Midsommar

El macabro relato de una ruptura

La Jeringa
6 min readAug 11, 2022

Por: Rafael Betancourt Puig

Ilustra Radio88

Ari Aster es sin dudas uno de los cineastas más interesantes de la actualidad. Tiene solo dos películas estrenadas hasta ahora: Hereditary (2018), una obra maestra con ecos al El Exorcista (y la comparación no le queda grande) y la que nos ocupa, Midsommar (2019); además de un puñado de cortometrajes bastante interesantes, entre los que destacan The Strange Thing About the Johnsons (2011), Basically (2014) y C’est La Vie (2016), disponibles los tres en Youtube. Todas estas películas tienen estilos distintos y abordan disímiles temas, pero el elemento común que las une es el propósito innegociable de perturbar al espectador a base de un cúmulo de imágenes pesadillescas y también (sobre todo) un oscurísimo retrato de lo enrevesadas que pueden tornarse las relaciones humanas, mucho más terroríficas que cualquier asesino o cualquier fantasma.

¿Cómo ha logrado Ari Aster posicionarse como uno de los autores más reconocidos y respetados del medio con solo dos películas en su filmografía? Por supuesto que se debe fundamentalmente a su talento y a la calidad del cine que propone, pero también a que ha sabido aprovechar la buena ola. Estamos en un momento en que parece haber una nueva etapa de oro del cine de terror, adaptado a los nuevos tiempos y con propuestas que, aunque temática o estilísticamente no son nada nuevo, sí saben beber muy bien de sus referentes para hacer algo interesante, espectacular y terrorífico. De hecho, muchos de los realizadores relativamente noveles que más han logrado destacar se han desarrollado en este género, dígase Robert Eggers (El Faro), Jordan Peele (Us), Jennifer Kent (The Babadook), Panos Cosmatos (Mandy), Julie Ducournau (Titane) o Ti West (X).

Hay dos motivos fundamentales por los que tantos buenos realizadores actuales se decantan por este género. En primer lugar, siempre ha existido público para el cine de terror y por tanto siempre ha habido productoras interesadas en hacerlo, ya que suele ser relativamente barato, más atractivo para un público general y por tanto más propenso a generar ganancias. El segundo motivo, y también el que más entronca con este texto, está relacionado con las posibilidades creativas que el cine de terror ofrece. Para plantearlo de forma sencilla, en una película de terror puedes decir las cosas sin exponerte tanto a parecer discursivo, o sea, no parece que estás “metiendo un teque” porque el mensaje está escondido debajo de un cúmulo de miedos, sustos y tensiones, que al final no son más que un puro divertimento, pero el mensaje llega y sales de la película hablando de él. Un experimento rápido, si lees una sinopsis que diga:

“Un hombre negro visita a la familia de su novia blanca y ahí se enfrenta a la cruda realidad del panorama racial en la Norteamérica contemporánea”

No suena mal, pero parece una película densa de las que hay que encontrar el momento para ver. Pero si lees:

“Un hombre negro visita a la familia de su novia blanca y en seguida comienzan a sucederse eventos inexplicables, terroríficos y probablemente sobrenaturales”.

Eso parece un poco más emocionante ¿verdad? Me estoy refiriendo a Get Out (2017) por supuesto, la terrorífica ópera prima de Jordan Peele y uno de los retratos más interesantes de las tensiones raciales y los aterradores remanentes de la esclavitud en la actualidad.

Y ojo, no estoy diciendo que las películas que abordan aristas serias y complejas de la sociedad o las relaciones humanas sin elementos que alivien un poco la carga dramática sean aburridas o poco interesantes, solo digo que el cine de género (no solo el terror) tiene la ventaja de que puede hablar de lo mismo, a la vez que entretiene y proporciona una experiencia incluso lúdica al espectador. Aunque nada es absoluto y en una película de esas “serias”, del realizador más “clásico” en que se pudiera pensar es posible encontrarte mecanismos propios del terror, thriller o suspense. El cine es un océano generoso que permite que confluyan y se mezclen en él todas las aguas.

Toda esta introducción me sirve para decir que Midsommar es, en mi opinión, la película de los últimos años que mejor se apoya de la estructura y las formas del terror para contar una historia profundamente dramática y humana. ¿Sobre qué va? Pues sobre Dani (maravillosa Florence Pugh) una mujer joven que, en pleno proceso de duelo luego de una pérdida familiar, intenta buscar apoyo en su novio (Jack Reynor), apoyo que no recibe y lo cual desencadena un nuevo drama en su vida en forma de una ruptura que no es inmediata, sino lenta, como un cadáver que poco a poco se descompone. No lo digo yo, en palabras del propio Aster: “Midsommar es un cuento de hadas perturbador sobre una ruptura de pareja”.

Si nos guiamos por el argumento, podríamos decir que esta película la hemos visto un millón de veces, incluso, la forma en que están diseñados y luego mueren los personajes es calcada a la del subgénero Slasher (Viernes 13 , La Matanza de Texas , Halloween) en el cual un grupo de jóvenes con características arquetípicas (el odioso, el payasito, el intelectual) van muriendo hasta que solo queda una mujer, la Final Girl (chica final) que puede o no sobrevivir en un desenlace generalmente agridulce. Cada uno de esos elementos están presente en este filme, pero aun así, Ari Aster se las arregla para introducirnos en una experiencia que parece novedosa. ¿Cómo lo logra? Pues la respuesta es simple y la vez tremendamente compleja: no es lo que haces, sino cómo lo haces.

En Midsommar, muchos de los momentos más incómodos no están relacionados directamente con el cine de terror o el gore (que hay un montón), sino con situaciones mucho más comunes y hasta banales: Discusiones de pareja, diferencias culturales, traiciones a la amistad y robos de tesis universitaria (esto último si no has visto la película a lo mejor no lo entiendes, pero cuando pasa, para mí que soy estudiante universitario, fue mucho más terrorífico que cualquiera de las muertes). Pero, sin lugar a dudas, la mayor carga dramática recae sobre la relación de pareja moribunda de Dani y Christian, que es a fin de cuentas sobre la que se construye el relato y es también el eje central del clímax y su catártica (y muy divertida) conclusión.

El director plantea una puesta en escena elegantísima y muy hermosa, casi todo el tiempo bajo un sol tibio, en un paisaje bucólico lleno de colores, mujeres hermosas y hombres muy guapos; todos divirtiéndose, con la sexualidad a flor de piel. La belleza que esconde lo macabro, que recuerda a aquellos insectos horribles debajo de las rosas hermosas de David Lynch. Ari Aster es un maestro a la hora de ponernos delante estas contradicciones visuales, a la vez que mantiene perfectamente el pulso narrativo del relato. Mientras ves la película ocurre en ti un proceso de diálogo con el realizador bastante cercano a la hipnosis en el que, mediante movimientos de cámara, encuadres, sonidos, luces, poco a poco nos van sumergiendo en un mundo que por momentos se vuelve irreal, incluso lisérgico; literalmente consumen drogas alucinógenas en la película y, cuando lo hacen, la imagen también se transforma y nos transmite esta experiencia en que se mezcla lo real y lo imaginado.

Como buena película (de terror o no) Midsommar es la hipérbole de un sentimiento, específicamente de la soledad que viene luego de la pérdida, tanto de los seres queridos como de la química, la complicidad y el amor en una pareja. La muerte, las mutilaciones y la sangre dan miedo, pero más terrible aún es la sensación de no pertenecer a ninguna parte. Por eso el final, aunque grotesco (y, repito, divertido) es también de alguna forma feliz porque Dani encuentra un lugar al que pertenecer.

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