La inocencia de un tigre (con piel de naranja)
Por: María Victoria Pérez Rodríguez
En la actualidad es común el cuestionamiento sobre las formas de hacer arte y más aún el resultado de múltiples procesos de creación que pueden, incluso, llegar a ser en sí mismos “la obra”. En el caso, entonces, del enfrentamiento a nuevas propuestas, ajenas a la experiencia personal, se experimenta la sensación de desconexión con lo conocido y/o aprehendido. Comienza así una suerte de desconstrucción del objeto en busca de aquellos elementos individuales simples, ya conocidos, para a partir de su relación comprender el conjunto -o al menos intentarlo-. Un acto inconsciente, repetido hasta la saciedad, cuyo único objetivo es el de poder entender lo que se está experimentando, es aplicable a todo tipo de situaciones, incluyendo a las vinculadas con el arte.
Más en la producción contemporánea se vuelve intención explícita de sus creadores el enrarecimiento del objeto y con ello, la experiencia estética del público ante esta. Pensado este proceso de apreciación como el momento en el que el espectador comparte con el objeto y le otorga -como parte del proceso de compresión- múltiples valores y significados -que responden su experiencia de vida-, lo enriquece y transforma, entonces, por su reconocimiento, en arte.
Es el caso de la obra de Wilfredo Prieto (artista contemporáneo cubano), un ejemplar enriquecido por el público y la crítica desde finales del siglo pasado, cuando el artista comienza su camino, ya planteando pautas seguras que continúa hasta hoy. Se puede hablar de un trabajo diverso, mutable, que mantiene una línea central enfocada en la recontextualización -manejada conscientemente- de objetos varios, aunque de preferencia que correspondan a la cotidianidad del cubano -bien sea por uso práctico en una época particular o por tradición-.
Su última exposición personal -hasta el momento-, Piel de tigre, piel de naranja, inaugurada como parte de la tercera fase de la XIV Bienal de La Habana (2021–2022); propone, con una nueva forma nunca antes empleada por el artista, “un proceso semiótico de experimentación”. Es un trabajo diferente del que está acostumbrado el público a ver de Wilfredo Prieto, la técnica o idea de utilizar los sellos postales como centro y base de toda su exposición es novedoso dentro del recorrido de su obra. En cambio, es algo que podía esperarse. El stampart como tendencia artística de mediados del siglo XX es fácilmente adoptada por el artista al responder a conceptos con los que se identifica, como la descontextualización del objeto y algunos principios dadaísta visibles, sobre todo, en su proceso de intervención de los sellos.
Es justamente el proceso en lo que se deben hacer énfasis de esta exposición, la importancia otorgada tanto a la intervención del artista respecto al objeto, como a la relación que establece el público una vez que entra en el taller. Siendo esta una exposición particular en muchos sentidos, empezando por no emplazarse en un espacio galerístico, se enfatiza la intención de lograr una muestra interactiva para los espectadores a través de la dispersión de las obras en el lugar.
La curaduría, en manos del propio artista, está pensada con carácter aparentemente lineal. Desde una vista en planta, la museografía puede parecer fluida y lógicamente ubicada para una lectura continua; más, “la realidad siempre es más rica que la teoría”, y al realizar el recorrido propuesto se hacen imprescindible dos cosas: interés por observar cada pieza y unos tenis para enfrentar a lo que estuviera delante. Un camino riquísimo en objetos diversos y ajenos a las obras. Aunque no existe duda de que estas estuvieron dispuestas intencionadamente en cada lugar, buscando el ejercicio del público en favor de acercarse a los sellos y observar los detalles.
Prácticamente al final de este recorrido, se encuentra la obra que da nombre a toda la exposición. No es la primera vez que Wilfredo Prieto aplica esta forma de nombrar sus exposiciones, aunque en este caso sí valdría la pena cuestionarse si en realidad es esta obra, Piel de tigre, piel de naranja, el centro de la exhibición. De manera intuitiva se asumiría que sí, pero existe una antagonista: Inocencia, “Inocencia” (1994). Esta pieza, creada por el artista a los 16 años y redescubierta por él mismo recientemente, se anuncia como la causa, la razón de recuperar una idea de la juventud. Claramente con una intención más determinada, se crea toda esta colección de sellos cenicienta de la mano de Wilfredo Prieto, todo y gracias a una inquietud adolescente que jamás imaginó desarrollarse veintiocho años después.
“Piel de tigre, piel de naranja descontextualiza la función social, comercial y cultural de las estampillas que comúnmente son un comprobante de pago del sistema de envío de correos e ilustra una época. Si bien el sello postal fue uno de los medios más efectivos de divulgación, en esta muestra al ser intervenidos con revistas de moda y ocio, se transmutan en parodia a la sociedad contemporánea, consumista y serializada, ciega ante la simplicidad los objetos pequeños o comunes pero que guardan en valioso concepto y testimonio histórico.” (statement de la muestra)
Alejado de un acto inocente, el artista logró una suerte de happening con su exhibición, para estimular, justamente, el interés por acercarse a lo no visto, a lo pequeño, a lo por mil motivos difícil de alcanzar o simplemente lo no esperado. Con cada pieza plantea una relación, en alguno más coherentes, más risibles, más rebuscados o más referativas, que ya es evidente visualmente pero que se toma la molestia de recalcar con el complemento textual. Así se pudiera decir que la exposición tal vez fue una representación crítica de la contemporaneidad reflejada con tonos paródicos para jugar con ese público que en busca de significados en cada pieza se encontraba representado. O sencillamente fue fruto caprichoso del destino, para con un trabajo experimental, saldar una deuda del artista con él mismo.