Las humanidades en la Cuba de hoy
Discurso de la graduación 2024 de la carrera de Letras de la Universidad de La Habana, pronunciado el 18 de diciembre del pasado año por el Lic. Harold W. Fernández Justiz, graduado integral más destacado de la promoción.
Directivos:
Estimados docentes y personal administrativo:
Compañeros y colegas:
Familiares y amigos:
Hoy es un día de júbilo en el que completamos una fase importante de nuestras vidas, de aprendizaje y madurez. Es un momento para la alegría y la relajación, para el agradecimiento y para sentirnos orgullosos del sacrificio que ha implicado para nosotros y los nuestros estudiar una carrera universitaria. Pero también es un momento para identificarnos responsables de un mañana que nos espera. Confieso que cuando me solicitaron redactar el discurso de la graduación de Letras 2024, no sabía muy bien de qué hablar, ni qué reflexión verdaderamente importante podía decir. Poco tiempo después volvió a mi mente una de las preguntas que me ha acompañado durante estos casi cuatro años, y que, estoy seguro, ustedes también se han planteado más de una vez: “¿para qué sirve lo que estudio?”. Hoy hablaré, si no de lo mismo, de algo muy parecido, “¿cuál es el papel de las humanidades en la Cuba de hoy?”.
Cuba, esta tierra nuestra, sin escapar de muchas de las problemáticas internacionales, presenta las suyas propias. Vivimos en un país que enfrenta una crisis estructural de la que no vemos alternativas y soluciones posibles a corto plazo. Un país en el que la desesperanza y la desidia, por desgracia, se imponen como códigos de conducta. Un país que envejece a pasos agigantados, y se vacía cada vez más de su población.
Para una parte de nuestra gente, hoy los sueños, metas y deseos parecieran que solo podrían concretarse en cualquier tierra menos en la nuestra. Para no pocos jóvenes ya ciertos discursos resultan añejos y utópicos, y la realidad que vivieron sus padres y abuelos les es ajena. El arraigo se desdibuja y hasta en ocasiones resulta hipócrita y vacío. El talento del cubano se gasta en adaptarse a las circunstancias. A nuestro alrededor el absurdo se convierte en la norma diaria y el mal se banaliza. Las enormes colas resultan la constante para conseguir los cada vez más escasos y necesarios víveres, insumos, materiales de aseo e higiene, y medicamentos. Los salarios no responden a la inflación general de los productos. Nuestro patrimonio se consume poco a poco en la ruina y las inclemencias del paso del tiempo. La política embarra hasta en nuestros espacios más íntimos y los cubanos se dividen en discursos de odio y rencor.
En este archipiélago, el trabajo pareciera retomar su sentido etimológico, es decir, como método de tortura. La jornada laboral de 8h se reduce a 5 y 6, los oficios desaparecen, la producción nacional de fábricas e industrias depende cada vez más de la importación extranjera, aumentan las trabas, burocracias y tecnocracias, y en los suelos pulula la maleza ante la falta de unas manos que los trabajen.
¿Cómo hacer revolución en la Cuba de hoy? Ante este panorama nacional tan complejo, ¿qué podemos hacer los humanistas?
Es sabido que las humanidades no tienen acción directa sobre la sociedad: no salvan la vida de un enfermo o herido, no libran a los humanos de guerras y conflictos armados, no construyen un hogar o un edificio, no alimentan al hambriento, no generan riquezas, y no sirven de mano de obra. Para algunos, incluso, las humanidades están hoy en crisis y abocadas a la desaparición. Pero tal idea es absurda, mientras haya humanos, y mientras estos estén inscritos en un entorno y en relaciones personales y afectivas, mientras las preguntas “¿quiénes somos? ¿por qué y para qué existimos? ¿hacia dónde vamos? y ¿cuál es el sentido de las cosas?” nos sigan inquietando, habrá humanidades. Que nuestra acción sea indirecta no significa que no tengamos importancia, función y una razón de ser.
Nosotros, los que nos graduamos hoy de Letras, estamos llamados a ser la nueva generación de humanistas, particularmente, de filólogos, lingüistas, semiólogos, literatos y culturólogos. No ignoro que de quienes estudian nuestra carrera muchas veces se ha dicho, y algunos de nosotros también lo ha repetido y asumido, que nos caracteriza la apatía, seres abúlicos que vagan por el mundo sin ningún interés por nada, sin sentido de pertenencia a nada, sin rechazo o inclinación por nada. Quienes crean que en efecto esto es intrínseco al estudiante o graduado de Letras está en un error, y tenemos el deber de no seguir alimentando esos discursos e imaginarios. Cuba y el mundo nos necesitan. Como humanistas nos corresponde transformar nuestras realidades. Pero ¿cómo construir un futuro juntos?, ¿cómo aportar a la sociedad desde nuestras disciplinas?
No sé si pueda dar una repuesta definitiva o soluciones a estas preguntas y preocupaciones que formulo hoy, en cualquier caso, sí quiero comentarles de algunas de las funciones y tareas que creo deben guiarnos como humanistas de nuestros días.
En primer lugar, a todos los humanistas nos corresponde una función docente, lo que implica el ejercicio de la enseñanza, y para la cual es menester ejercerla no solo desde las aulas como profesores, sino que ha de ser aplicable con igual grado de conciencia desde cualquier puesto laboral. Enseñar humanidades supone el crear en los otros la sed de conocimiento, el espíritu crítico, el pensamiento lógico y reflexivo; es desarrollar capacidades de expresión verbal que hagan uso consciente del poder del lenguaje y del respeto y entendimiento a las lenguas y variedades lingüísticas; es conocer los saberes de la tradición, mediante los cuales será posible no solo aumentar la cultura, sino también crear ideas nuevas, originales y útiles; es fomentar el conocimiento del arte y del proceso creativo, así como el disfrute de la experiencia estética; es promover hábitos de lectura y el análisis de los textos; es instruir desde la interculturalidad y la comparación analítica del humano, su comportamiento, su obra, y su conformación en grupos sociales.
La educación tiene que abrir los horizontes de entendimiento a múltiples perspectivas. A propósito, cito algo que oía decirle al académico y filósofo peruano Salomón Lerner Febres:
“no son educación, por tanto, el adoctrinamiento, la uniformidad, la despersonalización; esto es, aquellas formas de enseñanza destinadas a constreñir el espíritu humano, a reducirlo a un engranaje o una pieza fungible, a destruir su creatividad, a convertirlo en parte de una masa, anulando su libertad”.
En el conocimiento es donde el ser humano alcanza su libertad, por algo nuestro cubano universal, José Martí, decía “Ser culto es el único modo de ser libre”.
Ahora bien, es erróneo creer que la instrucción y la sensibilidad y apreciación artísticas por sí solas cambian necesariamente para mejor a los seres humanos. La historia está llena de hombres y mujeres bien formados y cultos, con la sensibilidad suficiente como para extasiarse ante los tristes acordes de Chopin, las pinceladas de Goya, y las complejidades humanas de la obra de Dostoievski, pero llenos de vileza y crueldad. Es por ello que como humanistas tenemos otra función mucho más importante que la de enseñar: humanizar, es decir, educar en valores y en aquello que, además de la racionalidad, nos hace diferentes del resto de los animales, la empatía. En esencia, empatía implica un cambio en el estado de ánimo, el llevar al interior de uno la pasión, la emoción o el sufrimiento de otros; es el reconocimiento de una alteridad y un intento de captarla desde dentro; es un desgajarnos de nuestro yo individual para apropiarnos del sentir o el pensar de los que nos rodean.
Sin embargo, humanizar no es empresa sencilla, es necesario un cuestionamiento constante de lo que significa ser humano; una conciencia de presente y de futuro; un reconocimiento de los contextos mundiales, regionales, nacionales y locales; un trabajo de apreciación y búsqueda no solo de lo bello, sino también de lo bueno, lo justo y lo verdadero. Es conectar con las infancias y con gratas experiencia de vida. Es reconocer la dualidad de la naturaleza humana, saber que, por un lado, somos personas capaces de armar una guerra durante diez años con tal de defender las leyes no escritas de una sociedad, capaces de asesinar a una vieja con un hacha en defensa de nuestra moral, capaces de privar de civilización y alma a pueblos con tal de saciar nuestra ambición de oro y conquista; pero, por otro lado, somos los mismos humanos capaces de sentir culpa, de buscar redención y castigo después del crimen cometido, capaces de enfrentarnos a molinos de vientos trastocados en gigantes en defensa del amor, en el mismo nombre del amor por el que nos enfrentamos a familias y hasta terminamos suicidándonos, capaces de detener la guerra para dar sepultura honrosa al amigo y compañero en armas caído en combate… Ahora bien, el humanismo no solo puede consistir en reconocer esa dualidad, sino en saber poner la benevolencia por encima de la violencia, idea esta que oía decir certeramente a Marjane Satrapi, Premio Princesa de Asturias 2024.
Se entiende entonces hasta aquí que la enseñanza y la humanización han de ir de la mano. Retomo a nuestro Apóstol cuando decía “El pueblo más feliz es el que tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del pensamiento, y en la dirección de los sentimientos”.
Hay otra misión que tenemos los humanistas y es la de darle sentido a las cosas. Esto hoy significa despertar a la humanidad del letargo en el que se encuentra, hacerles ver una realidad que transcienda una pantalla de cristal, un reel, o un like. Significa también que nos corresponde acompañar y sostener a aquellos que se resisten a morir en vida. Significa que en este mundo, caracterizado por la hiperconexión, la inmediatez, la fugacidad, el aceleramiento — motivos de la falta de espacios para la reflexión — , ha estar el humanista ralentizando el tiempo. Significa que en esta época de posverdad, y pos y transhumanidad, conceptos que hacen referencia a las crisis y los debates de lo verdadero y lo humano, es imperioso que esté el humanista como mediador, como apoyo, como consejero, como guía.
Por otro lado, a los humanistas nos tocan preservar y difundir nuestro legado histórico, lingüístico, literario y cultural. Y en este sentido, nosotros, los nuevos licenciados en Letras, tenemos específicamente una deuda con la documentación textual cubana. Debemos sacar nuestros textos del olvido y del deterioro en archivos y bibliotecas, debemos digitalizarlos y ponerlos a disposición de todos. En nuestras concepciones, lo que no está hoy digital y en red no existe; darles salidas a los documentos representa un rescate de nuestra historia, nuestra identidad y nuestro patrimonio, de lo que fuimos, somos y seremos como cubanos.
Por último, los humanistas de Cuba estamos llamadas a renovarnos, lo que incluye el lograr acercamientos con las otras ciencias del saber y eliminar las barreras que nos separan; estar a tono con el desarrollo tecnológico, informático e industrial; y reconocer el nuevo lugar que ocupamos los seres humanos en el tablero de lo existente. Esa renovación de la que hablo supone un proceso dialéctico y, en este sentido, la pregunta que sirvió de excusa a este discurso, el “para qué sirve lo que estudio”, no solo no debe desaparecer, sino que deviene interrogante esencial para las ciencias humanísticas.
Como decía antes no puedo asegurarles que todas estas funciones y tareas que he señalado hoy aquí permitan que los humanistas demos respuestas y soluciones a cada problema y demanda de nuestra patria. Pero igualmente creo deberíamos intentarlo, tratar de hacer todo lo que esté en nuestras manos para transformar nuestras realidades, volcarnos al servicio público, aliviar el espíritu de los otros. Tal vez, solo tal vez, no fracasemos en el intento. Cierro con una frase de la madre Teresa de Calcuta “quien no vive para servir, no sirve para vivir”.
¡Muchas gracias y felicidades a todos!
Miércoles 18 de diciembre del 2024