Pan con guayaba, una vida feliz
Por: María Karla Casado
Desde el pasado 17 de mayo, el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes acoge la primera retrospectiva de Manuel Mendive Hoyo que llega para celebrar su ochenta aniversario. Tras el título Pan con guayaba, una vida feliz, las curadoras Laura Arañó Arencibia y Darys J. Vázquez Aguiar realizaron, con el apoyo del Proyecto Mendive Art, un excelente trabajo para reunir alrededor de cien piezas que permiten acercarnos y disfrutar de la prolífica producción del maestro.
He de confesar que cuando leí el título de la muestra, días antes de la apertura, inmediatamente se esbozó una sonrisa en mi rostro, ya que la frase encierra dos cualidades de Mendive: la sencillez y su grandeza. De esta manera, nos dice el artista en el catálogo:
“(…) El pan con guayaba despierta bellos recuerdos de mi infancia, pienso en el temple de acero de mi madre y en lo dulce de su sonrisa mientras hacía este alimento sencillo que gustaba a todos, muy popular en las familias tradicionales cubanas y en los hogares humildes de aquel tiempo”
La muestra convida no solo a la contemplación estética de la obra plástica del artista, sino a la reflexión espiritual de su mensaje. Sin dejar detrás su memoria e historia, Mendive siempre habla honestamente sobre la vida, la tierra y el hombre. La manera tan peculiar y poética de observar lo que le rodea estuvo influenciada en un primer momento por su educación familiar, ligada a la práctica del ejercicio religioso santero. Posteriormente, sus estudios en el Centro de Etnología le permitieron acercarse, desde nuevos enfoques, a la Regla de Ocha-Ifá y el resto de sistemas cosmovisivos de origen africano. Su obra, que deviene universal luego de largos años de consagración, muestra desde la forma, el color y el material ese modo tan erudito de vivir que es víctima de disímiles incomprensiones.
El primer nivel del museo acoge una reflexión expositiva sobre la performance y el body painting, lenguajes que el artista incorporó desde la década del ochenta, lo cual lo posiciona como pionero dentro de la Isla. Vemos tapices pintados, sábanas colgadas, máscaras, vestuarios y una mesa alrededor de la cual quedó fusionado el gesto, el cuerpo y la música durante la inauguración. Cabe resaltar un conjunto de esculturas que formaron parte del performance y la exposición personal Para el ojo que mira, realizada en 1987 y donde Nancy Morejón acotó:
“(…) Manolo es un puente preciso entre el arte culto y el arte popular, entre la tradición anónima de nuestro pueblo y sus más depuradas creaciones cultas”. [1]
La museografía permite encontrar, durante el tránsito hacia el tercer nivel del edificio, diferentes obras del creador. Así, en el segundo descanso de la rampa se encuentra El abrazo, y justo frente a La silla de Wifredo Lam una silla de Mendive. Para acceder a la sala transitoria es necesario atravesar La puerta azul, obra realizada en 2010 que simboliza la entrada a un mundo donde el hombre, los orichas, los egguns, los árboles y los animales del monte se mezclan poéticamente.
A partir de un sonido ambiental que recrea la noble sinfonía de la naturaleza se puede recorrer cronológicamente su trayectoria plástica desde la etapa como estudiante de la Academia de San Alejandro. De este período sobresalen diferentes dibujos a lápiz que captan la esencia de personajes populares. De igual manera, obras como Santa Bárbara, Babalú y Obba muestran una temprana aproximación a las expresiones transculturadas como búsqueda de su estética e impronta personal.
Las pinturas sobre madera cargadas de matices sociales, historicistas y costumbristas caracterizan la década de 1970 y, en los últimos dos decenios, se puede apreciar un mayor acercamiento a los dioses del panteón yoruba, quienes se convierten en los protagonistas de las obras. Funeral Ashanti, que pertenece a la serie Recorrido por África, constituye la única pieza que alude a sus viajes por la cuna de muchas de nuestras tradiciones populares. Tampoco pasa desapercibida la representación mendiviana de la Naturaleza, entendida como receptáculo de energía vital y fuerza espiritual.
El vestíbulo de la sala acoge obras bidimensionales, esculturas e instalaciones realizadas en el nuevo milenio. Piezas donde las criaturas oníricas y transmutadas dialogan. Cabe señalar un detalle que las curadoras no han querido dejar fuera: se trata de una instalación que alude a los procesos creativos del artista; momento en que la música deviene clave. Así, se observa entre las paletas y pinceles una variada selección de CDs integrada por las oberturas de Rossini, las suites de Gonzalo Rubalcaba, percusiones de Ghana y los ritmos del Buena Vista Social Club.
La muestra, prevista en un primer momento hasta el 28 de julio, ahora se extiende hasta finales de octubre. Entre las acciones realizadas luego de la inauguración resultan significativas el intercambio sostenido entre el artista y los estudiantes de la Academia de San Alejandro y la Universidad de las Artes, así como la conferencia “Manuel Mendive en la acera de enfrente; reflexiones desde la poética de lo cotidiano” ofrecida por la Dra. Lázara Menéndez el pasado jueves 13 de junio. En esta última resultó interesante la distancia mostrada hacia enfoques tradicionales para analizar la exposición y las obras del artista desde la estética cotidiana, o lo que Katya Mandoki denomina Prosaica. De esta manera, la doctora vislumbra la temprana colocación del artista en una zona donde no operan los cánones ortodoxos, donde la voluntad expresiva se condensa con la investigativa, donde se quiebran las barreras limitantes de la norma cultural. El arte de Mendive une y no desintegra. Su sencillez y honestidad le permiten mostrar lo bello del entorno en que se halla inmerso. De esta forma, su obra incita a dialogar, soñar, amar y respetar.
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Referencias
[1] Morejón, Nancy. Catálogo de la exposición Para el ojo que mira (La Habana, 1987).