Lecturas en un nido de baja altura

La Jeringa
5 min readAug 8, 2023

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Por: Sender Escobar

Era diciembre de 2017 y viajaba para Las Tunas en las vacaciones de fin de año. Pedro Juan Gutiérrez era un nombre demasiado frecuente entre los comentarios sobre autores cubanos de mis amigos en aquellos días y yo no tenía ni el más mínimo conocimiento sobre él. Como única referencia a mi alcance puede leer un par de reseñas acerca de su obra y la biografía en Wikipedia. Llegué a la terminal de ómnibus y rectifiqué el pasaje. Faltaba una hora para mi salida y caí en la tentación repetida decenas de veces: entrar a una librería con poco dinero. Compré un par de libros. No recuerdo sus títulos, solo que terminé con ocho pesos en el bolsillo y una pregunta al librero:

-¿Tiene algo de Pedro Juan Gutiérrez por ahí?

-Esto.

Sacó bajo otros libros El nido de la serpiente: Memorias del hijo del heladero. Abrí su primera página para ver el precio, si bien no era elevado, con solo ocho pesos ni me alcanzaba para comprarlo.

-No llego-dije y sonreí.

-Me lo pagas cuando puedas.

Quedé sin palabras con la novela sobre el estante y Julián, que es el nombre de ese librero generoso, insistiéndome.

-A cada rato llega alguien por aquí que no le alcanza el dinero para algún libro. No te preocupes. Cógelo.

Agradecí a Julián. Conversé con él prometiéndole el pago a mi regreso de Las Tunas y caminé hacia el salón de última espera. Abrí el libro y experimenté la misma sensación cuando tuve en mis manos: El hombre que amaba a los perros; La Habana para un infante difunto y Matarile. Me encontré hipnotizado con la manera de narrar de ese autor, antes ignorado, y con una furia incontenible por seguir leyendo. Un estado posible de alcanzar gracias a lecturas potentes, cuya única manera de aplacarse es a través del mal que lo provoca: seguir leyendo.

Conocí entonces a Pedro Juan, pero no el célebre de la Trilogía Sucia, si no un joven de dieciocho años que rema por los ríos de Matanzas y observa cómo el mundo conocido post 1959 sufre cambios bruscos y conforman la realidad donde vive.

El título lo declara, es hijo de un heladero quien era un próspero comerciante. Pero el negocio se afecta de manera gradual al no recibir insumos y la escasez comienza a permear el ambiente de la novela. El joven remero es un testigo más de los cambios radicales político-sociales en Cuba, sin tomar mucho partido o entusiasmo por la situación existente.

Una atmósfera cargada de incertidumbre, puede ser lo que mejor define a este libro donde inicialmente, a través de Pedro Juan, conviven la prostitución furtiva y el submundo de los barrios marginales matanceros.

Pedro Juan conoce a una señora que le lleva varios años. Por su descripción no resulta atractiva, pero él es joven y su testosterona es una bomba de tiempo ante las insinuaciones eróticas. La primera escena sexual, de las varias, descrita es frenética, exultante, llena de gritos y solicitudes. Un encuentro dispar entre una mujer madura y él, un joven a quien todo encuentro carnal es un reto a vencer, una oportunidad para darlo todo y hacer valer su temperamento de macho inmisericorde y templador, si es cuestión de sexo.

El lector de este libro no podrá establecer una relación intima en ningún momento. Los secretos o conversaciones a baja voz en esta precuela del Ciclo de Centro Habana no existen. Uno de sus muchos méritos, tanto descriptivos como del lenguaje llano, es la sencillez. Invariablemente una de las principales virtudes de Pedro Juan Gutiérrez como escritor. El propio autor ha manifestado que busca escribir de forma minimalista. Sumado a la cualidad de que este lecho de reptil convertido en novela, es un libro para escuchar. La lectura silente muta a la voz del autor-protagonista, una voz elíptica y abarcadora en la medida que el lector se adentra en el mundo de la pobreza y la desesperanza que persiste en la historia.

Desconcertado ante aquella manera de escribir, detuve la lectura para abordar el ómnibus y salir con destino a Las Tunas. Diez horas de viaje y arribar en la madrugada a setecientos kilómetros de distancia de La Habana, son justificaciones más que suficientes para llegar cansado, pero en aquella madrugada el desvelo por las ganas de leer, pudo más que el viaje y los deseos de dormir. Llegué a mi antigua casa alrededor de las cuatro de la mañana y seguí escuchando la historia de Pedro Juan. Solo recuerdo leer con tanta intensidad en medio de una madrugada cuando Cien años de soledad no me dejaba en paz.

El personaje-autor, si bien afirma que lee de manera irracional, sin orden preconcebido, vive la lectura intensamente, similar a sus encuentros sexuales. Su miedo inusitado a leer La metamorfosis así lo manifiesta. Pedro Juan no es un personaje con medias tintas, en cierta medida, cohíbe por su resolución a ser libre bajo un ambiente opresivo.

Un aspecto del protagonista es determinante en la novela: su llegada a La Habana para cumplir el servicio militar. Tal vez el contraste más llamativo y atrayente es su manera de ser díscola y a la vez culta, aunque no lo exprese abiertamente en las conversaciones donde interviene. Exprofeso o no, asume una existencia de outsider social. Un marginal en toda extensión de la palabra y significado, al reptar por el oscuro mundo de las más crueles miserias humanas.

Se abre entonces el espectro de lo que será el futuro de la última década del siglo XX en la mayor de las Antillas, cuando los años especiales de un período llenarán las páginas de sus libros. Las memorias del hijo del heladero son la Cuba paralela a la épica del momento. En esta lectura afincada en un nido a ras del suelo, se define un nihilista que escribe sus vivencias. Como acto retador, afianzando su condición marginal, Pedro Juan escapa hacia lo desconocido vistiendo una chaqueta de cuero, al mejor estilo de Marlon Brando en Nido de Ratas, manifestando lo impreciso de su futuro mientras desafía el mundo conocido.

Terminé de leer aquellas memorias en solo un par de días. Cuando regresé a La Habana, pagué a Julián el precio del libro, con el valor agregado de que ese autor ya figuraba entre mis preferidos. Las otras novelas de Pedro Juan leídas en pocos meses confirmaron mi resolución. Las imágenes del Nido de la serpiente… cada cierto tiempo pasan de manera efusiva por mis recuerdos. Supongo que el antídoto contra el veneno de un lecho tan peligroso y llano sea leer sin compasión, como el joven Pedro Juan con su chaqueta de cuero frente a la incertidumbre.

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