Los textos sobre exposiciones no los lee nadie

La Jeringa
4 min readJan 12, 2023

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Por: Emmanuel Montes Álvarez

El título de esto –tan real como lamentable– surgió en una conversación durante la expo Vértigo que, pese a haber sido anunciada para fin de año –para esas fechas de reuniones entre los familiares que quedan y no han podido irse–, llegó como cosa buena porque, puestos a sincerarse, no hay mejor manera de cerrar el año para un artista joven que no sea con una exposición en un lugar “que suene”. Galería-Taller Gorría (GTG) es ese lugar. Eso hace currículum, no importa que sea una colectiva.

La frialdad navideña comienza a irse, como todo aquí: hasta la frialdad se va, y en Habana Vieja, en GTG, la exposición está prevista que abra sus puertas a las seis. Ya ha oscurecido. Para cualquiera que no sea de la zona, llegar hasta allí puede ser un dolor de cabeza, pero la exposición y todo el fetecún que se ha preparado por el aniversario del lugar quizá lo amerite. Es una zona concurrida por extranjeros, gentes de pieles rosadas y pelos rubios, y eso ayuda al propósito de la muestra que en un final es dar a conocer a los artistas y ver si corren con la suerte de vender alguna obra de arte.

Usualmente el público asistente a una galería se reparte entre los que van a tomar tragos de gratis, los que van al famoseo, los pseudocríticos, las amistades y/o familiares de los artistas, los que van por espíritu gregario y los esnobs. Solo algunos leen los textos pre y post-expo. En resumidas cuentas, eso deja poco margen a los que pueden asistir a lo que de verdad se va a una galería, que es a comprar la obra de tal o más cual artista. Cuando ya cae la noche, GTG se llena de personas. Algunos famosos, otros no tanto, pero conocidos igual. Actores, raperos, ¿influencers?, todos asisten para apreciar el arte de diecinueve creadores emergentes, algunos estudiantes aún, otros no, otros a punto de graduarse, otros que ni siquiera ya están en el país.

Nada más entrar, uno no se percata, pero sí. Hasta la alfombra que está en el piso es parte de la exposición. A partir de entonces, ya uno tiene que despojarse de cualquier precepto adquirido con antelación y apreciarlo todo con otros ojos porque, en una galería, cualquier objeto puede ser una obra de arte. Siempre hay que recordar eso como un mantra. Ejemplo: en una esquina de GTG, en el piso, bien diminuta, hay una cajita de cartón de unos audífonos, la verdad, uno no se arriesga a preguntar si eso también es una obra de arte o no. Si está ahí, es porque debe serlo, pero la duda echa raíces y no se puede arrancar de un tirón
Un tip para ir a una expo: si no tiene pie de obra, duda.

Lo meritorio de Vértigo es que les da oportunidad a los jóvenes de mostrar sus creaciones en un espacio codiciado por muchos otros. Hay nombres que suenan familiares, plantillas fijas en la mayoría de expos colectivas; otros, incluso, han estado en eventos que son puntales de las artes visuales. Los casos de Amanda Rodríguez, Alejandro Munilla, Harold Ramírez, Jany Batista, José Miguel Cano y Olivia Torres, hace unos meses estuvieron en Post-it 9.

Aparte de los mencionados, que bien pueden ser desde ya referentes obligatorios de su generación, de la expo Vértigo podría mencionarse a Alejandro Baró que, con la obra Negus, de la serie Níger, hace todo un derroche investigativo al hurgar en la lingüística, la semiótica y hasta en la caligrafía africana; y además, a Rolando Galindo, con Sacerdocio del placer, pues demuestra que individualmente, cada pieza, podría pasar desapercibida como una abstracción más, pero en la unión de todas se logra una especie de armonía irónica que no desagrada.

Vértigo va desde la pintura hasta la fotografía, el dibujo y la instalación. Una pieza que resultó llamativa fue una instalación en el medio del piso, donde múltiples objetos redondos –que parecían botones pero no lo eran– conformaban la silueta de una bala. Resultó llamativa porque no hubo persona que no pisara la pieza y no la destruyera, teniendo que reconstruirla luego. Un trabajador velaba por la integridad de la pieza, pero igual, cualquier medida es poca cuando se trata de aglomeraciones, de gentes despistada, de gentes puestas para los tragos y el postureo. Válido acotar que la pieza también debería haber estado protegida por algo más que dos pedazos de scotch-tape pegados en el suelo. No sería nada loco decir que se pisó más esa pieza que e la alfombra de la entrada. Pero lo destacable de Vértigo, más allá de lo sabido en una inauguración, es que el centro de atención recayó en los jóvenes y como reza el refrán: “una vez al año, no hace daño”.

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