La hipótesis del caos

La Jeringa
4 min readMar 19, 2024

--

Por: Melissa Rey González

El ser humano, en su dimensión simbólica, ha creado mecanismos verbales y no verbales para la comunicación. No pudiera escribirse la historia de la humanidad si no se hace referencia a elementos que, transversalmente, han determinado su evolución. El fuego y la palabra, desde su forma más rústica hasta su más explícita sofisticación, se encuentran en el epicentro de este engranaje y se proyectan hacia una actualidad distante de la originaria.

Pensando en la historia del arte, el fuego adquiere un trastorno bipolar. Remitirse a incendios como el de la Biblioteca de Alejandría (48 a.C) o más cercano en el tiempo, la tragedia de la Catedral de Notre Dame (2019) da la medida de su condición de agresor. Sin embargo, en su significado dentro del arte del Romanticismo asociado a emociones intensas, la búsqueda de la libertad y símbolo de rebelión, o en los modernistas en su pretensión de romper las convenciones establecidas y como metáfora de transformación; encontramos la otra parte de la personalidad, en un intento constante de funcionar como referente para la técnica y la inspiración.

En cuanto a la palabra, el mecanismo por excelencia para comunicar, halla su ruta en la determinación de las diversas realidades que le acontecen. La necesidad de transmitir se convirtió en el centro de una sociedad permeada por un grupo de connotaciones que se localizan desde las áreas primigenias. Los primeros cantos rituales a la naturaleza, los jeroglifos egipcios, los oradores de la Antigua Grecia, los descubrimientos davinchianos del Renacimiento, incluso hasta lo más adelantado de los poemas Dada y los juegos morfológicos en “esto no es una pipa” de René Magritte son la evidencia de las transformaciones del lenguaje.

En ese sentido, Peso muerto, más que una exposición, es una hipótesis que advierte de un estado de crisis del discurso como herramienta de comunicación en conflicto con la verdad. El vaciamiento de las palabras, el papel en blanco, la falta de fundamento evoca una condición donde el artista no encuentra más que silencios. ¿Por qué gritar cuando se puede quemar?

Fotos: Maytee Fernández Barroso
Fotos: Walter Aleaga

Entonces, es cuando Aluan Argüelles quema todo lo que debe ser quemado. Aprehende todas las bondades del elemento natural y por herencia, humano. Se sirve de una tradición en el cual la dualidad del fuego le permite el juego con la técnica y el concepto, adquiriendo doble significación dentro de la obra. El humo, las cenizas proponen posibles soluciones frente a lo que parece un exterminio de la coherencia.

Sin embargo, no solo se limita a ello, desde la instalación y el videoarte nos recuerda que somos seres socialmente determinados y que el contexto funciona como mediador de un discurso cultural e histórico, que no se es capaz de reconocer en la medida que el elemento de comunicación oscile hacia un escepticismo. Para entonces rematar con fotografías vacías, libros quemados, donde la contemporaneidad pone la dificultad de poder establecer sistemas de conexiones.

El minimalismo, como eje esencial de esta atmósfera, abraza cada una de las obras en intento de oposición al escándalo que invade la actualidad. A partir de todo su espectro de posibilidad multidisciplinaria, Aluan hilvana conexiones entre diversas realidades que se transcriben a una sola: la necesidad de una verdad más allá de las realidades laberínticas que apela a los determinismos y parafernalias lingüísticas sin conducir a nada.

Fotos: Walter Aleaga

--

--

No responses yet