Las almas en pena de McDonagh
Por: Roberto García
The Banshees of Inisherin comienza un día de los inocentes (April Fools’) de 1923, en una pequeña isla en las costas de Irlanda donde la Guerra Civil parece no importar mucho a nadie. Pero el trasfondo elegido por Martin McDonagh, escritor y director, no debe asumirse como arbitrario: así como en este conflicto se enfrentaban dos bandos de un mismo pueblo irlandés antes unidos, de manera similar la película toma como punto de partida la ruptura de dos mejores amigos, Pádraic Súilleabháin y Colm Doherty (interpretados por Colin Farrell y Brendan Gleeson respectivamente, la misma dupla empleada por McDonagh en In Bruges, 2008).
Sumado a un buen elenco actoral, los méritos estéticos del filme son sobrados y van desde una fotografía muy bien cuidada que deja postales de vívidos colores de una de las islas esmeraldas, a una banda sonora que es tan buena como toda sesión de música tradicional irlandesa puede ser. Pero más que eso, se desdobla como una creación de profundidad en que la enemistad es motivo y condición que expone a lo largo de toda la trama al protagonista, Pádraic, a un doloroso proceso de luto y transformación personal. Esta creo que es la verdadera esencia, la del camino a la soledad desconocida e impuesta, y en la cual un conjunto de personajes secundarios concurre con sus propios dilemas que contribuyen a ahondar la pena de Pádraic.
Que la narración comience ya con el presupuesto de que en Colm Doherty ocurrió un cambio reciente por el cual decidió cesar su amistad con Pádraic demuestra que The Banshees of Inisherin es la historia de este último y no de la amistad entre ambos, aun cuando el quiebre de esta es el desencadenante. No obstante, a pesar de no ser el protagonista, creo que en Colm Doherty encontramos al personaje más complejo del largometraje. De cara al tiempo y a la muerte, Colm se percibe como un violinista para el que la única manera válida de trascender es a través de la creación artística, la cual en su caso ha estado frustrada por sus largas charlas inútiles con Pádraic, de ahí que decida el cambio drástico de cesar la relación; entonces comienza a nacer su pieza maestra.
Ciertamente podríamos conformarnos con el hecho de que al iniciar la historia contada Colm se encuentra en un punto diferente respecto a su amigo (además de ser tan distintos), pero esto no explicaría de dónde nace el desprecio inesperado y el castigo macabro que se desarrolla durante las casi dos horas de metraje, menos si esta aversión es algo repentino o que estuvo oculto por buen tiempo – en estas dudas radica para mí la profundidad del personaje de Brendan Gleeson.
La plenitud que experimenta Colm una vez quitado su lastre apunta a que en efecto era Pádraic tal impedimento, pero ¿es esto suficiente para el desdén sucesivo? La catarsis de Colm transcurrió fuera de escena e implicó tal vez visualizarse tan inútil como su amigo, al que desplazó una frustración propia y de ahí el castigo. Es cada vez que se mutila un dedo de su mano izquierda para castigar a Pádraic por dirigirle la palabra, o en una ocasión en que este lo confronta en el bar y reprende su actitud, cuando encontramos a un Colm que parece disfrutar esta especie de punición. Esto acaso como expiación por percibirse como un frustrado que no ha tenido mucho que legar a esas alturas por enrolarse durante tanto tiempo en la banalidad, la cual parece disfrutar, pero que alterna con el placer de la soledad en su hogar (rodeado de máscaras que penden del falso techo, ¿son las suyas?). Por otra parte, creo que en su caso hay una suerte de engrandecimiento en el acto de mutilarse todos los dedos con que pondría los acordes siendo violinista – esto sin dudas magnifica una pieza final y responde a los instantes de altivez que en Colm van a contrapunto con su depresión.
Pero el castigo de entregarle un dedo a Pádraic cada vez que este le hable no está orientado sólo a proteger su aislamiento, sino que para Colm entraña además una rara manera –nacida del cariño– de desear para Pádraic un crecimiento personal, mas este es forzado y en suma doloroso, y hasta buen punto egoísta por surgir de una realización puramente individual. Creo que este propósito lo capta una escena en que Colm va conduciendo a un Pádraic herido a su casa y este se echa a llorar, entonces Colm le pasa las riendas, se desmonta del coche dejándolo solo en medio del camino y toma su rumbo (prefigurando el desenlace como en tantos otros momentos en que los senderos se bifurcan y los destinos se separan). Pádraic es un hombre ingenuo, rozando lo estúpido, pero ¿y qué? Es ante todo una persona amable que se distingue del resto de isleños por esa cualidad. También es alguien que no conoce –y menos aún desea– la soledad que comienza por imponerle Colm, cuando su amistad era su certeza más preciada – de ahí el desconcierto y todas las incertidumbres y temores de autoestima que comienza a experimentar. Si la ruptura de Colm tiene en algún momento un fin didáctico, Pádraic no lo concibe así, sino como un castigo inexplicable del que intenta constantemente escapar de manera inútil.
La esencia de The Banshees of Inisherin es, pues, la del descenso a la soledad de un pobre que no lo deseaba, una suerte de ostracismo impuesto como lo son todas las rupturas unilaterales. En definitiva, queda la muerte del noble Pádraic inicial: su imagen fracturada en el espejo del hogar ya casi al final del metraje como recurrencia a un lugar común para este efecto de espíritu transmutado. Pádraic concluye la negación de la fuente de tristeza que es Colm, pero que es él también; esto implica la muerte del otro tortuoso al exterior y también en sí mismo, la venganza definitiva y la purgación. Esto luego de un ‘tocar fondo’ al que fueron tributando otras tres desolaciones consecutivas durante el largometraje: en orden, la muerte de su burra Jenny (¡cómo duele esta muerte!), la partida de su hermana Siobhán y la muerte del joven Dominic. Estos dos últimos son otros de los personajes secundarios de cierta profundidad que engrosan el elenco. Por una parte, Siobhán Súilleabháin a efectos de la narración es el refugio de su hermano, una especie de figura materna que emula a la madre hace ocho años fallecida. Pero más allá de eso, siendo una mujer letrada que disfruta de la literatura, posterga ir a la isla principal y encontrar un buen trabajo y su plenitud por no desamparar a su hermano – en este sentido es otra víctima del lastre de Pádraic.
Entre las nueve nominaciones del filme de McDonagh a los Óscars figuran –además de a mejor película, mejor director y mejor actor– dos a mejor actor de reparto, una para Brendan Gleeson y otra bien merecida para Barry Keoghan por interpretar a Dominic, el tonto del pueblo, amigo de Pádraic, que atina a lanzarle realizaciones que parecen tan obvias que un tonto las notaría, pero no Pádraic. Dominic termina ahogado, no se sabe si por un tonto tropiezo o un suicidio, pero en cualquier caso apunta a una muerte similar de la que su padre se mofó en algún momento de la historia. De fondo se encuentra la señora McCormick como esta anciana que parece haberlo vivido todo en la isla, y saberlo todo también – ella es un banshee, el espíritu de una mujer que augura muerte en el folklore irlandés. En este último sentido la emplea McDonagh como un recurso narrativo útil para crear tensión sobre una muerte (o dos) que se aproximan y apunta a los dos amigos en pugna. La señora McCormick es la muerte, pero también lo inevitable en un sentido más amplio y es por ello que los hermanos Súilleabháin intentan huirle con frecuencia: Siobhhán porque no quiere asumir que debe partir a su destino y no seguir ceñida al de su hermano, Pádraic por no querer comprender que su camino y el de Colm han quedado separados.
En suma, creo que si aceptáramos la creación del director angloirlandés como una parábola (y sostengo que todas las películas que presentan dilemas morales aspiran a serlo), la línea instructiva que resuena es esa al final de la proyección que muestra el desarrollo de un Pádraic que ha asumido el dolor como experiencia trascendental y que con estoicidad corrige a Colm, deslindando superación de olvido y de perdón:
“Hay cosas que no se pueden dejar atrás. Y creo que eso es bueno.”