Más que techo y que muro

La Jeringa
3 min readJan 10, 2023

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Por: Hilberto Nistal Zaldívar; Ana Sofía Prats

Cuando se visitan las ruinas de un ingenio se pueden sentir varias emociones, conmoverse sabiendo que hace apenas más de siglo el sitio del barracón estaba lleno de personas esclavizadas. También se pudiera cuestionar por qué dejaron de producir la mayoría de las tierras que históricamente dieron frutos. Por eso vamos a limitarnos a contar la experiencia de una visita sin más pretensiones que salir de una Habana que disminuye cada día más. Aunque las divisiones, dizque administrativas y políticas, digan que las ruinas del ingenio Taoro están en Bauta lo cierto es que solo a un kilómetro de la última parada de la gacela 7 en Santa Fé aparecen de pronto las antiguas piedras.

Piedras muy bien puestas, construida a mediados del siglo XIX la extructura sigue en pie. Aquí cualquier apasionado de la arquitectura o del noble oficio de la albañilería se deleita con los arcos de medio punto que ignoran la tea incendiraria mambisa del 1896, los comunes ciclones y lo que es peor, la invasiva desidia por el patrimonio.

Hay tres construcciones cuyo uso es evidente. Ilé otán, la casa de mamposteria se aprecia claramente, con su portal y corredores. Se dice que estuvo habitada entre 1961 y 1981, la mano de la ignorancia se deja ver, junto a los muros de piedra están los restos de un maltrecho arquitrabe de concreto.

El campanario está al costado de la casona, también en ruinas y tapiado el acceso a las escaleras para llegar a la campana, que según los vecinos no es la original, la que hace un siglo anunciaba a los esclavos que debían salir o regresar al barracón, tercera de las contrucciones que se mantiene en pie. De las tres la más ignorada, la más atiborrada de árboles y yerbas. Aunque ignorado, el barracón permanece y lo hace como recuerdo de lo que nunca debió ser y de lo que aún se debe la humanidad.
El patio frontal es extenso, Pacífico. Las ceibas compiten con los framboyanes en cuanto frondosidad, estamos ante un césped sorprendentemente cuidado. Estas tierras ya no producen las frutas que la hicieron famosa, ahora las malangas silvestres son las protagonistas de unas ruinas magníficas. Nos recuerdan que hace cientos de años estaban ya estas piedras aquí, en otra centuria quizás continuen en su sitio mientras nosotros, con certeza, no estaremos.

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