptación de la obra de teatro End of the Rainbow (2011), de Peter Quilter.

En casi dos horas de metraje se hace un (apresurado) recorrido por las últimas presentaciones de Garland en el club nocturno londinense Talk of the Town unos meses antes de morir, y los motivos que la llevaron a aceptar el trabajo. Es decir, presenciamos el declive de la antigua estrella que, al ser olvidada en Estados Unidos tiene que viajar a Londres para salir de la ruina en la que se encuentra y luego intentar cumplir su rol de madre.

Tiene todo lo que no puede faltar en una obra de este género: problemas familiares, adicción al alcohol y pastillas, traumas de la infancia que hacen eco en el presente, advenedizos que intentan aprovecharse de su fama. Es el pack perfecto –al menos lo pretende- para representar la decadencia de cualquier artista. Sin embargo, de tan abarcador que quiere ser el resultado un filme más o menos estándar que deja toda la responsabilidad en manos de la actriz principal y de la sensibilidad del espectador.

Mediante algunos flashbacks se intentan justificar los problemas de la Garland del presente, se tratan de explorar las causas del curso que tomó su vida. Esto puede parecer atractivo –lo es- pero solo cuando se logra el cometido. Aquí solo se presentan cuestiones en las que no se profundiza. Hay un aparente intento de hacer reflexionar sobre las consecuencias de iniciar tan joven en el mundo del cine y la pérdida irrecuperable de la niñez. La crítica a la Metro Goldwyn Mayer (MGM) y en especial al productor Louis B. Mayer por sus rígidos métodos para lograr que la joven trabajara más horas de las que su capacidad le permitía salta a la vista. El trastorno alimenticio de Judy y su adicción a las pastillas comenzaron en los estudios de esta productora por orden de sus directivos y autorizado por su madre. Pero la línea que conecta estos momentos con el presente es difusa y no se logra del todo.

Resulta curioso el contraste entre los decorados de la MGM y el modo en el que trataban a la actriz, puesto todo en las mismas escenas: mientras la futura Dorothy caminaba por su camino de baldosas amarillas, un autoritario Mayer ejercía presión sobre ella. Es difícil imaginar que los decorados de una de las películas de fantasía más emblemáticas fueron testigos del lado oscuro de la industria cinematográfica hollywoodense, tal vez por ello sean estas las secuencias más impactantes sin dejar de ser sutiles.

Como en casi todo biopic, el realizador se toma alguna que otra licencia. No tantas ni tan desastrosas como las de Bohemian Rhapsody, donde incluso se alteraron acontecimientos referidos a la conformación de la banda. De hecho, el encuentro ficticio de Garland con una pareja homosexual de fans a la salida de un concierto que intenta mostrar su influencia como ícono de la comunidad LGBT puede, en cierto nivel, considerarse hermoso. Las escenas con estos admiradores son entrañables y a veces hasta graciosas, el problema radica en que se les concede más relevancia que a personajes reales que influyeron directamente en la vida de la actriz.

El caso más alarmante es el de Liza Minelli, primogénita de Garland con el director de cine Vicente Minelli. Liza, interpretada por Gemma-Leah Devereux, tiene una aparición fugaz que nada revela de la relación con su madre. Además, del conflicto con su exesposo y antiguo representante Sidney Luft por la custodia de los niños en común se muestra muy poco. Quedan en el aire estas dos posibles líneas argumentales y sin mayor desarrollo.

Lo sobresaliente es la interpretación de Renée Zellweger, premiada con el Oscar a Mejor Actriz en 2020, el segundo de su carrera. La protagonista de Bridget Jones’s Diary (Sharon Maguire, 2001) logró imitar la postura encorvada al caminar de Garland y sus expresiones faciales con esos inolvidables pucheros. Además de que fue ella misma quien interpretó las canciones, pues como se sabe ya tenía reconocida experiencia en el canto desde Chicago (Rob Marshall, 2002).

Los números musicales están muy bien logrados y, junto a Zellweger constituyen lo mejor de la cinta, pero no es suficiente para que sea apreciada como un gran filme. Nos hallamos ante la decadencia de la otrora estrella, la contemplamos mas no llegamos a conectar en realidad con la narración. Se edulcoran el deterioro físico, las adicciones y la miseria. Falta crudeza y severidad en escenas que claramente lo necesitaban por los temas serios y perturbadores que toca.

El final, aunque predecible, está hecho para conmover. Si la historia comenzó en el camino de baldosas amarillas no podía terminar de una forma que no fuera con la intérprete cantando Over the Rainbow por última vez. Por supuesto, es una Judy diferente por completo, a pesar de que cierra su carrera con la misma canción que la hizo saltar a la fama. Si bien la escena del púbico continuando la canción por ella es real, es cierto que se modificó un poco para que en la cinta fuera más emocionante y enternecedora.

Nada se muestra de los últimos meses de vida de la cantante luego de su última presentación en el Talk of the Town ni cómo terminó la disputa con su exmarido ni qué pasó con sus hijos; subtramas que parecían importantes al inicio, pero que terminan diluyéndose. Se recurre al método habitual de unas brevísimas líneas que enuncian el momento de la muerte y listo. Tal parece que se intentan suavizar todos los temas que puedan resultar incómodos. Tampoco pido la brusquedad y visceralidad de Requiem for a Dream (Darren Aronofsky; 2000), pero igual las adicciones pueden abordarse de forma más realista, con menos tapujos.

Judy, sin ser del todo un desacierto, no hace mucho más que quedarse a medias. Es puro guiño y pincelada con poca concreción. Presto a rozar sensibilidades, pero lejos de remover conciencias y de hacer un retrato medianamente realista de los problemas físicos y emocionales de una de las mayores divas del Hollywood clásico.

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