Más maestro será usted (Parte III)

La Jeringa
12 min readJul 24, 2023

--

Entrevista que se le realizara a Eduardo Heras León (10 de mayo 2016)

Por: Agustín Enrique Ortiz Montalvo*

Es 2023, siete años después. He vuelto sobre esta entrevista para editarla lo mejor posible. La primera vez que me acerqué a Heras fue para dar cumplimiento a un ejercicio final de la asignatura Estudios Cubanos, en la universidad. Quizás para impresionar al excelente profesor Alejandro Rojas. Quizás había algo más en el fondo: la literatura. No tenía suficiente tiempo ni conocimientos para sopesar lo que tenía en mis manos, en qué mundo había entrado aquel día que decidí acercarme a El Chino Heras. Por el consejo de un amigo: un lector voraz y un narrador talentoso. Tenía que haber algo más, porque no hice un buen trabajo de curso y casi desapruebo. Porque mantuve el vínculo y después pasé el Curso de Técnicas Narrativas del Centro “Onelio Jorge Cardoso”, que Heras en aquel entonces presidía.

Me gustaría, al publicar esta entrevista, de alguna manera llevar a la vida aquella tarde en que el maestro compartió humildemente sus experiencias vitales; volver a escuchar los cuentos del narrador oral más impresionante que he conocido, en el aula que ocupamos con el beneplácito de Dulce María Loynaz; recibir otra vez esas lecciones de humildad, sabiduría y luz creadora; compartir con el resto. Sería acaso mi objetivo, seguir dos móviles de la literatura: el recuerdo y retar a la soledad en que llevé la voz de Heras a estas páginas. Quede esto para ustedes.

A Heras, le debo una despedida. Recuerdo mucho el cuento que él hacía sobre Abelardo Castillo, cuando estuvo en Argentina y fue a visitarlo. Dice que tocó a la puerta de la casa donde vivía el escritor y, cuando este abrió, le dijo: — Vengo a conocerlo, maestro — . Abelardo Castillo, extrañado, le expresó: — Más maestro será usted — .

La última vez que vi a Heras fue cuando entregaron las becas “Caballo de coral”. Terminamos el curso y se lanzó la convocatoria de las becas y el premio “César Galeano”. Yo finalicé cuarto año de la universidad y me fui para Bayamo, de vacaciones. Estuve parte de ese verano trabajando en mi proyecto de libro de cuentos sobre la infancia. Yo pensé que había hecho algo bueno, y lo entregué. Cuando regresé a La Habana, al poco tiempo se fijó la fecha para dar a conocer los ganadores del premio y las becas de creación. No gané nada. Y creo que ese fue uno de los días en que he sentido tristeza, envidia, decepción, impotencia, rabia y desesperanza al mismo tiempo, con todo el peso de una madurez de más de veinte años. Se me aguaron los ojos y salí de aquel local casi sin querer compartir en el bufet final, deseando esfumarme. Entonces hablé con el profe Raúl y me dijo que votó por mi proyecto. Luego Sergio me dijo que mis cuentos no eran para competir, y solo años después entendí la profundidad que existe detrás de su afirmación; en aquel entonces me sentí incomprendido. Me crucé con el profe Heras, que estaba sentado en uno de los sillones de hierro que había en el portal, y cuando nos miramos, me dijo: — Cuídese, maestro. Yo iba cegado por los sentimientos y no respondí nada. Salí casi corriendo. No pude decirle lo que pensé tiempo después, sosegado, con el alma llena de optimismo y ganas de hacer; con sus lecciones asimiladas de una vez, en reposo, hoy más que nunca le diría: Heras, más Maestro será usted.

Cuestión de principios, que de hecho nombra otro de sus libros, me pareció un cuento muy bueno, capaz de reflejar las contradicciones de nuestra sociedad, incluso, luego lo vi dramatizado en la televisión. Permítame preguntarle, ¿le pasaría usted la cuenta a Carlos?

Un buen amigo mío, Mario Delgado, ayer mismo me pasó un correo donde me habla de una noche que pasó aquí y lo invitamos a comer, que la pasó maravillosamente bien, una noche que recordará toda su vida. Y me dice: “Recordaré toda mi vida el cuento Cuestión de principios, que me parece que es una joya de la literatura”. El personaje Santiler, que es el Secretario del Partido y se llama Santiler en la realidad (hablando con él ya después que salió el cuento, él se lo leyó). Él se había ido de la fábrica y estaba en Isla de Pinos trabajando para el Partido y me lo encuentro en La Habana otra vez y le digo: — Coño, Santi, hace tiempo que no nos veíamos — ; y me dice: — He querido siempre verte para decirte del cuento ese que tú escribiste Cuestión de principios, que me pones a mí y que yo le paso la cuenta al final a Carlos. Mira, Chino, yo te voy a ser honesto, si a mí se me presenta esa situación, yo no le paso la cuenta — .

Entonces tú me preguntas a mí y yo no se la paso, más, conociendo el prototipo del personaje, porque el personaje no se llamaba Carlos, se llamaba Raúl Sosa y era el administrador de Vanguardia Socialista. Y era un tipo con una honestidad y unos sentimientos extraordinarios, como demuestra en el cuento. En el cuento el tipo es capaz de asumir lo que hace, diciendo que, si se le presenta la misma situación, haría lo mismo.

En su libro Dolce vita, cuando ya es un escritor más maduro, consagrado en el campo literario cubano, hay una tendencia a dar una visión bastante crítica de la sociedad (no ya desde la fábrica ni desde el campo de batalla, sino desde una sociedad que, tras casi 60 años de Revolución, como todo proceso llevado adelante por hombres, no está exento de dificultades y errores). De hecho, esto se ve desde el propio título, ya que partiendo de la intertextualidad con la película de Fellini, pareciera que la vida de sus personajes es cualquier cosa menos dulce. Quisiera que me hablara de esto y que hiciera alusión en particular a dos de los cuentos del libro: La última cena y Dolce vita.

Dolce vita está basado también en un momento de mi vida, en que yo vivía aquí en Centro Habana: Márquez González, San Rafael. Yo me había divorciado de mi primera esposa en el 75. Yo vivía en un apartamento que tenía en Alamar que me había ganado en la fábrica por el mérito, pero me mudé para un apartamentico chiquitico en Centro Habana. Porque yo soy homo citadensis. Visitaba mucho a mi madre y estuve un tiempo de soltero, escribí un nuevo libro, Cuestión de principios. Vivía mal, en el sentido de que vivía solo, pasé un poco de trabajo, comía allá en casa de mi madre, tenía que atenderme. Mi momento supremo de la semana era la visita a una pizzería que hay en Prado 264. Yo iba los domingos, me vestía, me perfumaba y salía en dirección a la pizzería. Era una pizzería muy buena.

La “anécdota”. Sucedió que un día iba a la pizzería, uno bajaba por Márquez González, coge Neptuno, doblaba a la derecha ahí, completo por Neptuno y cuando llego a Consulado, allí en la esquina había un Mar-Init que estaba en ruinas, que vendían mariscos, arroz con pescado, ruedas de cherna, de pargo. Voy a cruzar la calle y cuando miro para la izquierda veo una cola. Me acerco, y recuerdo que dice el personaje: “Más sabe el diablo por colero que por diablo”; y pregunto que para qué era la cola y me dicen que para la pizzería. Entonces pensé: el domingo siguiente estoy aquí. Y pasa lo que dice en el cuento, nada de la pizzería, pregunto por la pizzería y me dice un vecino: — Aquí no hay ninguna pizzería — ; yo — oiga, yo no estoy loco, yo vine a la pizzería — ; él contesta: — Bueno, si usted dice que hay pizzería, pero nosotros llevamos 30 años aquí y ahí no hay ninguna pizzería — . Luego al señor del cuento parece que le va a dar un infarto, pero conmigo no fue así.

Yo siempre quise escribir ese cuento. Me decidí hace como seis años. Aquí viene todos los años un dominicano director de Casa de Teatro, un tipo fabuloso que se llama Fredy Ginebra, viene todos los años y presenta el Concurso Casa de Teatro, y nos reunimos en H y 21, a dos cuadras de la UNEAC, en la azotea de una amiga de él. Asan un lechoncito e invitan a un grupo de amigos. Estamos comiendo en una mesa grandísima. No sé por qué yo hago el cuento y cuando termino, se para uno de los de la mesa, medio pálido, y le dice a la mujer que se llama Lourdes: — Tú estás oyendo eso — . Le pregunto qué le pasa y me dice: — Coño, chico, que a mí me pasó lo mismo — . El tipo estaba en el cine “América”, estaba lloviendo, sacó el paraguas, baja por Neptuno y ve la colita. Tenía hambre y entra. Y entonces él describe la pizzería como yo. Le contó a Lourdes, y cuando fueron los dos el domingo siguiente, no había ninguna pizzería.

Entonces me embullé a escribirlo y disfruté mucho hacerlo. Es decir, el viejo no soy yo, el narrador nunca es el autor, y además es un viejo cascarrabias y un poco gusano. Es un viejo amargado, que para nada tiene una dolce vita. Es un cuento salido un poco de la realidad y le pongo el dolor en el pecho al final para de cierta manera cerrar el conflicto. Primera vez que lo asocian con la película de Fellini, pero bueno…

La última cena es un cuento irónico, es un cuento absurdo. El personaje del viejo campesino es un personaje absurdo y está basado en una anécdota que a mí me contó Víctor Cassaus. Su suegra, la madre de su mujer, que es argentina, quería cambiar una grabadora por un puerco. Y resulta que a quien fue a ver tenía una tonga de grabadoras y le dijo: — Oiga, señora, a mí no me interesa eso — . Comencé a inventar, por supuesto, el cuento es muy crítico. Comencé a abordar irónicamente determinados planes que hemos tenido, determinados planes que hemos hecho.

Casi me trae problemas porque había algunos militantes del Partido diciendo que yo estaba en contra del plan alimentario, pero de cierta manera me divertí mucho haciendo el cuento con ese viejo, con ese personaje que tiene de realismo mágico también. Que abre el clóset y está lleno de computadoras. La forma en que cuenta lo de los centros genéticos porcinos es vacilable, parece que está vacilando esa idea, porque dice que ahora tenemos centros con capacidad para 40 000 cerdos por cada provincia, y falta lo fundamental: los puercos. Y el cuento tiene un influjo de El Guardaaguja de Juan José Urgiola. Es un cuento del absurdo, es como si dijeras Kafka en México. El viejo es igual de absurdo que el señor que trabaja en la estación de tren. Y le dice más o menos lo mismo: “No hay puercos, pero vaya adonde está mi compadre, haga su colita. Claro, puede ser que se demore, puede ser que se demore y a lo mejor consigue mujer y se casa”. Estuve a punto de que lo criticaran fuertemente, la suerte es que el propio Abel Prieto se metió y me dijo: — No le hagas caso a eso.

Pudiera comentar brevemente: ¿Cómo ve la salud de la literatura cubana contemporánea? ¿Cómo considera que ha influido el Centro Onelio en la formación de las nuevas generaciones de narradores cubanos?

Es común decir ya que goza de buena salud y es real. Yo creo que goza de buena salud porque, en primer lugar, hay varias generaciones que simultáneamente siguen escribiendo: creo que hay gente de mi generación que todavía escribe, la promoción de Senel, Abel, Padura está en efervescencia, es decir, está todavía escribiendo; la promoción llamada de los novísimos, la que surgió en los ochenta y te diría que surgió a partir de la obra de Guillermo Vidal, el tunero, que es un escritor que trae una buena onda, nuevos temas. Recuerda que aquí en el 80 cuando se produjo lo del Mariel, hubo una fractura, es decir, en la línea central de la historia. La línea central de la historia de este país pasaba por la construcción del socialismo, por la formación del hombre nuevo, eso era a lo que aspiraba la Revolución. Como dice Galeano, la Revolución hizo lo que pudo, no lo que quería. No se pudo hacer el hombre nuevo, no se pudo construir el socialismo por millones de razones: por las dificultades, por el bloqueo, por nuestros propios errores. Ahora bien, en ese momento nos dimos cuenta de que este país no era un monolito, que este país tenía resquebrajaduras y esa resquebrajadura es el Mariel donde se fueron 10 000 personas. Fue duro, fue muy fuerte el golpe. Eso provocó su correlato en la literatura. Porque la literatura, en última instancia, refleja la realidad. En última instancia, la literatura es la búsqueda de la verdad.

Entonces empezaron a surgir temas que en la década del 70 eran tabús, recuerda que, en la década del 70, en el quinquenio gris, no se podía prácticamente hacer críticas. Entonces, una serie de temas que estaban a flor de piel, podría decirse, comenzaron a tratarse. Nuestra prensa, que siempre ha sido bastante mala, no abordaba temas que eran propios de la prensa. Sin embargo, cuando se cierra esa puerta, uno mira a ver si está abierta la puerta de al lado. Y la puerta de al lado del periodismo es la literatura. Por esa razón, aquí se comenzó a escribir sobre temas que realmente le correspondían al periodismo. Porque el fenómeno del gineterismo, por ejemplo, no lo reflejaba la prensa de ninguna manera. Tuvo que venir Luis Manuel García en la revista Somos Jóvenes y publicar aquel famoso texto que se llamó El caso Sandra. Un escritor de la promoción de Abel, Senel, esa gente. Se formó un gran escándalo con este artículo.

Temas de zonas marginales dentro de la juventud: había muchachitos que fumaban mariguana, que se drogaban. El periodismo no hablaba de eso; la literatura comenzó a hablar de eso. El homosexualismo, tema tabú también, se empezó a tratar, sube a techo máximo con El lobo, el bosque y el hombre nuevo, que no es exactamente un cuento sobre el homosexualismo, es un cuento sobre la intolerancia más bien. Esa promoción del 80 empezó a escribir sobre esos temas, que tienen que ver un poco con la ética de la sociedad. Ahí se empezó a denunciar los problemas de corrupción político-administrativa, pero los abordaba la literatura, no el periodismo. Pocho, Ambrosio Fornet, me decía al respecto: — Pero es claro, si una puerta está cerrada, te vas para la de al lado, y la puerta de al lado del periodismo es la literatura — .

Comienza entonces el tema de moda de esa generación, recuerda que el de la nuestra eran los bandidos, después vino lo de las becas y el de esta gente era el de los balseros. Todo el mundo tenía su cuento de balsero y de homosexuales. Una literatura muy crítica. Jorge Fornet en su libro Los nuevos paradigmas recoge por lo que estaba pasando la literatura cubana.

Después que Senel escribe El lobo, el bosque y el hombre nuevo sube el techo de lo permitido, comienza a escribir una nueva promoción de muchachitos, que son los que empiezan a escribir después de los 90, los 2000, que es la que está ahora pugnado por ocupar su sitio. Algunos le dicen Generación 0. Escriben una literatura que Jorge Fornet dice que es posrevolucionaria: literatura del desencanto. Es una literatura que se ha olvidado del referente social porque sobre el referente social se escribió mucho en los años 90 y surgió como un nuevo costumbrismo, donde siempre había un gay, un balsero, una prostituta. Y se fueron por la vía de la influencia de escritores contemporáneos extranjeros como Ray Nodriga, Teren Sinuá, algunos escritores norteamericanos de la última hornada. Y entonces tú sientes que hay en los más jóvenes una literatura imaginativa, fantástica, llena de humor, una literatura que no tiene nada que ver con el referente real. Por eso Jorge Fornet le llama literatura posrrevolucionaria, porque la literatura revolucionaria se acabó. Ahora lo que viene es esto.

Te encuentras un muchacho como Jorge Lage, un escritor brillante, con una literatura imaginativa, jodedora, fantástica, que no tiene mucha ilación con el referente real, con la sociedad. Que no es lo que pasa con Pedro Juan, que hay un tratamiento del contexto. A los más nuevos no les interesa esto.

Ayer presentábamos un libro de Legna Rodríguez y ella tiene una manera de escribir que a mí no me interesa. Está Raúl Flores, Ahmel Echevarría, Erick Mota, Jorge Lage, Elaine Vilar. Muchachitos que tienen veinte y algo, que pertenecen a esta última promoción y que escriben este tipo de literatura.

Con esto te quiero decir que yo no condeno esa literatura, yo creo que es uno de los derroteros que lleva la literatura. La literatura se desarrolla por la vía de la tradición y la ruptura. Todo movimiento literario se convierte en tradición hasta que llega otra generación o un escritor genial nuevo y rompe esa tradición y establece unos nuevos parámetros.

Sucede en la literatura que los hijos matan a los padres, casi siempre se da un parricidio. Ahora yo tengo unos cuantos alumnos, por ahí han pasado casi 1000 ya. Me quieren, me respetan, pero llega un momento en que me matan. Y yo lo acepto. Así surge una nueva promoción y comienza a ganar su espacio hasta que ya lo que escriben es retórica y los que vienen atrás hacen algo diferente.

*El cuestionario de la entrevista fue elaborado por Miguel Rey y Agustín Enrique Ortiz Montalvo.

--

--

No responses yet