Los tentáculos de Robert Eggers
Por: Emmanuel Montes Álvarez
Vivo en La Habana. Solo he salido una vez del país. He sido un afortunado, muchos no han podido salir nunca y otros solo buscan frenéticamente salir para no regresar nunca más. Nevermore, como el cuervo de Poe. El factor de vivir en La Habana conlleva que, cada cierto tiempo, con relativa frecuencia, por sus condiciones sociales, políticas, económicas, etcétera, me vea abocado a estados depresivos. La depresión como reacción al contexto en el que intento, como escritor, sobreponerme en busca más que de respuestas, de interrogantes que me hagan entenderme.
Para sobreponerme a la depresión, sucumbí a encerrarme en fin de año, 31 de diciembre de 2023, en mi habitación, con una Chromebook prestada en la que, cada cierto tiempo veo algo que creo que merece la pena, a ver de una sentada todas las películas de Robert Eggers. Obviamente, me refiero a las tres que se han estrenado hasta el momento: The VVitch (2015), The Lighthouse (2019) y The Northman (2022). A finales de este año, 2024, si ningún fenómeno conspira contra ello, se estrenará su remake del clásico Nosferatu.
Robert Eggers es, en estos momentos, uno de los directores de cine mejor valorados por la crítica. No en balde lo avalan las clasificaciones en Rotten Tomatoes, todas con 90% de aprobación. Cita como su influencia principal, como es de esperar, la cinta clásica del expresionismo alemán de la que hará su correspondiente adaptación: Nosferatu.
Si bien pudiera pensarse que su auge, en mayor o menor medida, estuvo potenciado porque una de las productoras independientes más respetadas del gremio, A24, se encargó de distribuir su opera prima, con Anya Taylor-Joy en su debut también como actriz; en el fondo no es menos cierto que, por sí solo, con su visión y su sello característico, ha logrado granjearse el prestigio que lo precede. Es un director relativamente joven, eso es lo más atractivo que tiene.
De lo que vi, la que más caló en mí fue The Lighthouse. La atmósfera que logró con el filme, además de los homenajes ex profeso a la visualidad de la Nueva Inglaterra del 1830 y al simbolismo, fue lo más determinante en la película. Las actuaciones también, sin menospreciar el trabajo de Robert Pattinson y de Willem Dafoe. De las escenas más recordadas está la de los tentáculos, ese flashazo que logra ver el personaje de Winslow/Howard en la torre, al intentar subir. Como una pirámide construida con minuciosidad, esos detalles en apariencia sin importancia, son los que le solidifican el camino al filme. No me resultó aburrida, sino todo lo contrario. Siempre mantuvo en mí ese sinsabor de que, en cualquier momento, entre Winslow y Tom Wake, podía suceder algo. Como en efecto sucede al final.
El propio Eggers ha dicho en varias ocasiones que, sus intereses para trabajar, son los cuentos de hadas, las leyendas folklóricas, las religiones comparadas y por supuesto, la mitología. Todo, bien que pudiera mirarse así, cabe en el espectro de la fantasía. La fantasía como abono de la creación y el espíritu humano. Dotar a sus personajes de elementos más allá de lo concreto, de lo visible. El propio Winslow, en The Lighthouse, cree estar bajo la influencia de una sirena tallada y a su vez, a lo largo del filme, cree tener sexo con una. Están los tentáculos que, como leitmotiv, aparecen en repetidas veces. Un thriller psicológico que, en un principio, puede hacernos pensar en un típico filme de terror, de una posible amenaza a dos torreros (pues no se dice fareros, sino torreros) en el medio de la nada, a una especie de kraken, pero no es así. En el fondo, todo es producto de la mente atribulada de Winslow/Howard, de su progresivo estado de locura porque ese estado, en sí mismo, es un total derroche de fantasías.
Es ahí donde se dan cita las genialidades de Robert Eggers: en acolchar su universo narrativo con los aspectos que la fantasía le permiten explotar. También, válido mencionar, ese afán suyo por “animalizar a los personajes”. De cierta forma, al final de The Lighthouse, Willem Dafoe actúa como un perro, camina a cuatro patas, amarrado al cuello y guiado por Winslow/Howard, como un ejemplo de deshumanización llevada al paroxismo; y en The Northman, la más ambiciosa de sus películas, al comienzo, Ethan Hawke y su hijo Amleth, expuestos a un ritual, se ven necesitados de actuar como perros: ladran, caminan a cuatro patas igual.
De Robert Eggers todavía se puede esperar más. Mucha más fantasía y todavía, a mi parecer, tiene cosas que decir; y cuando una persona tiene algo que decir, resulta esperanzador por lo menos. Y es ahí, entonces, cuando otros nos refugiamos en ese mundo y en esa visión externa para superar estados depresivos y apatías contextuales que lo rodean. La fantasía, refugio.