La ridícula historia de Darth Juanci

La Jeringa
8 min readOct 2, 2020

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Por: Kevin Soto Perdomo

Ilustración por Yanaisy Puentes Cruz.

̶ La Guerra de las Galaxias es como la buena música, ha llegado al mundo para no desaparecer jamás ̶ afirmaba Juanci sosteniendo en sus manos la famosa saga de ciencia ficción, mientras ordenaba las cintas y libros del despacho de Heriberto, su vecino.

Heriberto es un señor muy mayor y está lleno de enfermedades y achaques, razón por la cual ya no puede organizar más su inmensa colección de libros y películas. Entonces, decidió ofrecerle a Juanci 50 pesos semanales por organizar sus preciados estantes.

Juanci no es un ávido lector, pero sí un cinéfilo muy imaginativo. Y, aunque tiene cierta debilidad por las películas comerciales y los éxitos de taquilla, sabe identificar un buen metraje.

Además, el susodicho estaba desempleado (tres veces había perdido el trabajo). Es que, aunque es un buen muchacho, siempre andaba metiendo la pata. La primera vez que perdió su puesto fue en la imprenta cuando le preguntó a su jefe si era ciego por haber pisado la parte mojada mientras limpiaba, incluso habiendo un cartel de alerta. El problema era que, en efecto, su jefe era ciego. La segunda vez fue cuando trastocó los papeles de su superior, mientras trabajaba como secretario en la CADECA; el conflicto provocado fue tal que hasta influyó en la ruptura del matrimonio del director. Y la tercera fue cuando trabajaba de cantinero en el bar La lluvia de Oro. Ahí todos limpiaban, y de madrugada, entonces, en una de aquellas ocasiones la administradora del local se apareció con ropas un tanto estrafalarias para la faena, y Juanci, asustado, la golpeó repetidas veces pensando que era un ladrón travestido. Por lo tanto, el imaginativo cinéfilo aceptó de buen grado y sin nada que perder la oferta de Heriberto.

Al inicio todo era muy formal entre el octogenario y el joven. Juanci una vez terminada su labor se retiraba. Sin embargo, mientras pasaba el tiempo hablar de cine se volvía algo inevitable. Ambos conversaban cada vez más y con más fruición sobre tal o más cual película, hasta llegar al punto de compartir tardes de cine. Así nació la amistad entre ambos vecinos.

Hoy Juanci encontró entre los estantes de su amigo su saga de películas favorita, una saga admirada que lo hizo llevar su imaginación a niveles estratosféricos cuando era un chico, y ahora, mientras sostenía cada ejemplar en sus manos, sentía cómo toda la fuerza de sus protagonistas despertaba su fanatismo y su fe en lo que relata, a la vez que leía con las pupilas dilatadas el nombre de George Lucas.

̶ Sí, La Guerra de las Galaxias, Star Wars, aj, ¡qué recuerdos! ̶ Expresaba Juanci en un suspiro.

̶ La Guerra de las Galaxias es una bonita saga. Tiene unos cuantos gazapos, pero son perdonables cuando de un ejemplar revolucionario en la historia del cine, y del cine de ciencia ficción en específico, se trata -comentaba Heriberto.

̶ ¡Cómo te atreves a decir que tiene gazapos, compadre! ¡Mira la pila de efectos especiales de los filmes esos! ¡Para la fecha de su grabación eso era algo nunca antes visto! Heri, mi hermano, estamos hablando de una obra perfecta.

̶ Emm, a ver Juanci. Comprendo cuánto significa para ti, incluso, concuerdo contigo, es verdad que sus efectos especiales eran novedosos y todo, pero tienes que aceptar que tiene sus defecticos.

̶ Aaa… ya, tú eres uno de los insípidos de Star Trek, mira que tienes mal gusto. Asere, me has decepcionado -decía Juanci con desdén.

̶ Estás equivocado. De hecho, prefiero la saga de Lucas. Pero para serte sincero no soy muy fan del género.

̶ Compadre, ¿tú estás seguro que viste La Guerra de las Galaxias del pi al pa?

̶ Sí, Juanci, sí la vi, y en más de una ocasión porque a mi hijo le encanta.

̶ No puede ser, todo el que ha visto La Guerra de las Galaxias sabe que se trata de una obra maestra. Mira, hoy después de la pinchita vamos a ver tú y yo una de las películas de esta genialidad cinematográfica.

Eran las tres de la madrugada y ya habían visto la Trilogía Original y The Phantom Menace de la Trilogía Precuela. Heriberto estaba muerto de cansancio, saturado de siths y jedis y sin todavía sentir un ápice de fanatismo. Entonces, convidó a Juanci a continuar la tanda en otra ocasión y hasta le prestó las restantes partes de la saga en un intento por escapar de la diabólica invitación.

Cuando Juanci llegó a su casa lo esperaba Graciela, su novia, con cara de pocos amigos, quien estaba preocupada y sospechaba de la fidelidad del cinéfilo. La mujer pidió una explicación a la demora y Juanci le dijo la verdad, la cual le costó el exilio al sofá. Situación que aprovechó para terminar de ver su adorada saga.

A las diez de la mañana llegó el “organizador de estantes” a casa de Heriberto. Estaba muy cansado y cuando se paró frente al estante, que ahora le parecía un poco más grande de lo habitual, sintió cómo perdía fuerzas solo de pensar en su deber de acomodar todo aquello, pero sin mucho titubeo se dispuso a hacer su trabajo.

Los libros y las cintas de películas le parecían más pesadas y estaba tan desesperado por terminar, que ni se detenía a leer los títulos de las obras como en otras ocasiones. Sin embargo, un libro rojo de tapas duras y con unas letras en dorado en su cubierta, que deletreaban el nombre de Alexander N. Aksakof, despertó la curiosidad de Juanci por parecer muy soviético entre tantos títulos y nombres con sonoridades más anglo. El libro en su primera página mostraba el título: Apuntes sobre la telequinesis, hecho que entusiasmó al fan de la Guerra de las Galaxias y le hizo imaginarse una vida mucho más cómoda, sin necesidad de pararse tanto del sofá y lo mejor, con la posibilidad de hacer su trabajo como lo haría Yoda. De repente, se apareció Heriberto con una tacita de café.

̶ ¿Te interesa la telequinesis? ̶ le preguntó a Juanci con sorna.

̶ No, no, es que me llamó la atención el ruso este metido entre tantos yumas.

̶ Ah, bueno, ese es Alexander Aksakof, como ya habrás visto. Fue un escritor, periodista, traductor, entre muchas otras cosas más. Pero es fundamentalmente conocido por sus estudios en el campo de la investigación psíquica. Sobre el tema habló de fenómenos interesantes, pero nunca se le tomó muy en serio. Vagamente lo único así que se le reconoce fue acuñar el término “telequinesis”.

̶ Interesante, pero ¿sabes si alguien ha logrado mover algo con la mente?

̶ No conozco, pero no es del todo improbable la existencia de un ser humano con poderes telequinéticos.

̶ Mmm, ya, ¿Heri tú me pudieras prestar el libro? No es por nada, es solo para darle una revisadita al tema.

Juanci estaba fascinado. Había pasado una semana estudiando los apuntes del ruso y ya había logrado mover dos milímetros un vaso. También practicó con los estantes de Heriberto, bueno, con casi todo. Pasaban los días y sus poderes telequinéticos aumentaban hasta lograr poder mover y atraer objetos tan pesados que con la fuerza de sus brazos no podía levantar.

Al cabo de un mes dominaba impresionantemente la telequinesis. Pero no le bastaba, quería llegar a otro nivel, al nivel de tener relaciones sexuales con su novia a través de la telequinesis. A Graciela, quien a regañadientes lo había ayudado con todos sus experimentos y hasta leyó algunos capítulos del libro por él, no le gustó ni un poquito la idea y tuvieron dos largas noches de discusión. Finalmente, Juanci la convenció.

Los dos se encontraban sentados en la cama. El amante psíquico había ambientado la habitación con velas, incienso y pétalos de marpacífico (las rosas estaban muy caras). Todo listo para consumar el acto sin el roce de los cuerpos.

̶ Juanci, mijo, ya ha pasado media hora y no siento ni una brisita.

̶ Tranqui mami, ahora me hace falta que hagas silencio para yo poder concentrarme.

̶ ¿Tú me mandaste a callar?

̶ Graciela, no empecemos… por favor, todo esto es por una experiencia única.

̶ Única ni única, chico. Tremenda mierda de experiencia lo que es esto.

̶ Graci, por favor, colabora vieja.

̶ Mira Juan Ignacio, yo estoy harta de toda la locura esta tuya. Yo no quiero hacer el amor de lejitos, yo quiero sentir las manos de un hombre. ¡Yo quiero que me toquen! ¡Yo quiero!…

En ese momento una luz blanca inundó la habitación. Derribaron la puerta y entraron por las ventanas unos seres bípedos color rosa vestidos con una suerte de licra negra con escamas y portando armamento futurista.

̶ ¡Policía intergaláctica! Queda usted arrestado por incumplir con la Ley 2.04 artículo 12 de la Orden de Asuntos Intergalácticos, la cual prohíbe la utilización de poderes psíquicos en planetas no civilizados ̶ vociferó el extraterrestre más bajito ̶ . Cualquier intento de escape será inútil. Además, sus poderes han sido deshabilitados. Tiene derecho a guardar silencio, cualquier dato que dé puede ser utilizado en su contra.

La luz blanca nuevamente iluminó el nido de amor y desaparecieron con Juanci esposado, dejando sola y confundida a Graciela.

Una lámpara quemaba el rostro de Juanci, quien lentamente abría los ojos preguntando dónde se encontraba.

̶ No importa dónde se encuentra, lo importante es que me diga cómo fue la vía de acceso a esos poderes ¿Fue de manera intuitiva, didáctica o lúdica? ̶ Decía una voz grave.

̶ Mire, yo solo me estudié unos apuntes ahí de un ruso. Un tal Alexander Aksakof…

̶ Na na na, déjese de mentira -le interrumpió la voz-. Todo el universo sabe que el viejo ese era un loco mentiroso. Le sugiero decir la verdad, colaborar siempre es beneficioso para el recluso. No querrá saber el destino de los mentirosos y los tercos aquí, ¿o sí?

̶ Se lo juro por mi madre, estoy diciendo la verdad ̶ dijo Juanci con la voz entrecortada.

̶ Baje las manos y no se ponga nervioso Juan Ignacio. A ver, ¿qué tal si me cuenta todo desde el inicio y así nos ayuda a entender?

Luego del recluso contar toda su historia desde que comenzó a trabajar para Heriberto hubo un breve silencio.

̶ Mmm…, la Guerra de las Galaxias ̶ dijo de repente la voz ̶ Así que pretendía convertirse en quién, ¿en Darth Juanci? Usted no sabe cuántos fanáticos de la saga mediocre esa por deseos inducidos, por su vagancia, y por tal de ser como Darth Vader, Yoda, el Kenobi ese o yo quién sé más, en la bobería, descubren que tienen algún poder psíquico… Oficial, llévese al recluso a su sala personalizada de tortura.

Un buen día Heriberto se encontró con Juanci en el vecindario. Habían pasado cuatro meses (al menos aquí en la Tierra) desde la última vez que se vieron.

̶ ¡Juanci, mi hermano! ¡Cuánto tiempo! ¿Qué te pasó? Mira que intenté contactar contigo, pero ni a través de Graciela pude llegar a ti. Por cierto, ha estado un poco rara de un tiempo hasta acá. Disculpa mi intromisión, pero… ¿pasó algo entre ustedes?

̶ Mira mano, mejor hablamos de todo eso en otro momento.

̶ Está bien, está bien, en otro momento será…Oye, tengo tremenda pena contigo, me vi en la necesidad de contratar a una muchacha ahí para que acomodara mis estantes. Pero si quieres volver a trabajar en mi casa no hay problema, yo te devuelvo el trabajo y de la muchacha yo me encargo.

̶ Gracias Heri, gracias de veras.

̶ ¡Qué pasa compadre! Para eso están los amigos… Bueno, cambiando de tema. ¡Cómo me acordé de ti hace unos días! Vi nuevamente con mi hijo la Guerra de las Galaxias. Tienes razón, es una obra maestra, una maravilla.

̶ Ay viejo, tú no sabes nada…

Juanci le dio unas palmaditas en el hombro y sin despedirse entró a su casa, le pasó a la puerta los tres pestillos, se aseguró de que las ventanas estuvieran bien cerradas, se lanzó en el sofá y se puso a ver el primer capítulo de Star Trek.

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