Ni Sansón, ni Narciso: Frank Mitchel.
Por: Raymar Aguado Hernández
Se cortó la melena Frankmi. Quién lo pudo imaginar. Hace unos meses era solo ver aquellas greñas flotando al compás del headbanging y reconocerlo; ahora voz y estilo se llevan todo el protagonismo. Ese corte vino a ser en materia semiótica la definición en él de otro presente artístico, de otro enfoque. No la significación de una abrupta metamorfosis, ni el desgarre de antaño, no, por el contrario, vino a reintencionar el asunto poético-musical que es su obra.
Es común presuponer la calidad del material a consumir luego de analizar la facha del hacedor, y no es secreto que la de Frankmi es muy curiosa tanto como llamativa. Pero ahora, la vuelta hippie y “al berro” de su look transmuta, se vierte en una variante indefinida. Y me pregunto: ¿Qué pensarán los que asumen el estilo musical de Frank Mitchel solo por su pinta: que hace country, que descarga a lo Bob Dylan, que es un trovador, que hace un rock ligerito? Me encantaría ver las reacciones al saber el desbordamiento heavy de su música y la hondura de sus letras.
El pasado 8 de abril, en El Ciervo Encantado, Frank Mitchel y Páramos descontrolaron las emociones de la noche. Tanto vicio inundó de humo la estancia y la campana el comienzo de lo que iba a ser todo un espectáculo, de música, energías e irreverencia. No existe mayor acto de valentía y resistencia que el de concretar, amén de las vicisitudes, una obra. Disentir y crear son las palabras de paso en un artista, el cuño de lo trascendente, y son además el intríngulis del ánima que agarró ese concierto.
Desde Reflejo… (o de antes) viene Frankmi perfilando su total disenso. Son tiempos estáticos, histriónicos, enmascarados, repetitivos. Frank los transita y los niega a base de desafíos. No existe un descalabro más a tono con nuestros días que el de repetirse, por eso la descarga alternativa ya se vuelve una falacia y él lo sabe. Así, retoma y redefine, dando alquimia y transgresión, mientras discursa conciencia previendo la sencillez.
Las gradas de El Ciervo… retumbaron, la gente iba eufórica mientras percutían en el piso con los pies al tempo del drum. Estuvo hirviendo la noche entre los riffs de guitarra, las aperturas de platos y la potencia vocal de Frank. Los cabeceos a negra de algunos fueron la prueba de lo duro que sonó Páramos. Con Joel Alejandro del Río en el Bajo, Claudio González (Misifuz) en la flauta y Lester Domínguez en la batería, armó Frankmi el esquema de colores que pretende en este nuevo experimento musical, al que hallo, siempre apuntando hacia el disenso desde cada arista, pero sin radicalidades; va en cambio al filo de la hoja, perfectamente equilibrado. No existen más revoluciones que las del poder de crear e impactar. Vivimos una realidad ávida de revolución, y una cultura que exige simbiosis y pulcritud del alma. Frank sabe de lo verde y de lo sucio, conoce su gremio, su entorno, su industria, su sociedad y aún persiste en lo límpido de su hacer, sin afeites o funcionalidades generacionales.
Me pregunto: ¿cuántos kilos de friki pesará Frank Mitchel? Es mucha la potencia de su intensión rockera, mucha la precisión de su discurso imbricado a su estética musical, además, exquisita la compenetración con quien lo acompañe, consiguiendo variaciones y empastes estilísticos que, aunque poco o nada redefinen un momento, transgreden.
El rock pesado, suena cada vez más dentro del patio a olla de grillos, la tendencia de los grupos heavy en la Cuba actual es a brutalizar el producto a modo que existe una uniformidad insoportable en cuanto a sonido y estilos. Dicha uniformidad también hace estancia en la canción como en el gremio “alternativo”. Páramos se encuentra en un punto de convergencia entre estos estilos, y al mismo tiempo en otro donde no tiene que ver con ninguno. En El Ciervo… la banda presentó una serie de estructuras a galope de destreza, donde la emoción era casi obligatoria. Tanto el enfoque vocal de Frank, como los ambientes de Claudio y sus efectos en la flauta crearon en los temas de intercambio una alegoría tímbrica a cierto estado de conciencia o gravitación que destrozaban los desenlaces percutivos de Lester y ciertos ritmos primitivos sobre las marchas de la guitarra eléctrica, además del cause de Joel, por el que discurrió cada solución y la praxis toda del momento. Fue una excelente presentación, cargada de altivez y frescura donde hasta las insinuaciones del feedback o pequeños embarajes para un fallo aportaron matices a la narrativa.
Me atrevo a decir que a Páramos le toca darle algún escape a esta variante del rock n´ roll cubano, ya desde “Al pie del árbol” Frank Mitchel se viene anunciando como una luz para el género, o faro de algo que no creo sospechar, y aunque ese primer Reflejo… resultó ser efímero, en él queda el afán y la estética que como ya he dicho en textos anteriores, tan necesarios nos son para esta novel generación.
Queda seguir pendiente al muertovivo, quien continúa preguntando al árbol por su presente, ahora sin melena, pero con más bomba y ganas, con la madurez que le exige su estatus, revindicando, renaciendo desde los Páramos.