Las ambivalencias de Omar Sanz

La Jeringa
4 min readMay 4, 2023

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Por: Adriana Fonte Preciado

Ya nos hemos adaptado al INVENTARIO de la Fundación Ludwig, usualmente los jueves y viernes, charlas y exposiciones, Helmo Hernández, los amigos de FAyL, el traguito gratis. Mantenerse al día con la creación de los que vamos quedando. Crear en Cuba no está siendo fácil.

Es viernes. Caminar El Vedado a las tres de la tarde solo se sobrevive si encuentras el sendero de las sombras. Apurada, con sed, con mucho que hacer en los entretiempos, me reservo el espacio para este episodio de INVENTARIO por dos motivos: al fin coincidiré con las fotos de Omar Sanz―Lenguaje de Mudos, como se llama a sí mismo en Instagram― y, de paso, La Jeringa nos ha preparado un encuentro memorable: Antón Arrufat, para recitar sus poemas a viva voz, frente a nosotros, cargado con los tiempos de otra Habana.

Fotos: Kevin Sánchez

La tarde se llena de propósitos. La fluidez con la que Omar habla de su obra a través de la experiencia, junto a la delgada voz de Arrufat. Ir y venir de fotos y lecturas, par de trabajos juntos, preguntas, relatos de cómo se conocieron y de por qué tantas oscuridades en las páginas de un libro casi nuevo. El azar nos trae a Soleida Ríos con el “Flash”, con el “Click”, los versos para gente querida: para el viejo Antón, para Omar; versos de balcones domingueros y de mangos maduros, de proyectos lúdicos entre las luces y las letras.

El momento ante el micrófono acaba. La gente se dispone en los balcones, con una de las vistas más bellas que se pueden encontrar en la ciudad. Mientras los amigos fuman, el propio Omar me pasea por sus obras. No hay nada ensayado, su discurso existe antes de la obra, el propósito no cambió con la curaduría. La ambivalencia es el orden, la oscuridad se impone a las paredes blancas, la vastedad al pasillo estrecho. Siluetas, filos, ángulos que esconden el contenido. Una obra dialoga con la siguiente, los códigos enlazan el testimonio.

Omar es dos, «Nací jimagua», lo tiene asumido como condición inherente a su arte, a su instinto. Su infancia transcurrió bajo la imagen de Eleguá. Levantarse todas las mañanas, abrir los ojos para intentar descifrar el mensaje de Olofi, para mostrarnos el África que habitó su familia. Nos la presenta en el retrato breve de la Virgen de Regla, desposeída, Yemayá madre de los Ibeyis, sin brillos ni paños blancos que la sofoquen. Simple, muy negra. Mentón afilado y labios más rojos. Los ojos desmayados ante la breve franja de luz que Omar propone, casi la misma que procura en su autorretrato, negro en todas partes. «Quitar los adornos innecesarios, excesivos…»

Al centro lo dual, cara a cara, luces moldeadas para deformar la imagen original, texturas clonadas. Fotografía abstracta como único método para graficar la metáfora. A la derecha, cabezas incrustadas de caracoles, toscas, negras a pesar de los azules que Omar les procuró. Puedo tocar, los rostros de los Ibeyis caben en una mano, no aguardan al papel fotográfico. ¿Podré asegurar que son parte de la foto?

Al final del pasillo un canto africano. La última habitación guarda solo una imagen, haz de luz azul proyectada en la pared, ¿acuarelas? ¿el mar? ¿los rostros embadurnados de los Ibeyis de Isokun? ¿sus memorias infantiles?. Meterse entre el lente y la pared es el final de la tarde de un Inventario más, descubrir mi propia silueta a contraluz en una de las tantas abstracciones de Omar, entender qué esconde tras el lente que busca graficar metáforas…

metáforas que narren su registro de ambivalencias.

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