Martí y el silencio
Por: Adriana Fonte Preciado
Me han pedido un texto sobre Martí. Creo que, al menos una vez en la vida, la mayoría de nosotros ha tenido que enfrentar la página en blanco con un Martí por delante. En aquellas valoraciones genéricas que teníamos para todos los mártires que nos daban en la primaria o luego, para quien siguió la vocación de las letras, de las humanidades y que, de forma inevitable, ha tenido que atravesar un Martí inagotable.
No hay muchos rincones para escabullirse: artes, religión, política, pensamiento, un Martí anarquista, otro republicano, el ensayista, el diplomático, el cubano todo… Encontrar un hilo narrativo para entregarle al lector un Martí con otro envase, creo que es todo lo que alguna vez hemos querido hacer para no esgrimir un texto en vano. Y no hemos podido, ¿qué decir sobre un hombre del que todo se ha dicho? Nada. Entonces, hablo de mí:
Mi madre me llevaba todos los días, luego de las 4:20 pm, a ponerle un marpacífico al busto de Martí. Aún no era de plástico y la frase que acompañaba el rostro de yeso era la de casi siempre: “Ser cultos para ser libres”, como si no importara lo que seguía a esa construcción: “(…) pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno (…)”. En mi casa nunca se enmarcaron mis fotos de quince, mi madre decía que era cosa de vanidades. Aquellos gestos me hicieron severa. Nunca se adoraron santos ni virgencitas, sin embargo un cuadro de madera y cristal mostraba un collage de fotos de Martí niño, Martí adolescente y adulto. La preferida de mi madre era aquella de negro entre las cañas, que luego supe había sido tomada en su primer viaje a Jamaica. La mía siempre fue la que sostiene a su hijo en brazos, creo que por la serenidad de lo cotidiano, que lo despegaba del molde inamovible que le habían construido los años. Aunque mi madre no haya leído sus grandes biografías ni conservara las infinitas obras completas, ahí estaba Martí en contraposición a mis fotos de quince, como la cura a cualquier posible vanidad.
Pasaron los años y siempre desvié la lectura, cansada de los martianos por todas partes, de aquellos chistes en que todo era acotado por su pluma: “Después del error viene el jonrón ―José Martí”, de las frases sacadas de contexto con tal de argumentar cualquier embuste.
Ahora, que hace años vivo lejos de mis padres, solo conservo la biografía hecha por Mañach, los ensayos de Gastón Baquero y un libro que me encanta, por diferente, por quien me lo regaló y supo dedicarlo de cabezas “para que bucees”: Martí en su universo, una antología de la Real Academia Española, roja, azul y blanca, que lo muestra escritor. Martí escritor y nada más. Así prefiero leerlo, al azar y en versos que me recuerden a mí “…porque noto, alma torcida/ que en mi pecho milagroso/ mientras más honda es la herida/es mi canto más hermoso”. No más. Una logra saturarse de todo lo que traiga la patria consigo.
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He decidido, cumpliendo con el mandato de una columna que no perdonará la página en blanco, hacer silencio. El silencio de una página no es el mismo que envuelve a una cabeza cuando cae. No es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.
Quizás llevar todo el silencio terminó matándolo.
Quizás hacer silencio nos lleve a otra parte.