Negrita

La Jeringa
4 min readJun 5, 2023

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Por: Agustín Enrique Ortiz Montalvo

Ilustra: Javier Vila

Una noche en la que compartía con unos amigos egresados del Onelio, sentados en los bancos ubicados en frente del Centro Cultural “Bertolt Brecht”, entramos en una discusión bizantina sobre quién era mejor cuentista, si el autor de Francisca y la muerte o Virgilio Piñera. Algunos remitían a las magistrales piezas breves: El infierno, En el insomnio, La carne…Pero todavía sigo pensando que hay una soltura y una búsqueda de totalidad poética en la prosa del Cuentero Mayor, que pretendo suscribir a través de esta especie de reseña de Negrita, su último libro. Como una manera además, de validar otras ideas que me parecen arrojan luces sobre nuestros intentos narrativos de hoy.

En primer lugar, quiero referir que, en medio de discursos gastados e imágenes pobres, tanto en la izquierda como en la derecha, tanto en los escritos del Granma sobre por qué Bad Bunny no es un artista de la talla de Frank Sinatra o Michael Jackson, como en los artículos politizados de Hypermedia Magazine; considero que el discurso de la belleza, además de enriquecer nuestro lenguaje, es una forma legítima de ser. Grandes artistas de la palabra, no solo han escrito en correspondencia con su tiempo, plasmando problemas fundamentales de su entorno, sino que el lenguaje narrativo ha sido la manera que encontraron y defendieron para expresar, de manera auténtica, lo que sienten y padecen. De modo que, en Negrita, a simple vista podemos apreciar una descripción de las relaciones sociales que en aquel entonces predominaban en el campo cubano, expresadas en las contradicciones entre el severo dueño de las tierras y quien tiene que trabajar duro para ganarse el sustento y un espacio donde vivir con su familia. Y, al mismo tiempo, es difícil no deslumbrarse con la belleza que retrata Onelio, reflejada en el amanecer del bosque, lo verde en las plantas de nuestro país, el florecer de la vida silvestre, el amor entre animales y hombres.

Este relato aparece por primera vez en 1982 en un blog literario de República Dominicana[i], cuatro años antes del fallecimiento de quien ya para ese entonces era un autor consagrado. Yo creo que la maestría narrativa de Onelio se puede constatar en las páginas de Negrita, por el placer que suscita la lectura, la historia se va desenvolviendo a la par de las descripciones que hacen de esta noveleta una fiesta del lenguaje, pero, sobre todo, por ese rasgo que Reinaldo Arenas considera se encuentra en el corazón de Cuba, el ritmo. En el esbozo de esta pieza literaria, Maestro al fin, el cuentero nos estaba mostrando el camino de escribir con ritmo y de perseguir la belleza. Soltar las palabras que queremos decir, retratar la complejidad de la vida, aferrarnos a los destellos de luz.

Debo referirme a que, desde un punto de vista simple y con un ánimo atroz de resumir, Negrita es, finalmente, la historia del triunfo de la felicidad. Que después de un momento tenso como ese en que pensamos que el perro jíbaro va a destrozar a la protagonista, sometida a una trampa caprichosa del mandamás de la finca, pues ganan los buenos. Asumo que también es importante esta poética de la esperanza, es necesario pensar que las cosas pueden cambiar. Y la perra termina enamorándose del jíbaro blanco y el animal salvaje, lejos de matarla, acaba por complacerla. Llegado este punto, cabe decir que cada cual lea el libro y se posicione frente a este recurso romántico del anciano Onelio.

Yo retomé la lectura de este relato por cuestiones más íntimas. Soy tío de una bella niña que aun no cumple el año. Además, por una coincidencia estelar, la niña de mi mejor amiga de la universidad, también nació en septiembre pasado. Por primera vez me pregunté qué libro debía regalarle a una personita que empieza a juntar palabras y darle sentido a ese verbo que llamamos “leer”. Entonces pensé que, siguiendo la pauta de que no leí El principito sino hasta la universidad, podía compartir con una niña la lectura de Negrita, el libro que escribió un autor cubano, para que conociéramos sobre lo duro de abrirse camino en el campo, pero también apreciáramos la belleza de la vida natural. Creo que la sencillez y altura artística de la prosa de Onelio, merece a tan exquisitas lectoras. Aunque también confieso que a veces el corazón tiene motivos ocultos para prevalecer por sobre la razón. A lo mejor yo, con ese gesto de regalar este libro, no hago más que asumir esa metáfora final del regreso de Negrita a la casa, donde visita a la que también considera su familia humana, y después vuelve al bosque con la cría y la manada; para de alguna manera decirle a mi sobrina que estar lejos de quienes queremos, en busca de una libertad que a diario nos plantea retos, no significa dejarlos de amar.

[i] Aparece en el blog Literatura. us, si bien en 1990 fue publicado en Cuba por la Editorial Pueblo y Educación. Posteriormente, Onelio falleció el 29 de mayo de 1986.

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