Mientras el cielo se esconde, matémonos en la escena
Por: Lisandra Ronquillo Urgellés
— Mucho gusto, me llamo Rosario y no soy una cifra…
— Me llamo Soledad y no soy una cifra …
— Me llamo Milagros y no soy una cifra …
— Me llamo Piedad… y no soy una cifra…
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Aquel «chao mamacita» en la última carta de su hija la alivió. Como apenas sabía leer, dijo en voz alta las promesas escritas en el papel: ten-dré un buen tra-ba-jo, la-sa-ca-ré a us-ted de la po-bre-za, ¿se ima-gi-na que sal-ga en te-le-visión?
Otras tres jóvenes, al mismo tiempo, se repetían las mismas palabras dentro de un camión. Los pollos siguen picando arroz sin saber que cualquiera les puede retorcer el pescuezo. Ellas no preguntaron de qué se trataba aquel empleo, pero les bastó saber condimentar gallinas. Cuando quisieron probar fortuna en algún paraje del país solo sintieron el sabor de la sangre sobre sus propias lenguas.
En Camino de Dios todas pensaban en la fuga. La desesperanza la encarnan «las sirenas» en ese pueblo colombiano, que primero existió en la imaginación del dramaturgo Felipe Álvarez y llegó a través de Radio Escénica al XX Festival de Teatro de La Habana.
Aunque los sueños son para «las personas que duermen en camas grandes», como aseguran las sirenas, cada una se pensó lejos de los «aquellos» — grupos armados irregulares colombianos — y volaron hasta el mar, dónde Dios no las vio perder la decencia, sino la vida.
Desde niñas memorizaron tres mandamientos: Mirar poco, hablar casi nada y olvidar mucho. Por eso huyeron del Camino de Dios y especularon que saldrían en las noticias. Los titulares informaron que entre 2002 y 2008 el ejército de Colombia asesinó a 6 mil 402 civiles y los hizo pasar por guerrilleros o delincuentes.
En ese genocidio, que ejecutó el Estado, 418 víctimas eran mujeres. Como comprobó la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), la mayoría de los casos se registraron en los departamentos de Tolima, Meta, Putamayo, Norte de Santander y Arauca. A casi todas, provenientes de familia pobres, las convencieron con un «buen trabajo».
Como explica uno de los personajes de Mientras el cielo se esconde: En la guerra las bajas no son lo único importante, sino lo más importante. Esta puesta en escena no propone un conteo de cadáveres o un relato explícito de sus muertes. A través de una reportera, 12 fotografías veladas, borrosas y nítidas, el elenco explora la inocencia de «las sirenas», que nacieron en un país dónde «no tienen derecho a soñar».
«La obra habla sobre cuatro mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia. Presentarla en Cuba es muy importante, porque ustedes nos acogieron, tanto al gobierno nacional como a las guerrillas. En 2016, gracias a la firma de los Acuerdos de Paz en La Habana, miles de personas dejaron de morir — confesó su director Felipe Álvarez. Este constituye uno los capítulos más crueles de la historia de Colombia, los mal llamados falsos positivos, donde el Estado, que debía cuidar a nuestros jóvenes, hizo lo contrario, los asesinó. Nuestro equipo está conformado por mujeres en un 80 %, algo muy simbólico. Le decimos a la gente: venga, nos atrevemos a contar historias desde lo íntimo».
La sala del Ciervo Encantado se convirtió en una cabina de radio durante dos noches. Los micrófonos y las luces cenitales se alternaron entre «las sirenas», sus madres, los asesinos y la periodista.
Doce capítulos transcurrieron en doce flashazos, dónde cada paisaje sonoro se produjo en vivo: las pisadas con suelas de zapatos, la lluvia con palmadas en la piel, una escoba simuló un prado de hojas secas, la muerte se oyó como un disparo. Para hacer más inmersiva la experiencia Radio Escénica capturó y reprodujo el bullicio de las plazas, los pueblos y los ríos cercanos a Medellín.
La compañía colombiana se fundó en abril de 2020 y desde entonces estructura sus piezas a partir del Foley, que es el uso de efectos sonoros durante la postproducción de las películas. Investigar el teatro de las emisoras latinoamericanas en las décadas del 40 y el 50 los llevó a experimentar con la escucha de los públicos y la actuación convencional. A la mezcla de estos dos formatos la definen como radio-teatro escénico.
«El espectador termina de construir la fábula, te dice qué ojos tiene el personaje, qué vestuario, qué escenografía. Creo que hay cuatro dramaturgias: de quien escribe el texto, el director que pincela sobre el lienzo del escenario, la interpretación del actor o la actriz y finalmente el público. Uno puede tener un buen elenco, músicos, iluminación perfecta, pero necesita saber a quién contárselo», describió el profesor y actor, formado en la Universidad de Antioquia.
«No necesitamos educar a los públicos, cuando alguien llega al teatro hay un florecimiento. En ese diálogo silente entre el espectador y el actor siempre se van a decir cosas. Durante esas horas el mundo está allí dentro, solo existe el aquí y el ahora como un pacto onírico».
A Felipe Álvarez el teatro le salvó la vida. Nacido en Medellín, una de las ciudades más violentas de Colombia, sorteó la adolescencia sin desertar de la escuela o enfilarse en algún grupo armado.
«Los adolescentes son el blanco perfecto para «engalanar» la guerra. Ayer leí justamente un texto de mi director de Teatro La Hora 25, Farley Velázquez, que murió hace unos años. Él decía, en 2003, que los actores de mi país son jóvenes y tienen miedo. En Colombia el teatro le roba soldados a la guerra, ha sido una trinchera poética para todos nosotros. Con Farley trabajamos a Shakespeare, a los dramaturgos griegos, a Sófocles. Ahora nos toca escribir lo que vivimos en esta época. ¿Qué significa para un joven habitar la vida? ¿Son asesinos quienes defienden sus derechos humanos, aunque el estado insiste en decirles así? Nosotros entendemos el arte como un capítulo de resistencia».
Felipe Álvarez cree en la frase de Sylvia Plath: «Morir es un arte, como todo. Yo lo hago excepcionalmente bien». Mientras el cielo se esconde abre nuevamente una de las heridas más graves que infligió el Estado colombiano. Hurga en la historia de los falsos positivos y sutura dicha abertura con poesía, aunque el horror dejó las marcas.
Para el dramaturgo la guerra está en la prensa, en las infancias, en el lenguaje cuando se dice: «me vas a matar de un susto». Radio Escénica imagina un mundo donde la diversidad se convierta en un patrimonio colectivo y no un motivo de asesinato. «Pongamos esa diversidad en el teatro. Matémonos en la escena».
El peligro se siente primero en el estómago. En ese camión, la «sirena» recordó las palabras de su madre. Mientras el cielo se esconde siente los retorcijones en la barriga. En teoría, el peligro crecerá allí dentro durante nueve meses. Dicho cuerpo pertenece a una joven que escuchó poco, dijo casi nada y olvidó mucho.
Mientras prepara la gallina, con un par de manos en el pescuezo, la sangre sale de su vagina, le embarra las piernas y termina en el suelo, dónde cayeron 6 mil 402 muertos. El miedo es un niño que se niega a nacer, porque «un país que no permite el florecimiento de lo humano no podrá decir nunca que vive en libertad».