Mujeres de nunca en Poesía de ahora y siempre.
Por: Raymar Aguado Hernández
La imprecisión y falta de poética de los más contemporáneos estilos ha dejado, en ocasiones, nuevamente en ciernes la literatura nacional. El aflore del incesante misticismo y la falta de concreción, así como la falsa creencia de que poesía es todo texto versado y/o poseedor de rima y métrica, ha inundado el panorama de disímiles creadores que, desde el humilde criterio de un enamorado de la poesía cubana, no dan la talla en el espectro literario que siempre ha inundado Cuba. Para suerte nuestra, aún florecen poetas que llevan en sus hombros la carga, conscientes del peso de la poesía, y que revindican constantemente, nutriendo nuestro contexto literario del rescate preciso y la renovación necesaria, siendo contundentes y consecuentes. El ejemplo lo tenemos en el cuaderno de versos Mujeres de nunca, de Camilo Mariño y Manuel Peláez.
Cuando aprecié la poesía de Mariño y Peláez me pareció saludar sutilmente con la vista a El Rojo o a Rivero*. Vi la reminiscencia de la buena poesía conversacional cubana, pero con inminentes destellos de actualidad. Saboreé sus coloquios versados y su delicadeza lírica. ¿Estaba en presencia de la nueva poesía cubana? Creo que sí. Es difícil dar el estricto criterio, pero sus armazones poéticos lucen luminosos y firmes en un tiempo donde — sin ser pesimista — se le ha perdido el respeto a la poesía.
Virgilio López Lemus afirmó en su “Ideal (Ismo) de la poesía”: «La poesía es la vida». Tomando de referencia esta sentencia, que en futuros escritos me hará ahondar en ella, podemos ver cómo es posible humanizar la poesía, y más que hacerla vivir, hacerla poder entregar y condicionar la vida y la belleza respecto a lo decadente, atributo que en Mujeres de nunca es inminente y constante pues, como señalaría Manuel en “No demoro”: «Siempre hago poesía de los desechos/ Cuanto vea de podrido, ahí voy de lleno»; refirmando la condición que de paliativo (conversor y transformador) ostenta la poesía. Este cuaderno encierra — en toda su extensión — un sujeto lírico nutrido de una voluble experiencia marcada por amores y desamores, y principalmente por una inconformidad latente hacia la misma, intríngulis general del proceso creativo de sus autores.
Roberto F. Retamar planteaba que «la pena, como el amor, no se deja apresar en palabras»[1]; pero la pena enamorada — o desamorada — («que no es lo mismo, pero es igual»[2]) aparece prisionera de cada verso en este poemario y es un grito mudo del pecho herido de sus hacedores, que construyeron — o se figuraron — una idea del ser muy distinta a la que les acompaña, notable en “Versando en ti” cuando Peláez se pregunta: «Qué habrá de mí amor,/ Manías y creencias en esta/ Nueva República donde no existo» o en “De memoria” cuando se convence de su sumisión a la ilusión planteando: «Porque esta obsesión de retener lo inexistente/ Solo me ha servido para escribir/ Sobre amores que al cabo/ No han sido».
Pero al igual que Cintio Vitier, «no creo en ninguna poesía “pura”, no encarnada en palabras o hechos reales» por eso, la figurativa realidad supuestamente inexistente, no es más que un exceso de esperanza que los llevó a aspirar a más de lo asequible, visible en “Hadas instantáneas” cuando Camilo alega: «Y se ahoga mi estatua/ por querer y no poder», lo cual denota el estado real de conciencia. La dependencia a sus figuraciones y la inconformidad con sus realidades — convergentes — son en gran medida la fuente principal de numen que avivara el impulso creativo que ha hecho posible este número, porque la necesidad del poeta de ser cronista de su realidad sentimental y contextual, es la que hace inmortal la huella lírica de su vida.
En Mujeres de nunca, métrica, versolibrismo y poesía lírica se dan la mano, y con el retoque final que aporta el bisbiseo de la poesía conversacional, Manuel Peláez y Camilo Mariño, han creado una estética definida y bella, que aunque lleve implícita todo un sello generacional – ya que «una obra literaria está en contacto con su época toda»[3] –, nos transporta varias décadas atrás, llevándonos a conocer las fuentes de las cuales bebieron; sumergiéndonos en todo el espectro que abarca el universo poético en el cual se forjan sus versos.
Este poemario es la suma de, amores no consumados, metamorfosis cuestionables (de Flor a Puta[4], por ejemplo), idealizaciones efímeras, sensibilidades estoicas, boicots de musas[5], aspiraciones generacionales, y sobre todo, inconformidad. Pero sin nada de esto, sus autores hubieran estado totalmente exentos de «La nostálgica semilla /De los más fértiles versos» [6], la causante de la germinación de este cuaderno.
*Cabe destacar que conocí a Raúl Rivero luego que Camilo me prestara su antología Escribo de Memoria.
[1] R.F.R., Wichy: una parte de mí.
[2] Silvio Rodríguez, Pequeña serenata diurna.
[3] R. F. Retamar.
[4] Camilo Mariño, Mujeres de nunca.
[5] Ídem.
[6] Ídem.