No se nos pierda la memoria (Parte I)

La Jeringa
12 min readJul 24, 2023

--

Entrevista que se le realizara a Eduardo Heras León (10 de mayo 2016)

Por: Agustín Enrique Ortiz Montalvo*

Heras es un gran escritor y la evolución que experimenta a través de sus libros demuestra esto, pero sobre todo es un intelectual que siempre ha sabido cuál es su papel dentro de la Revolución y siempre lo ha jugado. Y lo ha hecho muy bien, importante: sin renunciar a sus convicciones ni a sus principios. Me retracto, qué realismo socialista ni ocho cuartos, realismo sí, pero solo podría llevar el apellido de humanista o crítico. Es lo que sientes constantemente cuando lees su obra.

Su lealtad fundida, moldeada y forjada con hierro caliente es un ejemplo para todos. Sobre todo, nos sirve para mirar hacia atrás de la mano de la Historia y ver los errores que se cometieron con esos hombres de la creación artística y literaria en su caso, que igualmente fueron hombres de Revolución. Intelectuales auténticamente revolucionarios. Ahondar en la vida y obra de este escritor humilde, simpático y maestro de generaciones, te permite indagar sobre lo que ha pasado y te brinda el apoyo moral para fundar un criterio propio sobre otros criterios que hoy parecen extraviados. Heras es un intelectual comprometido que, como bien dice, todavía está aquí, y es un verdadero milagro tenerlo. Y realmente hoy no nos interesan los que lo vilipendiaron, solo nos interesa Heras y su Testimonio de una lealtad.

Su agudo sentido crítico lo salva de toda visión reduccionista que quiera simplificar su obra a un triunfalismo vacío o a un acrítico realismo socialista, incapaz de dialogar con alguien, pues si todo está bien, ¿sobre qué vamos a reflexionar? Luego de conversar con él, solo lamento haber perdido, por cuestiones de tiempo, algunas de las tantas anécdotas que este padre acogedor compartió conmigo. Sin más, el testimonio de mi lealtad a Eduardo Heras León.

Descubrí algo: también es importante aprender a preguntar.

-Usted ha dicho en otras ocasiones –otras entrevistas-, que se definía como un escritor “realista” y “vivencial”. En ese sentido, ¿pudiera ahondar un poco en las diferencias contextuales y los actos de creación que acompañaron la escritura de Los pasos en la hierba y Acero? O sea, de qué manera fueron influenciados los temas escogidos por la propia vida que llevaba, así como su experiencia como escritor en cada caso.

Efectivamente, yo siempre he dicho que soy un escritor vivencial, o sea, escribo lo que vivo. Por supuesto, asumo esos temas, temas de mi propia vida, y le añado lógicamente elementos de ficción como tienen cualquier cuento.

El contexto de Los pasos en la hierba era la formación de las milicias, año 60, primeros años de la Revolución, el enemigo atacando por todos los lugares, amenazado contantemente con una invasión a Cuba. Y nosotros los jóvenes de aquella época, yo tenía diecinueve años cuando triunfó la Revolución, y el contexto que yo tenía era un contexto de violencia. Me fui voluntario para la milicia, metidos en el colmilleo de la Revolución, y viví esos momentos dramáticos que tuvieron su culminación en la Batalla de Playa Girón.

Siempre he dicho que divido mi vida en dos mitades: antes de Playa Girón y después de Playa Girón. Porque como decía Hemingway, la guerra es un fenómeno que hace madurar a uno antes de tiempo, sobre todo a los jóvenes, te hace madurar, te pones en contacto con la muerte por primera vez, cosa que es dura, es difícil.

Los pasos en la hierba aborda precisamente el tema de la formación de las milicias. De la preparación de esos hombres para combatir, para defender las conquistas de la Revolución. Con una idea que yo tenía fija. Yo escribo esto porque yo quería dar testimonio de cómo fue ese proceso, un proceso que a veces fue muy duro, porque los milicianos –nosotros- que fueron voluntarios a formarse en las escuelas de Artillería o en las cuatro bocas, en los cañones antitanques y en los morteros, fuimos sin ningún tipo de conocimiento. Había dirigentes sindicales, jóvenes lumpen, mariguaneros, aventureros, ladrones, bandidos, gente buena, estudiantes, había de todo, era una amalgama. De esa amalgama, se formó el ejército nuevo, el ejército que fue a combatir a Playa Girón, ya eso es bastante. Entonces, dentro de ese ambiente sufrimos porque había que adaptarse a una cosa que no conocíamos que era la disciplina militar. Imagínate un dirigente sindical acostumbrado a discutir algo con los trabajadores, discutir ideológicamente con un trabajador, por un problema, o meterse en un consejo de trabajo con un obrero, es decir, acostumbrado a eso, acostumbrado a no pedir permiso a nadie, acostumbrados a dirigir y a meter una arenga. Ese tenía que ir al ejército y ese tenía que pararse en firme delante del oficial. Y el oficial llamarle la atención y quedarse callado. Esa disciplina no era fácil.

Y entonces, ocurrieron algunos hechos duros, algunos hechos difíciles. En Los pasos en la hierba hay uno que es la trilogía: No se nos pierda la memoria, que como tú ves está basada en hechos reales. Todo está basado en hechos reales, aunque no haya ocurrido exactamente así.

Y bueno hubo casos de esos, gente que no pudo soportar la vida militar y salió un poco a la fuerza, lo licenciaron, lo botaron. Hay jefes que no se adaptaron a esta nueva gente que llegaba, gente que no tenía ninguna disciplina. Ese fue el mundo de Los pasos en la hierba. De cierta manera, traía un mensaje ese libro que va dirigido a los jóvenes: mira lo que ha pasado y mira lo que hemos tenido que sufrir, la sangre, el sudor y las lágrimas que hemos tenido que derramar para formar esto, este grupo de gente que era tan heterogénea y que ahora es tan homogéneo, un cuerpo que va a combatir a Playa Girón para defender las conquistas de la Revolución. Es para decirles a los jóvenes: estudia, mira lo que costó, para que sepas lo que costó lo que tienes, así que defiéndelo ahora. Ese era un poco el mensaje oculto de Los pasos en la hierba.

Era un libro duro, un libro violento, un libro que no calla nada, un poco sujeto a las técnicas que nosotros habíamos adoptado como generación, la estética de decirlo todo: lo bueno y lo malo; hay que hablar de la valentía y el coraje, pero hay que hablar del miedo también; hay que hablar de la vida, pero hay que hablar de la muerte también. Esa era un poco la consigna, la estética que nos guiaba a nosotros. Si no, hubiéramos caído en algo que mencionabas por aquí, en el realismo socialista.

Hay una novela que para nosotros fue muy formadora, ya que hablas de influencias también. Una novela soviética de guerra. Hay muchas novelas soviéticas de guerra que son puro realismo socialista, pero hay algunas como esta que se llama La carretera de Volokolamsk, que en Cuba se publicó en dos partes, una mitad que se llamaba Los hombres de Panfilov en la primera línea y La carretera de Volokolamsk, la segunda parte, que es muy buena. Esa es una novela que a nosotros nos formó, estaba metida en la mochila nuestra. Esa fue la que llevamos a Playa Girón.

Incluso yo menciono, en un documento que escribí, que en esa novela el escritor va a hacer un reportaje, va a recopilar datos sobre la división de Panfilov y habla con el jefe, el jefe es un kazajo, un tipo medio achinado que se llamaba Baurdjan Momish-Ulí. Él estuvo en Cuba, era coronel y vino a Cuba y lo conocí. Y Momish-Ulí está sentado con el periodista haciendo el reportaje: — Así que usted quiere hacer un reportaje sobre el batallón, sobre lo que pasamos la división de Panfilov. Bueno, arriba, escribe ahí: Capítulo 1- El miedo; sin conocer el miedo, los hombres de Panfilov se levantaron y se lanzaron al combate — . Le dice él al periodista: — ¿Le parece bien ese comienzo? — Y el periodista le contesta: — Bueno, no sé — . Y él le dice: — Mire, así escriben los cabos de la literatura. Qué es eso, cómo no vamos a sentir miedo, por supuesto que sentimos miedo. Todos sentimos miedo a la hora de combatir — .

Cosas como esas a nosotros nos alimentaban espiritualmente para ir a combatir a un lugar que no conocíamos, contra un enemigo que no conocíamos, un enemigo que fue bastante fuerte. Y ese era el contexto de ese libro Los pasos en la hierba.

La milicia, la formación del ejército nuevo, porque, como colofón de esto que sucedió allí en Playa Girón, iban a combatir los milicianos, por un lado, iba una compañía del Ejército rebelde de la que peleó con Fidel Castro en la Sierra e iba el batallón de la policía. Eran las tres fuerzas principales cubanas que se enfrentaron a la invasión de Playa Girón. Cuando llegamos allí, cada uno pertenecía a un grupo. Cuando salimos de allí, después de las 72 horas, ya éramos las Fuerzas Armadas Revolucionarias, ya no éramos tres cuerpos armados, ya éramos las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Yo te lo digo porque los rebeldes nos miraban un poco por arriba del hombro, pero cuando los jovencitos se pusieron a la altura de ellos y se batieron allí tintos en sangre, entonces empezaron a respetar a los muchachitos. Ese es el contexto de Los pasos…; de ahí sale ese libro.

Acero marca otro contexto completamente distinto. Recuerda que yo escribo Acero entre el año 73 y 74, yo estaba trabajando en una fábrica castigado por Los pasos en la hierba. Entonces, allí me encontré un mundo totalmente distinto. Mi mundo era, por un lado, el mundo académico, yo era maestro, había estudiado y, por el otro lado, en los primeros años de la Revolución estuve en las Fuerzas Armadas, estuve combatiendo en Girón, en el Escambray. Ese mundo era totalmente desconocido para mí.

Llegué a Vanguardia Socialista, que era una fábrica de fundición y forja de acero. Llegué con la situación anímica que tenía, la situación personal que tenía, a trabajar en algo que yo no sabía. Yo no sabía si podía soportar eso. Tuve la suerte de conocer a gente maravillosa: obreros. Lo he dicho en algún lado por ahí, me di cuenta de que las lecturas de Carlos Marx, Engels, Lenin donde hablaban de la clase obrera, que decían que la clase obrera era la más pura, la revolucionaria, la más noble; lo comprobé yo personalmente en esa fábrica. Volví a tener confianza en los seres humanos después de lo que pasó, después de toda la barahúnda que se formó con el libro y de todo lo que se formó con Los pasos en la hierba.

Yo llegué a la fábrica…un novato; y el director de la fábrica, un personaje, fue el creador del plan Alamar, Máximo Andión me dijo: — No sabemos por qué tú vienes para acá, nos dijeron que venías castigado. ¿Qué te dijeron a ti? — . “A mí me dijeron que venía para esta fábrica y que venía a trabajar en capacitación, una sección ahí que se ocupa de la capacitación de los trabajadores”. Entonces ese hombre tan sincero me dijo: — Bueno, mira, para que estés claro. A nosotros lo que nos dijeron es que cuando tú vinieras para la fábrica, te pusiéramos a trabajar con el hierro caliente. Eso es lo que hay. Entonces te voy a llevar adonde vas a trabajar — . Y me llevó al taller de forja. Cuando entré al taller de forja, lo digo en algo por ahí, pensé que entraba en la boca de un lobo gigante de la cual no pensaba salir yo con vida. Imagínate, un lugar donde hay hornos a 1200 grados de calor, yo cuando jovencito tuve una lesión en un pulmón. Me dije: “Aquí perezco yo, no podré soportar esto”. Pero lo soporté y con el apoyo y la simpatía de muchos trabajadores.

Déjame decirte que allí había trabajadores de todo tipo, sobre todo de Regla y Baracoa, te puedes imaginar el elemento. Había delincuentes, había tipos que habían sido veteranos de Argelia. Cuando fue el batallón cubano a Argelia, él fue del primer batallón de internacionalistas, era un negro que se llamaba Caridad, y un delincuente; era un negro que le metía a la mariguana, guapo, guaposo, pero internacionalista. Es la famosa canción de Silvio: Si alguien roba comida, y después da la vida, qué hacer. Yo recuerdo que este Caridad y yo nos sentamos después de almuerzo a descansar unos minutos y el tipo me decía: — Ven acá, asere, qué bolá contigo, tú eres del duque — ; yo: — ¡Qué duque de qué!; — ¿Qué hace un periodista, escritor, porque nos hemos enterado, que tú haces aquí con los negrones de Regla y Baracoa? Tú tienes que ser del duque — .

Ese fue el mundo que yo viví y lo que quise reflejar en Acero. Muchos de los personajes que aparecen son reales, algunos están hasta con sus propios nombres. Como el personaje del último cuento que se llama Urbano, y Urbano existe. Incluso hay una compañera que está haciendo la tesis de periodismo sobre mí y lo acaba de entrevistar y Urbano le dice que él sabe que es un personaje de un cuento mío, pero él nunca pudo leerse el cuento completo porque dice que cuando va por la mitad empieza a llorar. Yo pasé por Vanguardia Socialista y me encuentro con Urbano: — Leí tu cuento y mi hijo se lo leyó también; y me dijo: — Coño, viejo, el cuento me gusta muchísimo, pero no sé porque tú te mueres al final, te matan al final.

Conocí gente muy honesta, gente muy buena, y viví esa experiencia, fueron cinco años duros. Porque hice de todo como trabajo: como hornero, como forjador, trabajo como maestro, porque me pidieron que diera clases y daba media sesión de trabajo en el taller y media sesión de clases. Di clases de tercero y cuarto semestres de la Facultad obrero-campesina. Daba clases de Matemáticas y poco después me pidieron que fuera capacitador. Inventé un sistema dentro de la fábrica, de Enseñanza Primaria, Secundaria, Preuniversitaria, Universitaria, se podía salir Ingeniero de la fábrica sin abandonar la labor de obrero en Vanguardia Socialista. Me dediqué a eso: primero, a trabajar con el hierro caliente y después, a dar clases. Terminé jefe de Recursos Humanos de la fábrica, jefe de la fuerza de trabajo de la fábrica. Ellos tenían la esperanza de que me quedara, pero ese no era mi mundo.

Cuando cumplí cinco años me entrevisté con José Felipe Carneado, el Secretario del Partido, le pregunté: “¿Ya han pasado cinco años, no le parece suficiente?” Me contestó: — Demasiado, Heras — . Y salí vivo de la fábrica para la Editorial de Arte y Literatura del Instituto Cubano del Libro.

Realmente, solo puedo concluir hoy, luego de haber releído estas palabras que me regaló Eduardo Heras León. Heras es un gran escritor y la evolución que experimenta a través de sus libros demuestra esto, pero sobre todo es un intelectual que siempre ha sabido cuál es su papel dentro de la Revolución y siempre lo ha jugado. Y lo ha hecho muy bien, importante: sin renunciar a sus convicciones ni a sus principios. Me retracto, profesor, qué realismo socialista ni ocho cuartos, realismo sí, pero solo podría llevar el apellido de humanista o crítico. Es lo que sientes constantemente cuando lees su obra.

Su lealtad fundida, moldeada y forjada con hierro caliente es un ejemplo para todos. Sobre todo nos sirve para mirar hacia atrás de la mano de la Historia y ver esos errores que se cometieron con esos hombres de la creación artística y literaria en su caso, que igualmente fueron hombres de Revolución. Intelectuales auténticamente revolucionarios. Precisamente ahondar en la vida y obra de este escritor humilde, simpático y maestro de generaciones, te permite indagar sobre lo que ha pasado y te brinda el apoyo moral para fundar un criterio propio sobre otros criterios que hoy parecen extraviados. Heras es un intelectual comprometido que, como bien dice, todavía está aquí, y es un verdadero milagro tenerlo. Y realmente hoy no nos interesan los que lo vilipendiaron, solo nos interesa Heras y su Testimonio de una lealtad.

Su agudo sentido crítico lo salva de toda visión reduccionista que quiera simplificar su obra a un triunfalismo vacío o a un acrítico realismo socialista, incapaz de dialogar con alguien, pues si todo está bien, ¿sobre qué vamos a reflexionar? Perdone usted la extensión, que parece es parte de mi estilo. Solo le pido que dedique un poco de su tiempo, sin hacer mucho caso a los errores posibles de un editor que recién se entrena con esta segunda parte de mi trabajo que considero esencial, a repasar estas líneas en aras de conocer un poquito más sobre ese gran ser humano que es Heras. Al final, quizás él compartió conmigo algunas cosas que con usted no tocó, al menos yo tuve la sensación de que acudía a una experiencia singular. Solo siento por cuestiones de tiempo, no haber podido plasmar unas de las tantas anécdotas que este padre acogedor compartió conmigo. Sin más, tenga el testimonio de mi lealtad a Eduardo Heras León. Descubrí algo: también es importante aprender a preguntar.

*El cuestionario de la entrevista fue elaborado por Miguel Rey y Agustín Enrique Ortiz Montalvo.

--

--

No responses yet