Memorias de un mundo “flotante”: Contexto sociocultural en que surge la
estampa japonesa UKIYO-E (I)

La Jeringa
11 min readDec 26, 2021

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Por: Flavia Barrio Alvariño

Al concierto histórico arriba el siglo XVII japonés acompañado de seductoras voces que hablan del placer de mirar la luna, las flores del cerezo, de cantar, de beber e, incluso, de no hacer nada. Es así como el escritor Asai Ryōi traduce en líneas todo un espíritu local-epocal permeado por el sentido de lo efímero, lo ilusorio y lo placentero. Estos valores se ensalzan en un hedonismo que hace, hasta de los más elementales componentes de la vorágine cotidiana, blancos de una concupiscencia, que trasciende lo sexual y pecaminoso, y se diluye en el regodeo, el disfrute y la contemplación. De tal modo, se perfila el ukiyo: la cultura del mundo flotante, el mundo que fluye, el mundo pasajero.

Vistas del cerezo en flor en la calle Nakanocho en el barrio de Yoshiwara.
Utagawa Hiroshige

Sin lugar a dudas, el ukiyo-e constituye uno de los puntos cimeros del arte japonés. Debido a su medular importancia para la expresión popular, inicialmente, y luego para el patrimonio de esa nación; varias investigaciones lo toman como núcleo. Sin embargo, no resulta coherente examinar esta manifestación como un ente aislado de su medio; más bien, se debe insertar en la urdimbre de relaciones establecidas entre producción artística y momento histórico. De esa manera, el fenómeno puede ser aprehendido en su complejidad. Por ende, las presentes páginas se fraguan en el afán de aproximarse al contexto sociocultural en que surge dicha práctica. En ese sentido, los objetivos propuestos estriban en analizar el panorama social y cultural en que se desenvuelve el ukiyo-e y valorar el papel de ese escenario en su desarrollo y difusión.

Esa filosofía del deleite, de lo transitorio se forja y extiende, paradójicamente, en una de las etapas más férreas, rigurosas e intolerantes en cuanto a la administración del país se refiere: el período Edo (1603–1868). Asimismo, Edo, actual Tokio, funge como el principal espacio geográfico donde se da cita este estilo de vida.

Nakanocho en Shin-Yoshiwara. Utagawa Toyoharu. 1775
Mapa de Yoshiwara en 1846

Autarquía, hermetismo y centralismo. Sistema de gobierno del Japón Edo

El sistema de gobierno imperante a lo largo del período Edo es, en términos sucintos, aunque no reductible a estos, complejo, autárquico, hermético y centralizado. Se trata de tiempos de paz y estabilidad expresadas, sobre todo, en materia económico-cultural, pero donde la emisión y circulación de leyes alcanzan niveles sui generis. Si bien existe un emperador considerado como legítimo gobernante, durante estos años se inaugura una nueva época en la cual la figura del shōgun inviste una particular significación: en él recaen las autoridades diplomática, civil y militar.

El plano ideológico y, especialmente, las concepciones religiosas se interiorizan, por parte de la administración, como factores insoslayables en aras de materializar un sistema de gobierno exitoso y equilibrado. Esta cuestión no se agota en la proscripción de la fe cristiana y en las represalias tomadas en contra de sus practicantes: se promueven, activamente, los principios del neo- confucianismo atemperados a las especificidades de la sensibilidad nacional y a los intereses de los sectores dominantes. En los pilares preconizados por esta doctrina, basados en la lealtad, en las relaciones jerárquicas, de dependencia y obediencia al superior, se encuentra un modo de pensamiento que viabiliza la legitimación y preservación del régimen. Solo resulta necesario su traslado del ámbito doméstico al de la moral estatal.

Durante estos años también se experimenta un súbito crecimiento del índice demográfico: “A comienzos del siglo XVII la población de Japón era de doce millones de habitantes y a mediados del XVIII había aumentado a treinta y dos millones”1. Por su parte, el gobierno procede a segmentarla conforme a cuatro niveles fundamentales. Primeramente, se localizan los guerreros o samuráis, le siguen los campesinos (nōmin), luego los artesanos (kōmin) y, por último, los comerciantes (shōmin). Amén de todo ello, para la nobleza y la familia real se reserva el escaño superior; a la vez que los oficios poco ortodoxos o en disyuntiva con los preceptos budistas (eta, hinin y burakumin) ocupan el peldaño más bajo.

Cada clase cuenta con un esquema de vida regulado y legislado. La pertenencia a uno u otro estratos se determina por nacimiento y debe ser acatada.

La génesis de lo levitante. Conformación de la cultura burguesa urbana

Aunque Kioto aún ostentase el rango de capital oficial, el período Edo trae aparejado el traslado del shōgun y, consiguientemente, de la sede del poder a la homónima ciudad. En fechas iniciales, el recinto urbano someramente desempeña las funciones de apartada residencia de esa plenipotenciaria figura.

No obstante, de manera paulatina, se puebla hasta transformarse en el centro más importante de la nación.

Como respuesta a esta coyuntura, emerge el fenómeno social de los chōnin, que tiene en las eras Genroku, Bunka y Bunsei los períodos de máxima eclosión. Se trata de artesanos, comerciantes, antiguos campesinos y samuráis aunados bajo la condición de ser los sectores de mayor pujanza en el proceder económico de la ciudad. De tal modo, se comienza a perfilar una cultura burguesa urbana, distinta de la inaccesible y elitista cultura samurái, réplica, en buena medida, contestataria a un esquema de vida y comportamiento impuesto por desde los ámbitos dominantes.

La consolidación de este estilo de vida trasluce el establecimiento de una relación dialéctica entre la llamada “alta cultura” y los códigos de la cultura popular. Asimismo, funge como aliciente ante el tedio del existir, las carencias de libertades y la represión del sistema administrativo. Sin pretender revertir el signo del panorama sociopolítico en que se enclava, constituye una especie de modalidad paralela o alternativa a la cultura oficial. Resulta accesible a los diferentes segmentos sociales: en ella, las inflexibles barreras entre clases quedan desdibujadas en el disfrute y la contemplación. De tal suerte, esta florece a semejanza de una idiosincrasia bohemia un tanto frívola, donde lo placentero, lo transitorio, lo inmediato, lo intrascendente, lo atractivo, lo lúdico desembocan en el ideal hedonista del ukiyo.

La incapacidad de participar en la administración del país, la negativa de invertir su fortuna en viajes, posesiones u objetos de valor, estimulan a los chōnin a poner su patrimonio a merced de los gozos mundanos y a deleitarse con las dinámicas del día a día. Sin embargo, esa desenvoltura financiera les permite elevarse como promotores del desarrollo artístico y civil del Japón Edo. De similar modo, se hacen consumidores asiduos y protectores de los medios, espacios de ocio y divertimento proyectados desde una pragmática popular.

Éxtasis en el distrito. La cultura del ocio y del disfrute en los barrios japoneses de placer del período Edo.

La vida hedonista se convierte en una especie de simulacro ante los anhelos de libertad, relajamiento; mitigación frente a la rigidez de la conservadora moral neo-confuciana. En esta cuestión reside el sustrato ideológico que promueve la existencia de los llamados “barrios de placer” o “distritos rojos” del Japón Edo.

Yoshiwa ra barrios de placer.
Miyagawa Isshō
Interior de la casa de té Gankiro. Utagawa Hiroshige.
1860
Interior de un prostíbulo. Yoshitoshi Taiso
Luchadores de sumo Kuroiwa y Zogahana con una geisha. 1845

Ciertamente, se trata de microcosmos del lujo, de la especulación, del arte, del placer, del libertinaje y de la diversión. Su carácter multifacético y polivalente le permite al individuo regodearse y satisfacerse en diversos menesteres: desde los más “mundanos” hasta los más “nobles. En ellos proliferan los teatros kabuki o bunraku, casas de té, de apuestas, prostíbulos, aviarios, puestos para la venta de artículos exclusivos o bebidas, locales para las luchas de sumo, la música y la danza.

Debido a las características de estos espacios, las mujeres constituyen la fuerza laboral predominante, si bien no privilegiada. Usualmente laboran en la industria del sexo. No obstante, en estos mundos de ensoñación también ejercen sus funciones geishas, músicos, pintores, actores, poetas, grabadores, luchadores, vendedores. Incluso, segmentos de la población masculina joven prestan sus servicios sexuales a cambio de una retribución económica, por lo que la prostitución durante estos años no es un tópico meramente ocupado por las féminas.

La amplia aceptación y demanda de los bienes, las prestaciones asociados al ocio y la recreación tributan al éxito de estos distritos. Aplican una forma de gestión con un criterio de público que incluye a la mayoría de los niveles adquisitivos. Por lo tanto, se generan productos y servicios pensados para cada uno de los diferentes tipos de consumidores. Abundan algunos cuya frugalidad los hace accesibles para las clases menos acaudaladas. Existen otros cuyos altos grados de especialización, exclusividad y precio los reservan para personas de gran solvencia económica.

Puerta de entrada al mundo flotante de Edo. Utagawa Kunisada

Todo ello propicia que estos lugares, rápidamente, capten la atención y el interés de los disímiles sectores. Por ende, la sociedad Edo deviene en sistemática consumidora de las ofertas que allí se disponen. En ese sentido, se diluyen las barreras entre clases y los individuos se reducen a su capacidad de proveerse y de disfrutar de los placeres del mundo flotante. Atrás quedan las rígidas tabulaciones similares a un sistema de castas, aquí solo la posibilidad de acceder o no a determinadas prestaciones se instaura como factor de diferenciación.

Para perpetuar lo efímero. Manifestaciones artísticas de la cultura burguesa urbana

El estatus ostentado por los chōnin en medio de la vida cultural del período Edo patentiza la necesidad de un arte que exteriorice las premisas del ukiyo. Así, su idiosincrasia, hábitat cotidiano, prolegómenos, historias del día a día se postulan como cantera de valores estéticos, temas y soluciones compositivas para la práctica artística emparentada con la cultura burguesa urbana. De igual modo, esta no se halla exenta del matiz hedonista y del aguzado carácter comercial, pilares sobre los cuales también se sustenta ese universo del placer.

Las manifestaciones artísticas resultantes de ese mundo flotante no solo tienen en los distritos de placer su fuente de inspiración. Generalmente, se trata de auténticos núcleos culturales: en estos lugares se ejecuta el hecho artístico, se promociona y se comercializa. Se logra así una orgánica y constante interrelación y retroalimentación entre las distintas prácticas artísticas. Gran parte de las piezas se fragua a partir de los segmentos populares y a ellos está destinada. De ahí que se canjee a precios asequibles, lo que fomenta la aproximación de las clases menos acaudaladas a esa cultura del ocio y el disfrute mediante sus manifestaciones tangibles.

El teatro kabuki es uno de los lenguajes más sintomáticos de este nuevo estilo de vida. El carácter liberal y relajado que signa a este y a sus protagonistas lo transforma en una expresión revolucionaria en relación con el modelo de representación tradicional. Se caracteriza por la exageración en la dicción y gesticulación, los bailes, la fluidez del movimiento, el contenido acrobático, lo simbólico del maquillaje y el empleo, sin reparos, de la iluminación.

Teatro kabuki en Edo. Utagawa Kunimaru
Teatro kabuki de la ciudad de Edo. Masanobu Okumura
Kiyashiya otoko nasake no yiljo. Hishikawa Moronobu
Setsukiyo karukay. Anónimo

Esta época también viene acompañada por una prolífica expresión literaria de vertiente popular, retroalimentada de las formas teatrales. A través de ella, los chōnin pasan a ser, regularmente, objetos de la literatura japonesa. En esta, el kana-zōshi y, posteriormente, el ukiyo-zōshi se alzan como epítomes. El kana- zōshi agrupa obras cortas de ficción cuyas temáticas se inspiran y reflejan la vorágine cotidiana. Su estructura compositiva, más sencilla en términos de gramática y redacción que las restantes artes literarias, facilita la comprensión por parte de los individuos menos versados en las letras. A raíz de esta tendencia, surge el ukiyo-zōshi que continúa como representación de la vida de los sujetos en el período Edo.

Gracias a la proliferación de las técnicas de impresión en las casas editoriales, estas historias sobre actores populares, meretrices, romances, aventuras, escenas picarescas, libros de instrucción, guías de viaje, de teatro, de restaurantes, manuales eróticos pueden figurar entre las pertenencias de un alto porcentaje de la población del Japón Edo.

Por su parte, los libros ilustrados constituyen un fenómeno literario en el cual las casas editoriales y los talleres de grabado estrechan lazos. En ese sentido, se factura un número elevado de ejemplares decorados con miniaturas que divulgan su contenido. Entre ellas destacan los paisajes urbanos, retratos de sujetos vinculados a los distritos de placer (meretrices, actores), escenas de la vida en las urbes, que contribuyen a publicitar estas atmósferas de fruición y divertimento. Muchos de estos textos exponen, fehacientemente, el libertinaje y la relajación de las costumbres presentes en dichos recintos, por lo que son víctimas de la censura oficial.

En tal panorama se insertan los ukiyo-e. Estos suscitan tanto interés y atracción como el resto de las manifestaciones artísticas y actividades culturales asociadas a los microcosmos latentes en esos barrios. Se trata de un mercado igualmente lucrativo, signado por un consumo masivo de estampas que captan ese mundo de lo efímero y lo aparente.

Sarumaru Dayu.
Katsushika Hokusai. 1830
Vista de Sanjūsangen-dō en Kioto.
Utagawa Toyoharu. 1764–1772

Conclusiones

La estampa japonesa exhibe un desarrollo inextricablemente unido al contexto en que tiene su génesis. El Japón de los siglos XVII, XVIII y XIX engendra una coyuntura lo suficientemente fértil para para proveer a esta práctica de sus valores estéticos, plásticos y conceptuales fundamentales. La monotonía y severidad de aquellos días imponen la necesidad de articular una realidad paralela mucho más permisiva, disfrutable y fútil, en aras de suavizar el rigor con el cual el gobierno pretende legislar la breve existencia de los individuos. En este caso, la cultura y las artes se proponen como las vías idóneas para reafirmar esa pujante personalidad colectiva que se planea ensombrecer bajo los principios de austeridad, obediencia y moderación neo-confucianos. El ukiyo-e atesora ese espíritu epocal materializado en una obra de arte que levita, transita y encanta en su propio mundo flotante.

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