Patricia Rodda, mujer que quiere ser espuma

La Jeringa
6 min readApr 22, 2024

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Por: Grechent Ledesma Torres

Muy pocos días hace desde que el segundo poemario de Patricia Rodda viera la luz de la mano de Aurelia Ediciones, al igual que su predecesor, Desnuda en proscenio. Pseudo pez se titula, afirmando la identidad de una mujer que se sabe hija del mar y que no se adapta a la vida en la tierra: una pseudo pez, una especie de sirena atrapada en un cuerpo y una vida ajenos y cuyo anhelo más grande es regresar al océano, a donde tiene la certeza de pertenecer. Esta es la voz lírica que nos conduce a lo largo de las ciento veinte páginas que conforman el libro, cuyo lenguaje intimista viene acompañado de una poderosa carga visual, donde la imagen es el vehículo fundamental de lo poético –una imagen que no es estática sino que se mueve junto con las olas, los pájaros y las fieras en un canto a la libertad–. Esta vez el texto cuenta con ilustraciones de la pintora cubana y Premio Nacional de Artes Plásticas 2023, Zaida del Río,[1] que fueron concebidas específicamente para la ocasión: las sencillas líneas gruesas, negras y ondulantes, más que acompañar el texto, lo complementan.

Fotos: Néstor Martí

El libro se compone de un exquisito prólogo que justifica, en una estupenda prosa poética, la interesante tesis de que “todos salimos del mismo mar, aunque algunos se resistan a creerlo (…)”.[2] Esta es la misma noción del Génesis –a grandes rasgos–, donde al principio no había más que un mar profundo y oscuro y solo el espíritu de Dios se movía sobre las aguas; la misma teoría de Darwin, donde fue precisamente el mar el lugar en que nacieron y se desarrollaron los primeros entes portadores de vida; en fin, el mar, como escribió Guillén, siempre ese mar azulísimo que nos rodea por todas las esquinas, ese mismo que nos duele pero que deseamos tocar y sentir cubriendo nuestro cuerpo cuando el calor nos sofoca o simplemente porque lo amamos demasiado. A esta le siguen una primera parte donde esta voz marina nos canta su relación con el mar y los estados climáticos de este, sus componentes naturales, su ecosistema y cómo los percibe esta “pobre mujer”, que se considera “un pez que se quedó varado y que no se reconoce en ninguna orilla”,[3] a través de sus sentidos, cómo se relaciona con él y cómo lo entiende, como su hogar verdadero y al que quiere retornar una vez que haya muerto; y una segunda, que se diferencia de la primera no solo por su nombre, Eli Okan Mi (El espíritu de mi corazón) sino por el color negro de las páginas que dividen el texto en dos partes casi iguales, igual que un Ecuador, que más que un canto a ciertos orishas y a una joven recién consagrada, una iyawó, es un acto de fe, de esa fe que puede mover montañas. Inaugura esta segunda parte un hermoso canto de agradecimiento a Yemayá, señora de los mares y madre del mundo: “Gracias eternas por refugiarnos en la tempestad”[4] son las últimas palabras de Patricia Rodda para el espíritu indómito de Yemayá. Una vez que acaban las páginas negras volvemos a sumergirnos en el mar.

El libro está construido en buena parte mediante eso que se ha dado en llamar universo de lo femenino, en el cual se reconoce el legado de las antepasadas y se vive en estrecha conexión con todas las mujeres del ayer y del hoy, donde el conocimiento de las ancestras y la sororidad entre contemporáneas son fundamentales. Quiero hablar, en este sentido, de otras dos figuras femeninas que aparecen en el texto–entiéndase por femenino la condición de mujer cisgénero que no diverge de la construcción social de género de lo femenino ni de la condición biológica de hembra–, quiero hablar de esa Eva, madre de la humanidad, que abre el poemario, nunca villana como la describe el relato bíblico, y que arrastra con todo ese doloroso pasado que le ha legado el machismo, con los huesos de adanes y sus penas a cuestas, aún no tiene consciencia de sí misma ni de la libertad de la que pudiera ser dueña; la voz lírica de la mujer marina viene a revelarle su propio destino para que se levante ella misma y fluya hacia la mar:

(…)

Habitas dentro de la gota contenida

y conoces la devoción

que le profesa el río al mar,

pero prefieres las aguas estancadas

para nadar desnuda con las penas abiertas.

Para de anclarle cadenas a las olas

y azotarlas en tu espalda,

¡no es tu destino el arrecife!

Perteneces al agua aunque la niegues

e insistas en las orillas.

Eva de alma dulce

y amores náufragos

perdónate la sal.[5]

La segunda es una mujer sin nombre, que aparece más adelante, una mujer sin identidad que persigue a la autora por las calles y que acaso, por no ser es también muchas otras, o simplemente un espíritu que la acompaña, y en el que, una vez oscurezca, ha de perderse y olvidar el rumbo porque, mujer al fin, es una hermana más para seguir la lucha.

Otro componente importante de este libro y de la poética de su autora en general es el erotismo, visto como una parte esencial y natural de la vida y que, en este caso, aparece muy religado al motivo marítimo, en consonancia con el tema de la libertad, la redención del disfrute de la sexualidad en la mujer y de su libre albedrío. El poema siguiente da fe de ello: “Tus ojos devoradores me eligieron/entre tantas colas derramando el mar./El apetito sentencioso/lanzó la orden./Asaltaron los cuchillos/mi blancura./Me sentaste sobre tu lengua/y tragaste mi humedad./Abandoné el último aliento/mientras sentía explotar/tu placer, desde lo más profundo”.[6]

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Patricia Rodda nos brinda sus respuestas en torno a estas cuestiones filosóficas fundamentales que desde tiempos inmemoriales acechan a la humanidad, y canta también al riquísimo mundo interior del ser humano, que se percibe como un cosmos en miniatura, un microcosmos, conectado a una fuente de energía infinita mucho mayor que él. “Mi jardín lo llevo dentro”,[7] nos dice. La necesidad de trascendencia es tal que la muerte es vista como liberación y el cuerpo como una cárcel bella y disfrutable pero temporal, la voz lírica suplica a Dios que le deje morir para regresar a la naturaleza y ser finalmente feliz, plena.

Quiero concluir estas breves líneas con este delicioso poema que funciona como ars poetica dentro de todo el conjunto y que resume de manera excelente la tesis del libro, que no es nueva en la literatura, ni tan siquiera en la nuestra, pero que aún así se aborda desde una perspectiva muy personal y por ende, bastante original. Este sentimiento es el de una mujer caribeña, isleña y costeña, y a la vez el de muchas otras mujeres que ven en el mar la figura de una madre o un padre, una parte de ellas mismas:

Soy un pseudopez

de escama blanca,

olor a concha

y mirada perdida,

ignorante de anzuelos.

Pesco solo por hambre.

Duermo solo por sueño.

No anhelo más que morir

en el mismo mar,

enamorarme en su orilla

y vestirme de azul

el día que al fin

regrese al fondo

de donde nunca debí haber salido.[8]

[1] Desnuda en proscenio contó con ilustraciones del artista visual Eduardo Abela.

[2]Rodda, Patricia. “Pies mojados”, en pseudo pez, p. 11.

[3] Esto puede interpretarse también como una metáfora de la migración. Ver el poema siguiente: “Volverás porque el mar/es solo uno y la tierra/de nadie./Cuando te canses/de ser extranjero/y extrañar,/del delirio refugiado/a la deriva…/regresarás” (Rodda, Patricia. “Marea roja”, I, Ob. cit. p.41).

[4] Rodda, Patricia. “Yemayá”, Ob. cit. p 63.

[5] Rodda, Patricia. “Mar abierto”, I. Ob. cit. p. 15.

[6]Rodda, Patricia. “Pesca”, II. Ob. cit. p. 100.

[7]Rodda, Patricia. “Arrecife de coral”, I. Ob. cit. p. 38.

[8]Rodda, Patricia. “Naufragio”, I. Ob. cit. p. 73.

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